No nos llaman “academicistas” los obreros del SITRAIC, los docentes de los SUTEBAs recuperados, donde dimos cursos, las enfermeras del Centro Gallego o los costureros. Todos compañeros que nos convocaron, con quienes trabajamos y a cuya disposición ponemos el conocimiento que creamos.
Marina Kabat
Razón y Revolución
Es una de las chicanas más comunes, sino la más escuchada. Nunca falta en ninguna discusión: “Ustedes son academicistas”. En 2008, Altamira tampoco no se privó de caer en la misma acusación.1 Según el dirigente del PO, nuestras posiciones serían objetables porque Eduardo Sartelli es un docente universitario. RyR jamás trataría de hacer valer credenciales académicas en una discusión científico-política. Pero lo inverso también es erróneo. Un argumento no vale más por el lugar que ocupe cada uno en el sistema académico, pero tampoco menos.
Barbaridades como las que escribió Altamira fueron luego festejadas en la web y se escuchan por todos lados porque la izquierda no entiende el verdadero problema. Entonces, confunde un intelectual con un academicista. A lo que se agrega el profundo prejuicio anti-intelectual del trotskismo argentino, formado a la sombra del peronismo y heredero de sus peores vicios. Enfrentar libros y alpargatas es la expresión más pura del macartismo peronista.
La Academia
Bajo el capitalismo, en especial en la Argentina donde la obtención de puestos en universidades y organismos de ciencia y técnica (CyT) se proclama “democrático” y “plural”, la Academia constituye un mecanismo informal de selección ideológica del personal. Es decir, implica una serie de normas, relaciones sociales y prácticas que aseguran que los cargos científicos sean ocupados por intelectuales burgueses y, a su vez, neutralizan el potencial disruptivo de individuos aislados que, pese a tener otra perspectiva política, sortean estos filtros.
En realidad, el gobierno de las universidades y de los organismos de CyT no es democrático ni plural. Personas con ciertos cargos tienen una gran capacidad de decisión frente a otras (en la cima de la pirámide están los jefes de cátedra y los investigadores superiores del CONICET). Este poder permite llamar concursos, designar jurados, evaluar qué se publica o qué proyecto se financia. Esto favorece la formación de camarillas y relaciones clientelares: los eslabones más débiles (becarios/adscriptos) son protegidos por sus superiores a cambio de fidelidad ideológica y vasallaje académico. Citar al mentor, venga o no venga al caso, es uno de los actos de “homenaje” más comunes, mucho menos inocente de lo que se cree.
Es un ámbito signado por la extrema precariedad laboral. La continuidad del empleo, aun entre quienes tienen más estabilidad, está supeditada a aprobar regularmente concursos e informes que no se sabe quiénes ni con qué criterio evaluarán. La “sensatez” manda no hacer enemigos. Para ello conviene no discutir las opiniones ajenas. La controversia puede costar cara. Por eso, nadie se pelea con nadie. La misma regla fomenta las relaciones por conveniencia. Así como los adolescentes intercambian like por like en Instagram, los investigadores truecan cita por cita, publicación por publicación, invitación a congreso por invitación a congreso. Me citas, te cito; me publicás, te publico… Lo del “referato externo” es, en muchos casos, pura formalidad (por no decir puro verso). Todo en un espiral sin fin: más viajes, más relaciones (nada como un amigo extranjero), más publicaciones, más evaluadores que simpaticen y así sucesivamente…
Todo esto lleva tiempo y la investigación se rezaga. Pero no es demasiado problema, porque la moda académica apunta a lo micro: el “fin de los grandes relatos” impuso estudios acotados, lo local, lo subjetivo. Un par de entrevistas, mucha cita posmoderna y marcha un paper. Papers y no libros. O, a lo sumo, uno de vez en cuando (más probablemente una compilación) por nostalgia de lo impreso y para mostrarle algo a la familia.
La construcción de una dirección
Contrariamente a lo que dicen las chicanas que también nos tildan de pequeño burgueses, el origen de los miembros de la dirección de RyR es en gran medida proletario, tanto o más que la dirección de otros partidos de izquierda. Por ende, nos vimos en la necesidad de plantearnos el problema de sostener a nuestros militantes. Construir un partido requiere de políticos profesionales. Gente que, al decir de Lenin, no dedique solo sus tardes libres, sino toda su vida a la revolución.
Decidimos obtener recursos del Estado por la vía de insertarnos en puestos universitarios o de CyT. Todos los partidos proletarios han tenido este problema. La solución depende de las posibilidades a mano. Ni Marx, Lenin o Rosa Luxemburgo fueron empleados universitarios, simplemente porque esta posibilidad no estaba disponible para ellos. Que no hemos sido tan originales lo prueba que la mayoría de los partidos de izquierda tienen varios de sus cuadros dirigentes trabajando en las universidades: Chipi Castillo del PTS; Marcelo Ramal y, en su momento, Pablo Rieznik en el PO o José Castillo, de IS.
“Esta historia habla de ti…”
El problema no es tener becarios o docentes universitarios, sino qué hacer con ellos. Los miembros de RyR que tenemos cargos en universidades y organismos de CyT somos intelectuales revolucionarios que trabajamos en una investigación colectiva supeditada a las necesidades programáticas de la construcción partidaria. Es decir, guiamos nuestro trabajo intelectual por nuestras necesidades políticas. Cada tesis es un capítulo de nuestro programa. Cualquiera puede constatar la coherencia programática de nuestras investigaciones. Frente al individualismo de la Academia, oponemos el trabajo colectivo de una organización consciente de que es necesario conocer la realidad para transformarla.
RyR no reproduce ninguna práctica academicista. No citamos por citar a nadie. No somos chupamedias. No dejamos de citar a nadie porque esté mal visto. No conciliamos con la ideología burguesani nos plegamos al macartismo ambiente. Se podrá decir cualquier cosa de RyR, pero nadie nos podrá negar nuestro espíritu polémico.2 Tampoco evadimos la confrontación resguardándonos en un nicho izquierdista, típico de becario de izquierda. Estudiar Historia de Rusia o de la izquierda parece la mejor forma de no morder la mano que da de comer y, a su vez, conservar la dignidad (o, más bien, aparentar hacerlo). Pero el toro se toma por las astas. En la universidad se produce conocimiento y se construyen intelectuales que podemos ganar para nuestra causa, pero solo si nos decidimos a dar un combate frontal con quienes manejan la Academia, en lugar de recluirnos en pequeños cursos para marxistas a los que asisten los iniciados.
Aunque cumplimos con la cuota de artículos (“papers”) que nos exige el sistema, priorizamos los libros y, (¡herejía!) los dirigimos a un gran público. Peor aún, los publicamos por nuestra propia editorial, para que salgan baratos y la gente los lea, en lugar de hacer currículum publicando en respetables editoriales académicas, inaccesibles al bolsillo popular.
Conseguimos lo que conseguimos a costa de esfuerzo militante y por prepotencia de trabajo. No perdemos tiempo en viajecitos a Europa o en diplomacia académica. Las posiciones que ganamos, que aseguran la subsistencia material de cuadros de la organización, las obtuvimos sin ceder un ápice a los cuadros del enemigo. Por ello, hemos enfrentado despidos y discriminación. El dictamen por el cual nuestro compañero, Fabián Harari, fue despedido del CONICET es todo un ejemplo de lo que decimos y hacemos:
“Si bien éstos [sus trabajos] parten de un buen conocimiento de la literatura y exhiben trabajo de investigación con fuentes primarias, tienen un tono excesivamente polémico y militante ajeno a las reglas del arte.”3
No hay otro partido de izquierda que haya soportado en este ámbito la discriminación ideológica que hemos enfrentado nosotros. Esto, pese a que tanto el PO como el PTS tienen decenas de profesores universitarios y becarios de Conicet que, hoy por hoy, poseen un peso desproporcionado en su partido. Ocurre que sus líneas de pensamiento historiográfico repiten a Halperín Donghi y que en el mundo intelectual tienen una política completamente burguesa, perfectamente adaptada a las “reglas del arte”. Política que se complementa bien con un sindicalismo puro, tanto en docentes como estudiantes. Nótese que uno de los intelectuales que apoyó el ajuste en CONICET y la censura a nuestro compañero, Pablo Alabarces, fue la cara “cultural” de la campaña del FIT. Si eso no es academicismo…
Si en algún momento hubo algunos entre nuestras filas más proclives a seguir el canto de sirenas académico ya hace tiempo se fueron, molestos de que le pidiéramos que justificaran la necesidad de un viaje de estudios, de que confrontáramos su dilación de plazos de trabajo con las urgencias de los tiempos políticos o preocupados porque la etapa inicial de construcción teórica se agotaba y RyR debía asumir nuevas tareas. Curiosamente, esas personas que buscaban la conciliación con el enemigo a cambio de favores y que, por ello, no pudieron mantenerse en la organización, fueron recibidas con los brazos abiertos por quienes hoy nos acusan de academicistas. Esos partidos les dieron una bienvenida sin pedirles nunca ninguna explicación–como no las han pedido nunca a sus docentes y becarios- respecto a qué escriben, a quién citan, o si pasan la mitad del año de gira europea en lugar de construir un partido. Mientras se enrolen o secunden a la naranja en JCP o AGD, está todo bien…
Las cosas hay que tomarlas como de quienes vienen. No nos llaman “academicistas” los obreros del SITRAIC, los docentes de los SUTEBAs recuperados, donde dimos cursos, las enfermeras del Centro Gallego o los costureros. Todos compañeros que nos convocaron, con quienes trabajamos y a cuya disposición ponemos el conocimiento que creamos. No, ellos saben apreciar lo que tenemos para dar. Quienes nos señalan con el dedo son la estudiantina y los becarios/investigadores CONICET del trotskismo. Los primeros, porque que solo quieren hablar de fotocopias y no de política universitaria y programas de estudios. Los segundos, porque les molesta nuestra preocupación por confrontar con las camarillas y arruinarles sus acuerdos y negociados. Es decir, se nos tacha de “academicistas” por combatir la Academia en lugar de ignorarla y dejarla en paz.
Véase cómo, el año pasado, el PO se opuso a armar una lista en graduados que pudiera desbancar la camarilla moderna en la carrera de Historia.4 Nos chicanean docentes del PO que, en 2002, cuando la UJS impulsaba la elección en asamblea de las autoridades de la Facultad de Ciencias Sociales, votaron en su contra (sí, docentes contra sus estudiantes). Otra vez, para no arruinar sus negocios.
Es evidente que mienten al llamarnos “academicistas”. Esos fantasmas son exclusivamente suyos. Y harían bien en revisarlos.
Notas
1Prensa Obrera, 16/10/2008, disponible en: goo.gl/7AZdkF y respuesta de Sartelli del 26/10/2008 en: goo.gl/JltE5v
2No es esta la forma de comportarse de los investigadores del PO. Ver Kabat, Marina: “Academicismo trotskista”, en El Aromo, nº 81, noviembre-diciembre de 2014, disponible en: goo.gl/6ESMTB
3Clarin, 27/12/2011, disponible en: goo.gl/B6fnbu.
4Ver nuestro balance en: goo.gl/lyLR45