Eduardo Sartelli
Freud señalaba, en un análisis que se hizo clásico entre los estudiosos de la literatura fantástica y las películas de terror, que lo siniestro, el punto máximo del horror, no era otra cosa que el retorno al plano de lo cotidiano de aquello que fue reprimido. Ese choque entre lo que es familiar y al mismo tiempo extraño, resulta en una violencia paralizante. El asesinato de Axel Blumberg, el caso Cabezas de Kirchner, cumple a la perfección con los parámetros del análisis freudiano: ¿algo más cotidiano que la mafia policíaco-político-judicial? ¿Alguien puede decir sinceramente que esa combinación sólo superficialmente extraña lo ha sorprendido? Y, sin embargo, ha paralizado a un gobierno cuya mayor virtud hasta ahora ha sido el movimiento hacia adelante, aunque más no sea por la vía de la farsa. ¿Qué más ha traído el fenómeno Blumberg a la palestra? La actividad política de la pequeña burguesía, aunque esta vez por derecha. Lo que ha paralizado también a buena parte de la izquierda.
La única forma de enfrentarse al terror es comprender. Reconducir lo extraño a lo cotidiano, paradójicamente, por la vía de extrañar el orden de todos los días. Lo siniestro no es tal si reconocemos que siempre estuvo allí porque forma parte de ese orden normal. ¿Se ha roto la alianza entre piqueteros y pequeña burguesía que afloró en el Argentinazo? ¿Se trata de un nuevo giro en la estrategia de quienes en el ’82 exaltaron a Alfonsín, apoyaron su estado de sitio contra los saqueos del ’89, se entusiasmaron con el voto licuadora de Menem y entronizaron después a De la Rúa para expulsarlo violentamente del poder cuando quiso reactualizar la estrategia de Don Raúl contra los piqueteros? ¿Estarán ahora buscando una salida entre Ruckauf y Patti? Puede ser. Pero no puede sorprender (ni aterrorizar) a nadie: la pequeña burguesía ha oscilado siempre entre las estrategias de las dos clases fundamentales de la sociedad, la burguesía y el proletariado. Usurpado el Argentinazo por Kirchner, la pequeña burguesía se mueve hoy entre dos opciones burguesas, entre el maquillaje “socialdemócrata” y la reacción derechista. El Bloque Piquetero Nacional ha entendido claramente que no podía paralizarse ante el horror de un aliado aparentemente transformado en enemigo: debía intervenir para fijar otra política y terciar en la disputa. El resultado está por verse, dependerá de la suerte del Plan Blumberg. Si se implementa, el Estado contará con un instrumental represivo contra los trabajadores como pocas veces se ha visto. Pero sin recursos para recomponer el Estado, no hará otra cosa que elevar el problema a dimensiones también pocas veces vistas. Y entonces, la acción directa que la pequeña burguesía no parece querer abandonar, puede resultar un boomerang. Esa es la razón por la cual existe una intensa disputa por la conducción del fenómeno que hoy se corporiza en un ignoto empresario textil.
Pero es completamente falso suponer que el problema de la seguridad es de incumbencia exclusiva de la burguesía o de la pequeña burguesía. Por el contrario, quienes lo sufren más son los trabajadores, a quienes los medios de comunicación nunca otorgaron el lugar que cedieron con alegría al padre de Axel. Por eso, es falso creer que las más de tres millones de firmas de un petitorio cuyo contenido casi nadie conoce en profundidad, son producto exclusivo de la desesperación de los propietarios. Hay allí muchísimos obreros y obreras preocupados por su realidad cotidiana. Obreros y obreras que han sido impactados por la furiosa campaña mediática que aprovechó, con una lucidez que demuestra su renovada predisposición a la lucha, el impacto de la realidad brutal, de una muerte joven, de una vida trunca. ¿Cómo no conmoverse ante esa imagen de padre doliente que se levanta de la tumba de su hijo transformado en vengador de todos los familiares de otros tantos hijos muertos? Un héroe al que resultaría difícil, en el clima ideológico actual, preguntarle algo obvio: ¿dónde estaba Ud. cuando diez mil niños obreros morían, como mueren hoy, todos los años antes de completar sus doce meses de vida por causas evitables, es decir, achacables a la acción de la clase a la que Ud. pertenece?
¿Por qué resulta complejo formular esa pregunta hoy? Porque el trabajo ideológico realizado por los Hadad, por los Grondona, es impecable. Lograron reprimir, con un cadáver, la realidad cotidiana de millones de seres humanos. Intelectuales de su clase, no hacen más que cumplir su trabajo. Como en toda operación ideológica, lo que dicen no es completamente falso: en más de un sentido, todos somos Axel. Lo que no le quita un ápice de verdad al hecho que, en más de un sentido también, ningún obrero es Axel. Pero la operación es irreprochable. ¿Haremos nosotros lo nuestro? Nos tomaremos en serio el problema de la lucha ideológica, es decir, cultural? ¿Desplegaremos sobre el campo de batalla, formadas y en orden, nuestras tropas ahora dispersas? ¿Les daremos una conducción, misiones y objetivos que les correspondan? ¿Las incorporaremos a una estrategia de conjunto? La última Asamblea Nacional de Trabajadores ha dado un paso en ese sentido: se ha propuesto la organización de una Comisión de Cultura para el próximo encuentro. Se ha propuesto también sacar de allí un plan de lucha. Ese plan debe contener, antes que nada, una intensa campaña de agitación y propaganda, es decir, de explicación de la realidad social. Una campaña que penetre en el seno de las masas con el objetivo de extirpar la propaganda burguesa. Que muestre que esto que retorna nunca se fue. Que ese monstruo de mil rostros tiene un sólo nombre: capitalismo. Hay que evitar que lo siniestro nos paralice, enfrentándolo cara a cara. Contribuiremos así a provocar otro retorno de lo reprimido, que estallará, esta vez, en campo burgués: el Argentinazo y, detrás suyo, el socialismo, el transfondo siniestro de una sociedad acostumbrada a la violencia, al dolor, a la muerte.