Para el Banco Mundial están en ese sector los que en 2014 ganaban más de $ 3.600. También el cuentapropismo se incluye en esa categoría.
Por Sebastián Cominiello – Doctor en Ciencias Sociales, Conicet y miembro del Ceics
El domingo 1 de noviembre se publicó una nota en Página/12 titulada “La clase media”, en la que se exponían, a la luz de los resultados electorales de la primera vuelta, los supuestos beneficios del Gobierno para con este sector tan particular. Más allá del análisis deficiente que realizó el autor, es un buen punto de contraste para preguntarnos si existe la clase media y quiénes la componen.
Dentro de las ciencias sociales existe el refrán metodológico que reza que si uno efectúa una encuesta donde pregunta “¿a qué clase cree usted que pertenece?” la gran mayoría responde “a la clase media”.
Existen tantas definiciones como individuos dicen pertenecer a dicha clase. Además de las definiciones, se encuentran las instituciones que realizan las mediciones y se transforman en vectores de políticas públicas. Analicemos más de cerca dos fuentes oficiales que suponen describir a la “clase media”: los informes del Banco Mundial para el ámbito internacional, y las mediciones del Indec para el caso argentino.
Afuera miden mal
En 2013 técnicos del Banco Mundial redactaron el informe “La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina”, reivindicado por el Gobierno nacional. El estudio resaltaba el crecimiento de la clase media en la región, del orden del 50%. Para el caso de Argentina, el BM aseguraba que su magnitud se había duplicado entre 2003 y 2009, pasando de 9,3 millones a 18,6 millones de personas.
O sea, de un 25% en 2003, para 2009 prácticamente la mitad de la población argentina pertenecería a la clase media. Todo un logro si el método utilizado fuese el correcto.
Los problemas comienzan cuando observamos qué entiende el Banco Mundial por “clase media”. Según el organismo, quienes pertenecen a este estrato deben tener un ingreso entre 10 y 50 dólares por día y per cápita (al tipo de cambio de la Paridad del Poder Adquisitivo-PPA). En 2014, el salario mínimo medido en dólares PPA fue de 628,19 (cerca de 20 dólares por día), que en moneda nacional representó 3.600 pesos.
Con lo cual, todo aquel que percibía un ingreso mayor al del salario mínimo podía considerarse de clase media. El salario promedio del total de asalariados el año pasado fue de 5.712 pesos. Es decir, con este criterio gran parte de los trabajadores asalariados serían clase media. Un jubilado con la mínima (2.757 pesos hasta agosto de 2014) percibió 481 dólares PPA, cerca de 16 dólares por día, otro más adentro de la clase media…
Si la medida establecida por el organismo para determinar quiénes pertenecen a la clase media es de por sí incorrecta, a eso se suma que para medir el fenómeno la Argentina usó las cifras del Indec, lo cual distorsionó aún más el cálculo.
En síntesis, con los criterios del Banco Mundial un jubilado, un cartonero, o cualquiera que perciba un salario que supere el mínimo se puede considerar clase media. Ahora uno entiende por qué el gobierno reivindica el informe hasta el día de hoy.
Acá también
En el ámbito local la cuestión no es distinta. El Indec identifica dentro de la población económicamente activa a: patrones, trabajadores familiares sin remuneración, asalariados, cuentapropistas y desocupados. Los primeros, según las definiciones de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), serían dueños o socios activos de empresas que emplean personal en relación de dependencia; los segundos serían quienes trabajan en una empresa familiar sin recibir ningún tipo de remuneración; y los terceros son aquellos que trabajan en relación de dependencia a cambio de un salario. La cuarta es la que generalmente se suele asociar con aquella idea mítica de la clase media: los cuentapropistas.
Según el Indec, los cuentapropistas “son aquellos que desarrollan su actividad utilizando para ello sólo su propio trabajo personal, es decir, no emplean personal asalariado y usan sus propias maquinarias, instalaciones o instrumental”. Es sugestivo pensar que, a través de esta definición, se incluyen desde changarines (cartoneros, manteros, etc.) hasta propietarios de taxis o médicos que atienden en su propio consultorio.
Es decir, un conjunto heterogéneo de personas con diferentes relaciones laborales e ingresos. Por otra parte, se esconde bajo esta categoría a una población que, lejos de ser “independiente”, se reproduce a partir de la venta de su fuerza de trabajo, aun conservando un instrumento laboral como el caso de los cartoneros, quienes son explotados por los acopiadores, la industria papelera y el Estado. Incluso, las diversas formas de contratación precaria de la fuerza de trabajo, como por ejemplo los monotributistas, muchas veces son consideradas por estas estadísticas como parte del cuentapropismo.
Durante décadas se asoció al cuentapropismo con los “trabajadores independientes” o profesionales, categorías que podrían asociarse más directamente con la pequeña burguesía. Recordemos que en el capitalismo, las clases sociales se determinan entre quienes sólo tienen para vender su fuerza de trabajo (clase obrera), aquellos que venden el producto de su trabajo (pequeña burguesía) y los dueños de los medios de producción que se apropian de plusvalía que producen los obreros (burguesía).
De esta forma, la pequeña burguesía se caracteriza por poseer medios de producción o de vida, pero se diferencia de la burguesía en que su escala no le permite sobrevivir solo de apropiarse del valor del trabajo ajeno. Es decir, no puede dejar de trabajar, aunque contrate o no personal. En este sentido, la categoría de cuentapropista es una de las ventanas que posibilita aproximarnos al análisis de la pequeña burguesía. Veamos con qué nos encontramos.
Cada vez menos y pauperizados
Si examinamos la composición del denominado “cuentapropismo”, un porcentaje elevado puede ser caracterizado como parte de la clase obrera. Según la EPH, entre los años 2003 y 2014 el cuentapropismo constituyó un 20% de la población ocupada. Estimativamente, esta cifra representa a más de 2,8 millones de personas en el total de aglomerados urbanos. Un poco lejos de los que estimó el Banco Mundial.
La categoría comprende desde dueños de local, maquinaria y vehículos (un 5%) hasta los que no poseen ni alquilan ninguna de éstas, que representan un 22%. Aquí se presenta una de las tantas contradicciones de la categoría en cuestión, puesto que se compone de dos fracciones disímiles entre sí, unas propietarias de algún medio de producción o de vida y otras dueñas sólo de su fuerza de trabajo.
A su vez, la representatividad de los que no poseen nada resulta significativa para una categoría que implica que no emplea personal asalariado y que usa su propia maquinaria, instalaciones o instrumental.
Si analizamos los ingresos de los trabajadores por cuenta propia nos encontramos que es una fracción social extremadamente pauperizada. En el año 2014, el ingreso mensual promedio de los cuentapropistas dueños de únicamente su fuerza de trabajo (o sea, los que no poseen nada más que su propio cuerpo y capacidades motrices) fue de 3.072 pesos, cifra que representó el 51% del promedio del conjunto de los asalariados para el mismo período.
Por su parte, los cuentapropistas dueños del local, maquinaria y/o vehículo gozan, en promedio, de un 40% más de remuneración respecto de los que no poseen estas estructuras. Se trata de un ingreso mensual promedio de 5.112 pesos. Pero este monto de dinero obtenido es menor incluso que el salario que percibía un asalariado en mano durante el mismo año (5.712 pesos).
En una situación semejante se encuentran los cuentapropistas cuya actividad económica involucra a un vehículo. En 2014, este sector representó el 29% del total del cuentapropismo. De este conjunto, el 94% era propietario del vehículo, mientras que el 6% restante alquilaba o se lo habían prestado.
Los dueños de los autos contaron con un ingreso mensual promedio de 3.900 pesos durante ese año; mientras que, los que lo alquilaban percibieron en promedio 2.900 pesos. Posiblemente, este sea el caso de los choferes que alquilan un taxi o remís. Se trata de una fracción de la clase obrera que no solo no es dueña del automóvil, sino que al emplearse en el manejo de un taxi debe pagar el alquiler del mismo.
Por último, otros subgrupos que componen la categoría “cuentapropia” podrían asemejarse a lo que entendemos como pequeña burguesía. Un 8% posee maquinaria, alquila un local y no cuenta con vehículo. Sin embargo, esta condición no garantiza un ingreso elevado. Durante el año 2014 la población que reunía estas condiciones tuvo un ingreso promedio de 4.300 pesos por mes, o sea, un 30% menos que quienes se emplean en relación de dependencia.
Sólo un recuerdo
Este breve análisis nos ayuda a comprender varios fenómenos. Por un lado, que la categoría de clase media es vaga e imprecisa, y conduce a resultados engañosos como los que presentó el Banco Mundial, reivindicados por el Gobierno y sus laderos. Por su parte, el Indec incorpora en la categoría “cuentapropia” a fracciones completamente heterogéneas entre sí y que ocupan posiciones opuestas en la estructura productiva.
La medición que proponemos permite conocer la dinámica de la pequeña burguesía que tiende, en el mediano y largo plazo, a pauperizarse y proletarizarse. Es decir, quienes tienen medios de vida y de producción son cada vez menos, porque se proletarizan, y los que se mantienen en dicha condición se pauperizan de manera progresiva.
Lo que queda en evidencia es el elevado peso que tiene la clase obrera en Argentina.