Por Nicolás Grimaldi
¿Cómo pensar y medir el desempleo docente?
Lo narrado por las compañeras de Catamarca, en la entrevista que acompaña esta nota, es sumamente esclarecedor. Su realidad, sin embargo, no es solamente propia de los docentes de la provincia, sino que es la de miles de trabajadores en todo el país. En Formosa, hay por lo menos 1.200 docentes en esa situación. En Chaco, unos 20.000. Si nos vamos hacia el norte, nos encontramos con por lo menos 13.500 docentes sin cargo en Jujuy. Si vamos hacia la Patagonia, nos encontraremos con 1.000 en Chubut, 500 en Río Negro. Si nos corremos a las provincias céntricas del país, nos encontramos con 3.000 en Córdoba, 17.000 en Santa Fe, 9.000 en Buenos Aires. Estos números son conocidos porque algún funcionario gubernamental sinceró públicamente la problemática, como sucedió en el Chaco, porque los gremios hicieron un registro para reclamar subsidios en pandemia como es el caso de Chubut, Río Negro o Buenos Aires, o bien porque los propios compañeros se autoconvocaron y lograron ponerle un número al problema, como sucedió en Catamarca. Con todo, a poco de comenzar a sumar nos encontramos con por lo menos 73.200 docentes en esa situación, tomando solo 9 provincias. O sea que la cifra supera, y con creces, los 100 mil docentes desempleados que fueron estimados en alguna oportunidad.
Lo cierto es que la desocupación docente se trata de una problemática difícil de medir. En principio, los números consignados más arriba son representativos de aquellos docentes que, a partir de diferentes situaciones, manifestaron su voluntad de acceder al sistema educativo y no pudieron hacerlo. Es decir, se trata de la fracción docente que se encuentra en desempleo abierto. Pero también, en términos estrictos, todo aquel que se graduó en una carrera de magisterio o profesorado, pero no ingresa al sistema debido a que no consigue en la docencia equiparar el ingreso que recibe en otro empleo, también debe ser incluido en estos números. Aquí encontramos lo que podemos denominar docentes desempleados encubiertos, ya sea porque no pueden conseguir cargo a pesar de buscarlo, pero no hacen pública su situación, o bien porque dejaron de buscar y forman parte de los desalentados, o porque tienen un trabajo no docente que desearían abandonar pero no consiguen reemplazo. Por último, debemos contar a todo aquel que, teniendo cargo docente, tiene otro empleo para llegar a cubrir sus necesidades; o bien no posee otro empleo, pero tiene menos horas docentes de las que necesita para subsistir. Es decir, se encuentra en una situación de subocupación. Contemos como contemos, está claro que estamos frente a un número gigantesco de docentes sin cargo que se extiende en todo el país. Como bien señalan las compañeras en la entrevista, estos números no pueden surgir por un año de pandemia. Tampoco, por la implementación de un sistema de designación virtual en vez de uno presencial. Los números y la extensión que aquí barajamos dan cuenta de la necesidad de buscar una explicación al problema, pero también, de proponer una salida.
¿Por qué hay cientos de miles de docentes sin cargo?
En el sistema capitalista, las condiciones sociales de vida se degradan a nivel general. Por eso vemos aumentar los indicadores vinculados a la pobreza, al desempleo, al crecimiento de los indicadores de violencia contra las mujeres, etc. En términos laborales, el aumento de la tecnificación de los procesos de trabajo va acompañado de una simplificación cada vez mayor de la tarea de los obreros. En otras palabras, el desarrollo del capitalismo expropia al obrero de los conocimientos sobre su trabajo. Esa expropiación implica una descalificación del trabajo. Pensemos por ejemplo en un cajero de supermercado. Hace 30 años, para poder realizar ese empleo, un ser humano requería tener conocimientos de lectura y de operaciones simples como sumar, restar y multiplicar. Hoy ese mismo trabajo solo requiere de poder reconocer los símbolos que un lector muestra en una pantalla de la caja registradora. Lo mismo vale para los empleos industriales, donde un obrero originariamente debía tener conocimiento de varias actividades mientras que hoy su principal rol es el de mero apéndice de una máquina, como si fuese un eslabón más en una cadena. Recordemos aquí la histórica escena de Chaplin en Tiempos Modernos mostrando la automatización del trabajo.
En Argentina, esa tendencia general se da de manera más profunda. No solamente se produce una descalificación del trabajo como sucede en todo el resto del mundo, sino que también se produce una expulsión de la mano de obra gracias a que la productividad del trabajo queda cada vez más a la retranca de la productividad mundial. Es decir, la Argentina cada vez genera menos empleo y ese poco empleo cada vez es más descalificado.
Ahora bien ¿Qué tiene que ver esto con el problema de los docentes sin cargo? Precisamente acá radica el centro de la cuestión. Una sociedad que no necesita de mano de obra calificada tampoco necesita una educación de calidad. De allí que el principal problema de la educación argentina no sea la privatización (dado que la matrícula educativa de la escuela pública supera ampliamente a la matrícula de la escuela privada), sino que el principal problema de la educación argentina es su degradación. Por eso la Argentina pasó de tener niveles de alfabetización similares a los de EE.UU. a ocupar el puesto 63 en las pruebas PISA. Lógicamente, esto trae aparejado una serie de consecuencias muy concretas. Fundamentalmente la ausencia de una planificación real del sistema educativo en post de desarrollar una educación científica de calidad. El punto máximo de esta ausencia de planificación es la descentralización educativa, donde la educación queda en manos de cada provincia. Así, en vez de tener una educación planificada a nivel nacional, que esté orientada a la construcción de un conocimiento científico pensado para el desarrollo de ramas enteras de la producción, la educación aparece ligada a los intereses particulares de las burguesías locales. Lógicamente, esto hace que las provincias más pobres reproduzcan la miseria ambiente, teniendo como principal ejemplo el plan FINES, punta de lanza de la paraestatalización de la educación y de la pulverización del estatuto docente.
Esta imposibilidad de la burguesía de poder desarrollar un sistema educativo racional, orientado a las necesidades reales de la sociedad, hace que las escuelas, en todos sus niveles, cumplan la función, lisa y llanamente, de guarderías. Esta situación, se vio claramente agravada por la pandemia, donde los diferentes gobiernos, comenzando por el gobierno nacional, privilegiaron que las escuelas estuvieran abiertas para recibir a los alumnos, así las madres y los padres podemos ir a nuestros trabajos, en vez de haber garantizado una educación virtual con todo lo que ello requiere: conectividad, equipos, pero también designación personal, dispensas e ingresos para las familias.
Ante este panorama, los docentes sin cargo son la regla y no la excepción. A una clase social que no tiene un proyecto de país y tampoco un proyecto educativo, poco le va a importar a sus representantes políticos que en un extremo haya cientos de miles de docentes desempleados y en el otro 1.5 millones de docentes sobrexplotados de trabajo. Mientras esta situación persista es imposible que se desarrolle un sistema educativo de calidad, con todo lo que eso implica. De qué manera un docente que tiene que trabajar 10 horas reloj por día para conseguir un salario, que ni siquiera alcanza a cubrir la canasta básica real, puede dedicar tiempo a perfeccionarse y capacitarse. En qué momento ese mismo docente puede dedicarse a corregir, planificar clases, realizar devoluciones personalizadas y comunicarse fluidamente con los alumnos y sus familias, si trabaja de sol a sol frente a los cursos. Cómo hace un docente que tiene por curso entre 20 y 30 alumnos para poder hacer un seguimiento personalizado de cada uno. Cómo podemos organizar la lucha para recuperar lo que perdimos, las dos canastas básicas totales reales como salario, si tenemos a cientos de miles de compañeros que son usados por el Estado como “ejército de reserva” para poder negociar salarios a la baja. Todo eso no importa, si el único interés pasa por convertir a la escuela en guarderías desligadas de cualquier proceso pedagógico real, con contenidos científicos, a saber: laicos, feministas y abolicionistas.
Por una salida
Por más que los gobiernos quieran instalar la idea de que sobran docentes, lo cierto es que faltan. Se necesitan más docentes para poder reducir la cantidad de alumnos por profesor y mejorar la calidad educativa. Se necesita más docentes y mejores salarios para reducir la jornada frente al curso y poder dedicar tiempo a la planificación y la formación. Obviamente, eso solo puede darse si se reconoce al docente en su doble rol: como trabajador y como intelectual. También se necesita ampliar la cantidad de tutores y preceptores para poder hacer un seguimiento personalizado de los alumnos y mantener una comunicación fluida y cotidiana con las familias. Ni hablar de la necesidad de ampliar los equipos de conducción, de biblioteca, de gabinetes pedagógicos, y de los asistentes técnicos, pedagógicos, y tecnológicos.
La burguesía nos declaró la guerra a los docentes. Lo hace con las cuestiones más coyunturales y concretas, como la defensa de la presencialidad en pandemia por parte de los diferentes gobiernos, o a través de los diferentes ataques al salario y a los estatutos. Pero también lo hace en las cuestiones más estructurales, como con la descentralización y la degradación educativa. En el medio, busca dividirnos entre diferentes gremios, entre los docentes de diferentes niveles, y entre los docentes ocupados y desocupados. Los docentes debemos organizarnos, todos, para enfrentar los ataques cotidianos de la burguesía, pero también los ataques de largo plazo. Debemos pelear por la construcción de una educación de calidad. Para eso, es necesario aumentar la planta docente con la designación de más personal, pero también exigir una paritaria nacional de contenidos para discutir qué le vamos a enseñar a nuestros alumnos; organizar un censo nacional de infraestructura realizado por personal idóneo para resolver todas las cuestiones edilicias; pelear por aquello que nos robaron, que es el salario igual a dos canastas básicas totales reales, que reconozca y valorice el trabajo intelectual docente; y hoy por hoy, exigir la suspensión de la presencialidad hasta la vacunación masiva y la dotación de todos los recursos necesarios para el sostenimiento de una educación virtual. Ya nos quitaron demasiado, ahora debemos ir por todo.