Juan Kornblihtt
Una de las tareas centrales de la gestión K para mantener una imagen “progresista” en términos económicos es la contención del aumento de tarifas. Con la amenaza del Argentinazo sobre sus cabezas y a la espera de la ansiada recuperación económica, las privatizadas aceptaron un aumento gradual que pueda ser ocultado. Así lograron pequeñas ajustes que fueron acompañando la inflación, pero sin nunca llegar a las cifras dolarizadas previas a la devaluación. Desde El Aromo, señalamos que esta política tiene patas cortas ya que las empresas de servicios deben tener una tasa de ganancia a niveles internacionales para seguir invirtiendo en el país. La falta de ella llevó a que muchas abandonaran futuras obras e incluso algunas ni siquiera sostienen el mantenimiento básico.
Esta batalla tuvo durante agosto un ingrediente extra. La espectacular suba del petróleo llevó a que el precio se acercara a los 50 dólares por barril, marcando el precio más alto de la historia. Dicho aumento, por supuesto, debía trasladarse al mercado interno, a las naftas y el gas oil, con el consiguiente arrastre inflacionario.
El gobierno salió entonces al cruce, con un aumento de las retenciones. El objetivo era desestimular la exportación para que las empresas petroleras se vieran obligadas a vender en el mercado interno y no buscasen precios a la altura del mercado mundial. Por supuesto, la medida fue nuevamente presentada como en favor de los intereses nacionales y populares.
Enemigos íntimos
Pese a que supuestamente afectaba a las petroleras, las dos más grandes, Petrobras y Repsol, no se opusieron a la medida. Incluso salieron a atacar a las petroleras que sí lo hicieron (en general, empresas más chicas que se dedican a la exportación de crudo) al afirmar que no estaban dispuestas a sentarse con ellas a negociar con el gobierno, porque con sus demandas demasiado extremistas dificultaban cualquier tipo de negociación. Este apoyo de Petrobras y Repsol se debe sobre todo a que ambas trabajan centralmente en el mercado interno y no exportan crudo sino que poseen refinerías propias. Pero, además, como la retención no cumplió su rol regulador del precio, de todas formas aumentaron el precio de la nafta en las estaciones de servicio.
Así la medida “en favor del pueblo” no sirvió. El primer síntoma fue la caída progresiva del consumo de nafta que provocó la reacción de los propietarios de estaciones de servicio ante el aumento de las quiebras[1].
Lo que parece buscar en realidad la gestión K con este aumento de las retenciones, es mayor recaudación para usufructuar el aumento del crudo a escala mundial. Un aumento que le permitiría asumir con mayor tranquilidad los pagos a la deuda que se le acercan. Sin embargo, el estancamiento de la economía local no ayuda mucho en este sentido. A diferencia de las retenciones sobre las mercancías agrarias, que aumentaron las arcas del Estado, las regalías petroleras que recibe el Estado Nacional han caído sin cesar desde la devaluación, pasando de 1.404.000 dólares en junio de 2002 a un promedio de 500.000 dólares por mes durante fines de 2003.
Esta disminución en parte tiene que ver con la devaluación. Sin embargo, hay otro dato a tener en cuenta. En un informe publicado a fines de julio de este año, un alto funcionario del Banco Mundial informaba que las reservas petrolíferas argentinas se agotarían de acá de cinco años. El informe toma esta tendencia como inevitable y recomienda al Estado nacional no hacer nada por revertirla. Esto indignó a los funcionario y periodistas nac & pop. Sin embargo el informe parte de una base real: la inversión comenzó a disminuir como se observa en la baja de regalías.
Los efectos del petróleo (los ‘70 como antecedente)
La gestión K busca sacar provecho del alza a partir de las retenciones aunque, como señalamos, sin frenar realmente el aumento de las naftas. Pero el problema es que el alza petrolera tiene una dinámica y una historia que permiten suponer que están tratando de tapar el sol con las manos.
A lo largo de la historia, las alzas petroleras son síntomas de fenómenos económicos generales que las subyacen. El momento más dramático se vio durante la crisis de los ‘70. Hacia 1973 la OPEP lanzó una fuerte regulación de la producción para reclamar un aumento del precio del barril. Está búsqueda provocó por un momento el aumento del precio y la consiguiente expansión de las economías de los países productores. Muchos de ellos soñaron, de la mano de los teóricos del desarrollismo, que la hora del éxito del nacionalismo tercermundista había llegado. Sin embargo, fueron tan sólo 15 minutos de fama. Es que el alza era sólo la muestra de una crisis provocada por el aumento de la productividad global del trabajo. Un aumento que arrastraba a una mayor demanda de petróleo pero que, a la vez, provocaba la caída de la tasa de ganancia. El boom del petróleo funcionó entonces como el emergente de una crisis general que algunos ya anticipaban. El resultado fue el estallido de la economía, la destrucción de capitales y, por supuesto, la depresión del precio del oro negro. Una depresión que arrastró a la ruina a los países productores.
Esta experiencia es la que Kirchner y sus socios no ven, presuponiendo que el fenómeno es eterno. Sin embargo la suba actual parece repetir a otra escala lo ocurrido en los 70. Pero con el agravante que, como lo muestra la falta de inversión de las empresas petroleras, ni siquiera le alcanzará para vivir su veranito. Nuevamente la apuesta de Kirchner de salvar al capitalismo nacional se muestra endeble. Sus fuentes de ingreso distan mucho de tener vida ni siquiera a mediano plazo.
1La Nación, 28 de agosto de 2004.