Día de la soberanía
Por Fabián Harari
Soberano es aquel que tiene el poder supremo y, por lo tanto, a lo largo de la Historia uno puede encontrar distintas formas: en la Antigüedad, bajo el feudalismo y en la República moderna. La revolución burguesa trae la idea de que la soberanía reside en algo que se llama “pueblo” (que no sabemos muy bien qué es). Ahora bien, si uno lee la Constitución, allí dice que este “pueblo” es soberano, pero que “no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes”. Eso significa que, en realidad, la soberanía remite a una institución específica que es el Estado. Y ese Estado responde a una clase social: la burguesía. La soberanía nacional, entonces, no es otra cosa que el poder que se arroga cada burguesía para conformar un espacio de acumulación y establecer en él una jurisdicción política. Lo importante no es cómo se presentan las cosas, sino cómo son.
Ese espacio estuvo, en el siglo XIX, en disputa: contra las clases precapitalistas y contra otras burguesías. La soberanía no sólo se forjó contra España, Inglaterra o Francia, sino también contra los indígenas, que fueron liquidados en aras del desarrollo capitalista.
Actualmente, el tema de la soberanía nacional resulta superfluo. El desarrollo capitalista va provocando un proceso de “continentalización” de las burguesías. Los Estados nacionales han dejado de tener sustento real. De hecho, tienen un mayor componente de disputa contra los trabajadores que contra otras burguesías. Eso puede observarse en la evolución de las fuerzas represivas argentinas. El Ejército ha adelgazado y se han ensanchado otras instituciones dedicadas al orden interno. La Gendarmería y la Prefectura tenían la función de cuidar las fronteras. Hoy en día se ocupan de la represión.
Por eso, la “soberanía” no es para todos. No hay ningún “pueblo”. Lo que hay son clases sociales: patrones y obreros. Y estas clases tienen intereses opuestos. El problema de la soberanía es el problema de la dominación de la burguesía sobre los trabajadores.
Por lo tanto, no se defiende un territorio. Se defiende (o ataca) las relaciones sociales que están allí. Con justa razón, la dictadura decía que defendía a la Nación. Es cierto: la revolución la hubiera transformado en otra cosa. Si el Brasil o los Estados Unidos socialistas vienen aquí a entregar el poder a los trabajadores, no hay ninguna soberanía que defender. Los obreros argentinos recibiremos la invasión del Exército Vermelho o del Red Army con los brazos abiertos y, con gusto, dejaremos de ser “argentinos” para pasar a ser algo mucho más digno.