Los festejos del Bicentenario constituyeron un evento que tomó una envergadura digna de atención. En pocos días, desfilaron por el evento entre 3 y 5 millones de personas. Ese dato, por sí mismo, obliga a un examen serio sobre el fenómeno. Desde el mejor momento del alfonsinismo que la burguesía argentina no convoca a las masas en cifras parecidas para absolutamente nada. Es llamativo, pero con tan poco, el gobierno se llevó mucho.
Los análisis sobre el asunto van desde la celebración (PCR), el señalamiento de que es un síntoma del triunfo casi definitivo del enemigo (PTS) y el ninguneo (PO). Entre la euforia, el derrotismo y la ceguera, bien vale detenerse a analizar los tantos.
Comencemos por el análisis más superficial, aquel que dice que no pasó nada y que se trató de un festejo “despolitizado”. Ante todo, hay que examinar la composición de los que fueron. Vemos allí un importante componente obrero, de Capital y del Gran Buenos Aires. El otro elemento fue la pequeño burguesía porteña. El argumento del “paseo” es ridículo. No es la primera vez que el gobierno junta a varios artistas para un recital y nunca llevaron ni un cuarto de la multitud que estuvo en la 9 de julio. Es evidente que, en una situación de malhumor generalizado en las masas, estos festejos no hubieran existido.
Ahora bien, lo que asombra es que se caracterice a esta puesta como “despolitizada”. En esos actos se puso como un valor eterno e imprescindible a la nación y a la democracia, lo que -un marxista debiera saberlo- es la celebración del régimen burgués y del dominio de clase. No sólo se intentó mostrar la vitalidad de la Argentina de hoy, sino que se propagó y escenificó una historia que legitima no sólo a la clase dominante, sino al propio matrimonio presidencial. Basta ver el desfile de Fuerza Bruta. Para el PO están “confundidos”. Ellos son mucho más concientes: el gobierno los convocó y ellos se pusieron a disposición de Felipe Pigna, que armó el guión. En el desfile aparece, entre otras cosas, el trabajo rural de principios del siglo XX en un ambiente folklórico, donde los trabajadores cosechan contentos. Las movilizaciones sociales, todas iguales: peronistas, radicales, anarquistas y socialistas, porque, en el fondo, todos quieres más democracia. La Constitución quemada no representa otra cosa que la explicación de todos los problemas sociales a partir de su inobservancia.
Podemos seguir con la muestra plástica organizada por el “revolucionario” León Ferrari (que seguramente también se “confundió”) y Graciela Sacco para la Avenida de Mayo o con el Himno Nacional cantado por Fito Páez. Estos artistas e intelectuales son elementos de un destacamento de la burguesía. Lo que producen se llama ideología. Y se encargan de ello porque entienden que la cabeza del obrero es un campo de lucha. Cada avance de ellos es una pérdida nuestra. No están “confundidos”, saben lo qué hacen y para qué. No hay que trasladar las propias limitaciones a los demás.
Todo lo producido en esos días quedó grabado en la retina y en el corazón de las masas. Lo recordarán con emoción y no hace falta explicar lo nocivo que son estas cosas para el desarrollo de la conciencia de clase. Sin embargo, la celebración de la nacionalidad y la intervención burguesa sobre los sentimientos de millones de obreros, para el PO, no es política. Para los compañeros, el obrero sólo hace política cuando reclama un aumento de salario.
En este contexto, no hay nada para festejar, como propone el PCR o insinúa el PTS. El hecho que millones de obreros rindan honor al Estado burgués y a sus formas políticas es una verdadera desgracia y es un fenómeno que debe ser combatido.
Con todo, aquellos días tampoco demostraron ninguna situación cerrada y definitiva. Para el PTS, se trata de un síntoma de que “quedó atrás el momento de escisión y rechazo a la política que se expresó en el ‘que se vayan todos’. Amplios sectores de masas compartieron con los políticos oficiales los festejos, en un marco de cierto conformismo social”.(1) En este caso, se está sobreestimando lo que sucedió. Que el Argentinazo estuvo aunque no se haya querido, puede comprobarse en el nulo lugar que tuvieron las fuerzas armadas y en la figura del Che. En otro orden de cosas, la conciencia de las masas no es estática. Incluso, se modifica más rápidamente de lo que se cree. Más aún cuando ni la economía ni la política permiten augurar un futuro tranquilo. Para realizar un paralelo histórico, todo el andamiaje ideológico del Estado en el Centenario no evitó el ciclo insurreccional de 1917-1921.
La Argentina es un país cercado por la crisis mundial, su aceleración va a llevarse por delante todos estos esfuerzos y posibles treguas (y en esto es correcto el señalamiento del PO). Sin embargo, la acción ideológica disputa, justamente, el tipo de resolución de esa crisis y los límites a la intervención del proletariado en momentos culminantes. Esa disputa no puede reducirse a las tareas de agitación ni a las puramente sindicales. Lo que mostraron los festejos es la necesidad que tiene la clase obrera de una cultura que defienda sus intereses. Ese es el llamamiento que hacemos.
NOTAS:
(1) La Verdad Obrera, nº 376.