Otra vez, recibimos respuesta de los autores de La Revolución Clausurada. En lugar de ofrecernos una explicación concreta a nuestros cuestionamientos, nuestros críticos cambian de posición, se olvidan de lo que escribieron y adulteran alevosamente nuestras críticas. Pase y vea hasta dónde se puede caer, por defender lo que no se conoce…
Juan Flores
CEICS-GIRM
Nuevamente, recibimos una respuesta de Christian Rath y Andrés Roldán a nuestras críticas, antes de que se publicara la segunda parte de nuestra respuesta.[1] Allí -pese a jurar que su método siempre fue empírico- Christian esquivó nuevamente los pormenores históricos del debate, evocando los “documentos programáticos del movimiento obrero”. “Nosotros discutimos la cuestión nacional”, proclama. Así, justifica ponerse a hablar del mundo y sus alrededores de manera superficial (desde Indonesia hasta Malvinas), en vez de discutir sobre la Revolución de Mayo, que es lo que nos convoca. Su intención es que la discusión no vaya a ninguna parte. Sin embargo, en su último escrito, realizó un cambio de posición, porque ya no podía defender sus posiciones iniciales. Aunque Rath crea que nadie recuerda lo que publicó ayer, lo dicho escrito está y no queda más que revisarlo. Veamos.
Yo no fui
El primer punto de nuestra crítica señalaba que, contra lo que Rath sostenía, el artiguismo era una dirección burguesa, en un ciclo revolucionario que tenía ese contenido, y su programa (el Reglamento) expresaba los intereses de la burguesía oriental (los hacendados). En este punto en particular, Christian, después de defender otra hipótesis, nos dio finalmente la razón. Claro, para no tener que admitirlo, se vio obligado a deformar obscenamente nuestros planteos. Por ello, nos vemos obligados a clarificar primero este asunto y luego sí abordar el viraje. Lamentablemente, vamos a citar in extenso, para que no hacer lo que hace nuestro personaje.
En su segunda respuesta, Rath nos atribuye, ridículamente, negar el carácter burgués de la revolución, cuando hemos escrito tanto en torno a esto:
“JF se pregunta ‘¿Quién se hubiese beneficiado, de haber vencido Rosas en la Vuelta de Obligado? ¿Los peones de la campaña o los grandes estancieros y comerciantes del puerto de Buenos Aires?’. El ‘crítico’ cree haber encontrado un argumento que demuele a su adversario. Con estas preguntas inicia un razonamiento que culmina en una tercera pregunta: ‘Ahora bien, para el caso de nuestro país, ¿qué otra cosa es la exigencia de ‘reforma agraria’ o ‘repoblar el campo’, sino la construcción de una burguesía rural? ¿No es eso otorgarle un lugar a la burguesía en la dirección?’. ¿¡Qué tal?! Flores, si estamos hablando de la primera mitad del siglo XIX, que es cuando transcurren los acontecimientos que analizamos en nuestro libro y la Vuelta de Obligado, a ambas preguntas tendremos que contestar que sí, que claro, que se trataba en ese período de constituir una nación burguesa que completara su desarrollo capitalista autónomo. No de la revolución socialista. Por lo tanto la mención de si los peones de campaña o los estancieros o si la construcción de una burguesía rural habría sido un posible camino de desarrollo, respondemos SI, por supuesto. ¿Qué pretendía Flores? ¿Que en 1810 se construyera el socialismo?”
¿Qué hizo Rath aquí? Recortó dos citas de dos apartados distintos y los atribuyó a un mismo razonamiento. Lo hizo de manera tan burda y descuidada, que incluso el apartado de abajo precede al de arriba. En efecto, en la primera cita, discutíamos a quién beneficiaba una guerra nacional –como la de Obligado- desmintiendo que las “gestas” beneficiaran a todos por igual:
“Siendo la nación una construcción burguesa, todas las guerras nacionales dirigidas por la burguesía argentina se hace en defensa, primordialmente de sus intereses: la de independencia en el siglo XIX y la de Malvinas en el siglo XX. Aunque una sea revolucionaria y la otra no, ambas son burguesas. Por lo tanto, en ambas, las masas cumplen la función de ser la carne de cañón. Si Rath hubiera leído algo de lo que publicamos, se habría enterado que los explotados, lejos de luchar por la “patria” –como dice el kirchnerista Di Meglio (a quien se rindió pleitesías en la presentación)- se oponen a que los manden a la guerra. ¿Quién se hubiese beneficiado de haber vencido Rosas en Vuelta de Obligado? ¿Los peones de la campaña o los grandes estancieros y comerciantes del puerto de Buenos Aires? ¿Conoce nuestro interlocutor el mecanismo de reclutamiento del Ejército de Rosas (como los de cualquier “gesta”)? Se los ‘destinaba’. Es decir, iban mayoritariamente los que debían cumplir una pena”.
En la segunda cita –que, en realidad, viene antes que la primera- debatíamos sobre las tareas revolucionarias y el problema de las alianzas de clase, no en 1810, sino hoy, rechazando la reforma agraria y la “alianza obrero-campesino” como parte de un programa socialista para la actualidad:
“La alianza obrero-campesina demuestra eso que Rath quiere negar [que se pueden realizar “tareas pendientes” sin aliarse con la burguesía]: ¿qué otra cosa se oculta detrás del campesinado, sino la burguesía y la pequeña burguesía rural? Para el caso de nuestro país, ¿qué otra cosa es la exigencia de la “reforma agraria” o “repoblar el campo”, sino la construcción de una burguesía rural?”
Como vemos, no se trata de “un razonamiento que culmina en una tercera pregunta”, sino de dos argumentos diferentes, para problemas diferentes. De nuevo, Rath pretende engañar a quienes siguen la discusión como si lo escrito no pudiera ser revisado. Lo peor es que no respondió ni una cosa ni la otra.
De ningún escrito nuestro puede desprenderse que hayamos planteado tareas socialistas para 1810. Al respecto, nuestra posición siempre fue cristalina: hubo una revolución burguesa impulsada por hacendados, la cual desarrolló todas sus tareas. En cambio -y aquí está el meollo del asunto-, ¿puede Rath aseverar que siempre se refirió al artiguismo como un movimiento burgués? ¿Cuál es la posición de Rath y compañía sobre las tareas planteadas en 1810? Al principio de su libro, señalaba: “el período de la Revolución de Mayo es el de la revolución burguesa” (p. 27). Sin embargo, para él no hay bases para una revolución de esas características, dada la supuesta inexistencia de una burguesía revolucionaria en el Río de la Plata. Pero si no la hay, ¿cuál era para Rath la clase revolucionaria? Preso de sus contradicciones, en su libro, Christian apeló a la supuesta existencia de otro sujeto revolucionario. Así, confundió a las masas armadas por él entendidas como “precapitalistas” -aunque no todas lo fueran realmente- con clases revolucionarias:
“En nuestras Provincias Unidas y en el ciclo que se abrió en 1806, la clase obrera era menos molecular, pero existían individuos y clases surgidas de las formaciones precapitalistas -los “artesanos, semiproletarios, gauchos e indígenas sin tierras, negros libertos, negros esclavos y campesinos- que fueron protagonistas de una experiencia revolucionaria. El movimiento se extendió hasta otras capas sociales y algunos de sus representantes jugaron un papel dirigente. Con sus programas y sus métodos de lucha, con sus limitaciones y sus aciertos, son aquellos que convirtieron a Mayo en un episodio revolucionario y de alcances históricamente progresivos” (p. 28).
Las “masas precapitalistas” tendrían una organización pretendidamente progresiva:
“Opuso a esta fenomenal coalición política [el Directorio, la Logia Lautaro y la diplomacia británica], un movimiento democrático, basado en reuniones abiertas y congresos periódicos con presencia de delegados electos, una rareza de la época” (p. 260).
O sea, todas las “masas precapitalistas” participaban de igual a igual en la política (no importa que en el Congreso de las Tres Cruces sólo sean admitidos los hacendados). Es más, a un movimiento de estas características, Christian le atribuyó una dirección no burguesa sino de origen “popular” como Artigas, a quien buscaban desligar de los hacendados orientales:
“Se ha dicho que Artigas era un representante de los hacendados porque provenía de una familia que estuvo entre las fundadoras de Montevideo. No se toma en cuenta que hacía muchos años que no tenía haciendas y que sus familiares tampoco. Durante sus campañas vivió muy austeramente y en sus últimos treinta años exiliado en Paraguay, no contó con un peso” (p. 151).
Así, Rath creía haber refutado la idea de que el artiguismo sea una dirección revolucionaria de la burguesía oriental. De este modo, en lugar de plantear la relación con los explotados como complejas alianzas de clase, Rath la supuso siempre un vínculo absolutamente orgánico. Artigas así se parecía más a un Babeuf latinoamericano que a Robespierre. Finalmente, estas masas patriotas tendrían un programa: el del reparto agrario. Veamos qué decía Rath sobre él en su libro: “Su objetivo es transformar a toda esa población en pequeños hacendados, calculando que con 7500 has., cada familia podría manejar suficiente rodeo para mantenerse dignamente” (p. 149). Más adelante, señala: “Quienes opinan que el Reglamento significa una conciliación con los grandes hacendados criollos orientales no toman nota del proceso vivo que llevó al Reglamento ni el objetivo igualitarista que lo anima.” (p. 150).
Es decir, para Rath, el Reglamento no fue un proyecto de los burgueses (hacendados), sino que partió de una dirección no burguesa, para acompañar las masas precapitalistas, con un objetivo “igualitarista”. Serían producciones autosuficientes y “dignas” para todos los explotados de la campaña. Ahora bien, cuando le mostramos que en realidad el Reglamento era parte de un proyecto burgués, liderado por hacendados (burgueses) para su beneficio, Rath no supo qué decirnos. Entonces cambió su posición: “Que el Reglamento es parte de un proyecto burgués no nos cabe ninguna duda, ¿cuál es la crítica?”.[2] Que antes decías lo contrario, Christian. Esa es la crítica.
Más y más adulteraciones
En nuestro primer punto también habíamos sostenido que su visión era un plagio del nacionalismo. Para demostrarlo, habíamos citado un fragmento de Puigróss, donde señalaba la idea de un giro de la política revolucionaria, la cual tenía su cierre definitivo en julio de 1816.
Bien, ¿qué hizo nuestro copista avergonzado? Sencillo. Recortó la última oración, como si el lector no pudiera chequearlo y discutió una cuestión sumamente menor. Rath dice que difiere en que la política de 1810 “se había ido diluyendo”, pero no dice con qué término habría que reemplazarlo. “Se clausura”, podríamos intuir. Pero, al comienzo, Puiggrós señala claramente que “Se invirtió el proceso iniciado”, dando el énfasis que Rath reclama. En definitiva, el autor peronista y el del PO coinciden en que en 1816 la revolución termina. Ponerse a discutir una palabra fuera de su contexto es una forma muy lamentable de intentar desmarcarse. La diferencia es que el PC (donde estaba Puiggrós) escribió esto en 1942 y el PO, 70 años después, sin citarlo.
Rath parece que no quiere saber nada con el “agente del nacionalismo burgués” y dice que “Puigróss es absolutamente extraño a nuestra obra”. Eso sí, en el medio sacó a relucir sus alabanzas a René Orsi, un jurista aficionado, autor de algunos esbozos, “que anticipó algunas de nuestras caracterizaciones”. Por suerte, esta vez sí estaríamos ante un auténtico bolchevique… Claro, si se deja de lado que fue integrante de la FORJA, cofundador del Partido Laborista e interventor federal de la provincia de Salta durante el gobierno represor de Isabelita…
Alimentando mitos
En el punto dos, habíamos destacado que todas las burguesías revolucionarias tenían una pertenencia agraria en su momento revolucionario. Rath creyó que hablábamos de la “acumulación originaria”. Sin embargo, habíamos sido claros, estábamos hablando del funcionamiento embrionario del capitalismo mismo: “Las relaciones capitalistas comienzan allí donde, hasta el siglo XIX, se produce el grueso de la vida social: el campo”. Pese a todo, Rath nos señaló que en aquella época ya había transcurrido la Revolución Industrial en Inglaterra, entonces las burguesías revolucionarias eran industriales… ¡Pero la Revolución Inglesa es del siglo XVII! (¿cómo se puede ser tan ignorante?) Y allí, el New Model Army es el ejército de la burguesía agraria. En Francia, para 1789, todavía no existía un régimen de gran industria. La producción urbana se regía por formas precapitalistas. Así, es que de los coqs de village agrarios es de donde brota el capitalismo francés, no del gerente de Peugeot.
Pero “no es pertinente”, dice Rath, porque “lo que importa no es el origen de cada burguesía sino si llevó a cabo la industrialización de su país”. Esto último se condice con su libro, donde señalaba que en Argentina “la burguesía renunció a un capitalismo industrial” (p. 261). Lo cual es estrictamente falso. En primer lugar, la burguesía hizo todo lo posible por desarrollar la industria. En segundo, el agro está industrializado. En tercero, la Argentina es un país industrial, tiene industria. Que gran parte (no toda) sea ineficiente, es otro problema. Ahora bien, las razones de las deficiencias no están en la “voluntad”, ya lo explicamos: escasa población, llegada tarde, distancias geográficas, ausencia de rutas marítimas… Nada se contestó al respecto.
En el punto 3, habíamos cuestionado la adopción del mito farmer. La respuesta fue “ya dijimos lo que teníamos que decir”. Claro, sería cierto si hubieran contestado nuestros cuestionamientos puntuales. Pero no. Nunca nos respondió nada. Por tercera y última vez, ¿podrías contestar esto, Christian?:
“Creer que la vía farmer porta consigo el germen de la industrialización nacional no tiene el más mínimo asidero. ¿Qué mercado interno podría construirse si el farmer consume casi todo lo que produce? ¿Cómo se va a conformar un mercado de fuerza de trabajo si todos acceden a medios de producción y de vida? ¿Qué tipo de capitalismo imaginan que se puede formar sin la existencia de un mercado de fuerza de trabajo?”
Más adelante, en el punto 9 habíamos señalado que la concentración del capital agrario es una precondición para el desarrollo de las potencialidades del capitalismo. Para desmentirnos, entonces apuntaron a la propiedad esclavista que no habría “dado paso al capitalismo”. En primer lugar, lo que dijimos es que la concentración de la propiedad bajo relaciones capitalistas es la precondición del desarrollo del capital. Lo que Rath debería hacer es dejar de escaparse y darnos un ejemplo histórico de un desarrollo capitalista de envergadura por la vía farmer.
Otra vez, yo no fui…
En la mayoría de los puntos, Rath afirmó desconocer el motivo de la discusión. Pese a eso, se animó, sin sonrojarse, a declarar que no correspondía la crítica. Veamos punto por punto. En el punto 4, mencionamos que repitió otra infundamentada idea de Puigróss: que al momento de la Revolución, hay hacendados “beneficiarios del orden” –productores de tasajo- y hacendados oprimidos por el régimen colonial. “No sabemos a qué se refiere Flores” dice, Rath. ¿Quién escribió esto entonces?:
“De un lado, existía un poderoso grupo de intereses afectado por el régimen colonial, a los hacendados les convenía en primer lugar, la libertad absoluta de comercio que los liberara del “peaje” de España […] Contra estas fuerzas se alineaban los beneficiarios del orden: los fuertes comerciantes españoles; los hacendados, que tenían su mercado dentro de la monarquía hispana y no sufrían las consecuencias de las restricciones al comercio extranjero –como los productores de tasajo destinados a Cuba y España-.” (p. 71)
En el punto 5, habíamos destacado que la esclavitud no constituía la mano de obra predominante, porque los esclavos no superaban el 8% de la población de la campaña. Rath pareció ofenderse: “¿Y? ¿A qué viene?”, nos espetó. Pues bien, se lo recordamos: en su libro, escribió “esclavos y criados, que constituían el grueso de la población trabajadora, eran mantenidos por sus amos y patrones y producían en casas y establecimientos lo necesario para el consumo” (p. 69). A eso viene, Christian.
Para el sexto punto (el reclamo de las masas desposeídas), Rath nos preguntó algo lo siguiente: “¿De dónde deduce Flores cuáles eran los ‘reclamos de los pequeños propietarios’?”. Bien, si revisara nuestro enunciado habrá visto que no dijimos “propietarios” sino “productores”.
Claro, Rath sabría esto si pisara algún archivo para revisar algún que otro expediente. Pero como sabemos que su pereza no se lo permite, le vamos a ahorrar un poco de trabajo mostrándole un ejemplo de la campaña porteña. En 1790, Juan de Almeyra, como procurador del hacendado Antonio Rivero de los Santos, denunciaba la presencia “perturbadora” de ocupantes ilegales en su estancia “Los Portugueses”. ¿Quiénes eran? “Vecinos” de la frontera, asentados con pequeñas manadas en las aguadas de la propiedad de Rivero, usufructuándolas “como si fueran comunes”. El Capitán Comandante de Frontera, don Manuel Fernández expresaría que:
“Los individuos que se hallan en el día con haciendas en las lagunas del territorio de Antonio Rivero son vecinos de la frontera y estos por la suma necesidad que experimentan de la ceca, se les ha permitido licenciar para ello en virtud del Superior Decreto que me tiene dado el Comandante de Frontera Don Francisco Balcarce”.[3]
Llevado a cabo el procedimiento, estos vecinos fueron desalojados. ¿Quién reclama aquí la delimitación del suelo? El hacendado burgués –Antonio Rivero-. ¿Quién la desconoce? El pequeño productor, que ante la primera sequía, requería de mover sus manadas cerca de los territorios mejor abastecidos, con el amparo de la autoridad.
Mención aparte merece la defensa que hace sobre la “documentación” que habría presentado del reparto agrario. “En nuestro libro hemos documentado…” rezan los autores en su última respuesta. Invitamos pues al lector a revisar qué fuentes utilizaron en este asunto, más que enunciados de segunda mano del PC uruguayo. No hay ningún relevamiento, nombres de los nuevos propietarios, fechas… Absolutamente nada.
En el punto 7, habíamos señalado –a raíz de una fuente- que Andresito apelaba al trabajo coactivo. El objetivo era discutir la idea de que la relación de Artigas con las masas no era absolutamente orgánica. En vez de cotejar la cita, nos acusó de calumniadores. Ahora bien, ¿la fuente existe o no? ¿Revisó Rath la cita? Del mismo modo, en el punto 8 habíamos mencionado que Artigas tuvo numerosos conflictos con esclavos y libertos. Pese a que el señalamiento era claro, Rath apeló –otra vez- a la deshonestidad: “Flores jamás citó ningún ‘enfrentamiento’”. ¿Seguro?:
“Artigas, al desconocer la Asamblea del año XIII, se opuso a la libertad de vientres. De hecho, durante la invasión portuguesa sobre la Banda Oriental, el Regimiento de Libertos fue uno de los primeros en pasar al bando de los portugueses”.
¿Algo más? Sí, Rath tampoco quiso reconocer los errores en la documentación de algunos hechos (punto 10). En efecto, el libro falla hasta cuando apela a evidencia empírica. Allí Rath nos decía:
“Al poco tiempo fue Balcarce el que sufrió la agitación política ante la pasividad de su gobierno frente a la invasión portuguesa. Balcarce se dirigió a los congresales de Tucumán y el 1 de julio de 1816 les pide que ‘se sirvan impartirme sus órdenes superiores sobre la conducta que debo observar en crisis tan arriesgada. Por mi parte, todas las precauciones posibles se consultan para el más escrupuloso sigilo de materias y por lo mismo, he escrito de puño y letra la presente comunicación” (p. 200).
Vamos a explicar cronológicamente: en la segunda quincena de junio de 1816, suscitó en Buenos Aires, un levantamiento confederacionista que exigía la separación respecto del centralismo del Congreso de Tucumán.[4] Más tarde, en agosto, hubo un clima de ferviente agitación política a raíz de la invasión portuguesa. Son dos hechos distintos. Sin embargo, el contexto de las palabras de Balcarce –cuyo origen Rath no cita formalmente-, es el del levantamiento confederal, no el segundo. De lo contrario, pareciera que Buenos Aires se levantó durante tres meses contra la invasión.
Decadencia
Nos da mucha lástima y mucha vergüenza tener que escribir esto. Resulta alarmante que se carezca de los criterios mínimos de honestidad (ya no digamos de conocimiento). Si se le señalan errores, Rath los esconde. Para poder responder, tergiversa posiciones ajenas. Si se le presentan pruebas, dice desconocer por qué se lo critica. Y si el asunto es ya demasiado evidente, cambia su posición inicial. Todo esto, a la vista de todo el mundo. ¿Cómo es que un viejo y prestigioso cuadro sindical se ridiculiza de tal manera? Dijimos que el PO se plegaba a las ideas nacionalistas (y, por lo tanto, burguesas). Dijimos que, como elemento distintivo (frente a otros partidos nacionalistas), el PO lo hacía desde la improvisación y la ignorancia. Ahora, además, son incapaces de una mínima honestidad. Rath está dilapidando todo el respeto militante que se supo ganar. Lo llamamos a que reconsidere su actitud. Es preferible perder una discusión que la dignidad.
1Rath, Christian y Roldán, Andrés: “Según RyR, la Argentina… Segunda respuesta a los señores de RyR” en laclausurada.blogspot.com. Nuestras críticas habían sido vertidas en Flores, Juan: “Por respeto a la ciencia (primera parte)” en El Aromo, nº74, agosto-septiembre de 2014; “Por respeto a la ciencia (segunda parte) en El Aromo, nº75, octubre-noviembre de 2013; “Mito, plagio y desprecio” en El Aromo nº73, junio-julio de 2013. La primera respuesta fue: Rath y Roldán, “Aunque usted no lo crea… Respuesta a los señores de RyR” en laclausurada.blogspot.com. El libro en cuestión es Rath, Christian y Roldán, Andrés, La revolución clausurada, Mayo 1810-Julio 1816, Editorial Biblos, 2013. Todas las citas entre paréntesis provienen de este libro.
2Rath y Roldán, “Segùn RyR, la Argentina…”, op. cit.
3AGN, 42-4-6
4Herrero, Fabián, Movimientos de Pueblo, La política en Buenos Aires luego de 1810, Prehistoria Ediciones, Rosario, 2012, pp. 29-30