No los echamos, huyeron. La “argentinización” de YPF y los límites de la política petrolera del kirchnerismo

en El Aromo nº 63

a63_ypfEl gobierno se vanagloria de haber estimulado su “argentinización”. Sin embargo, detrás del patrioterismo se esconde que la rama petrolera en Argentina es cada vez menos viable. Los españoles de Repsol venden sus acciones y fugan su capital. El gobierno no sólo lo apaña, sino que les permite la suba de los precios. Pase, lea y entérese. 

Fernando Dachevsky y Betania Farfaro
OME-CEICS

Si hay algo en lo cual se destacaron los gobiernos de Néstor y Cristina es en su notable capacidad para hacer de miseria virtud. Ejemplos en este sentido sobran: al mismo tiempo que se vanaglorian el desarrollo productivo alcanzado, la industria nacional no avanza en competitividad y los burgueses piden a gritos más devaluación. Mientras se habla del crecimiento de las exportaciones industriales, los principales exportadores no agrarios (las automotrices) son el sector que más contribuye al déficit comercial. Mientras el discurso kirchnerista invita a pensar que estamos ante una verdadera liberación de las fuerzas productivas, nos encontramos con que la productividad manufacturera creció durante la última década menos que durante el gobierno de Menem.

La lista sigue, pero nos interesa destacar un caso en particular: la industria petrolera. Hace pocos meses el Grupo Petersen compró a Repsol un 10% más de YPF, avanzando en lo que desde el kirchnerismo se presentó como la “argentinización” de la otrora empresa estatal. A pesar de las connotaciones que le quiera dar el gobierno, la venta de YPF a empresarios locales es la muestra de que Repsol, la principal operadora del país, maniobra con ayuda del gobierno para redirigir sus inversiones fuera de la Argentina. Poniendo en evidencia las miserias de la industria petrolera local.

Sin reservas

La rama petrolera es el sector más concentrado de nuestra economía y alberga a las empresas más grandes del país. Sin embargo, desde hace 30 años, sus límites se hacen cada vez más agudos. En 2010, las reservas probadas de petróleo totalizaban los 2500 millones de barriles, 500 millones por debajo de comienzos de la década y en los mismos niveles que en 1980. En realidad, ya desde 1980, las reservas petroleras están estancadas sin haberse realizado expansiones significativas. Los nuevos descubrimientos no terminan siendo más que la puesta en producción de áreas más costosas, que apenas logran compensar el petróleo extraído. Entre 1999 y 2010, la aplicación de métodos artificiales de extracción de petróleo pasó del 30% al 41%. Esto tiene como consecuencia que, en la actualidad, cada m3 de petróleo extraído requiera en promedio de 9,9 m3 de inyección de agua. Es decir, hoy en día buena parte de la tarea de extracción consiste hacer recircular agua en el yacimiento.1  Todo esto tuvo como resultado una sostenida caída en la productividad del los pozos, que en una década se redujo a la mitad (ver gráfico 1).

El techo, en términos de reservas, marcó un límite para la industria petrolera local, que se agudizó en los últimos diez años. Durante el kirchnerismo, la producción local no sólo no revirtió su estancamiento en la expansión de reservas, sino que profundizó una tendencia a la contracción de la extracción iniciada en 1998. Mientras en dicho año la producción alcanzó el pico histórico de 890 mil barriles diarios, en 2010 la producción alcanzó apenas 651 mil barriles.

La extracción se contrae, los yacimientos maduran perdiendo su presión natural y es cada vez más necesaria la puesta en funcionamiento de mecanismos más complejos y costosos de extracción. La situación descripta tuvo su correlato en una continua caída de la exportación de crudo, que pasó de rondar los 100 millones de barriles, a comienzos de la década. a poco más de 40 millones en 2010. Esta cuestión es de particular importancia, en la medida en que la apropiación de renta por medio de retenciones a las exportaciones de crudo fue, para el gobierno, una fuente de ingresos fiscales extraordinaria que se va agotando.

Horizonte oscuro

Marcar los límites de la industria petrolera local no significa que el negocio petrolero esté en bancarrota. Los gobiernos de Néstor y Cristina actuaron como verdaderos gendarmes de la rentabilidad de las petroleras que operan en el país. Sin embargo, es importante tener en cuenta dichos límites para entender las razones detrás de la llamada “argentinización” de YPF. Anunciado en 2008, este cambio de manos no refleja otra cosa que la intención de Repsol de redirigir sus inversiones fuera del país, como consecuencia de que la rama se vuelve cada vez menos atractiva para el capital.

Las operaciones de Repsol en Argentina se remontan a 1998/99, cuando el gobierno de Menem completaba la privatización de YPF. Los primeros años estuvieron marcados por un súbito incremento en la tasa de ganancia (en particular en 2000). Eso le brindó una masa de reservas que le permitió expandirse internacionalmente. Ahora bien, a medida que los costos por descubrir nuevas reservas se hicieron cada vez más elevados, la Argentina fue dejando de servir como plataforma para el grupo de origen español. Todo capital que pretende sostener un proceso de acumulación requiere de la reinversión de utilidades. En cambio, la industria petrolera local no pareciera tener espacios que den lugar a grandes inversiones rentables o, por lo menos, tan rentables como en otras regiones. Es decir, en la medida en que no se esperan descubrimientos que cambien los grandes números, a Repsol no le resulta conveniente realizar grandes inversiones en exploración y desarrollo en el país. Algo similar ocurre en el plano de la refinación. Las refinerías existentes en el país cuentan con una capacidad de producción necesaria para cubrir la demanda interna. En ese marco, no tiene sentido pretender ampliar las escalas de dichas refinerías de cara a la exportación, cuando se empieza a achicar la fuente de petróleo barato.

En función de ello, el gobierno ha procurado asegurar su rentabilidad (tanto para Repsol como para el Grupo Petersen) por la vía de apuntalar el segmento de venta de combustibles al permitir el aumento de precios de la nafta, para garantizar un mayor margen de refinación (diferencia entre precio del producto final respecto del costo del barril de crudo). En este sentido, es de destacar que durante el último año se registró un aumento de un 18% en los precios del gasoil y un 29% en el precio de la nafta, pese a que se mantuvieron planchados los precios del crudo a boca de pozo.2

De esta forma se produjo una disminución de la brecha que separaba el precio de los combustibles en el mercado interno respecto del resto del mundo. Mediante este esquema de aumentos graduales en el precio de los combustibles, el gobierno busca asegurar una tasa de ganancia creciente en el mercado interno que permite, en primer lugar, más ganancias apropiables por ese segmento a los dueños de YPF y al resto de las refinadoras (Petrobras, ESSO y Shell). La fijación de precios de combustibles por debajo del precio internacional hasta 2009 había provocado que las empresas integradas (es decir, que producen combustibles con petróleo propio) como YPF estén en mejores condiciones que las refinadoras no integradas, como ESSO y Shell, para competir. Esto generó ciertas peleas cosméticas con Kirchner. Sin embargo, ahora, con la actual suba de los precios internos, esas reyertas quedaron en el pasado. En segundo lugar, permite recuperar parte de la recaudación perdida por caída de las exportaciones (a partir del impuesto a los combustibles que se venden en el mercado interno) y, en último término, generar más ganancias disponibles, que serían remitidas por el Grupo Petersen en concepto de pago de dividendos a los accionistas de Repsol.

Como es reconocido en el propio balance contable de YPF de 2010, la suba de precios de los combustibles permitió generar márgenes de ganancias crecientes durante el último año. De esta manera, en 2010 se logró revertir una tendencia a la caída de la tasa de ganancia de YPF en 2008 y 2009 como resultado de los bajos precios internacionales que observamos en el gráfico 2.

Pese a las nuevas condiciones que permitieron una suba de la tasa de ganancia, la estrategia de Repsol de fugar buena parte de las ganancias de YPF, que se observa desde comienzos de la década y se profundizó durante los últimos años, no parece haber cambiado. Desde el año 2000, podemos ver que una parte mayoritaria y creciente de las ganancias que arrojaba YPF fueron redirigidas como pago de dividendos para sus accionistas. Según los propios balances, entre 2000 y 2003 el pago de dividendos llegó a representar un 57% de las utilidades netas de la empresa. Luego entre 2004 y 2007 esta cifra trepó al 65%. A partir de 2007/08 se puso más en evidencia el interés de Repsol de comenzar a “equilibrar su cartera de activos”. Esto es, no poner todos los huevos en una canasta y menos si esa canasta es Argentina. El interés de Repsol de desarrollar otras áreas más prometedoras -como el Norte de África o, más recientemente, yacimientos costas afuera en Brasil- a expensas de sus actividades en Argentina se oficializó en 2008, cuando comenzó la renombrada “argentinización” de YPF. Esto es, la compra de parte de YPF por un grupo empresario local (Grupo Petersen).

Cabe señalar que esta compra tiene una particularidad: el Grupo Petersen ha logrado hacerse del manejo de la empresa más grande del país sin adelantar un sólo peso. La argentinización se paga con una promesa a futuro que consiste en redirigir todavía más ganancias hacia el extranjero. Tal es así que entre el año 2008 y 2010 el pago de dividendos representó un 80% de las utilidades netas de YPF. Por esta razón, el presidente de Repsol anunció con entusiasmo a sus inversores que “Repsol dio un paso significativo en el proceso de desinversión parcial en YPF”.3  Este proceso de desinversión en la Argentina al que se hace mención es parte fundamental de lo que Repsol presentó como su estrategia de crecimiento “Horizonte 2014”. La cual, en pocas palabras consiste en reducir la participación del grupo español en YPF del 98% inicial a un 51%. En conclusión, la argentinización de YPF no es otra cosa que la contracara de la fuga de capital petrolero a ser invertido en otras regiones más rentables, y tiene como premisa la posibilidad de transformar el capital de YPF en ganancias líquidas.

La impotencia de la YPF capitalista

Nada es para siempre y menos un esquema de transferencias atado con alambre. En términos petroleros, la Argentina no es más que un mercado de combustibles de tamaño medio y con una masa reservas en contracción. La posibilidad de restituir reservas incorporando yacimientos no convencionales está supeditada a recuperar, a su vez, los márgenes internos en el plano de la extracción (siempre y cuando la crisis no derrumbe otra vez el precio del crudo). Es decir, a subir más los precios de los refinados. La necesidad de avanzar sobre reservas no convencionales pondrá, aún más, en evidencia los límites de la industria petrolera local para garantizar las distintas formas existentes de subsidios en la energía.

Frente a esto, la apropiación de la renta petrolera por los trabajadores es una prioridad para el desarrollo de un programa socialista en la Argentina. Sin embargo, esta centralización no puede confundirse con la pretensión de devolver a YPF a una época de gloria que nunca tuvo. YPF nunca fue más que una empresa petrolera pequeña en términos internacionales, que luego fue absorbida dentro de un proceso mundial de concentración y centralización de capital acelerado durante las décadas de 1980 y 1990. La idealización pinosolanista de una YPF estatal como bastión para el desarrollo nacional se abstrae de este factor. Tanto el gobierno como Pino Solanas plantean una petrolera sobre bases burguesas. Mientras el gobierno propone una YPF “argentinizada” para unos pocos industriales, Pino pide una “estatizada” que esté al servicio de muchos. Ninguno de los dos puede dar cuenta del agotamiento de YPF como sostén de una burguesía industrial nacional cada vez más insostenible. De esta manera, bajo la apariencia de un discurso popular, se filtran las ilusiones del pequeño capital que necesita buscar las causas de su fracaso fuera del propio proceso de acumulación. Los límites de la rama petrolera muestran que no se trata de poner YPF al servicio de los industriales nacionales, sino de apropiar esa renta para potenciar la centralización del capital en manos de la clase obrera.

Notas
1 En base a datos del Instituto Argentino del Petróleo y el Gas en iapg.org.ar
2 En base a datos de Montamat y Asociados: Informe mensual de precios de energía, abril de 2011.
3 Véase www.repsol.com

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