Una cuestión de actitud. A propósito de Moria Casán y las mujeres en política.
Por Rosana López Rodriguez
Grupo de Investigación de la Literatura Popular – CEICS y autora de La Herencia. Cuentos Piqueteros
La batalla de las mujeres que comenzó como un duelo matrimonial, amenaza transformarse en un circo bizarro que desborda a la Argentina. En efecto, una mujer puede llegar a ser presidente de Chile en breve, y ya se habla de un enfrentamiento de grandes brujas entre Hillary Clinton y Condoleeza Rice para las elecciones norteamericanas del 2008. Un buen momento para analizar la relación entre género y política. En particular, la promesa del feminismo de la diferencia acerca de las virtudes de feminizar el poder y el rol de la “ley de cupos” en este proceso.
El escándalo
Mientras las damas del poder, Chiche y Cristina, monopolizaron la atención pública, nadie se sorprendió por el “inusitado” protagonismo de la mujer, porque en realidad, son dos hombres los que se pelean a través de ellas: Duhalde y Kirchner. El escándalo estalló cuando una nueva candidata asomó en el cielo estelar de las figuras políticas para las próximas elecciones. Moria Casán aceptó ser candidata a diputada por un “partido de centro, de centro derecha” (según sus propias palabras) que se denomina Movimiento Federal. Cada vez que se le pregunta por sus propuestas y las razones por las cuales la gente habría de votarla, las respuestas son invariablemente las mismas. Con respecto a la primera consulta, abreva en su ventilado pasado de mujer golpeada y busca establecer una alianza de género. Dice que estará en el Congreso “para trabajar por las mujeres golpeadas, la discapacidad y la violencia doméstica”. Agrega también: “¿Para qué me va a interesar a mí, que tengo fama, dinero y poder, ir al Congreso si no es para ayudar a las mujeres, mis aliadas?” Dejando de lado que este último argumento implica que ningún obrero debiera hacer política (porque ya es sospechoso de chorro), y que no es la primera mujer que vive de su cuerpo en proponerse a un cargo tal (recordemos a la Cicciolina, y sin ir tan lejos, a la propia Isabel Perón, bailarina de cabaret), la postulación de Moria colocó en el tapete una serie de problemas. Por empezar, incorporó a la agenda política los temas de género, completamente ajenos a las preocupaciones de las grandes damas. Que el asunto pegó, se demuestra en la velocidad con que comenzaron a surgir candidaturas similares (Ethel Rojo, Zulma Faiad) y el resto de los partidos (incluso los de izquierda, como el PTS) resucitaron a “sus” mujeres en afiches callejeros (seguramente más de un radical debe estar lamentándose por la exclusión de Stolbizer). Por otro lado, disparó todo tipo de elucubraciones acerca de la banalización de la política y de la “preocupante” falta de ideas que rodea a esta elección, hecho que incluye a otras “mujeres” de la política argentina como Carrió y Ripoll. Detrás de este fenómeno, que tiene, como dijimos, un carácter internacional como producto de la lucha feminista por la ley de cupos, lo que se escamotea es la cuestión del programa. Precisamente, cuando nos preocupamos por este aspecto, se hacen visibles los límites del feminismo burgués (de la igualdad o de la diferen- cia) y se entiende mejor por qué ninguna obrera debiera votar por ninguna de estas candidatas.
Newsweek se excita
“Tal vez nadie represente mejor a la nueva clase de políticas de Latinoamérica que Cristina Fernández de Kirchner, o Cristina a secas, como le (sic) conocen todos. Criada en La Plata, Cristina se inspiró en el modelo de Eva Perón…”1
Dos veces en la portada de la revista más leída de los EE.UU., una vez en la versión original y otra en la traducción española, Cristina es el mejor ejemplo que Newsweek encuentra de las virtudes de las leyes de discriminación positiva que defiende hasta López Murphy. Según la revista, en América Latina se estaría produciendo una revolución silenciosa, que en la Argentina encontraría (igual que en Costa Rica) su punto más alto. Las mujeres estarían ocupando progresivamente puestos de poder, incluso en los niveles más elevados. Se reconoce, sin embargo, que ese cambio no parece acarrear ninguna mejora para la mujer latinoamericana. Aún así, y contradictoriamente, Newsweek asegura que “el porvenir de las mujeres en América Latina, en lo que a corredores de poder se refiere, nunca se había presentado más luminoso”.
El punto que excita a la revista yanqui es el valor que otorga a la ley de cupos. Ley en la que Argentina fue precursora: “La notoria escasez de legisladoras en el Congreso argentino a principios de la década del ’90, llevó a que el presi-dente Carlos Menem diera su apoyo a la primera ley de asignación de género en el mundo.” Agrega, aún más excitada que “el considerable aumento en el número de mujeres elegidas […] que siguió, inspiró a las políticas de otros países latinoamericanos a exigir una legislación similar.” Vale la pena, entonces, detenerse en la lógica de esta ley.
La ley en cuestión, igual que cualquier ley burguesa, ordena una realidad que ya ha sido ordenada por la economía. De modo que, así como una ley que sanciona por igual a todos los ciudadanos en torno a tal o cual delito, en realidad consagra la desigualdad real ante la justicia (en tanto cada individuo posee recursos diferentes), la ley de cupo consagra la desigualdad en el seno del “colectivo mujer”. En sentido estricto, la primera consecuencia de la ley es mejorar la representación de la mujer burguesa. Se trata, entonces, de una redistribución del poder de género en el seno de la misma clase. La segunda consecuencia de la ley es, más que la constitución de un poder político independiente de las mujeres, aún de la burguesía, la re-familiarización de la política, como es el caso notorio del dúo Chiche-Cristina. La tercera consecuencia es el afianzamiento de las tendencias burguesas en el “colectivo mujer”, en tanto el feminismo burgués (de la diferencia o de la igualdad) logra representantes reales para sus recortados intereses de género. La cuarta consecuencia de la ley, ésta en cierto sentido progresiva al menos en lo que hace a conocimiento social, es que demuestra que las mujeres elegidas responden más a los programas de clase que representan que a problemas de género. Estas son las razones por las cuales era absurdo esperar mucho del incremento de la participación femenina en los parlamentos burgueses, simplemente porque, en el mejor de los casos, habría algún incremento de feminismo burgués.
En la presente elección, ninguna de las candidatas a cargos con posibilidades de ganar, tiene el menor interés en problema alguno de género, por más que la muy católica Carrió hable del machismo de la sociedad argentina. Paradójicamente, es la reaccionaria e ignorante Moria Casán, la única que ha puesto sobre la mesa como eje de su campaña, un problema de género. Moria utiliza en su campaña los argumentos propios del feminismo liberal.
Animalito de Dios
En efecto, Moria declara a voz en cuello que tiene plata, se la merece y la gasta como se le da la gana. Está orgullosa de sus recursos económicos y los esgrime como prueba de futura honestidad. ¿Para qué voy a robar si ya tengo?, sería su acto de fe, ignorando tal vez que no hay razón para suponer que no quiera más de lo que ya tiene. Corporiza (nunca mejor el verbo) como nadie la filosofía íntima del feminismo burgués liberal de la igualdad, que concibe a la mujer tanto como al hombre como átomos aislados: Si yo pude, tú puedes. Es una cuestión de actitud.
Este esencialismo “casanesco”, presupone que ella es “intuitiva” y, por lo tanto, no precisa programa ni quiere hacer política. Es la “no-política”, según sus propias palabras. No requiere ningún conocimiento de la realidad ni preparación alguna para el cargo. Veamos de cerca la base conceptual (con perdón de los conceptos) de esta filosofía de vodevil, compartida, sin embargo, por más de una connotada feminista académica. Moria pretende que existe algo llamado “espontaneidad”, que revela la estructura profunda de los sentimientos innatos. Ella es “natural”, como vino al mundo (aunque su propio cuerpo la desmienta):
“Yo voy con la verdad, por eso las encuestas dan a favor mío. No tengo la retórica o el cliché de político, con discurso de biblioteca. Creo que soy del no-discurso, porque tengo una cosa fresca, nunca tuve una militancia política, nunca estuve afiliada a ningún partido. Muchos políticos dicen que tengo una inteligencia política desconocida para una persona que recién comienza. […] Si tenés instinto y no lo accionás, todo queda en buenas intenciones. […] El debate forma parte de mi gen y de mi esencia.”2
Sin embargo, si hay algo que no es instintivo es la política. Dicho más precisamente, nada en el ser humano es instintivo. Todo lo contrario, debe constituirse como tal saliendo de su pura animalidad o, mejor dicho, brotando de ella. En palabras de Agnes Heller,
“La ‘situación’ esencial del hombre es sin dudas el “hiato”, es decir, precisamente el hecho de que su esencia no ha nacido con él, sino que en el comienzo de su existencia se halla fuera de él (en la sociedad) y de que debe apropiarse esta esencia para convertirse realmente en un hombre.”3
Nacemos con la capacidad de pensar, sentir y actuar. Sin embargo, la capacidad de sentir se desarrolla en sentimientos particulares solamente por medio de un aprendizaje.4 Moria no sólo no hace uso de ningún instinto particular (ni como individuo ni como mujer), sino que demuestra haber aprendido muy bien del Argentinazo y de la crisis de la política burguesa que se manifiesta en el rechazo de las estructuras políticas tradicionales. No hace más que repetir el mismo verso que políticos como Juez, Carrió, Macri o incluso los Kirchner (que se autodenominan la “nueva” política). Ni siquiera es novedosa la presencia de un discurso de género en un contexto programático menemista, si se recuerda que el propio riojano es el gran innovador en cuanto a ley de cupo se refiere. Moria es tan tradicional a la política argentina de los últimos años como Reutemann, Palito, Scioli, Artaza o ahora Morgado.
Los programas en disputa
Detrás de toda esta parafernalia de tonterías, lo que no se puede eludir es el programa concreto que portan estas mujeres. Moria es muy explícita en ese punto, tal como relató a la revista ya citada:
“Me gustaría que mi país mirara siempre para adelante, creo en la prosperidad y en el capitalismo. Nosotros somos un país periférico de EE.UU., ¿por qué no aceptarlo? Creo que la gente tiene derecho a no revolver basura, no me gusta que nada sea propiedad del estado. Quiero que la gente disfrute y pueda tener un trabajo. Creo que los países pueden avanzar con tecnología, cultura y educación. […] Yo no vivo encapsulado, pero no me siento culpable de la pobreza y no me gusta verla…”
Menemismo puro. Pero, ¿acaso el programa de Chiche, de Lilita o de Cristina es mucho mejor? ¿Qué pueden esperar las mujeres obreras de este programa? Y, por lo tanto, ¿qué importan las leyes específicas que puedan promover sobre las mujeres golpeadas o lo que fuera? Sólo la lucha contra esos programas burgueses puede arrojar cambios reales en las condiciones de vida de las mujeres. Y no es en el campo de la política burguesa que se encontrará una alternativa, no importa el género del personal político que lo encarne, porque no es una cuestión de actitud, sino de clase.
Notas
1Edición en español, del martes 16 de agosto de 2005 (Núm. 1034).
2Here, n° 14 agosto de 2005
3Heller, Agnes: Instinto, agresividad y carácter, Península, Barcelona, 1980, p. 41
4Heller, Agnes: Teoría de los sentimientos, Fontamara, Barcelona 1980, p. 144