“En esta exposición hay obras que pueden herir la sensibilidad religiosa o moral del visitante. Es su decisión ingresar a la misma.”
Por Nancy Sartelli
Grupo de Investigación del Arte en
Argentina – CEICS
El 1º de diciembre, el Centro Cultural Recoleta se encontró vallado y con custodia policial, a imagen y semejanza de la Casa Rosada o el Congreso desde el Argentinazo para acá. Este aviso, como forma de prevención, fue colocado por orden del secretario de Cultura porteño, Gustavo López, ante la muestra en cuestión: una retrospectiva de unas 400 obras testimoniando más de 50 años de trabajo de León Ferrari.
Ferrari comenzó a trabajar en la década del ’50 con esculturas abstractas. En 1965, el impacto de la guerra de Vietnam, llevada a cabo en nombre de la civilización occidental y cristiana, lo llevó a tomar partido por un arte de tipo conceptual que la denuncie como responsable de las masacres, torturas y represiones que se han perpetrado a lo largo de la historia. Es así como, en 1966, en la muestra Homenaje a Vietnam (organizada por el sector del Di Tella que protagonizaría Tucumán Arde en 1968) presentó la obra luego censurada La civilización occidental y cristiana, objeto en donde un avión caza desplaza la tradicional cruz
de madera soportando al Cristo, transformándolo a éste de víctima en victimario, colgando en vertical del techo al piso. Obra que fue vuelta a exponer en el MALBA, para cuando los atentados del 11 de setiembre de 2001 contra las Torres Gemelas.
En 1967 participó de la muestra en homenaje a Latinoamérica, siendo ésta un homenaje al Che Guevara. En 1968 participó del colectivo Tucumán Arde, así como en el ’69 junto a Luis Felipe Noé y Ricardo Carpani, organizó Malvenido Rockefeller. En 1972, también junto a Carpani y Noé, participó de Experiencias visuales, donde presentaba una hoja en blanco, a modo de calendario de la Casa Rosada, en la que se anota rían las denuncias de tortura y violación de los derechos humanos, pero la obra no fue aceptada.
En 1976, dadas las presiones a su hijo montonero -luego desaparecido- se va del país y en Brasil desarrolla su obra abstracta ya de modo profesional. Regresa al país en 1982, nuevamente con el tema del arte significante: collages sobre la religión. Ilustra el libro Nunca Más, participa del Foro de Buenos Aires por los Derechos Humanos y en el Movimiento contra la Represión y la Tortura.
A partir de 1984 delimitó claramente dos tipos de arte dentro de su obra: caligrafías y objetos. Por un lado sus “caligrafías”, en donde la letra escrita se vuelve forma y tema de la obra, conformarían una expresión subjetiva, “intimista” por parte del artista, sin intenciones de mensaje explícito. Por otro, sus obras de carácter político expreso son aquellos “objetos de operación simbólica” a la manera dadaísta, en donde elementos de distinta funcionalidad construyen un nuevo mensaje al yuxtaponerse, paradójicamente, sus distintas funciones originales. Ferrari utiliza este lenguaje desde la década del ’60, como un medio de crítica explícita a lo que postula como el origen de los males de este mundo: la ya citada civilización occidental y cristiana. En una entrevista realizada por El Aromo (2/6/04) nos aclaraba: “el objetivo principal no es la Iglesia, sino la religión y con ella la represión, la intolerancia, la violación de los derechos humanos. Hay quienes plantean que la religión es buena, pero la Iglesia la deforma.
Criticar a la Iglesia en primer término sería apoyar la religión que la subyace”. Ferrari denuncia al arte y sus más gloriosos exponentes -Miguel Ángel, El Bosco, Cranach, Rafael, Giotto, Leonardo- como cómplices necesarios del poder, avalando con su obra la represión, la tortura y la misoginia sostenidos históricamente por el cristianismo. Así van desfilando, irónicamente, santos fritos en sartenes y microondas como contraposición de los infiernos bíblicos, frascos con la imagen del papa rodeado de preservativos o masturbándose ante la confesión de la cantante Madonna (valga la ironía a Rafael y sus delicadas vírgenes). Gallinas y palomas, que con su inocente animalidad llenan de excrementos las obras de Miguel Ángel, parecieran erigirse ahora en las únicas “artistas” capaces de hacer verdadera justicia a través de su “opinión” pura y contundente. Mensajes del público, insultos y condenas expresadas en distintas muestras, ahora vueltas a poner ya como obra en sí, como “autocensura” del artista que logra con esto la consumación del mayor éxito esperado de la obra: la reacción.
El avión caza con el Cristo amenazante ejemplifica dos momentos de una obra que cuestiona un supuesto ideológico universal, pero logra su máxima potencia al fusionarse al devenir de la historia. Ayer, como denuncia del imperialismo, hoy como mecanismo de propaganda del progresismo kirchnerista. Su contenido, otrora dirigido contra la potencia capitalista dominante, se debilita al herir la sensibilidad de los católicos pero no al capitalismo como sistema. La Iglesia intentó por todos los medios clausurar la muestra, generando la oposición del Gobierno de la Ciudad, que salió a defenderla en la figura del Secretario de Cultura Gustavo López. Gracias a Ferrari, saca chapa de “progre” una vez más. El mismo gobierno de Kirchner que, según Ferrari en la entrevista citada, “está haciendo muchas cosas”, es el que conduce la restauración capitalista tras la crisis del Argentinazo. Es el mismo gobierno que entrega la ESMA a los organismos de derechos humanos el que ha desplazado los nuevos infiernos al espejis mo de la “política de la memoria”. Paladín de la libertad de expresión, ese gobierno al cual defiende Ferrari, despliega la represión y la tortura, por cierto que de un modo menos artístico, en Caleta Olivia, en Plaza de Mayo, y en todo lugar donde la clase obrera resiste al orden capitalista. Es una pena que Ferrari se sume, inconscientemente suponemos, a la censura que ejercen todos los medios de comunicación sobre esta realidad, invirtiendo sus posiciones políticas de los años ’70 y avalando a un gobierno que envía tropas a Haití y hace buenos tratos con el asesino del pueblo iraquí. Un avión caza con un pingüino en cruz habría sido algo verdaderamente provocativo.