OTRA VUELTA DE TUERCA SOBRE LA LECCIÓN DEL MAESTRO

en Revista RyR n˚ 5

Antes del fin, de Ernesto Sabato (Seix Barral, 1998, 214 p.).
Reseña de Guillermo Parsons.

Y don Ernesto se largó nomás con su testamento literario-político-existencial (tarea en la cual venía trabajando desde hace décadas) y cuyo resultado es este libro, agotado a las 48 horas de haber aparecido y que ya lleva 15 semanas ininterrumpidas al tope de ventas (superando a preclaros escritores y estadistas como Umberto Eco o Pacho O` Donnell, por ej.).

Él mismo se encarga de poner en claro la intención de su opúsculo: «… como uno de esos ancianos de tribu que, acomodados junto al calor de la brasa, rememoran sus antiguos mitos y leyendas, me dispongo a contar algunos acontecimientos, entremezclados, difusos, que han sido parte de tensiones profundas y contradictorias, de una vida llena de equivocaciones, desprolija, caótica, en una desesperada búsqueda de la verdad» (pag 23). Como vemos, toda una declaración de principios y de protagonismo de un rol: el de viejo guía y consejero, que aún a fuerza de tropiezos llegó o intentó arribar a la «verdad» y ahora es su deber enunciarla, o si se quiere, transmitirla (predicarla?).

Esta función de gurú mediático, sabio incuestionable y hasta mártir (como ya veremos), tomó ribetes casi evangélicos, cuando en ocasión de presentar dicho libro, «Hora Clave» reunió una mesa totalmente devota del autor de «El Túnel», en la cual Marcos Aguinis, Magdalena Ruiz Guiñazú y Pino Solanas competían en la profusión de loas al maestro, junto al reportaje que un no menos embelesado Grondona le hacía en su casa de Santos Lugares. La advocación de Sabato como «voz incuestionada» y «conciencia moral de los argentinos» (así se promocionaba su trabajo) ya cuenta con varios años de ejercicio (más luego de su papel en la Conadep alfonsinista). Recordemos, a modo de ejemplo, la distinción honoraria que le otorgó la FUBA en 1995, entre otras. A quienes les interese el tema remitimos al excelente libro de María Pía López y Guillermo Korn (Sabato o la moral de los argentinos) quienes describen minuciosamente el periplo filosófico-político sabatiano de los últimos treinta años y su canonización por cierto sector de la sociedad.

En Antes del fin se vuelven a citar (algunas literalmente) experiencias claves que el autor vivió desde su adolescencia en Rojas, el postrer arribo a la Universidad de La Plata, su paso y ruptura con el PC y la física, hasta su adhesión incondicional a la literatura y la pintura. En cuanto al comunismo, por ejemplo, se afirman cosas sin desarrollar como: «El gran traidor fue ese hombre monstruoso, ex seminarista, que liquidó a todos los que habían hecho verdaderamente la revolución, hasta alcanzar en el extranjero al propio Trotsky, uno de los más brillantes y audaces revolucionarios de la primera hora, asesinado en México por los hachazos stalinistas» (pág 69). Y también un «viejo latiguillo» suyo, nunca enteramente explicitado: “qué diferente habría sido la situación si el socialismo utópico no hubiera sido destruído por el socialismo científico de Marx» (pag 70).

Su no menos conocida oposición entre ciencia, razón y progreso enfrentados a la intuición, lo onírico  o «las fuerzas de la noche», lo sitúan en un lugar desdichado, testigo de ese desgarramiento que lo lleva a la angustia kierkergardiana: de ahí a la categoría de mártir sólo falta un paso… y don Ernesto lo da: «(El escritor)… debe prepararse para asumir lo que la etimología de la palabra testigo le advierte: para el martirologio. Es arduo el camino que le espera, los poderosos lo calificarán de comunista por reclamar justicia para los desvalidos y los hambrientos; los comunistas lo tildarán de reaccionario por exigir libertad y respeto por la persona humana» (pag 73). Y eso lleva al «justo medio» aristotélico, al «ecuménico equilibrio» como cuando afirma que «no hay dictaduras buenas y malas» y que toda violencia es condenable a priori (si alguien imagina una confluencia con Gandhi… tendrá que aguardar unas páginas más).

De aquel Sabato que en 1974 (en Abbadón) discutía el marxismo con jóvenes guerrilleros y recomendaba la lectura de Kosik y su Dialéctica de lo concreto, a éste de 1999 pasó mucho agua bajo los puentes: la reunión con Videla, la teoría de los dos demonios, la función de «consultor permanente» de De la Rúa, etc.. Y si bien hay una repulsa para con el presente, ésta se diluye al no visualizar ni encontrar culpables explícitos. Es más, «… todos lo sufren: el rico y el pobre» (pág 203). O a lo sumo es la «crisis de la civilización de la técnica y el progreso», aseveración que ya formulaba en la primera edición de Hombres y engranajes (1951).

 ¿Cuál es la solución, si la hay, para dicha situación? En el epílogo, cuyo clarificador título es “Pacto entre derrotados” (utilizando el género epistolar, como ya hiciera en su “Querido y remoto muchacho”, también dirigida a la juventud) pontifica: «Una salida posible es promover una insurrección a la manera de Gandhi, con muchachos como vos. Una rebelión de brazos caídos que derrumbe este modo de vivir donde los bancos han reemplazado a los templos» (pag. 205). Los que habían llegado a esta respuesta, ¡felicitaciones! Y aquí se completa el círculo: «el anciano de la tribu», hombre curtido en desengaños y congojas (al mejor estilo discepoliano) señala a probos y réprobos y nos deja su mensaje antes de «reencarnarse en otra vida» (textual del programa televisivo antes mencionado). El ahora «progresista» Grondona lo palmea sin llegar al abrazo (como quien está frente al mármol), mientras el panel mira entre absorto y conmovido. En el medio de ello, Seix Barral festeja alegremente sus … y tantas reimpresiones. El mismo intelectual que en El escritor y sus fantasmas (1964) decía que no hay «reconocimientos inocentes» para la obra del artista y por eso los grandes creadores fueron ignorados y hasta perseguidos por las clases dominantes de su tiempo, debería reflexionar (si por un momento, confiamos en su honestidad) el por qué del consenso general que logró su figura, tanto en el bloque hegemónico como en la mayoría de la que, en su momento, fue la progresista e izquierdizante clase media de nuestro país. Y comprobaría que su papel de fiscal insobornable, ejecutor de la palabra justa, «conciencia desgraciada» y a la vez «alma bella» (para tomar la simbología hegeliana) que se coloca por encima de los bandos en pugna, les cae como «anillo al dedo» a los sostenedores del status-quo. Que hasta firmarían gustosos una proclama por el retorno a la «edad de oro de las aldeas anarco-cristianas» o los falansterios fourieristas, pues como canta Serrat: «Corren buenos tiempos, tiempos fabulosos para plañideras, charlatanes visionarios y vírgenes milagreras. Corren buenos tiempos para equilibristas, para prestidigitadores y para sado-masoquistas».

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