Marcelo Novello
Iniciada la aventura militar de Bush en Irak, los mass-media sostenían que la invasión iba a liberar a la mayoría shiíta, sometida por la minoría sunita desde tiempos inmemoriales. La visión de una sociedad iraquí pastoril, compuesta esencialmente por campesinos nómades que resisten con palos a los helicópteros Apache, será muy emotiva, pero es falsa, como ya se explicó en El Aromo de marzo último. La idea de que las divisiones que separan a la población tienen su origen en la religión, también. Sobre este punto queremos concentrarnos en este artículo.
El Islamismo como factor político
El Islam nació en la cultura de los centros comerciales de la Península Arábiga allá por el siglo VII dc. Sin embargo, del tipo de sociedad que vió nacer el cisma religioso entre shiítas y sunitas (año 632 DC), ya no queda nada. Irak es hoy un país capitalista, integrado al resto del mundo a través del comercio internacional, el sistema financiero y las inversiones extranjeras. Su desarrollo económico pasó por todos los ciclos imaginables: colonia británica, enclave petrolero, industrialización sustitutiva de importaciones, nacionalizaciones, reforma agraria, flexibilidad laboral, economía de guerra, deuda externa, privatizaciones, empobrecimiento de la “clase media”, etc.. Esos procesos dieron por resultado una típica sociedad capitalista de desarrollo intermedio, con mayoría de población urbana y con una incorporación masiva de la mujer al mundo del trabajo fabril y al comercio, producto de, entre otras cosas, la conscripción de casi 1 millón de varones para la guerra con Irán. Las últimas transformaciones económicas asimilan aún más la historia iraquí a la de cualquier capitalismo de desarrollo intermedio: la deuda externa creció de 2 mil millones de dolares en 1980, a 80 mil millones en 1988, lo que, en función de dar “garantías” a los inversores extranjeros, inició un boom de privatizaciones (industrias, hospitales, hoteles, cines, restaurantes, distribuidoras de gas y nafta, etc). El panorama nos resultará conocido: aumento enorme del “empleo informal”, empobrecimiento de la clase media, y la formación de una capa de “nuevos ricos”.
La historia religiosa no puede entenderse al margen de estas transformaciones. En los comienzos, los sunitas –más ricos, más laxos, asimilables a los cristianos protestantes– constituyeron la mayoría en el Islam. Los shiítas –pobres, de moral más estricta– crearon su propia liturgia, en la que aceptaban como palabra santa los decretos (fatwa) de sus líderes religiosos (imanes y mullahs). Sólo en el siglo XIX la mayoría tribal iraquí se convirtió al shiísmo. Sin embargo, esa división no impidió que la revuelta anti-colonial de 1920 viera unidos a shiítas y sunitas. Derrotada la rebelión, el colonialismo británico (que duraría hasta 1958) aplicó el “divide y vencerás” al excluir a los shiítas de la administración pública, alimentando las divisiones religiosas. Los sunitas tuvieron libre acceso al Estado, ya sea como empleados, contratistas o militares. La mitología de un país dividido por odios religiosos ancestrales fue creada por el imperialismo inglés, aunque el propio proceso económico se encargaría de borrarlas. Durante los años siguientes, el proceso de concentración de los medios de producción barrió con los pequeños propietarios y con los restos de la conciencia particularista. La pauperización de las masas shiítas del sur, tras la apropiación de la tierra a manos de líderes religiosos tribales, las forzó a migrar hacia Bagdad, integrándose allí con los obreros shiítas, para convertirse en el grupo mayoritario del proletariado. Estos buscaron primero el asistencialismo estatal y luego, a mediados de los ‘40, fueron atraídos por la ideología igualitaria de una nueva fuerza política: el Partido Comunista de Irak. A fines de la década del ‘50, la antinomia política ya no era shiítas-sunitas, sino entre el PCI y el partido Baath –del cual emergería Saddam Hussein. La pavorosa represión posterior al golpe de Estado de 1963 (en complicidad con la CIA), la prohibición de los sindicatos, y los propios errores del PCI, volvieron atrás el reloj de las antinomias políticas, pero no pueden recrear la mitología religiosa. Aunque hoy en día, tanto shiítas como sunitas están divididos entre sí en múltiples sectas, más que un problema de teología medieval, lo que divide a la sociedad iraquí son los antagonismos de clase, transversales a ambas feligresías. Mirando bajo la superficie, se descubre que la religión no es el elemento que separa opciones políticas: hay shiítas colaboracionistas, y sunitas integrantes de la Resistencia. Una religión común no alcanza para que tomen una posición común ante la invasión militar. No es posible explicar la dinámica de la sociedad iraquí mediante las categorías de “shiítas” y “sunitas”. Es necesario bucear con más detenimiento en la historia política iraquí. En próximas entregas en El Aromo iremos desarrollando estos puntos, en especial, la historia del Partido Comunista, del partido Baath y la relación de Sadam Hussein con los EE.UU..