En contra de lo que suele creerse, el capitalismo no es solo una cuestión económica, no es simplemente “mercado”. Es, por el contrario, un tipo de sociedad y una forma de gestionar la vida misma. ¿Qué quiere decir esto? Que todos los aspectos de nuestra vida están atravesadas por él. Incluso aquellas cuestiones que a simple vista pueden parecer completamente personales, como los sentimientos. O el arte, que se piensa como “creación libre”, ajena a cualquier determinación. En esta nueva sección, nos dedicamos a explicar justamente eso: como aquello que parece estar ajeno al capitalismo está, en realidad, íntimamente influenciado por él.
En esta oportunidad, vamos a comenzar a estudiando el fútbol. Sí, ese deporte que consiste en 22 personas corriendo un cuero cosido. Es un buen momento para referirnos a esto, ya que venimos de un año en el que se jugó un nuevo Mundial y aún faltan cuatro años para el próximo. Bien vale estirar, al menos los pocos minutos que dura la lectura de esta nota, el entusiasmo de revivir una de estas competencias.
Por un momento, la edición 2018 parecía que podía ser ganada por un equipo que, hasta ese momento, no se había alzado nunca con la copa: Croacia. Efectivamente, existe una idea en el sentido común futbolístico que dice que “el fútbol se emparejó”. Dicho de otro modo, que todos los equipos tienen un rendimiento más o menos parecido, entonces el triunfo de uno sobre otro es más bien resultado del azar o de cuestiones coyunturales. Sin embargo, los números concretos enseñan otra cosa.
En este siglo se han realizado 5 mundiales. El 80% de ellos lo ganó un equipo europeo (el otro lo ganó Brasil hace 16 años), el 80% de ellos lo ganó un equipo que ya había sido campeón (el otro España en 2010). Pero en cambio desde el primer mundial en 1930 hasta el de 1998, los 16 mundiales disputados se repartían en partes iguales entre Sudamérica y Europa. (4 Brasil, 2 Uruguay y 2 Argentina contra 3 de Alemania, 3 de Italia, 1 de Inglaterra y 1 de Francia). Entonces tenemos que en el siglo XX la proporción de mundiales ganados entre Sudamérica y Europa era de 50 y 50, mientras que en este siglo es de 20 a 80. Nada se emparejó aquí, todo lo contrario.
La otra idea, completamente opuesta a esta, es la que dice que “todo está arreglado”. Pero que sea contraria a la anterior, no significa que sea correcta. Decíamos que los mundiales de este siglo fueron mayoritariamente hacia Europa. Sí, pero no se concentraron en el mismo equipo. En un lapso de 16 años no hubo ningún campeón repetido. Esto se observa con más claridad en el torneo más competitivo de los clubes europeos, la Champions League. Hasta 2005 habían accedido a finales equipos que representaban a 13 ligas, pero desde ese año se redujo a cuatro (Alemania, Inglaterra, Italia y España). Nunca antes en un periodo tan largo se había visto tan reducido el número de ligas que acceden a la final. Pero si observamos entre estás hay una feroz disputa. No es para menos, es un torneo que reparte 1.300 millones de euros, además de potenciar otras fuentes de ingresos para los clubes.
Pero en esa instancia, en la que compiten con los de su tamaño, no hay arreglo posible, la competencia es muy dura y sin concesiones. La disputa es real, y a fondo. ¿Por qué? Porque para llegar y permanecer en esa instancia esos clubes, cada uno de los poderosos, invirtió y mucho, y esa inversión exige retorno, rentabilidad.
El futbol muestra a la luz del día cómo funciona el mundo. Ni las tesis conspirativas (“está todo arreglado”) o la que niega los datos más evidentes de la realidad (“ya no hay diferencias”), son acertadas. En realidad, los clubes se comportan como lo que son: capitales en competencia. Como tales, tienen una lógica: maximizar las ganancias. Para ello, tienen que invertir más y desalojar a sus rivales. Tres C nos permiten entender lo que sucede: competencia, centralización y concentración. Los grandes se controlan entre ellos mientras se devoran a los pequeños. Eso es el capitalismo. Sin entenderlo así, no se entiende el fútbol. La competencia capitalista (y la del futbol profesional) no es una competencia a la que todos estamos invitados. Es la competencia que excluye a casi todos pero que es feroz entre los que se quedan. Entre ellos no hay acuerdo, porque el éxito de unos supone y exige la derrota de otros.
El deporte, como juego, como terreno dónde la libertad, la solidaridad y el entusiasmo, junto a la destreza estén en el centro, no puede hacer nada contra el poder del capital, su concentración y poder destructivo. En este sistema sólo queda ver cómo ganan otros.