¿Partido o facción? – Por Santiago Rossi

en El Aromo nº 82

Lavalle-2_BYNReseña de Unitarios: Historia de la facción política que diseñó de la argentina moderna, Sudamericana, 2014, de Ignacio Zubizarreta

La historiografía académica gusta en presentar a los revolucionarios del siglo XIX como meros oportunistas y arribistas que se volcaron a la política motivados solamente por intereses egoístas. Los unitarios no quedan exentos de esta visión, a pesar de que los datos más elementales en torno a este problema dan cuenta de todo lo contrario.

Por Santiago Rossi (Grupo de Investigación sobre la Revolución de Mayo-CEICS)

El libro sobre el que hablaremos es un producto de las últimas investigaciones en torno al estudio de las organizaciones políticas de la primera mitad del siglo XIX, el cual toma como objeto de análisis específico al unitarismo argentino, objeto que había sido dejado de lado por los historiadores hasta el momento. Ignacio Zubizarreta, egresado de la Universidad de Tres de Febrero, realizó su tesis doctoral en torno a este agrupamiento en la Universidad de Berlín, hoy en día es docente de la UBA, y pertenece al Instituto Ravignani. Representa, como vemos, la versión oficial sobre los unitarios. Veamos lo que propone.

¿Una política vacía?

La obra en cuestión proporciona información que enriquece el conocimiento respecto a las etapas que atravesó la organización, los principales personajes, las distintas medidas, así como el papel jugado por los intelectuales y los militares en la organización, y su relación con los hacendados, comerciantes, e incluso con los peones rurales.

No obstante, el autor no puede dar una explicación seria sobre eso que está estudiando. Su propuesta es que el unitarismo constituye una facción y no un partido. Nos dice que “los elementos que se toman comúnmente para clasificar y estudiar a los partidos orgánicos […] su base social, la orientación ideológica, y la estructura organizativa” no servirían para definir a esta agrupación ya que la misma no se erigiría con el objetivo de “representar a determinada franja social”, no seguirían “pautas ideológicas del todo definidas”, ni gozarían de una “estructura organizativa específica”. (p. 12) Dejando de lado la excesiva superficialidad de la clasificación de la sociedad en “franjas sociales”, un partido no necesariamente debe estar compuesto por una sola clase, ni representar exclusivamente sus intereses. Puede incorporar intereses (siempre secundarios) de otras. Con respecto a la “facción”, para el autor sería una “forma de organización o institución -no siempre constituida plenamente- que nuclea a una serie de ‘actores’, dirigidos por líderes, quienes acuerdan una participación colectiva, ya sea para alzarse con el poder o para evitar ser desplazados de éste”.1 Ahora bien, ¿esto en qué la diferencia de un partido? El autor no puede precisar los conceptos que utiliza.

En términos estrictos, una facción da prioridad a la disputa nominal, es decir, personal o administrativa, en ausencia o en reemplazo de un combate de carácter programático o estratégico. Mientras la facción privilegia un espíritu acotado a intereses individuales o de pequeños grupos, el partido desarrolla un espíritu social e histórico, con el objetivo de organizar y dirigir al conjunto.

Según Zubizarreta, las prácticas políticas que unitarios y federales habrían llevado adelante definieron el sistema político a partir de lo que él llama “faccionalismo”: “la imposibilidad de las partes que constituyen el cuerpo político de lograr acuerdos creíbles en el tiempo a través de mediaciones o arreglos, de establecer puentes y de aceptar la posibilidad de no formar parte del poder sin intentar batir al que lo detenta.” (p. 201) Una explicación psicológica del desarrollo del conflicto social.

La fuerza de los hechos

El trabajo se desentiende del primer problema que debería abordar: la existencia o no de una base social específica de los unitarios. Simplemente, se da por hecho que no existe una relación orgánica entre su actividad política y los grupos sociales que la conformaban o con los que pretendía representar. Si apelan a determinado “grupo social”, sería solo para “legitimarse”. En este sentido, a pesar de haber realizado un relevamiento exhaustivo de más de 500 unitarios, solo se nos dice que entre los unitarios había “ricos”, “propietarios”, “letrados”, “militares”, incluso se señala que había “hacendados” y “comerciantes” entre sus filas. Es decir, se apela a categorías fenomenológicas y ocupacionales, pero no se avanza hacia una caracterización social, lo que no sería difícil, dada esa descripción.

En torno a la falta de una estructura organizativa, el autor confunde la forma con el contenido. El hecho de que no exista un “estatuto unitario” no implica que ésta organización no sea un partido. A ciencia cierta, un partido no se define por la existencia o ausencia de criterios formales de organización (eso, en todo caso, nos habla de su eficacia), sino por un programa político determinado, lo que le da ese carácter, aun cuando se disponga de una cantidad de militantes muy escasa o muy cambiante. En ese sentido, el mismo autor otorga, a pesar suyo, elementos que permiten dar cuenta de la existencia de un programa.

En primer lugar, nos dice que las reformas realizadas por Bernardino Rivadavia como Ministro de Gobierno de Martín Rodríguez en la provincia de Buenos Aires llevaron poco a poco al “grupo ministerial” a “identificarse con un proyecto político más definido cuando se comenzaron a debatir en la Sala de Representantes las medidas modernizadoras” (p. 19).

En el contexto del Congreso Constituyente de 1826-1828, es donde se daría lugar al nacimiento de las “facciones” según el autor. Para él, las leyes o medidas que se derivaron del mismo no habrían hecho más que “agudizar la conflictividad política”, delineando la dinámica facciosa (p. 54). No obstante, el mismo Zubizzareta nos dice que “al margen de las rivalidades personales, existían posturas doctrinarias”: mientras que los unitarios pretendían un “régimen centralizado”, defendían la autoridad del Congreso para funcionar como poder Legislativo, aprobaban la “legitimidad de los representantes para actuar en base a criterios propios” y la “potestad del Ejecutivo para impartir órdenes a nivel nacional”; la oposición , por el contrario, buscaba un sistema de gobierno “federalista”, entendía el Congreso como una “mera asamblea” destinada a redactar una Constitución y, además, defendía el “mandato imperativo” de las provincias sobre sus representante y la necesidad de un “aval provisorio de las provincias para aceptar las prerrogativas del Ejecutivo” (p. 60-61). En consecuencia, vemos la existencia de dos propuestas bien diferenciadas en torno al problema de cómo debía llevarse a cabo la organización nacional.

En la práctica, además, se llevó a cabo la aplicación de distintas medidas muy importantes como la creación de un Ejército Nacional (para hacer frente la guerra con Brasil), la Ley de Enfiteusis (la cual transformaba el conjunto de la tierra a nivel nacional en propiedad pública), y la Ley de Capitalización (medida que pretendía recortar la ciudad de Buenos Aires del resto de la provincia para dotar al Estado-Nación de la renta aduanera proveniente del puerto.) En consecuencia, cuando se rastrea la trayectoria política unitaria, podemos ver delineamientos programáticos bien claros, y medidas que buscaron darle entidad real.

Un proyecto y un fusil

Para Zubizarreta, el fracaso de la experiencia nacional se habría debido a la “falta de consenso” para conseguir los recursos necesarios para sostener las distintas empresas. El autor, preso de la lógica institucional, coloca como consecuencia lo que en realidad es una causa. El déficit fiscal en el que se encontraba el Estado en ese contexto era producto de los incesantes gastos militares, es decir, no había recursos, a pesar de cualquier acuerdo.2

Posteriormente, la caída de la efímera presidencia llevaría a la apertura de los conflictos militares. El desarrollo de la Guerra Civil muestra cómo el programa unitario poseía importantes adherentes en distintas provincias, lo que permitió la conformación de la Liga del Interior para enfrentar a los federales y la Liga del Litoral.

El autor atribuye la derrota militar de la Liga a elementos culturales, debido al conflicto interno que existía en el interior de sus filas entre “porteños” y “provincianos”. La negativa a una coordinación clara debido a este elemento habría impedido la elaboración de una estrategia militar correcta. No obstante, deberíamos preguntarnos si dicho fracaso no se desprende, en realidad, de una incapacidad material para sostener centralizadamente dicha empresa. De hecho, los mismos federales no se pusieron de acuerdo tan fácilmente respecto a la conformación del Pacto Federal y, mucho menos, en torno a la realización de un Congreso General que redactara una Constitución y, sin embargo, triunfaron.3

La adhesión de los gobiernos provinciales a una u otra entente da cuenta de cómo los conflictos políticos no pueden reducirse a la mera disputa facciosa. La guerra es la continuación de la política por otros medios, y como tal, expresaba el enfrentamiento entre unitarios y federales en un nivel superior, del cual sólo uno podía resultar vencedor.

Con la victoria de los federales en la guerra y el ascenso de Rosas al poder, la represión ejercida por la Mazorca, llevarían a reconocidos unitarios al exilio o a la muerte. Si primase el elemento faccioso, el exilio tendría como efecto, por lógica, la disgregación y la disolución total de la organización. Por el contrario, los unitarios intentaron establecer una dirección centralizada desde Montevideo, continuaron con la recolección de fondos, organizaban logias secretas (con un sistema de codificación de la correspondencia muy elaborado), colaboraron financieramente en la conformación de ejércitos y pactaban con otros agrupamientos e incluso con gobiernos, provinciales y nacionales.

Es más, los unitarios que no se exiliaron sufrieron efectivamente una represión muy aguda. Conocido es el caso de Pedro Salvadores quien se pasó nueve años escondido en el sótano de su casa para no ser víctima de la represión rosista.4 Si la lógica facciosa era la predominante, lo esperable sería que frente a la derrota, el grueso de unitarios se volcase al bando vencedor, lo cual, como vemos, no fue así. Muchos preferían huir, vivir encerrados o incluso morir, a pactar con el nuevo régimen.

Conclusión

Como vimos, el autor, al utilizar el concepto de “facción” para el caso de los unitarios, no hace más que negar el propio objeto de estudio. Sistematiza sus miembros y hasta logra reconocer una trayectoria en el tiempo con una gran pluralidad de intervenciones. Pero, al definirlo, lo diluye, quitándole su contenido real. La política, para los historiadores de la academia, es un juego sin sentido, vacío de contenido, que responde a meros intereses individuales. Así todo, según la Historia oficial, dichos intereses derivan en la construcción de un Estado-nación, hipótesis que bordea la irracionalidad. Un Estado brota como expresión de la sociedad existente. Si el unitarismo efectivamente tuvo un programa, incorporó miembros que lo realicen, y llegó al punto tal de defenderlo por la vía de las armas, estamos en presencia de un Partido de carácter burgués cuya composición específica es necesario develar.

Notas

1 Zubizarreta, Ignacio. Los Unitarios: faccionalismo, prácticas, construcción identitaria y vínculos de una agrupación política decimonónica, 1820-1852. Heinz, 2012, p. 64. Todas las citas entre paréntesis corresponden a este texto.

2 Halperín Donghi, Tulio: Guerra y finanzas en los orígenes del estado argentino: 1791-1850, Prometeo Buenos Aires, 2005.

3 Ternavasio, Marcela: Historia de la Argentina: 1806-1852, Siglo Veintiuno Editores, 2009.

4 Borges, Jorge Luis. “Pedro Salvadores”, en Elogio de la Sombra. Buenos Aires: Emecé, 2005.

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