Ni nuevos ni originales – Silvina Pascucci

en El Aromo n° 26

Ni nuevos ni originales. Acerca de la organización de los trabajadores desocupados: Rusia 1905 – Argentina 2005.

 

Por Silvina Pascucci

Grupo de Investigación de la Clase Obrera Argentina – CEICS

En varios libros y artículos recientes dedicados al análisis de la lucha de clases, es recurrente encontrar la opinión de que en los últimos años asistimos a un proceso de características novedosas y originales. “Nuevos movimientos sociales” parece ser el nombre que engloba a los protagonistas de esta inusual etapa de protestas. Supuestamente, estos vientos soplan hoy de manera distinta al pasado. Ya no sería la clase obrera la que lucha, sino identidades heterogéneas que no acaban nunca de definirse. Una de estas identidades serían los desocupados, cuyas acciones aparecen como una novedad histórica, nunca antes vista. En efecto, las organizaciones de desocupados que en la Argentina de la década del ‘90, impulsaron numerosos cortes de rutas, hicieron piquetes y pelearon con gran combatividad por comida, subsidios y trabajo genuino, se presentan, según estos asombrados historiadores, como actores que entran en la escena política por primera vez en la historia. Sin embargo, la realidad demuestra todo lo contrario. No son novedosas las acciones, ni los sujetos, ni los procesos. Se trata de un período de alza de la lucha de clases, en el cual la clase obrera en su conjunto (particularmente la fracción desocupada) retoma sus históricos métodos de lucha y organización: piquetes, huelgas, movilizaciones y asambleas. Pero para convencer a los extrañados investigadores que suponen que la historia comienza cuando ellos llegan, comentaremos un artículo que demuestra fehacientemente el rol que tuvieron los desocupados organizados en Soviet, durante la primera Revolución Rusa de los años 1905-71. Paradójicamente, el texto en cuestión es una excelente prueba para desmentir ciertas posiciones que son, de alguna manera, similares a las del propio autor. En efecto, Nikolai Preobrazhenskii, el autor del artículo, sostiene argumentos autonomistas y marcartistas. Pero un análisis profundo del texto nos muestra que las propias contradicciones que se esconden en sus líneas, reflejan la falsedad de estos planteos.

 

Una novedad un poco vieja

 

El artículo relata con detalle la lucha de los obreros desocupados rusos por conseguir apoyo financiero de la Duma para sus comedores populares, así como también para el desarrollo de políticas de empleo público. En un contexto de crisis económica y política en la Rusia revolucionaria, la creciente masa de desocupados comienza a organizarse y a plantear sus reivindicaciones al gobierno. Esta historia demuestra que, así como no es novedosa la existencia de desocupados, tampoco lo es su organización ni sus métodos de lucha. Sin embargo, en el comienzo mismo del texto, encontramos una primer contradicción. Preobrazhenskii asegura que “el movimiento de desocupados de San Petersburgo (…) se presentó como una total sorpresa para la época ya que no encajaba en ningún esquema preconcebido.”. Punto seguido y entre paréntesis, aclara, como si fuera un pequeño detalle, que “estrictamente hablando, tenía un precedente en la Revolución de Febrero de 1848 en Francia, cuando el gobierno revolucionario estableció el programa de empleo público, Ateliers nationaux.”. Queda claro entonces, que la organización de los desocupados no es algo nuevo ni original de la Argentina de los últimos 20 años. Sabemos que ya en la Rusia de 1905 existió un movimiento similar. Pero tampoco aquí empezó la cosa. Incluso desde mediados del siglo XIX, Francia fue escenario de la lucha de los trabajadores desocupados. Más de 150 años, parece ser demasiado tiempo para algo que se supone reciente.

 

Hoy como ayer

 

Al seguir leyendo el artículo, el planteo de Preobrazhenskii, se acerca cada vez más a las argumentaciones autonomistas hoy tan de moda. Según su punto de vista, el movimiento de desocupados rusos se forma “desde abajo”, “desde las profundidades de los trabajadores y desocupados que independientemente, sin ningún consejo, reprodujeron una organización del tipo soviet”. Además de asegurar que “los partidos de izquierda se mantuvieron distantes”, agrega que el proceso fue producto de una “asombrosa creatividad y capacidad de auto- organización de la clase trabajadora”.

Sin embargo, el mismo autor evidencia en sus páginas, que entre los desocupados se encontraba “gran parte de los elementos más concientes de la clase obrera, héroes de los previos años de lucha”. Él mismo aclara que muchos eran viejos líderes de fábricas, principalmente militantes del Partido Bolchevique, que habían llevado adelante importantes huelgas y movilizaciones hasta que perdieron su trabajo. Al igual que los movimientos de desocupados argentinos, los de la Rusia de principios de siglo XX se formaron con la participación activa de militantes de izquierda, que cargaban con una larga experiencia sindical y obrera. De hecho, también como en la Argentina, varios de sus dirigentes eran antiguos trabajadores ocupados, que habían quedado en la calle como consecuencia del desempleo. Pero además, Preobrazhenskii cuenta que en los inicios de la organización del Soviet, cuando se estaba concretando un petitorio para presentar en la Duma que exigía recursos para los comedores populares, los desocupados buscaron “una persona educada que pudiera componer el texto y encontraron de casualidad a un estudiante bolchevique de 20 años, V. S. Voitinskii”. Dejando de lado que la casualidad no es un factor que ayude a explicar científicamente la realidad, lo cierto es que fue precisamente un militante de un partido de izquierda quien se encargó de estudiar la situación, organizar el petitorio, conseguir las firmas, visitar los comedores y convencer a los desocupados de la necesidad de la lucha. De esta manera, el propio Preobrazhenskii da un ejemplo claro de la intervención partidaria en la construcción del Soviet de Desocupados. Por otro lado, el autor relata que, frente a supuestas oposiciones del Partido Socialdemócrata Ruso, Lenin ordena apoyar al Soviet moral y financieramente. Que el máximo dirigente de un partido de izquierda brinde semejante soporte a la organización del movimiento debería ser un elemento más que suficiente para reflexionar sobre la afirmación de la “independencia” y “autonomía” del mismo.  Sin embargo, Preobrazhenskii insiste en que los partidos no tenían interés en ayudar y argumenta que la actitud de Lenin fue una excepción. La excepción de Lenin, más la excepción de Voitinskii, más la excepción de todos los militantes de izquierda que formaban parte del Soviet, suman una cantidad de excepciones que invalida la utilización de dicho término.

 

Una oposición ridícula

 

Las contradicciones del artículo que estamos reseñando quedan claramente evidenciadas a medida que seguimos leyendo sus páginas. Bajo el subtítulo “Empleo público controlado por los trabajadores”, el autor comenta el triunfo del Soviet de Desocupados que consiguió, no sólo que la Duma entregara una importante cantidad de recursos para el desarrollo de políticas de empleo público, sino además que permitiera al Soviet participar de la organización y el control de dichas políticas. Este Soviet, caracterizado por Preobrazhenski i como independiente y autónomo, libre de la intervención de los partidos de izquierda, fue el organismo que llevó adelante la gestión del empleo público. Con tono triunfante, el autor festeja que el Soviet “pronto se convirtió en una de las organizaciones obreras de mayor autoridad en la ciudad”. Pero algunos acápites más adelante, Preobrazhenskii vuelve a contradecirse cuando asegura que la mayoría de los trabajadores que participaban del empleo público eran miembros de partidos, principalmente Bolcheviques. Por este motivo, continua el autor, los partidos socialistas podían utilizar los recursos y las instalaciones oficiales para desarrollar sus tareas militantes: celebrar asambleas y reuniones, esconder militantes ilegales o perseguidos, o preparar y realizar actividades de agitación. Entonces, ¿los partidos de izquierda no tuvieron un papel relevante en la organización del Soviet de Desocupados? ¿Era tan autónomo e independiente, es decir, sin la ayuda de ninguna organización partidaria, como supone Preobrazhenskii? El problema radica, a nuestro juicio, en contraponer a los militantes partidarios con los desocupados no organizados en ningún partido. En el artículo, al igual que sucede en varios trabajos sobre las luchas obreras argentinas, se presenta una dualidad militante-trabajador, como dos sujetos separados; como si los militantes no fueran trabajadores que han encontrado un programa y una organización que los representa y en la cual se nuclean, junto a otros trabajadores, con un objetivo en común (en el caso de los bolcheviques, hacer una revolución socialista). El texto de Preobrazhenskii muestra, incluso contra su propia voluntad, la importancia de los partidos políticos de izquierda en la organización de la clase obrera, su lucha y su construcción como clase revolucionaria.

 

Otra oposición ridícula

 

Otro elemento observable a lo largo del artícu- lo es la importancia de la solidaridad entre obreros ocupados y desocupados, a partir, por ejemplo, del apoyo financiero y organizativo que el Soviet otorgaba a las huelgas. Incluso en un contexto de fuerte represión como lo era el de finales de 1906, una de las pocas organizaciones que se mantuvo relativamente indemne y que sostuvo sus actividades fue el Soviet de Desocupados. En este sentido, el artículo sirve también para discutir con otra opinión recurrente, sostenida incluso por algunos partidos de la izquierda argentina que se dicen marxistas. Nos referimos al desprecio que muchas veces se ha manifestado respecto de la organización de los desocupados, por el simple hecho de que éstos no son “la clase obrera”, es decir no visten overol ni manejan una máquina dentro de una fábrica 14 horas por día. Está claro que los desocupados no trabajan. También es obvio que para hacer la revolución es necesario que la masa de trabajadores efectivamente ocupados por el capital tengan la capacidad política de interrumpir la marcha de la producción capitalista. Es decir, sin la clase obrera ocupada no hay revolución posible. Pero, en un contexto de fuerte desempleo y crisis económica, como en la Argentina de los años ‘90, en donde además del miedo a perder el trabajo operó un descomunal ataque a las condiciones laborales y de vida de la clase obrera, es lógico que los trabajadores ocupados no se constituyan en la vanguardia de la lucha. Por el mismo motivo, es entendible que sea la fracción más perjudicada del proceso, los desocupados, los que tiendan a llevar la delantera. Aquellos partidos, como el PTS que, presos de un obrerismo ingenuo, han despreciado a esta masa de obreros con demostrada combatividad y capacidad organizativa, fueron quienes menos han ganado, e incluso han retrocedido, desperdiciando las posibilidades abiertas por el Argentinazo.

 

La punta del iceberg

 

Recapitulando, el artículo de Nicolai Preobrazhenskii es un ejemplo claro y concreto de los errores políticos e historiográficos cometidos a la hora de caracterizar la lucha de clases. Dado que toda caracterización implica una determinada postura acerca de cómo actuar sobre la realidad, los errores en el primer paso (conocimiento) suelen conducir a errores aún más graves en el segundo (acción). Desde una concepción que supone que los “nuevos movimientos sociales” son algo diferente de los anteriores, es decir, que tienen otra dinámica y otros objetivos, y en los que intervienen otros sujetos, no es difícil concluir que la revolución socialista, así como la planteaban los viejos obreros de otras épocas, ya fue.  Del mismo modo, desde una perspectiva macartista, cualquier intervención de los partidos políticos sobre el desarrollo de la lucha de clases resulta, o bien perjudicial, o, en el mejor de los casos, innecesaria. Por último, la caracterización de los desocupados como un actor externo y diferente a la clase obrera, termina conduciendo al desperdicio de una creciente masa de explotados que pueden contribuir, como de hecho lo hicieron, a la formación de una vanguardia revolucionaria. Porque es efectivamente eso lo que ha sucedido en los últimos 20 años en nuestro país: el desarrollo de un movimiento piquetero que, retomando los históricos métodos de lucha de la clase obrera, ha dado un feroz combate por la vida, y con ello, ha influenciado moralmente al resto de la sociedad. El Argentinazo no es otra cosa que la punta del iceberg de este largo proceso.

 

Notas

1Nikolai Preobrazhenskii: “A Hidden Story of the 1905-7 Russian Revolution. The Unemployed Soviet”, en Against the Current # 118, Vol. 20, n° 4, septiembre-octubre 2005, en www.solidarity-us.org.

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