Eduardo Sartelli
Director del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales
Hace unos cuantos años ya, escribí un artículo en una revista muy voluntariosa pero armada sobre un acuerdo muy endeble, Reunión, cuyo título rezaba: “No quiero la unidad de la izquierda”. Esa revista, en la que dejaron el cuerpo gente magnífica, como Irene Muñoz y Alberto Teszkiewicz, expresó en su momento un intento de unidad de la izquierda “pluralista”, es decir, sin programa. El resultado no podía sino fracasar. Era la época en que Izquierda Unida chantajeaba a todo el mundo desde su mismo nombre, que no expresaba sino una componenda puramente electoralista entre el MST y el Partido Comunista. El llamado a ampliar la alianza era, en consecuencia, un intento de vaciar programáticamente al conjunto de las organizaciones revolucionarias. Me opuse por esa razón: no se trataba de un avance sino de una involución.
El Frente de Izquierda parte de una realidad muy diferente: se trata de un acuerdo larga e inútilmente postergado entre tres expresiones perfectamente compatibles del mismo programa. Siempre se podrá enfatizar en las diferencias, pero no hay mucha razón que justifique que PO, PTS e IS, formen tres partidos separados. Un solo partido con tres fracciones sería ya una concesión suficiente. De modo tal que, no importa la razón por la cual se haya producido la confluencia, no puede menos que saludarse con el mayor énfasis posible. La muy buena recepción que ha tenido el Frente es una prueba del poder de convocatoria que tendría un intento tal. Ni qué hablar del efecto gravitacional que ejercería sobre las decenas de pequeños grupos que vagan sin mucha utilidad por el rojo cielo de las tendencias revolucionarias argentinas. Una propuesta de este tipo está lejos de las pretensiones de los partidos en cuestión, tal vez por razones legítimas, pero este esbozo de unidad real lograda no debiera perderse, aunque más no sea a nivel de frente electoral.
¿Qué pueden hacer los intelectuales para contribuir a ese proceso unitario, es decir, al desarrollo y la ampliación del partido revolucionario? Su contribución debe realizarse en el campo que les es propio, en el del combate a la ideología dominante en todas sus formas. Para ello deben darse una organización, aunque sea elemental. Esa organización debe tener un objetivo claro: la contribución a la construcción del partido revolucionario. Sus instrumentos privilegiados deben ser una publicación masiva, un foro de internet de amplio alcance y una serie de eventos anuales que constituyan hechos político-culturales de envergadura. Una mesa directiva y asambleas periódicas, su forma organizativa.
De esta manera, la izquierda revolucionaria argentina potenciará su voz, entrará en la cabeza de millones y disputará allí con los prejuicios burgueses profusamente cultivados por quien pretende hoy ser el representante de las masas populares. Pero, sobre todo, evitará dos peligros ya presentes en este modo de acercarse de los intelectuales: el arribismo y el voto “democrático”.
El arribismo es un peligro del que algunos partidos de izquierda se creen inmunes. O porque suponen que el lugar que ofrecen carece de valor, o porque no tienen una política seria y de largo plazo para los intelectuales. En ambos casos, se da por sobre entendido que la presencia de los intelectuales en la cercanía de las organizaciones revolucionarias es necesariamente efímera. Se equivocan: en ausencia de algo mejor y, sobre todo, en presencia de un clima izquierdista como el actual, más de uno elige hacer carrera “por izquierda”. No sólo el mundo de las organizaciones revolucionarias puede ser uno de los pocos ámbitos que lo reciban con elogios desmedidos, sino que en momentos como éste, una pátina de barniz “revolucionario” construye una imagen rentable en las cercanías de un Walsh, un Conti o un Urondo. Por esa misma razón, más de uno de los arrimados lo hace como modo de potenciar ventas de libros oportunistas. Es ese mismo fenómeno el que arrima también la fauna del voto “democrático”, es decir, los que firman solicitadas por el Frente porque se oponen a la “proscripción” del 1,5% y consideran necesaria una voz moral que obligue a Cristina a “radicalizarse”, mientras declaran, en los grandes medios, su voto al kirchnerismo.
En el fondo, estas actitudes son consecuencias de la segunda razón enunciada en el párrafo anterior: la ausencia de una política seria hacia los intelectuales. O se claudica ante el clima ambiente y se les admite cualquier cosa (como el voto “democrático”) o se los utiliza en forma oportunista. En los dos casos, se trata de una miopía grave que oblitera la posibilidad de construir una intelectualidad revolucionaria. El Frente debe aprovechar la situación para dar, en este campo, un salto cualitativo.