Mujeres Argentinas.

en El Aromo n° 20

Por Marina Kabat.

Grupo de Investigación de los Procesos de Trabajo – CEICS.

Desde mediados del siglo XIX en la Argentina existió una fuerte preocupación por incrementar la población del país. “Gobernar es poblar”, diría Alberdi. Naturalmente, la floreciente burguesía argentina que protagonizaba el boom agroexportador de 1880 necesitaba asegurase mano de obra en abundancia. Si bien inicialmente ese crecimiento fue asegurado por la inmigración, desde temprano hubo una profunda inquietud por el bajo crecimiento vegetativo de la población. Un libro recientemente publicado de Marcela Nari (Políticas de maternidad y maternalismo político, Buenos Aires, Biblos, 2004), una historiadora feminista fallecida trágicamente hace cinco años, estudia cómo, en este contexto, el Estado, los médicos y la Iglesia encabezaron una cruzada por maternalizar a las mujeres, es decir, por volverlas exclusivamente madres.

Maternidad y política

Nari nos muestra cómo, a principios del siglo veinte y mediante una serie de poderosos dispositivos, fue construido el ideal de la mujer-madre amorosa, abnegada, sufriente. Explica de qué forma la maternidad, entendida como un fenómeno natural (biológico), comenzó a concebirse como una función incompatible con otras actividades y sentimientos. En este sentido, el principal mérito de la obra es desnaturalizar la figura de la madre y mostrarla como un producto histórico que responde a los intereses una clase.
La madre, esa mujer que vive desvelada por sus hijos por quienes se sacrifica, ese arquetipo inmortalizado en tantos tangos y no pocas canciones de rock (las de Pappo y Vicentico, por ejemplo) no es una figura que ha existido desde siempre. Por el contrario, es un producto de una construcción histórica en gran parte deliberada. El valor del libro de Nari es, precisamente, develar ese proceso de construcción. Esto es lo que el conocimiento científico puede aportar a la lucha de clases: si la realidad deja de pensarse como algo dado, algo natural y se concibe, en cambio, en términos históricos, se abre la posibilidad de su transformación.
Al mostrar cómo la mujer-madre argentina es construida por la iniciativa del Estado, complementado en su accionar por las corporaciones médicas, eclesiásticas, y por el movimiento eugenésico que pretendía mejorar la “raza argentina”, el libro viene a denunciar también la poderosa alianza que sostiene el poder ideológico burgués en torno a las ideas de maternidad. La figura del médico, en particular, deviene especialmente peligrosa. Nari muestra cómo los médicos se dieron la tarea de educar a las mujeres en la maternidad, bajo el supuesto de que ellas se dedicaban poco o en forma deficiente al cuidado de sus hijos. Desde su consultorio, folletos o manuales de puericultura intentaban desarrollar la paradójica tarea de instruir a las mujeres en conocimientos supuestamente instintivos. Al mismo tiempo se buscaba reforzar los sentimientos maternales, para reducir la mortinatalidad (la muerte de infantes en los momentos próximos a su nacimiento), en tanto se sospechaba con cierta razón que detrás de este índice podían ocultarse casos de infanticidios. Nari entrevé en la misma insistencia con que se repetían los consejos, la respuesta a la resistencia femenina. Un ejemplo que ella señala es la permanente reiteración de que una buena madre debe dejar la coquetería a un lado, no hacer gastos superfluos para sí, pensar siempre en el ahorro y velar de este modo por la economía doméstica. Pareciera que las mujeres no estaban en principio tan dispuestas a relegar todo por sus hijos y de ahí la necesidad de machacar con tanta insistencia en lo que una madre debía hacer.
Pero el Estado buscaba algo más que asegurarse que las mujeres parieran y criaran más hijos para que la burguesía contara con trabajadores suficientes. Además, la madre debía asegurar la “salud moral” de estos jovencitos, preservarlos de influencias nocivas como las ideas socialistas y anarquistas. Debía complementar la tarea que la enseñanza patriótica estaba llevando adelante en las escuelas. Entonces, la campaña por la maternalización de las mujeres era una estrategia más de la burguesía frente al auge del movimiento obrero y la difusión del anarquismo. Al igual que los padres a quienes se les preguntaba en los setenta: “¿usted sabe donde está su hijo ahora?”, se apelaba a las madres como contención ideológica de su prole. Por eso, nada asustaba más a la burguesía que la participación de mujeres en las actividades gremiales. Ésta era una de las razones, como lo señala Nari, de que se abominara del trabajo femenino y de que sólo como mal menor se aceptara el trabajo a domicilio, cuya principal virtud, desde una mirada burguesa, era la de mantener a la mujer en su hogar y a resguardo de las organizaciones gremiales.
La construcción histórica de la mujer maternal se revela también en los cambios en los valores tal como se reflejan en los códigos legales, que inicialmente parecen atribuir a la honra de la mujer primacía frente a su instinto maternal. Por ello, la defensa de la honra de las mujeres solteras era aceptada como un atenuante en los casos de infanticidio. Otro eje de la argumentación de Nari es el análisis de cómo se redefine históricamente lo que se considera una buena madre, y dentro de ello cómo la lactancia ocupa un lugar central, desterrando el viejo oficio de nodriza.

El feminismo

Marcela Nari militó por el feminismo. El libro que reseñamos es el producto de esa militancia. Ella trabajó en un contexto hostil, en medio del reflujo y la derrota menemista, cuando la aparente pasividad del movimiento obrero era aprovechada por muchos intelectuales para desligarse de todo compromiso político con la clase obrera. En esos años floreció un feminismo académico de corte posmoderno. Lejos de estos trabajos, anodinos y reaccionarios, la obra de Nari cumple un rol importante en la lucha político-cultural y desde un ángulo de izquierda.
Más allá de cuales fueran sus objetivos, la obra puede leerse, como una crítica y una refutación empírica de las posiciones del feminismo de la diferencia. Corriente que no busca la igualdad de la mujer y el varón, sino un reconocimiento o revalorización de características supuestamente femeninas (maternidad, emotividad, etc.), pensadas éstas en términos esencialistas. El feminismo de la diferencia asume hoy un carácter francamente reaccionario, en tanto surge como una repuesta a las corrientes que impulsaron con mayor fuerza la igualdad entre géneros, especialmente en los sesenta y setenta. No es extraño así que este “feminismo de la diferencia” haya cobrado fuerza en el contexto de la reacción reaganeana.
Nari estudia la politización de la maternidad entre 1920 -1940 y la emergencia de un primer feminismo lleno de ambigüedades. Las feministas de principios de siglo comienzan a pedir derechos (políticos y laborales) a las mujeres en tanto madres. En este sentido se constituían en reproductoras de un discurso que considera la maternidad como único destino posible para la mujer. Los límites que Nari le atribuye a este primer feminismo se mantienen hoy en el feminismo de la diferencia.
La obra tiene la virtud adicional de estudiar un fenómeno cultural, a partir de sus determinaciones materiales. A diferencia de los autores posmodernos que creen que los debates, discursos o prácticas culturales pueden entenderse en abstracción de la realidad material que les da origen, Marcela Nari comienza cada capítulo explicando las tendencias estructurales que determinan los cambios que ella estudia. Así, la preocupación central hasta el veinte es forjar una madre más cuidadosa y atenta a sus hijos, porque los índices de mortinatalidad infantil eran muy elevados. En cambio, a partir del 20 el eje del debate se corre porque, junto con la caída de las muertes infantiles, aparece un nuevo fenómeno: la disminución de los nacimientos, producto de la difusión de métodos anticonceptivos entre vastos sectores de la población.

La tarea de las feministas socialistas

Nari desarrolló su obra en un contexto dominado por el liberalismo y por cierta pasividad del movimiento obrero. Hoy que, como en toda oleada de ascenso de la clase obrera, las mujeres trabajadoras incrementan la lucha por sus derechos y que cada nuevo encuentro de mujeres gana en masividad y combatividad, es hora de que nuevas compañeras se sumen. Y lo hagan para reclamar no sólo el derecho al aborto libre y gratuito, la entrega de anticonceptivos o el fin de la violencia familiar, sino también, como Nari en su trabajo, el fin de una cultura que contribuye a reproducir, junto a las de clase, las diferencias de género. Por eso consideramos peligrosa la tendencia de algunos sectores del movimiento piquetero a reivindicar la lucha de las mujeres en tanto madres, como si la mujer no tuviera derecho a pelear en nombre propio y sólo pudiera hacerlo en representación de sus hijos. De esta manera, se reproduce la maternalización de la mujer: ésta sólo puede actuar en la esfera pública, en el terreno político, tradicionalmente considerado masculino, si lo hace desde un rol “femenino”, el de madre. Esta condición parece ser lo que legitima la “transgresión” de aquellas que osan actuar en política, pero también lo que marca los límites de sus intervenciones. Es necesario romper con esta ideología para avanzar en la igualdad entre las compañeras y los compañeros y profundizar, así, el desarrollo político de las luchadoras promoviendo su desarrollo como dirigentes revolucionarias.

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