Más allá del arribismo. Los intelectuales y el Frente de Izquierda y de los Trabajadores

en El Aromo nº 61

SartelliEduardo Sartelli
Director del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales

Tal vez con un ánimo puramente electoral o tal vez por la profunda convicción de la necesidad de organizar seriamente una serie de voluntades, los partidos que constituyen el Frente lanzaron una convocatoria a intelectuales y artistas. En un principio, la llamada se limitó a pedir una firma. Eso, y nada más. Sin embargo, para sorpresa de muchos, la lista de adhesiones superó las 500. El fenómeno excedió el problema de la cantidad: se habían pronunciado personas con verdadero peso en el mundo académico y “prestigio” en el cultural. Algunas, intelectuales serios con años de trabajo en sus espaldas. Otras, estrellas capaces de encandilar a más de uno. Varias, emigrantes del campo oficial. Ese resultado, en conjunto, era un síntoma de que había un espacio para ganar. Se decidió, entonces, dar otro paso y convocar a una asamblea de intelectuales. Se hicieron presentes allí alrededor de 300 personas, en una muestra de que había una voluntad de compromiso para algo mayor que poner una firma.
Más allá de las declaraciones de rigor, lo que realmente se debatió fue qué hacer con toda esa energía condensada. Algunas voces propusieron un espacio que trascendiera lo inmediatamente electoral y se proyectara como una referencia. Otras, procuraban limitar las acciones a las más prácticas, como organizar colectas y fiestas, sin ningún plan para después de octubre. No faltó quien levantó la ridícula idea de ir con una cámara a patotear a las “grandes figuras” que habían firmado, pero que no estaban allí, revelando las propias ideas sobre la construcción política y olvidando que hasta hace muy poco compartía con ellas el campo oficialista. Ante este panorama, es necesario aclarar una serie de cuestiones.

Hace unos cuantos años ya, escribí un artículo en una revista muy voluntariosa pero armada sobre un acuerdo muy endeble, Reunión, cuyo título rezaba: “No quiero la unidad de la izquierda”. Esa revista, en la que dejaron el cuerpo gente magnífica, como Irene Muñoz y Alberto Teszkiewicz, expresó en su momento un intento de unidad de la izquierda “pluralista”, es decir, sin programa. El resultado no podía sino fracasar. Era la época en que Izquierda Unida chantajeaba a todo el mundo desde su mismo nombre, que no expresaba sino una componenda puramente electoralista entre el MST y el Partido Comunista. El llamado a ampliar la alianza era, en consecuencia, un intento de vaciar programáticamente al conjunto de las organizaciones revolucionarias. Me opuse por esa razón: no se trataba de un avance sino de una involución.

El Frente de Izquierda parte de una realidad muy diferente: se trata de un acuerdo larga e inútilmente postergado entre tres expresiones perfectamente compatibles del mismo programa. Siempre se podrá enfatizar en las diferencias, pero no hay mucha razón que justifique que PO, PTS e IS, formen tres partidos separados. Un solo partido con tres fracciones sería ya una concesión suficiente. De modo tal que, no importa la razón por la cual se haya producido la confluencia, no puede menos que saludarse con el mayor énfasis posible. La muy buena recepción que ha tenido el Frente es una prueba del poder de convocatoria que tendría un intento tal. Ni qué hablar del efecto gravitacional que ejercería sobre las decenas de pequeños grupos que vagan sin mucha utilidad por el rojo cielo de las tendencias revolucionarias argentinas. Una propuesta de este tipo está lejos de las pretensiones de los partidos en cuestión, tal vez por razones legítimas, pero este esbozo de unidad real lograda no debiera perderse, aunque más no sea a nivel de frente electoral.

Hay un ámbito, sin embargo, en el cual la unidad puede no sólo mantenerse sino potenciarse. El Frente ha tenido un éxito importante en acercar a un conjunto amplio de intelectuales, mostrando que más allá de las prebendas estatales y de la obsecuencia seisieteocho existe dignidad y existen convicciones. No ha mostrado, hasta ahora, que sea tan capaz como el gobierno de emplear, para algo más que firmar solicitadas, a esas energías que se incorporan a la lucha. Es duro, pero hay que decirlo: el oficialismo ha hecho mejor uso de los intelectuales que los partidos de izquierda. No los llama para que firmen y se vayan. No los disuelve después de cada elección. No echa mano a su cholulismo: el que no apoya como se debe, se va (véase el affaire Feinmann y el de Horacio González). A cada uno se lo pone a trabajar en lo que sabe y no tiene ningún prurito en marcar un programa. Resultado: ahí están los directores realizando un sinfín de películas kirchneristas. Ahí están los músicos y artistas del Bicentenario. Carta Abierta, con todas sus limitaciones, es una usina permanente de pensamiento K, con una serie de publicaciones y actividades. El régimen tiene un aparato ideológico a su servicio como no se había visto en décadas. Que defiendan lo indefendible y que la realidad se los vaya a llevar puestos es otro asunto.Tal vez por su misma novedad, el Frente no ha previsto tareas más importantes ni de más largo plazo para los “solicitantes”. Es más, cada vez que se intentó proponerlas, la respuesta fue una negativa. Por eso mismo, son los propios convocados los que deben plantearse esos objetivos, con independencia de la voluntad de las organizaciones dirigentes. Deben proceder como constructores de partido y no como mera comparsa electoral. No quiero insinuar que los participantes del Frente no tengan otra intención que ésta, sino que, si los intelectuales que lo apoyan abrigan una verdadera voluntad militante, no deben esperar la orden, deben ponerse en acción. Es evidente que no faltan elementos que sólo quieren aportar su firma, su cara y nada más. Esos ya están perdidos. La apuesta es a los que realmente quieren convertirse en un factor activo.

¿Qué pueden hacer los intelectuales para contribuir a ese proceso unitario, es decir, al desarrollo y la ampliación del partido revolucionario? Su contribución debe realizarse en el campo que les es propio, en el del combate a la ideología dominante en todas sus formas. Para ello deben darse una organización, aunque sea elemental. Esa organización debe tener un objetivo claro: la contribución a la construcción del partido revolucionario. Sus instrumentos privilegiados deben ser una publicación masiva, un foro de internet de amplio alcance y una serie de eventos anuales que constituyan hechos político-culturales de envergadura. Una mesa directiva y asambleas periódicas, su forma organizativa.

De esta manera, la izquierda revolucionaria argentina potenciará su voz, entrará en la cabeza de millones y disputará allí con los prejuicios burgueses profusamente cultivados por quien pretende hoy ser el representante de las masas populares. Pero, sobre todo, evitará dos peligros ya presentes en este modo de acercarse de los intelectuales: el arribismo y el voto “democrático”.

El arribismo es un peligro del que algunos partidos de izquierda se creen inmunes. O porque suponen que el lugar que ofrecen carece de valor, o porque no tienen una política seria y de largo plazo para los intelectuales. En ambos casos, se da por sobre entendido que la presencia de los intelectuales en la cercanía de las organizaciones revolucionarias es necesariamente efímera. Se equivocan: en ausencia de algo mejor y, sobre todo, en presencia de un clima izquierdista como el actual, más de uno elige hacer carrera “por izquierda”. No sólo el mundo de las organizaciones revolucionarias puede ser uno de los pocos ámbitos que lo reciban con elogios desmedidos, sino que en momentos como éste, una pátina de barniz “revolucionario” construye una imagen rentable en las cercanías de un Walsh, un Conti o un Urondo. Por esa misma razón, más de uno de los arrimados lo hace como modo de potenciar ventas de libros oportunistas. Es ese mismo fenómeno el que arrima también la fauna del voto “democrático”, es decir, los que firman solicitadas por el Frente porque se oponen a la “proscripción” del 1,5% y consideran necesaria una voz moral que obligue a Cristina a “radicalizarse”, mientras declaran, en los grandes medios, su voto al kirchnerismo.

En el fondo, estas actitudes son consecuencias de la segunda razón enunciada en el párrafo anterior: la ausencia de una política seria hacia los intelectuales. O se claudica ante el clima ambiente y se les admite cualquier cosa (como el voto “democrático”) o se los utiliza en forma oportunista. En los dos casos, se trata de una miopía grave que oblitera la posibilidad de construir una intelectualidad revolucionaria. El Frente debe aprovechar la situación para dar, en este campo, un salto cualitativo.

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