Por Agustina Desalvo
Socióloga (CONICET-CEICS-Razón y Revolución).
No son esclavos, sino obreros empujados a aceptar la explotación por el hambre y la miseria, y no por formas de coacción extraeconómica como ocurría en el esclavismo o en la servidumbre.
El reciente descubrimiento de 69 obreros santiagueños que trabajaban en terribles condiciones para la empresa Nidera en una localidad de San Pedro, ha abierto el debate. Estos trabajadores se empleaban en el desflore de maíz, actividad que tradicionalmente recluta fuerza de trabajo entre los desocupados de Santiago del Estero y la emplea en condiciones de extrema explotación capitalista. Las mismas son, como han ilustrado algunos medios, deplorables. Sin embargo, ni Nidera, ni la actividad del desflore de maíz constituyen una excepción. La misma realidad se repite en otros lugares del país donde los santiagueños realizan tareas rurales, como, por ejemplo, en la cosecha del arándano. Carentes de fuentes de empleo en su provincia de origen, los obreros santiagueños se ven obligados a migrar a otras zonas del país para proveerse un ingreso. El desflorado, hoy la principal actividad dentro de su circuito migratorio, consiste en quitarle la flor a la planta de maíz, para evitar que se contamine. Se realiza antes de la cosecha, entre los meses de octubre y marzo, y requiere gran cantidad de mano de obra. El objetivo es la producción de semillas híbridas, que se destinan, mayoritariamente, a la exportación. La producción de semillas híbridas es una actividad relativamente nueva, que se halla en ascenso desde la década de 1980 y que recibió un nuevo impulso con el auge de los biocombustibles. A comienzos de la década de 1990 existían unas 30 empresas de mejoramiento genético (criaderos) y unas 500 multiplicadoras de variedades (semilleros), con un predominio, en ambos casos, de las empresas transnacionales.
El desflore de maíz comienza en octubre en el norte de Santiago del Estero, Catamarca y Salta, donde se extiende hasta noviembre. Sólo en la zona de Santiago y Catamarca pueden emplearse hasta 3000 personas, según Manpower, una compañía de trabajo eventual. Desde mediados de diciembre y fines de marzo la tarea se traslada a la provincia de Buenos Aires (Pergamino, Rojas, Junín, Venado Tuerto, San Nicolás), sur de Santa Fe y Córdoba (Villa María principalmente). En la zona núcleo llegan a emplearse 5000 personas, también según datos de la empresa contratista mencionada, casi todos migrantes santiagueños.
Manpower es una de las principales empresas que se encarga de reclutar trabajadores para la actividad. Tiene oficinas en Santiago del Estero, y desde allí se pone en contacto con los cabecillas, quienes se encargan de juntar a los peones golondrina, y con el capataz general, quien coordina las cuadrillas. Cada cabecilla recluta 15 personas, por lo tanto, considerando al cabecilla y al cocinero, se arman cuadrillas de 17 personas. El capataz general tiene a su cargo 15 cuadrillas. Los trabajadores son trasladados en micros, previo chequeo médico, y acampan en la zona hasta que termina el desflore que, según el lugar, dura entre 20 y 30 días. Cuando la actividad termina en una zona regresan a la ciudad de origen y permanecen allí hasta que son llamados para trasladarse a otra de las provincias del circuito.
Los obreros del desflore cumplen jornadas de entre 10 y 12 horas y prácticamente no cuentan con días de descanso. Las empresas a veces les conceden los domingos, pero por lo general los trabajan, al igual que los feriados. Los días de lluvia también son laborables si la actividad lo requiere. Por otro lado, dadas las elevadas temperaturas a las que se ven sometidos y a la carencia de agua fresca, muchas veces sufren desmayos en medio del campo. Asimismo, el trabajo excesivo ha causado, en más de una oportunidad, la muerte de obreros por paro cardíaco. Los obreros también nos han referido el caso de trabajadores que fallecieron al ser interceptados por rayos, cuando eran obligados a trabajar bajo la lluvia. Las picaduras de víboras y los cortes en los ojos con las mismas hojas del maíz debido a que carecen de zapatos apropiados y antiparras para protegerse son accidentes comunes.En algunas zonas, como en la provincia de Córdoba, cuentan con casillas fijas, pero lo habitual son los campamentos con casillas rodantes para 18 personas.
El capataz general es el único que tiene la suya propia. No cuentan con electricidad ni baños. Mientras dura la actividad deben permanecer en el campamento, no tienen permitido salir siquiera cuando ha terminado la jornada. En cuanto al salario, los trabajadores terminan percibiendo menos de lo que las empresas dicen que les van a pagar. Cobran entre 55 y 60 pesos diarios. Asimismo, la paga final resulta inferior a lo pautado ya que muchas veces les descuentan lo que consumen en la proveeduría del lugar. Por otro lado, los obreros resultan estafados en cuanto a la cobertura de salud, pues les exigen haber trabajado tres meses seguidos en la actividad para poder hacer uso de la obra social. Así, aun si las empresas pagaran por ese beneficio, los trabajadores no podrían utilizarlo, pues nunca se los emplea el tiempo mínimo necesario. Sin embargo, como en el caso de Nidera, la empresa les descuenta igual. Aun cuando la ley se cumple, el obrero se encuentra desprotegido. Lo mismo ocurre con la jornada laboral: el nuevo Estatuto del Trabajador Rural, sancionado el año pasado, habilita que la jornada de trabajo se extienda “según la naturaleza de la explotación y los usos y costumbres”. El mismo estatuto habilita también otras divergencias con las pautas generales que rigen la Ley de Contrato de Trabajo. De esta manera, también en el plano legal, los obreros rurales son hoy obreros de segunda, con derechos devaluados.
¿De qué van a vivir los santiagueños que fueron enviados de regreso a su provincia? En ausencia de un verdadero subsidio al desempleo que les garantice su subsistencia, seguramente ya se encuentran en busca de un nuevo empleador que difícilmente les provea mejores condiciones de remuneración. No son esclavos, sino obreros empujados a aceptar la explotación por el hambre y la miseria, y no por formas de coacción extraeconómica como ocurría durante el esclavismo o la servidumbre. Por ello, una solución parcial a sus problemas estaría dada por el mejoramiento de sus condiciones de trabajo y no tanto por el cercenamiento de sus fuentes de empleo. Para ello, resulta indispensable, por un lado, el control de las empresas semilleras que, por su grado de concentración, es sencillo de efectivizar; por otro, la revisión completa de la ley que reglamenta su actividad.
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