Por Gonzalo Sanz Cerbino – Desde hace más de un año, la ciudad entrerriana de Gualeguaychú es noticia por la exitosa resistencia que viene oponiendo a la construcción de dos plantas papeleras del otro lado del río Uruguay, en la localidad de Fray Bentos. Los medios locales se vienen ocupando de reseñar el conflicto, poniendo especial énfasis en los problemas diplomáticos abiertos entre los países involucrados. De un lado, el “gobierno popular” uruguayo, defendiendo con uñas y dientes su alianza con el capital trasnacional. Del otro, el presidente argentino, que se presenta como defensor de la ecología. En realidad, Kirchner no defiende más que los intereses de las pasteras argentinas instaladas en la ribera del Paraná, en Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Misiones, que contaminan tanto o más que sus pares uruguayas. Es que la producción de las plantas que las multinacionales ENCE y BOTNIA construyen en el país vecino duplicará la producción del conjunto de las pasteras locales, desplazándolas del mercado.1 El problema central, sin embargo, es la determinación de las consecuencias ecológicas reales que la instalación de las plantas causará en la zona. Olvidando esta variable, el conflicto rápidamente pierde sentido a los ojos de todos. Veamos entonces, que sucedería con el río Uruguay y el pueblo de Gualeguaychú de instalarse finalmente las tan resistidas papeleras.
Daños colaterales
Las plantas industriales que se están instalando en Uruguay se ocupan de trasformar la madera en un producto llamado pasta de celulosa, que constituye el principal insumo en la elaboración de papel. El 80% de la producción de pasta de celulosa a nivel mundial se obtiene a través de un método denominado “Kraft” o “al sulfato”, que consiste en someter la madera a un proceso de presión, calor y tratamiento con productos químicos tales como el hidróxido de sodio y el sulfuro de sodio, para disolver la lignina y liberar las fibras de celulosa. La separación de la lignina es lo que permite “blanquear” la pasta de celulosa, quitándole el componente que produce una tonalidad sepia en el papel. Luego del tratamiento químico, la pasta es bombardeada con oxígeno para depurarla de los residuos químicos y deslignificarla. Este tipo de producción exige grandes consumos de agua y energía, y también genera una gran cantidad de residuos líquidos y sólidos. Los informes emitidos por las propias empresas nos dan una medida de la cantidad de desechos que serán arrojados a las aguas. Un informe de la empresa BOTNIA sostiene que: “para el funcionamiento regular de la planta [de Fray Bentos] se requerirán 3,5 millones de m3 ssc/año (metros cúbico de sólidos sin corteza al año). Como consecuencia de usar la materia prima de forma eficiente, queda muy poco residuo sólido para ser desechado en el vertedero, de hecho se desecha menos del 1% de la materia prima inicial.2 Ese 1%, tan subestimado por la empresa, teniendo en cuenta el volumen de producción de BOTNIA, implica una producción de 17.000 toneladas de desechos. En el caso de ENCE, que posee una tecnología similar, la cantidad de residuos producidos por ella sería de 35.000 toneladas al año. En total, 52.000 toneladas de residuos arrojadas al río Uruguay cada año. 140 toneladas diarias de desechos sólidos. Estos desechos bajan impregnados de altas cantidades de elementos tóxicos. En las aguas del río se arrojaran nitratos, sodio, fósforo, cloro y sus derivados, que rápidamente eliminaran gran parte de la fauna hasta a 2 kilómetros a la redonda.3
La producción de las plantas también generará más de 16 millones de metros cúbicos de gases tóxicos que serán liberados a la atmósfera cada día. Las chimeneas de ENCE y BOTNIA producirán dióxido de carbono, metales pesados, azufre gaseoso, dióxido de azufre y óxido de nitrógeno en grandes cantidades. La contaminación del aire producirá, además de un olor insoportable, alergias, enfermedades de la piel, respiratorias y de la vista. Y todo el humo tóxico que ascienda, además de contribuir a acrecentar el efecto invernadero y el recalentamiento global, bajará a la tierra producto de la lluvia ácida, contaminando también el suelo.4 Estos efectos han sido comprobados por los pueblos de España y Finlandia en donde funcionan plantas de las empresas que vienen a radicarse en Uruguay. En Pontevedra, España, funciona una planta de ENCE que produce casi 400 mil toneladas de celulosa al año. Ha recibido denuncias penales de la Asociación por la Defensa de la Ría de Pontevedra desde comienzos de los ’90, por los desechos arrojados al río y por la emanación de gases tóxicos. El primero de los juicios, que duró 12 años, condenó a los ejecutivos de ENCE a multas y penas de prisión, pero hoy la planta sigue funcionando. El turismo, la pesca y la industria del marisco casi han desaparecido producto de la contaminación. Más graves son los perjuicios para la salud: las alergias, las enfermedades de la piel, las afecciones respiratorias y de la vista hacen estragos.5 La lucha de los habitantes de Pontevedra consiguió hace poco tiempo la aprobación de una ley por la que ENCE deberá retirarse en 2018. Miguel Ángel Fernández, alcalde de Pontevedra, explica por qué: “Contaminación del agua, lluvia ácida, enfermedades, pérdida de puestos de trabajo y olor a huevo podrido que envuelve permanentemente la zona”.6 También explica por qué habrá que esperar hasta el 2018 para echarlos: “Una vez que se instala algo así es muy difícil de quitar. No los echas ni en 30, 40 o 50 años, porque es una inversión impresionante”.7
Los efectos de las plantas que BOTNIA posee en Finlandia no son mejores. En una investigación sobre emisiones aéreas realizada en una planta finlandesa similar a la que se instalará en Uruguay, se “detectaron niveles altos de varias dioxinas y furanos clorados, donde los furanos eran el componente principal”.8 Ricardo Carrere, integrante de la ONG ambientalista uruguaya Guayubira, invitado por la Asociación Finlandesa para la Protección de la Naturaleza, visitó ese país en junio de 2005. Allí pudo comprobar que:
“Las fábricas de celulosa tienen una larga historia de contaminación en Finlandia. El mismo grupo de empresas (UPM/Kymmene, Metsa Botnia, M-Real, Stora-Enso) que ahora se presenta al mundo como cuidadosas del medio ambiente, contaminaron impunemente durante décadas el agua, el aire y la salud de la gente de ese país. […] Observando las gráficas de calidad del agua, se percibe que en todos los casos hay una mejoría entre la situación reinante en 1982 y la de 2004, pero de cualquier manera se constata que sigue habiendo contaminación en las áreas cercanas a las fábricas. En materia de calidad del aire también se evidencian mejoras entre 1989 y 2004, pero aún persisten importantes emanaciones de dióxido de azufre y de compuestos sulfurosos olorosos […]. Los investigadores estimaron que alrededor de una vez al mes se notan olores fuertes y desagradables. Tal opinión en general coincide con la de muchas otras personas […]. Sin embargo, […] la gente local no es capaz de percibir niveles de olor más bajos, que en cambio son olidos por visitantes externos no acostumbrados a esa contaminación […]. El olor no es sólo molesto: es peligroso […]. El olor proviene de [compuestos como] el sulfuro de hidrógeno […], el metil mercaptan […] y los sulfuros de metilo […] [compuestos que] impactan sobre la salud, en particular incrementando el riesgo de infecciones respiratorias agudas, problemas de la vista, cefaleas y problemas neuropsicológicos, entre otros. Los estudios además constataron que estos compuestos ingresan a las viviendas de los habitantes locales, por lo que la gente también está expuesta a los mismos dentro de sus casas. A su vez, varias personas preguntadas al respecto de su experiencia en materia de enfermedades que asocian a las fábricas de celulosa, inmediatamente hablaban de asma, alergias y problemas de la piel”9
Las cosas empeorarán de producirse un accidente, como el ocurrido en la planta de celulosa de BOTNIA ubicada a orillas del lago Saimaa, Finlandia, en el 2003. En esa ocasión, 7.500 metros cúbicos de desechos líquidos sin procesar desbordaron la planta de tratamiento biológico y cayeron al lago. Según la prensa local, ese líquido “[…] consume el oxígeno del agua, causando una elevada mortandad de peces y también oscurece el agua y contamina las orillas. Además, tiene un olor sumamente desagradable. La mitad de la población de peces resultó erradicada en un radio de tres kilómetros de la planta”.10 El descontento por el incidente, que arruinó las vacaciones de todos los habitantes del lugar que no pudieron disfrutar del lago, se hizo sentir. Los reveses sufridos en el Viejo Mundo y el aumento en la regulación legal de la actividad en materia de contaminación medioambiental, es lo que lleva a muchas de estas empresas a desplazar su producción hacia países con legislación “más blanda”, como Uruguay.
Vil metal
¿Pero, si las pasteras contaminan en todos lados, debemos renunciar a producir y utilizar papel? No necesariamente. A pesar de que todos los métodos utilizados en la producción de pasta de celulosa resultan contaminantes, no todos lo son en la misma magnitud y tienen los mismos efectos. Uno de los procesos más criticados es el del blanqueo de la celulosa con cloro. Ese proceso fue erradicado de Europa en los años ’90, producto de las protestas de los ambientalistas y el endurecimiento de la legislación. Hoy, la mayoría de las plantas europeas utilizan tecnologías ECF (Elemental Chlorine Free), que sustituyen el cloro elemental por un compuesto menos contaminante, el dióxido de cloro. Este tipo de tecnologías son las que ENCE y BOTNIA utilizan en sus plantas de Pontevedra y el lago Saimaa, con las consecuencias ya descriptas. Es también la tecnología que están instalando en las plantas uruguayas. Sin embargo, las nuevas plantas europeas de estas empresas están utilizando una tecnología recientemente desarrollada, conocida como TCF (Totally Chlorine Free), totalmente libre de cloro, como su nombre lo indica. Esta tecnología, la menos contaminante desarrollada hasta la fecha, se está implementando en Europa, no por el “ecologismo” de las multinacionales pasteras, sino porque se prevé que la legislación ambiental del continente las exigirá obligatoriamente de aquí a algunos años. Por esa razón, aquellas que pueden, se trasladan a países menos “ecológicos” como Uruguay y la Argentina, donde todavía no se exige siquiera la tecnología ECF.11 ¿Por qué las pasteras no instalan en todas sus plantas tecnología del tipo TCF? ¿Acaso su “maldad” es tan grande que se empeñan en destruir el ambiente a cualquier costo? ¿Por qué no instalan plantas con sistemas de “circuito cerrado”, otro de los mecanismos para disminuir la contaminación, que no emiten efluentes a las vías acuáticas? Muy sencillo: las nuevas tecnologías cuestan más caro, y cuando aumenta la inversión inicial se achican las ganancias. Esa es la lógica del capital.
Los efectos que causará la instalación de las pasteras uruguayas constituyen, sin duda, un nuevo crimen social. A diferencia de otros casos analizados, aquí, posiblemente, no habrá muertos en forma inmediata. Pero sí una degradación de las condiciones de vida en las poblaciones directamente afectadas, la destrucción de su hábitat y el deterioro de su salud. Todo producto de la lógica del capitalismo. Consecuencias nefastas de la acumulación de capital y de la maximización del beneficio por parte de la clase dominante.
Notas
*Agradecemos la colaboración de Orlando Castro.
1Prensa Obrera, Nº 931, 19/1/06; La Nación, 3/3/06; www.harrymagazine.com, agosto de 2005.
2“Evaluación de impacto ambiental”, www.botnia.com.
3Morettón, Juan: “El problema ambiental de los residuos en la elaboración de celulosa para papel”, www.argenpress.info, 2006; “Declaración ambiental 2005”, www.ence.es.
4Moretón, op. cit.
5www.apdr.info; Cabrera, Miguel Ángel: “¿Repetiremos en Uruguay la experiencia de ENCE en Pontevedra?”, http:// letras-uruguay.espaciolatino. com.
6La Nación, 3/3/06.
7Idem.
8“Plantas de celulosa: una burla hacia un acuerdo internacional”, Red de Acción de Plaguicidas – Uruguay.
9“Tras la huella de la celulosa en Finlandia. La otra cara de la moneda”, www.rel-uita.org.
10Idem.
11Moretón, op. cit.; “Papeleras en Uruguay: consultora del Banco Mundial esconde emisiones de dioxinas y furanos”, www.rel-uita.org; Crónica, 19/6/06.