Pegue más fuerte, Gutiérrez…

en Educación/El Aromo nº 48

causas-de-la-violencia-escolar-300x244Violencia en las escuelas y el cuestionamiento de la autoridad docente

 Natalia Alvarez Prieto
Grupo de investigación de Educación Argentina-CEICS

 La violencia escolar es un fenómeno que atraviesa profundamente a la  educación. Sufrida por los docentes en carne propia, desde el Ministerio  de Educación nos proponen una “aceptación creativa”.
Desde el asesinato de un alumno por parte de un compañero en una  escuela de Rafael Calzada en el año 2000 (el caso de “Pantriste”), hasta la  muerte de un estudiante en una escuela de Villa Gesell, el año pasado, han mediado numerosos episodios violentos en el espacio escolar. Sucesos que se anunciaban como una “tragedia” o como “casos excepcionales” comenzaron a dar pruebas de su carácter sistemático. En un primer momento, las explicaciones giraron en torno a cuestiones personales: cansado de las burlas, “Pantriste” habría reaccionado y Marilyn Manson habría sido el responsable de que “Junior” desate la masacre de Carmen de Patagones en el 2004.
Las distintas disciplinas comenzaran a interrogarse a partir de la difusión en el 2008 de un video que mostraba a alumnos del Comercial nº 19 de Caballito amenazando de muerte a su docente y burlándose de ella.1 Días más tarde, un nuevo video mostraba a alumnos quemándole el pelo a otra docente. Esto dio origen a diversos debates sobre la “crisis de autoridad” docente. No extraña que bajo ese clima, El monitor de la educación, la revista del Ministerio de Educación nacional, haya consagrado el dossier del primer número, que circula durante el ciclo lectivo 2009, a este problema.2 El diagnóstico que allí se encuentra es disparatado y las propuestas que se desprenden son verdaderamente indignantes.

A la deriva: de la crisis al cuestionamiento

El eje de análisis de El Monitor es “el cuestionamiento de la autoridad docente”. El ministro Tedesco nos llama a “construir la autoridad”. Desde una perspectiva romántica, apela a los docentes. La crisis se revertiría si los estos dominaran los contenidos, incorporaran técnicas pedagógicas para las edades de cada uno de los alumnos, conocieran los contextos donde viven sus estudiantes y aprendieran a escucharlos. En sus palabras, “nuestra tarea obliga a una implicancia personal muy intensa”. Para que no supongamos que las víctimas pasan a ser victimarios, nos aclara que las instituciones deben acompañar en forma coherente ese esfuerzo individual para garantizar una nueva construcción cultural. Con esa forma de razonar debemos suponer que la agresión a los docentes constituye un acto de justicia: el alumno castiga al docente que no le transmite conocimientos ni lo escucha. La ignorancia crearía sus propios verdugos. Ese eje del problema no da cuenta de la violencia entre pares. ¿Debemos suponer que cuando un estudiante asesina a un compañero la causa es la falta de manejo de contenidos del docente?
Otro tipo de explicaciones apelan a la historia reciente. Un supuesto que subyace en la argumentación es la idea de relación. La autoridad sería una relación construida a partir de la interacción entre dos polos implicados -sujeto y objeto de autoridad- situados en un plano de igualdad. En tanto relación, es pasible de construirse y deconstruirse cotidianamente. Así, el cuestionamiento podría tener un carácter positivo como la crítica anti-autoritaria de los años ‘60 y ‘70. Desde la perspectiva de Dussell y Southwell, este proceso resultaba de una ciudadanía que se sabía portadora de derechos. Tampoco habría que olvidar el impacto de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías: radio y televisión “rompieron con las jerarquías en el hogar” al crear sujetos igualmente consumidores. Los años de plomo también habrían dejado su legado.3 En tanto que la autoridad sería un péndulo que fluctúa entre dos posiciones, la dictadura habría reforzado a ultranza el componente de fuerza o imposición. En el otro extremo, la reapertura de la democracia habría colocado a la autoridad en el lugar de aquello que había que eliminar para garantizar una sociedad más democrática. Ese comprensible proceso se habría agravado por el deterioro material y simbólico de lo público, la banalización de las figuras de autoridad y el descrédito de las instituciones bajo el menemismo. Entre un polo y otro, la tarea de actual sería “pensar y construir modos de convivencia” donde se habilite al otro y se asuman pluralmente responsabilidades.
Por su parte, María Aleu sostiene que no se trata de que los jóvenes desconozcan a la autoridad como tal, sino que “reconocen e identifican el sistema de normas a través de la transgresión”. En esa relación, los rasgos de la personalidad docente -innatos y espontáneos- serían claves al momento de establecer un vínculo de autoridad basado en la reciprocidad, es decir lo que se conoce como “keeling”.
Algo similar nos propone Perla Zelmanovich, quien supone que la autoridad docente debe fundarse en la “estructura deseante del sujeto”. Así, nos llama a imitar el ejemplo de una profesora que supone haber revertido el fracaso escolar de una alumna que se llevó todas las materias por haberle hecho realizar una monografía sobre la cantante que admiraba. Tal como podemos ver, las perspectivas reseñadas parten anunciando una crisis de autoridad. Pero rápidamente caemos en que se trataría más bien de un “cuestionamiento” y éste no resultaría tan grave.

“Adonde quiera que vayas trabajarás para mí”

De todas las perspectivas reseñadas, especial atención merece la del antropólogo Gabriel Noel. Según el autor, la crisis de autoridad devendría de la ausencia de consenso en la relación alumno-docente. Así, la cotidianeidad escolar adquiriría un carácter conflictivo y violento. Una de las causas radicaría en los cambios en la “clientela escolar”. Esos nuevos sectores no compartirían los cánones tradicionales sobre autoridad y, por ello, no portarían el consenso necesario que requeriría la relación. Su explicación roza lo insólito. Refiriéndose a la “impugnación posicional” de la autoridad, establece que:

“La regla entre los alumnos de barrios populares, pertenecientes a familias cuyo acceso a la institución escolar es reciente, parece ser que las jurisdicciones de autoridad sean estrechas y estén fuertemente personalizadas (…) Consecuentemente, el reconocimiento de autoridad se limitará siempre a niveles relativamente bajos de abstracción.”

Desde la perspectiva del autor, como los obreros más empobrecidos no pueden pensar en términos abstractos, no pueden construir un vínculo de consentimiento. Traducido en buen criollo: los pobres, los negros, son salvajes…
Noel, quien no deja sus prejuicios de lado, olvida que para la clase obrera la autoridad es concreta y abstracta a la vez. Es una de las experiencias más inmediatas para quienes la reproducción de sus condiciones materiales de existencia se cimientan en relaciones sociales de explotación: para vivir, el obrero debe enfrentarse a una autoridad determinada. Esa necesidad lo expone a un alto nivel de abstracción: el burgués se le opone en tanto clase, por ello la noción de autoridad también es abstracta. A su vez, el consenso se basa en una coerción previa, aspecto que su explicación desdeña.
Asimismo, resulta deficitaria la interpretación que supone la existencia de autoridades como producto de la espontánea y voluntaria relación entre sujetos. La autoridad no se asienta sobre voluntades, más bien es el resultado de la imposición sobre otras voluntades. Su fundamento último no es el “querer” sino la desigual apropiación de los recursos materiales en las sociedades de clase. Como hemos dicho, el consenso es un presupuesto de la relación pero no su fundamento. Invertir los términos implica caer en una mirada, por lo menos, miope.

Los límites del localismo y del moderno sacerdocio

Tal como podemos ver, los intelectuales del gobierno no explican el fenómeno como producto de una crisis social más general. Por eso, una y otra vez, las causas operantes y las soluciones propuestas se circunscriben siempre al ámbito escolar y giran en torno al vínculo docente-alumno: con recuperar la capacidad de mando, estaría todo solucionado. Un poder que debería actuar en forma democrática, interpretando aquello que el alumno deseante espera fundándose, además, en el conocimiento moderno. Después de todo, los docentes son los depositarios de un capital cultural que deben transmitir. Así, la solución de la crisis procede a reeditar una versión posmoderna del docente como apóstol: si el sujeto deseante le quema la cabeza a su maestro éste debe utilizar la situación para enseñar los principios físico-químicos de la combustión y, llegado el caso, de las modernas teorías atómicas. Se debe comprender que los alumnos en esa etapa son transgresores. Porque, después de todo, si la personalidad del docente tiene “keeling” podrá transmitir los conocimientos. Así, el dossier termina aclamando en forma voluntarista que si el docente quiere, puede. Debe adaptarse a la miseria de las relaciones humanas y su propia situación. Es decir, debe gozar con su miseria…
Sin embargo, la “crisis de la autoridad docente” sólo es una de las formas en las que se manifiesta la violencia. Ésta atraviesa a la escuela en su conjunto. Chicos que asisten armados al colegio, grescas entre compañeros, amenazas, distintas formas de discriminación, abusos sexuales y peleas entre alumnos que empiezan con papelitos y terminan a puñaladas. Sólo en el 2008 se cuentan una treintena de casos que trascendieron a los medios nacionales y de a miles si hiciéremos la cuenta en cada una de las aulas. Ello, sin considerar como parte del problema las condiciones de estudio: hacinamiento, deterioro del espacio físico, etc. La escuela es violenta porque la sociedad lo es. Refleja, así, el proceso de descomposición social. Ante la pérdida de horizontes que provoca el capitalismo y los niveles alarmantes de pauperismo consolidado, los jóvenes conforman las capas más frágiles y resultan más proclives al ingreso en redes de delincuencia, drogadicción u otras formas de descomposición personal y social. Suponer que el problema puede saldarse puertas adentro de la escuela es culpar a la víctima de su situación. Los docentes son sometidos a condiciones laborales cuya insalubridad crece cada día. Cotidianamente, ponen en riesgo su integridad física y moral en las aulas. Cuando el gobierno responsabiliza a los docentes, actúa como cualquier patronal y se desentiende de su verdadera responsabilidad con el problema: la miseria creciente y la degradación de la educación pública. Cuando les pide que se adapten “creativamente”, está diciendo, lisa y llanamente, que nada va a cambiar.

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1Clarín, 02/07/2008.
2 El monitor de la educación, nº 20, marzo de 2009.
3“Breves notas sobre nuestra historia reciente”, esta es la posición que asume María Paula Pierella en el dossier.

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