SOMISA y los límites de la industria argentina
¿Usted pensaba que, antes de la Dictadura, la Argentina se encaminaba a un desarrollo industrial serio? ¿Cree que el responsable de todos nuestros males es el capital financiero? Se equivoca: antes del ’76, lo que teníamos era una industria ineficiente. La producción de acero es una muestra de que siempre estuvimos lejos de conformar una economía de verdadero porte.
Emiliano Mussi
OME-CEICS
Neoliberalismo. Dictadura, Capital financiero… He ahí los supuestos responsables de terminar con el desarrollo de la industria nacional, en la década del ´70. Hoy, los mismos culpables de ayer estarían poniendo nuevamente en jaque al “modelo re-industrializador” que habría comenzado después en 2003. Monopolios que generan la inflación, medios hegemónicos que mienten y el campo, que no liquida los dólares, son los nuevos nombres, pero el problema seguiría siendo el mismo. Hoy, como ayer, se intentan buscar excusas y falsos culpables para no dar cuenta de los límites y la falta de condiciones que tiene la industria argentina para crecer. Para entender el problema, vamos a mostrar las trabas que encontró la producción de acero de la empresa estatal SOMISA, durante las décadas del ´60 y ´70, para explicar que, en realidad, el golpe del ´76 no vino a terminar con un modelo industrializador, sino a sincerar una situación que era insostenible. Problemas de abastecimiento, de escala y de tecnología, más que la excepción, fueron (y son) una constante de la industria nacional.
Puede fracasar
SOMISA (Sociedad Mixta de Siderurgia Argentina) era la única empresa estatal de producción de acero y laminados planos para la industria. Uno de sus principales objetivos era reducir la demanda internacional de esos productos. Era una iniciativa fundamental en el ideario del desarrollo nacional. La figura del Gral. Savio, fundador de Fabricaciones Militares y planificador de toda la estructura siderúrgica, es casi mítica. Con SOMISA (e YPF) se pretendía avanzar en la producción básica, como forma de afirmar la soberanía nacional, y se comenzaría a cortar la dependencia del capital extranjero. Comenzó a operar en 1961, en el período “difícil” del Modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI).
En este modelo habría predominado la producción manufacturera, donde década a década se avanzaba hacia un completo desarrollo industrial. Claro que había problemas, nos dicen sus defensores, ¿pero dónde no? Ya no habría primado la producción de materias primas para el mercado externo, alegan, que favorecía a la oligarquía pampeana, sino la producción industrial orientada al mercado interno, sustentada en una alianza entre el capital y trabajo. Crecimiento industrial, desarrollo del mercado interno, crecimiento de la rentabilidad y de los salarios. Un círculo virtuoso animado por un modelo de industrialización, que tras atravesar una primera fase, se habría consolidado de manera definitiva si no hubiese sido cortado por el poder concentrado.
Esta teoría de los “modelos” plantea que, luego de la primera parte de la ISI (desde 1930 hasta fines de la década del ´50), la burguesía tomó conciencia de la necesidad de profundizar el modelo de sustitución, y avanzar en la producción de industrias claves como la petroquímica, la siderurgia con SOMISA, y otras. Bajo el desarrollismo de Frondizi (1958-1962), se le dio un fuerte impulso a las inversiones extranjeras, en particular, en aquellas ramas que el capital local no podía desarrollar. A partir de 1964, el país se habría insertado en una senda de crecimiento, donde por primera vez parecía madurar el proyecto industrial nacional. Esta línea se habría cortado por la irrupción de la dictadura militar de 1976.
Eduardo Basualdo, representante intelectual de la CTA que integró hasta hace poco el directorio de YPF, es uno los mayores impulsores de esta lectura. Lo define como “una revancha oligárquica”, producto del resentimiento de la oligarquía nativa, eliminando la alianza de la clase obrera y la burguesía local.[1] Ahora bien, como dijimos al comienzo, la ISI no fue clausurada por un cambio de régimen. En realidad no triunfó porque no tenía posibilidad de hacerlo.
En el período llamado ISI, se mantuvieron un montón de pequeños capitales que no tenían condiciones para sobrevivir, ya que no alcanzaban la productividad media. Pero pervivieron gracias a las transferencias de riqueza, sustentada en la renta agraria. No alcanzaban la productividad general, lo que hacía necesaria esta compensación, porque contaban con un mercado interno acotado en términos mundiales. Ello redundaba en altos costos. No fue la dictadura ni la oligarquía, sino las propias trabas del capitalismo argentino. Eso queda claro cuando analizamos las dificultades que enfrentó SOMISA, uno de los pilares de la industrialización durante sus primeros años de funcionamiento.
Los problemas de SOMISA
En primer lugar, la supuesta soberanía nacional que venía a afirmar la producción de acero, queda cuestionada en la medida en que se desarrollaba sobre la asociación con el capital extranjero. Por ejemplo, buena parte de la financiación y expansión de SOMISA estaba atada a la toma de préstamos del Export Import Bank de Washington. Entre 1961 y 1968 se tomaron créditos por más de 50 millones de dólares, destinados a acordar con Armco Steel Corporation, una siderúrgica estadounidense el diseño de toda la planta siderúrgica y su asesoría técnica. Además, toda la maquinaria con la que producía era extranjera. El alto horno era traído también de Estados Unidos a través de la empresa Arthur G. McKee and Company. Este punto da cuenta del carácter mundial de la acumulación y de los límites que presenta intentar reproducir el conjunto de los procesos productivos en una escala local, tal como pretendía el nacionalismo económico. Aún así, y por más ayuda internacional, SOMISA no llegó a convertirse en vector de desarrollo, por los propios límites con los que contaba.
En segundo término, SOMISA nunca pudo cumplir los planes de producción. En 1960 se planteó tres objetivos con sus respectivos plazos: 1) completar las instalaciones para 1962; 2) llevar la producción de acero a 1.200.000 de toneladas para 1965 y 3) expandir la capacidad de producción a 2.000.000 para 1972 y, luego, a 2.500.000. [2] Ninguna de estas metas se cumplió en el tiempo pronosticado. La primera se logró recién en 1966, cuando comenzó la producción de hojalata. Con respecto a la segunda, si bien las instalaciones se terminaron en 1970, recién se logró llegar a la misma en 1975, 10 años después, con la implementación del 2° alto horno. Finalmente, la tercera se realizó con 16 años de retraso, y justo un año antes de su privatización. Recordemos que cuando hablamos de competitividad, el tiempo cuenta mucho. Si se llega tarde a cierto nivel tecnológico, éste puede tornarse obsoleto. Ahora bien, ¿por qué la empresa no pudo alcanzar esos objetivos en el tiempo estipulado?
Un problema general fue la permanente contracción del mercado interno. En las condiciones en las que se producía, no se podía ajustar los plazos de producción a las “violentas y desconcertantes” oscilaciones de la demanda. Eso generaba acumulación de stocks, que deprimían el precio de los productos, y una mala utilización de la maquinaria con la que contaba.
La siderurgia es una rama de capital intensivo: se utiliza mucha maquinaria para producir cada unidad. Por lo tanto, una mala utilización de la tecnología redunda en un alto precio del producto. La máquina sufre un desgaste de su valor todos los años, que “entra” de manera directa en la cantidad de toneladas de acero producidas. Al producir menos, se encarecen los precios y se pierde competitividad, porque, aunque detenida, la máquina se debe amortizar igual. Todos los años, SOMISA dejó maquinaria sin utilizar. Por ejemplo, en 1963 de cinco hornos Siemens-Martins solo funcionó uno. En 1970, también se produjo menos acero de manera deliberada, porque había aumentado la productividad del horno con inyección de oxígeno, pero no había suficientes laminadores para “darle forma” a esos lingotes. El problema del abastecimiento de energía también era un problema: en algunos años, la laminación de chapas en caliente estaba autorizada solo en turnos a la noche, porque durante el día no había potencia suficiente.
Además, SOMISA incorporó una segunda máquina para producir “acero caliente” o arrabio en 1974, que ya no era una tecnología de punta en ese momento. En efecto, en ese momento, la única forma de producir acero era por medio un alto horno que produjera arrabio, y luego se lo transformara en acero. De ahí su importancia. El Alto horno es un gran horno que permite obtener arrabio por medio de la combustión de quemar el hierro mineral con carbón mineral (o coque que es un subproducto). Es lo que se conoce como proceso de reducción. Cuanto más grande sea el horno, más arrabio (por ende más acero) y de mejor calidad va a ser. En 1974 SOMISA incorporó uno que tenía un volumen o capacidad de producción de 2247 m3.[3] Un modelo que ya era viejo: había sido diseñado casi 15 años antes. Para 1972, había aparecido uno con un volumen tres veces mayor que el que incorporaba SOMISA (10.500 m3).[4] Llegaba tarde a la incorporación de tecnología de punta.
Este punto contrasta con los Altos Hornos que se incorporaban en ese momento para la producción de acero en gran escala. Todos eran de una capacidad mayor. Por ejemplo, empresas japonesas como Yawata (2.883 m3 de volumen), Kawasaki (4.500 m3), Nippon Steel (4.930 m3), Sumitono (4.308 m3) y británicas (British Steel, con 4308 m3).[5] Lo mismo con empresas estadounidenses como Bethlehem, que incorporaba uno que producía 10.000 toneladas por día[6], mientras que el incorporó SOMISA podía alcanzar las 3.600. Todas incorporaban hornos más grandes en el mismo momento que SOMISA incorporaba un Alto horno que era menos eficiente.
SOMISA reúne las mismas condiciones que el resto del capital industrial en Argentina. No logró avanzar en la productividad del trabajo, lo que le impidió convertirse en un capital rector de su rama. El desarrollo de la empresa mostró su impotencia. No es culpa de una acción política equivocada, como piensa el progresismo. En definitiva, no tuvo potencialidad para ser otra cosa. Impotente es el capitalismo argentino, que no puede engendrar las condiciones para un desarrollo industrial de conjunto. No existen otras posibilidades bajo estas relaciones sociales. Por lo tanto, no existe fracción burguesa que pueda impulsarlo. Hay que dejar atrás ese tipo de ilusiones.
1Basualdo, Eduardo: Estudios de historia económica, Siglo XXI, Buenos Aires, p. 117.
2Memorias SOMISA: Varios Años.
3Ídem.
4Steeluniversity.org en base a Aachen University Technology.
5European Commission: Technical study into the means of prolonging blast furnance campaing life, 1995, p. 9.
6D´Costa, Anthony: The global restructuring of the steel industry, Routledge, London, p. 49 y 70.