Malas impresiones – Damián Bil

en El Aromo n° 29

Malas impresiones. Peronismo e industria gráfica

Damián Bil

Grupo de investigación sobre Procesos de Trabajo – CEICS

Los gobiernos peronistas (sobre todo el primero) son presentados como los momentos en que la Argentina habría encontrado un rumbo de desarrollo industrial autóctono. Esta idealización del pasado se basa en el crecimiento, durante esos años, de la producción en ciertas ramas como la automotriz, textiles, artefactos eléctricos o gráfica. Éstas se habrían desarrollado a partir de serias “políticas industrialistas” y de mejoras técnicas, tendientes a modernizar el país. No obstante, cuando observamos detenidamente la historia de alguno de estos proyectos, nos encontramos con una situación distinta. Para ejemplificar esta afirmación, analizaremos el intento de construir una rama gráfica nacional, a partir de una experiencia particular: la fabricación de maquinaria offset durante la década de 1950.

 

Una rama dinámica

 

Desde finales del siglo XIX, la rama gráfica tuvo un destacado papel en la industria argentina. Hacia comienzos del siglo XX ya había alcanzado el nivel técnico de los países más avanzados en el sector (EE. UU., Gran Bretaña o Alemania). La evolución económica había dado lugar a la concentración en unas pocas fábricas: Compañía General de Fósforos, Guillermo Kraft Ltda., Peuser, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco y algunas otras se disputaban el grueso del mercado.

Para 1914, la rama se ubicaba en el sexto lugar dentro de las actividades económicas enumeradas por el Tercer Censo Nacional, en cantidad de obreros, número de establecimientos y fuerza motriz utilizada. Sólo en Buenos Aires, la gráfica empleaba casi 8.000 trabajadores, la mitad de ellos en grandes fábricas. Pero su verdadero lugar era más importante que esta sexta posición: a nivel local, como ejemplo, solamente dos de los grandes diarios (La Nación y La Prensa) tiraban 300.000 ejemplares diarios. Por su parte, los talleres gráficos de la Compañía General de Fósforos llegaban a imprimir 120.000.000 de hojas al año. Estos niveles de producción permitieron acceder a mercados exteriores. Un caso típico lo constituyó la edición de manuales escolares por Ángel Estrada, que abastecían gran parte de Sud y Centroamérica. Hacia 1917, Adolfo Kapelusz se sumó al mismo negocio. Luego de algunas dificultades, la rama volvió a experimentar un período de auge hacia finales de la década de 1930: la Guerra Civil española (1936-1939) hizo que el epicentro de las ediciones en castellano se trasladara a la Argentina. Esto provocó un nuevo crecimiento en las exportaciones de impresos.

Poco después, un acontecimiento político que iba a tener una influencia en el sector se hacía presente: a mediados de la década de 1940, accedía al gobierno la fuerza social representada en el peronismo. Éste encarnaba -entre otros- los intereses de una fracción de la burguesía local vinculada con el mercado interno. Esta fracción se veía enfrentada a la pérdida de posiciones en el mercado frente a capitales más productivos. El motivo era el retraso en relación a la productividad media del trabajo a nivel mundial. Las políticas “proteccionistas” bajo los dos gobiernos de Perón tuvieron como objetivo favorecer a este grupo particular en determinados sectores. Así, las medidas aduaneras funcionaron como una barrera que protegía a estos capitales de la competencia externa. En este campo, la industria gráfica no fue una excepción.

Los ’50

 

La técnica del offset había surgido en 1904 en los EE.UU. y Alemania. En la Argentina, las máquinas offset comenzaron a ingresar hacia 1910, siendo las preferidas de los fabricantes locales las de la casa G. Mann de Gran Bretaña. Estas máquinas funcionaban a partir del rechazo químico entre el agua y el aceite. Se cubría de tinta de base oleosa una plancha, que se estampaba sobre un cilindro de caucho. Este transportaba la impresión al papel, reportando solamente la superficie entintada. El sistema del offset, por lo tanto, siempre precisó una buena coordinación de los mecanismos de la máquina y un control y mantenimiento periódicos para evitar desperfectos.

Para la década de 1950, la técnica del offset había reemplazado en gran parte al sistema de la tipografía -o sea, la composición manual- y desplazado hacia labores subsidiarias a la gran mayoría de los viejos obreros del sector. Una de las medidas concretas de la política industrial, adoptada durante la década de 1950, fue la prohibición de importar equipos offset para la industria gráfica, lo que benefició a los productores locales. La consecuencia de esta medida, y de las necesidades de equipamiento para la gráfica, fue el impulso para la fabricación de imprentas en el país. En 1955, se producía la primera máquina offset de fabricación nativa: la Cabrenta, equipo para formatos medianos que se expandió en poco tiempo por todo el país. Su concepción se basaba en la Davinson estadounidense, máquina muy popular en esos años. La Cabrenta podía llegar a producir trabajos en color de calidad. Ex trabajadores de la rama comentan que algunos artistas autografiaban impresiones producidas por estos equipos como si fueran originales.1No obstante, la calidad del equipo estaba limitada por condicionantes estructurales del capitalismo argentino.

 

Los límites de la Cabrenta

 

El diseño de la Cabrenta era ambicioso. Sin embargo, el aspecto mecánico de este equipo mostraba las limitaciones del capitalismo local. En primer lugar, las piezas de la máquina tenían una fabricación poco satisfactoria, debida al retraso de la metalurgia argentina. La tornería local no podía diseñar piezas de precisión, por lo que las pequeñas partes y engranajes se deterioraban con facilidad. Esto provocaba constantes desperfectos, sobre todo en la toma del papel: la máquina se salía de punto, las guías se movían por su mala confección lo que provocaba impresiones torcidas. Otro problema -por el mismo motivo- era el atasco del papel, lo que provocaba la interrupción de la tarea. Además, por estos defectos era común que las Cabrentas tomaran dos pliegos de forma simultánea. Todo esto producía un enorme gasto en papel, dada la cantidad de pliegos que debían descartarse. Estas dificultades hacían de la Cabrenta una máquina lenta y costosa, un dato importante en una rama con un ritmo de trabajo muy acelerado. En segundo término, las dificultades de la máquina hacían necesaria la participación constante de un mecánico, que debía estar atento a los desperfectos para solucionarlos rápidamente. Por otra parte, para mantener el equipo en funcionamiento, debía realizarse, como mínimo, una revisión semanal. De no proceder así, se corría el riesgo de que la máquina se arruinara completamente. Por último, como consecuencia de estos defectos, la Cabrenta contaba con un costo adicional: para operarla, se precisaban obreros con cierta calificación.

Mientras que la tendencia general de la rama avanzaba en dirección a la descalificación de la tarea de los maquinistas, para manejar este equipo se solicitaban “cabrentistas” (obreros especializados en los desperfectos de la máquina) en los avisos clasificados. Los inconvenientes señalados hacían de la Cabrenta una máquina demasiado cara en relación a su velocidad y tamaño de pliego, por eso esta experiencia sólo podía tener lugar en una coyuntura específica, donde el ingreso de máquinas más productivas estuviera bloqueado por algún factor. Esto fue lo que ocurrió a mediados de siglo XX en el país. Esta máquina no podría haber competido en el mercado en otras condiciones. Cuando esas condiciones cambiaron, fue reemplazada por equipos más veloces y confiables, como la Hamada de origen japonés, la Rotaprint estadounidense y la Solna sueca.

 

… y del capitalismo en la Argentina

 

Los límites de la industria local no tienen que ver con supuestas políticas neoliberales o con la falta de “espíritu innovador” de la burguesía nacional. En este sentido, el caso de la Cabrenta contribuye a comprender las limitaciones del capitalismo en la Argentina. Principalmente, su carácter tardío: cuando la Argentina comenzó su experiencia en esta rama, la producción de maquinaria gráfica contaba con más de ciento cincuenta años de vida y la producción de máquinas offset tenía al menos otros cincuenta años más. Además, la fabricación de equipo gráfico en general estaba concentrada en unas pocas firmas que lideraban el mercado mundial. Ese carácter tardío se reflejó en otras ramas centrales: mientras que en Europa y EE.UU. existían ramas complementarias desarrolladas (la metalurgia, por ejemplo) que permitían producir equipos a bajo costo, en la Argentina no sucedía lo mismo. Por ello, la Cabrenta distaba de ser un caso aislado. Lo mismo ocurrió con el tractor Pampa, orgullo de la industria automotriz bajo el peronismo: una maquinaria muy costosa (que el Estado subsidiaba su venta a través del IAME) y con fallas mecánicas (como el despido de combustible encendido o desperfectos en la transmisión) que eran causantes de accidentes en forma cotidiana. En la actualidad, mientras el gobierno se jacta de haber vuelto a un modelo “productivo”, la Cabrenta (con sus limitaciones) ha retornado a la acción. Cincuenta años después de su diseño, por una módica suma usted puede adquirirla en los sitios de remate por internet y, munido de paciencia, hacerla funcionar. Aunque después de repasar su historia, deberíamos recordar que el cumplimiento de las promesas de las actuales políticas “productivas” no vienen incluidas.

 

Notas

1Agradecemos a Lucio Ferrer por los datos aportados para esta reconstrucción histórica.

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