¿Qué es una historia realista? La que desvela la compleja causalidad de las relaciones sociales. Rechaza, por lo tanto, el empirismo ingenuo y lo desenmascara como instrumento de confusión e ignorancia. La ignorancia como se sabe, es una de las pocas armas que sólo lastima a quien la posee.
¿Qué es una historia realista? La que “denuncia las ideas dominantes como las ideas de la clase dominante”. Es decir, que desmonta estructuras ideológicas para mostrar el carácter políticamente intencionado de la producción que se autodefine por la virginidad académica. La academia es, se sabe ya también, el recinto donde sólo son vírgenes quienes no han entrado.
¿Qué es una historia realista? La que escribe “desde el punto de vista de la clase que tiene en su poder las soluciones más amplias a las dificultades más urgentes en las que se debate la sociedad humana”. Entonces, la política ordena la investigación. Y no desde el éter. Nunca desde fuera. Siempre desde dentro. Y allí, desde la clase obrera, desde el socialismo, la solución más amplia a las dificultades más urgentes.
En Razón y Revolución tomamos desde el inicio estas premisas. Y ahora, luego de varios cambios en el colectivo que la edita, intentamos dar, con este tan trabajoso segundo número, un ejemplo de lo que podría ir conformando una mirada diferente sobre la realidad social pasada y presente, Que este último es el eje de los desvelos de un historiador, que, aún más, es el futuro lo que nos preocupa, no debería asombrar a nadie. Que haya quienes se asombren a pesar de todo, es una prueba de lo alejado de la realidad que está el “homo academicus”, subespecie “historiador”.
Sin embargo, decir es más sencillo que hacer. Y lo que aquí ofrecemos no es una muestra acabada y perfecta de lo que es necesario hacer. Es un comienzo, un intento en el que estamos dispuestos a persistir, convencidos de la necesidad de transformar la tarea del historiador en un arma para la lucha de clases. Y en ella, sabemos de qué lado debemos estar.