Un plafón para crecer. Los resultados electorales en el SUTEBA y el rol de la izquierda.
La política no es un arte matemático. La izquierda estaba para más y, en parte, perdió. Parte de su derrota se debe a su eterno síndrome del 17 de octubre, a no animarse a romper de una vez con el peronismo. Se distingue y le coquetea en una relación de amor odio. Sin embargo, no estamos ante una derrota absoluta. La izquierda consolida posiciones y, si quiere crecer, debe sacar las lecciones del caso.
Romina De Luca
GES-CEICS
Las elecciones del 17 de mayo serán recordadas en la provincia de Buenos Aires como el batacazo que no fue. Baradel llegaba a las elecciones en su peor momento sindical: sin nada bajo el brazo que ofrecer y en el centro de fuego de una campaña oficial de desprestigio. Varios pensamos que esta podía ser la oportunidad de dar el salto tomando por bueno el balance que las principales fuerzas de la Multicolor bonaerense hacían. Dos días antes de las elecciones, Daniel Sierra en Prensa Obrera, rezaba
“en el portal de Educación más visto por los docentes en la provincia de Buenos Aires (Fernando Carlos) hay una encuesta sobre las elecciones de Suteba […] el 64,7 por ciento vota por Romina Del Plá […] no deja de ser un indicio del ánimo que se vive en la docencia. Los spots de la Multicolor que se han colocado en dicho portal tienen más de 10.000 vistas cada uno.”[1]
Apostando a ello, nuestra corriente sindical -la Corriente Nacional Docente Conti-Santoro– hizo campaña por la Multicolor, obviamente a la escala de sus posibilidades. Si no se daba el batacazo, era de esperar un escenario similar al del 2013, cuando la izquierda amplió en cantidad y calidad la cantidad de seccionales a su cargo: se alzó con la más masiva (La Matanza) y la capital política provincial (La Plata). En esa oportunidad, el diario Clarín se refirió al escenario. Para el “gran diario argentino”, Baradel “ganó pero perdió”.[2] Los titulares de 2017 se limitaron a contar la victoria de Baradel. La política no es un arte matemático y aquí dos más dos no siempre es cuatro. La izquierda estaba para más y perdió. Parte de su derrota se debe a su eterno síndrome del 17 de octubre, a no animarse a romper, de una vez, con el peronismo. Se distingue, al mismo tiempo que coquetea, en una relación de amor-odio. Sin embargo, no estamos ante una derrota absoluta. La izquierda consolida posiciones y si quiere crecer debe sacar las lecciones del caso. Veamos.
Los fríos números
A casi un mes de la elección, la Junta Electoral Provincial aún no publicó los datos del escrutinio definitivo que se realizó el 26 de mayo, lo que resulta bastante irregular. Pero, con excepción de La Plata, no hay grandes frentes legales abiertos. En las elecciones de 2017, el padrón total se compuso con 91.392 electores. De ésos fueron votaron 56.268 -más del 61% del padrón- con un total de 3.589 votantes más que en la elección anterior. La lista de Baradel (Celeste/Turquesa) obtuvo 34.444 votos (1.507 votos más que cuatro años atrás) y la lista Multicolor 20.556 votos, 3.476 votos más que en la última elección de 2013. Así, la lista Celeste se impuso en toda la provincia con el 61,21% mientras que la Multicolor obtuvo 36,53%. El voto en blanco marcó una tendencia creciente y registró 1,82% con un total de 1.023 votos, concentrando altos guarismos en Quilmes (112), Pilar (144) y, proporcionalmente, en Villa Gessell (40).
Por su parte, la izquierda salió a demostrar que, a pesar de los guarismos, había realizado una excelente elección y la victoria de su contrincante era resultado del fraude avalado por el Ministerio de Trabajo. Prefirió destacar el triunfo en La Matanza y las restantes seccionales multicolores, el triunfo en General Madariaga (una seccional menor) y el fraude con el que la celeste se logró imponer por seis votos en La Plata. Para explicar el “triunfazo”, señaló que su caudal electoral fue cercano al 46% de los votos considerando el área del Gran Buenos Aires y las seccionales donde competía con lista propia (38 distritos). Un balance autista porque omite que, en 2013, en esos 38 distritos también obtuvo el 44,34% de los votos. ¿De qué alegrarse entonces? No lo sabemos. Inclusive en las seccionales ya gestionadas por la “amplia avenida” de la izquierda, con excepción de Tigre, Berazategui, Ensenada, Escobar y Quilmes, a pesar de un mayor caudal electoral, el porcentaje de votos a su favor no creció. Obtuvo más votos, sí, pero alcanzando casi los mismos porcentajes que cuatro años atrás. Por otro lado, hasta que falle el Ministerio de Trabajo, perdió la capital de la provincia (La Plata). Incluso si el Ministerio le diera la razón en relación al fraude de la Celeste, lo cierto es que, comparando con el resultado de 2013, aquí el batacazo lo dio Baradel. El resultado final en Buenos Aires no es necesariamente malo: la izquierda consolidó posiciones. Pero perdimos una oportunidad que quizá no se repita en mucho tiempo.
El tren partió…
En el momento en que se supone podíamos avanzar, retrocedimos. Baradel logró imponerse y hay que preguntarse por qué. Lo actuado por la izquierda durante la huelga del 2017 explica, a nuestro entender, los resultados. No quiso o no pudo diferenciarse de Baradel en la lucha real y ello se expresó a nivel electoral. Su enemigo cosechó el triunfo porque logró construir una victoria en el plano político: convertirse en el líder de la oposición macrista. Que fue Baradel el que entregó la huelga a cambio de nada es historia conocida. Pero esa decisión fue acompañada por las seccionales combativas. Días antes, denunciaban que no se podía volver a las aulas con las manos vacías bajo el pretexto de diseñar “medidas creativas” de lucha. La Multicolor cargó las tintas sobre la burocracia nacional (CTERA) y provincial (SUTEBA) por pretender levantar el paro que se sostenía gracias a la “movilización y presión de las bases” y advertía que la burocracia iba a tirar la toalla.[3] Tenían razón. Más aún. Caracterizaban que “la huelga resiste y la docencia tiene sobradas reservas para continuar esta lucha”.[4] Por su parte, Romina Del Pla sostuvo los primeros días de abril que “la voluntad de lucha está completamente abierta. Muchos compañeros plantean que tengamos este nivel de firmeza porque el reclamo sigue muy firme” y no hay que “flexibilizar la postura”. Señaló que se evaluaban “paros rotativos o por tiempo indeterminado”. Apenas unos días más tarde, levantaron el paro junto a Baradel y pasaron a reivindicar el tipo de acciones que acababan de defenestrar. Si el paro era firme y las bases querían continuar la lucha, no se entiende por qué los espacios multicolores levantaron la huelga junto a Baradel. No dieron la discusión. Reclamaron un plenario provincial de delegados, pero tampoco hicieron un plenario de delegados unificando a todas las seccionales combativas.
Levantado el paro, la izquierda siguió pidiendo a la CTERA y al SUTEBA que convoquen y organicen un plan de lucha “que declare la huelga general por paritarias sin techo, una paritaria nacional que organice y ponga en marcha una lucha de todos los docentes del país”. Va de suyo que se trata de una exigencia seguidista: las fuerzas multicolores estuvieron más preocupadas durante el proceso por exigir a otros que organicen un plan de lucha, que por hacer lo propio en las nueve seccionales que con autonomía dirigen. Que era posible convocar a paro al margen de la burocracia lo demuestra la tardía convocatoria que los Multicolores hicieron para el 9 de junio.
Baradel cambió huelga por carpa y, en un arte difícil, logró retener la iniciativa política: montó la carpa frente al Congreso y fue reprimido por el gobierno nacional. Entregó la huelga y estuvo en la plana mayor de todos los medios. Usó la carpa como sede de campaña y logró concentrar la atención de todos. En ese simple episodio, Robi, logró colocarse como referente del campo opositor anti-macrista nucleando al arco kirchnerista detrás suyo. Fue en ese esquema de polarización que Vidal lo instó a decir a qué partido respondía el dirigente docente. Con la victoria bajo el brazo, Baradel se prepara para escalar a la CTERA y de ahí a la CTA. La izquierda no logró contraponerle a la Carpa una medida equivalente. No se mostró decidida a continuar la huelga y, por eso, retrocedió en el plano electoral. Decidió no explicar por qué era importante mantener el paro. Puede ser antipático cuando el compañero no quiere parar discutir la importancia de hacerlo. Montó festivales, marcha de antorchas, caravanas y bicicleteadas aquí y allá, pero todas esas acciones no son equiparables a la huelga. La historia de la clase obrera lo demuestra. Los resultados están a la vista de todos. Vidal estuvo casi cuarenta días sin convocar a negociación paritaria entre el 2 de mayo y el 12 de junio. La izquierda se corrió del centro: denunció la “tregua” pero la acató también y fue la que sufrió las consecuencias en el plano electoral. Tiene un plafón para crecer más. La multicolor sigue siendo el camino. Allá por 2013, los diarios patronales advertían el peligro de esa unión sindical: “la unificación de la oposición clasista servirá de modelo para otras elecciones gremiales”. Para superar ese piso del 40% la izquierda debe animarse a abandonar el síndrome del 17 de octubre que la hace, una y otra vez, hocicar ante el peronismo.
Vamos por más
“Tenemos toda la voluntad de llegar a un acuerdo”, avisó Baradel horas antes del paro docente del 14 de junio. Está dispuesto a rifar nuestro salario por chauchas y palitos. Recordemos que el pedido sindical de salario igual a canasta familiar es lisa y llanamente eso, un salario de pobreza. Este es el momento de avanzar. Hay que diferenciarse. La tregua solo nos conduce a salarios de hambre. Pero tampoco alcanza con un paro aislado aquí y allá. Hay que organizar un plan de lucha, de paros progresivos precedidos por un plan de agitación. Mostremos a los compañeros cómo nuestro salario se derrumbó históricamente. En la década del ’30, el salario de una maestra que recién iniciaba le permitía comprar el doble de los bienes y servicios necesarios para sobrevivir. Recuperar ese parámetro salarial debe ser nuestro horizonte. No nos podemos contentar con salarios de pobreza. Ya en la década del ’20 se reconocía que el docente era un proletario intelectual. Se reconocía el componente específico de nuestro trabajo. El gobierno habla de la capacitación y de la calidad y solo lo hace para aumentar nuestra sobrecarga de trabajo, con capacitaciones vaciadas de contenido. Demostrémosle que sabemos quiénes somos y qué necesitamos. Vayamos escuela por escuela discutiendo con los compañeros, convenciéndolos de la necesidad de salir juntos a las calles. Está en juego mucho más que nuestro salario. Tenemos un mundo por ganar. La izquierda tiene que animarse a dar ese salto. No podemos seguir esperando. Ahora es cuando.
Notas
[1]Prensa Obrera, 15/5/2017. Disponible online en: https://goo.gl/4LAk36
[2]Clarín, 24/5/2013. Disponible online en: https://goo.gl/M8ifZt
[3]Prensa Obrera, 30/3/2017. Disponible online en: https://goo.gl/jxj14p
[4]Prensa Obrera, 07/4/2017. Disponible online en: https://goo.gl/wuyMTF