Lenin y la hegemonía: los soviets, la clase trabajadora y el Partido en la revolución de 1905.

en Revista RyR n˚ 9

Alan Shandro enseña en el Depto. de Cs. Políticas de la Laurentian University, Sudbury, Ontario, Canadá, y colabora en el Equipo Editorial de “Science & Society”. Escribió diversos artículos en teoría política Marxista y actualmente está preparando un libro sobre Lenin y la Lógica de la Hegemonía, del cual el presente artículo es un avance.

Por Alan Shandro. Traducción de Agustín Santella

Los estudios más desarrollados entienden al liderazgo como una relación compleja entre dirigentes y dirigidos. Si revisamos la literatura sobre Lenin, el preeminente dirigente práctico del movimiento marxista de clase tendría poco que decir al entendimiento del liderazgo. La tendencia predominante en esta literatura sugiere que la concepción distintiva de la vanguardia desarrollada por Lenin reduce la agencia revolucionaria de la clase obrera meramente a una organización de vanguardia dirigida por intelectuales de procedencia burguesa. El proyecto de Lenin, en este tipo de lectura, era identificar un agente capaz de sustituir su conciencia revolucionaria, por la supuesta incapacidad de la clase obrera para la actividad revolucionaria. Pero al enfocar la posición de Lenin en términos de las categorías de sus oponentes, esta lectura se desencuentra con su pensa-miento. El núcleo de la tesis de Lenin -la conciencia socialdemócrata debe ser introducida en el movimiento obrero espontáneo desde afuera-, puede ahora ser refor-mulado como la idea de que el movimiento obrero no puede, ausente en su lucha la intervención organizada de la teoría marxista, generar una conciencia socialista revolucionaria (ver Shandro, 1995/1998). Sostengo que el efecto de su tesis fue reorganizar las categorías con las que los marxistas podrían aproximarse al fenómeno del liderazgo y hacerlo de un modo que construye alguna mediación conceptual en la dinámica compleja de la relación entre dirigentes y dirigidos.

La vanguardia y la conciencia socialista

Si el movimiento obrero espontáneo es igualado a la base económica y la conciencia socialdemócrata a la superestructura, la tesis de Lenin implica una inversión voluntarista de la primacía marxista de la base; la revolución no está más basada en un análisis materialista de las relaciones de clase y deviene, en cambio, la expresión de la voluntad de la conciencia revolucionaria de los intelectuales. Estas categorías suminis-tran poco espacio donde explicar el fenómeno del liderazgo; la revolución es lograda por la clase obrera, o por la vanguardia del partido; porque la espontaneidad de la clase obre-ra genera una conciencia de su vocación revolucionaria o porque la misma vanguardia autodeclarada de los intelectuales revolucionarios substituyen este proceso espontáneo. Situado en este contexto, el liderazgo podría solamente consistir en impartir conciencia de una vocación revolucionaria. La política es entonces efectivamente igualada con educación y la división política esencial descansa sobre el respeto o no respeto del educador a la autonomía del alumno.

Sin embargo, la tesis de Lenin resiste cualquier identificación simple con la dis-tinción entre espontaneidad y conciencia, con la distinción entre base y superestructura. En el curso de su argumento, la vanguardia conciente es convocada tanto a fomentar el movimiento obrero espontáneo como a combatirlo. La ambivalencia aparente de esta po-sición está basada en una valoración de la espontaneidad misma como embrión de la con-ciencia socialista y repositorio de la ideología burguesa, una contradicción que Lenin es-tablece puntualmente como sigue: “La clase obrera espontáneamente gravita hacia el socialismo; pero la ideología burguesa más difundida (continuamente reproducida) se im-pone no menos espontáneamente sobre el trabajador en un grado más grande aún” (1902,386n).

El sentido marxista de esta proposición puede ser establecido solamente al examinar el proceso dialéctico por el cual la ideología dominante de la burguesía es establecida en lucha con las tendencias socialistas espontáneas de la clase obrera. Los términos del problema (espontaneidad/conciencia; espontaneidad burguesa/espontaneidad socialista) deben ser agrupados dentro de una dinámica de lucha. Esto requiere dos niveles de análisis: en un nivel inicial se hace abstracción de la influencia de la ideología –esto es, de la “conciencia”– sobre esta lucha espontánea de las fuerzas sociales, una lucha caracterizada en términos de relaciones de producción. Puesto que en este nivel, los intereses de la clase obrera pueden ser vistos en su conflicto irreconciliable con las relaciones sociales fundamentales del modo capitalista de producción, puede esperarse que los trabajadores, en virtud de estas relaciones sociales, graviten espontáneamente hacia la teoría marxista por una explicación de su situación y una orientación de su lucha. Pero Lenin argumenta que el movimiento espontáneo no está solamente determinado por la base socioeconómica de la lucha de clase. La proposición “de que los ideólogos (i.e., líderes políticamente concientes) no pueden desviar al movimiento del camino determinado por la interacción de los elementos y su medio…ignora la simple verdad de que los elementos conscientes participan en esta interacción y en la determinación del camino. Los sindicatos católicos y monárquicos en Europa son también un resultado inevitable de la interacción de los elementos y su medio, pero fue la conciencia de los sacerdotes y los Zubatovs y no la de los socialistas la que participó en esta dirección” (Lenin, 1901, 316)

Considerando esta “simple verdad”, Lenin analiza el movimiento espontáneo como el movimiento de la clase obrera, no simplemente determinado por las relaciones de producción, sino también sujetado a la influencia de los aparatos ideológicos de la burguesía (vehículos institucionales de ideas e información, tales como los partidos políticos, oficinas de gobierno, periódicos e iglesias, cuya actuación asume o acepta al menos la preeminencia de los intereses capitalistas). Entendido en estos términos, el movimiento espontáneo es el que confronta la conciencia socialista de lo que sería la vanguardia del proletariado, dentro de su campo de acción pero fuera de su control. Solamente en este segundo y más concreto nivel de análisis Lenin localiza la preeminen-cia de la ideología burguesa; lo que entonces está sujeto a esta dominación no es la clase obrera como tal, sino el desarrollo espontáneo de su movimiento, esto es, el movimiento de la clase obrera considerado en abstracción de su vanguardia socialista revolucionaria, de aquellos trabajadores cuya actividad política está informada por la teoría marxista y es, en este sentido, consciente. En base a esto, no es necesario suponer que la preeminen-cia de la ideología burguesa es perfecta o que los trabajadores son incapaces de resisten-cia espontánea, lucha política o, incluso, innovación. La lógica de la lucha espontánea genera una dinámica a través de la cual la ideología burguesa y la experiencia proletaria vienen a ser parcialmente constitutivas una de la otra. La limitación de la lucha espontá-nea consiste no en la incapacidad absoluta del movimiento obrero para generar alguna forma de actividad política, sino su incapacidad en ausencia de la teoría marxista, para establecer una posición de independencia estratégica vis á vis sus adversarios. La tesis de Lenin de la conciencia desde afuera puede entonces ser redefinida mediante las siguien-tes tres proposiciones: primero, que el movimiento obrero no puede lograr su indepen-dencia estratégica sin reconocer el carácter irreconciliable de sus intereses con el con-junto del sistema político social organizado alrededor de la predominancia de los intere-ses burgueses; segundo, tal reconocimiento implica que los intentos de reconciliar el pro-letariado con los intereses de la burguesía son valorados en el contexto de la crítica Marxista de la economía política; por eso, tercero, este reconocimiento de la lucha de clases no se consigue efectivamente en ausencia de un liderazgo organizado e informado por la teoría marxista. Una implicación, no inferida directamente por Lenin, es que la conciencia revolucionaria debe estar abierta a la capacidad, no sólo de la burguesía, sino también de los trabajadores para innovar espontáneamente en el curso de la lucha.

Este conjunto de supuestos, que sostienen la tesis de la conciencia desde afuera, son necesarios para concebir el proyecto político de una vanguardia marxista como una intervención determinada en la escarbada, contradictoria y compleja lógica de la lucha por la hegemonía. Pero esto es sólo lo que las circunstancias les decían a los marxistas rusos que hacer. Mientras que las relaciones sociales capitalistas erosionaban los funda-mentos feudales y patriarcales del absolutismo, el crecimiento libre del capitalismo y las perspectivas para el socialismo proletario hacían imperativo una transformación demo-crática profunda de las instituciones del zarismo y el régimen terrateniente. Pero la de-pendencia de la burguesía rusa del estado y las finanzas internacionales la convirtieron en un dirigente poco creíble de una revolución democrática consistente; la fuerza precoz del movimiento obrero creaba la tentación de un acuerdo “moderado” con la burguesía li-beral y los terratenientes más progresistas. Una transformación democrática profunda pa-recía depender de la iniciativa política del proletariado. Pero esto requeriría no una sim-ple y total polarización entre las clases, sino la orquestación de una alianza democrática revolucionaria de diversas fuerzas sociales y políticas. La lucha por la dirección, por la hegemonía en la revolución democrática fue, entonces, una lucha sobre la constitución y la orientación política de los sistemas alternativos de alianzas políticas. La conciencia, como la concebía Lenin, tenía que dar cuenta del proceso complejo y escabroso de la lu-cha por la hegemonía. Al enfocar la contradicción entre la vanguardia conciente y el movimiento obrero espontáneo, la tesis de la conciencia desde afuera permitió a Lenin, paradójicamente, situarse como actor político y teórico Marxista, dentro de la lucha de clases. Esta asume una conceptualización de la lucha de clases en que la vanguardia conciente y el movimiento espontáneo de masas son capaces de una acción innovadora, efectiva y ocasional. Aunque sean diferentes y contradictorios los modos de acción que son característicos de cada uno, es necesaria cierta conjunción e incluso fusión de los dos para sostener una posición hegemónica en el proceso de una transformación revolu-cionaria. La proposición de que la conciencia socialista debe ser importada en el movimiento obrero espontáneo desde afuera no significa la sustitución de un actor colectivo por otro sino que sirve como un espacio conceptual en el que las relaciones entre diferentes actores, y por ello la relación contradictoria y compleja entre líderes y dirigidos, pueden sujetarse a un examen crítico.

Mediante un examen de la respuesta de Lenin a la emergencia de los soviets en la revolución de 1905 trazaré algunos contornos de este espacio conceptual. Al hacer esto, argumentaré que la posición de Lenin respecto al movimiento obrero espontáneo y los soviets solamente puede tener sentido en el contexto de la lógica político estratégica de la lucha por la hegemonía que sostiene su tesis de la conciencia desde afuera. Los cambios en la posición de Lenin no indican un abandono de su tesis sino que, más bien, dependen de ella. Situando las demandas de liderazgo en relación a la lógica de una lucha política por la hegemonía que implicaba adversarios y aliados así como líderes y masas, su análisis estratégico produjo una rica apreciación y una explicación más efectiva sobre las dinámicas de la relación entre dirigentes y dirigidos que las principales alternativas puestas a disposición del movimiento obrero ruso, una de ellas representada por los adversarios de Lenin en la izquierda moderada del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), los Mencheviques. Sugeriré, después, que la posición de Lenin en la lucha por la hegemonía política representa una entrada explicativa a la diversidad de los movimientos revolucionarios de masas más efectiva que la realizada por la influyente noción “postmarxista” de la “contrahegemonía”.

Teoría y práctica de la revolución

La guerra ruso japonesa de 1904-1905 sacó a la superficie las tensiones que saturaban las estructuras sociales y políticas de la Rusia zarista. Aceptando la invitación hecha por las campañas de los intelectuales liberales de extender los límites de las liber-tades políticas, el cura Gapón condujo una procesión de obreros de San Petersburgo para presentar al mismo Zar Nicolás una petición para remediar sus quejas. Cuando las tropas del Zar respondieron con la matanza de cientos de manifestantes, fue destrozada la fe zarista de la mayoría de los trabajadores. Se desató un proceso de lucha revolucionaria, puntuado por olas de huelgas políticas de masas, motines en las fuerzas armadas, ocupaciones de tierra y desórdenes persistentes en el campo y concesiones hechas por las autoridades seguidas de una brutal represión. La revolución cambiaría las bases sobre las cuales la política se movía en Rusia, y el pensamiento político de Lenin se movió con este cambio. Pero cómo se movió es tema de controversia. Lenin formularía la relación entre el movimiento obrero y la vanguardia en términos algo diferentes a los que él había usado antes de la revolución. Con variaciones en el énfasis, el tono y su formulación un número de escritores han tratado de contraponer más o menos sistemáticamente, un Lenin de la revolución democrática de masas de 1905 al prerrevolucionario político partidario del ¿Qué hacer? Más destacado entre ellos, Marcel Liebman ha caracterizado este cambio como la “primera revuelta de Lenin contra el leninismo” (1970,73). Cautivado por la espontaneidad del proletariado, se afirma, Lenin descartaría ahora su primer desconfianza por el movimiento espontáneo. Su llamado a una profunda democratización del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) es interpretado como un cambio contra-dictorio respecto su temprana “concepción elitista del partido” (Liebman,1975,29). Se dice que la dependencia de los revolucionarios profesionales de la intelectualidad da paso al entusiasmo del influjo de los trabajadores revolucionarios dentro del Partido como un tónico que desahogaría el letargo burocrático de los hombres de Comité. Mientras que la intervención desde arriba de un control centralizado sobre la actividad parecía ser tan esencial en la clandestinidad, a la luz de la realidad revolucionaria el mismo Lenin se convertiría en el portavoz de la iniciativa creativa desde abajo. La suposición anterior de que la “revolución debe ser necesariamente un trabajo de un grupo de vanguardia más que el de un partido de masas” sería ahora reemplazada por el reconocimiento de los soviets, organizaciones amplias del poder de las masas obreras, como centros vitales de la actividad revolucionaria (Liebman,1975,20-31). 1905 fue, entonces, “una revolución que golpeó una doctrina” (Liebman,1970).

¿Las reformulaciones de Lenin de 1905 implican una inversión teórica o repre-sentan meramente una adaptación de las herramientas teóricas disponibles a las circuns-tancias alteradas? El enfoque de Liebman, que abstrae espontaneidad y conciencia, traba-jadores e intelectuales, democracia y centralismo, partido y clase, y así con el resto, del contexto. Así abstraídos, estos conceptos no encajan en el proyecto marxista de Lenin de explicar teóricamente, así como transformar políticamente, la compleja y cambiante constelación de las fuerzas de clase; ellos figuran, en cambio, como un conjunto de distinciones esencialmente morales, cada uno de cuyos términos representan un valor contrastante, moviéndose reiteradamente de énfasis entre lo que meramente sirve para representar el drama de un alma atormentada entre las exigencias de moralidades políticas en conflicto. Pero estos términos también pueden ser aproximados a la luz de la orientación estratégica de Lenin hacia la lucha política, una orientación formada mediante una apreciación de que la identidad de las fuerzas políticas, movimientos, instituciones, políticas, temas, ideas, etc. no son un reflejo simple de la posición socioeconómica de clases de los actores, sino también de la conducta de los actores en la lucha y por tanto, está sujeta siempre a reevaluación en relación a la lógica y desarrollo de la lucha política (e ideológica) misma. Uso el término “lógica político estratégica de la lucha por la hegemonía” para designar esta intuición leninista y argumentar que sin tal concepto organizador no es posible dar cuenta de la dinámica, de los cambios dramáticos en el énfasis ni del aprendizaje, del movimiento teórico real, en el pensamiento político de Lenin.

“Indudablemente,” escribiría Lenin, “la revolución nos enseñará y enseñará a la masas populares. Pero la pregunta que ahora confronta a los militantes políticos del partido es: ¿Seremos capaces de enseñar algo a la revolución?” (1905b,18) En el curso de la revolución podría aprenderse algo nuevo de la revolución y de las masas, solamente asiéndolas en un marco conceptual capaz de responder a las variaciones coyunturales en el proceso revolucionario y consecuentemente capaz de formular las preguntas apropia-das. Para expresar el mismo punto de manera paradójica, lo anterior sólo fue posible debido a que él estaba listo para enseñar a la revolución algo que él fue capaz de apren-der de lo que él hiciera. Al incorporar la experiencia del movimiento revolucionario espontáneo de los trabajadores y campesinos en su análisis de la lógica político estratégi-ca de la lucha por la hegemonía, Lenin ejercitaría una concepción marxista de la hegemo-nía proletaria en la revolución democrático-burguesa. Al hacer eso, él incorporaría su propio marxismo reflexivamente al situarlo en el contexto de la lucha por la hegemonía y así rectificar su explicación de la relación entre espontaneidad y conciencia. El haría eso, no abandonando la tesis de la conciencia desde afuera, sino precisamente siguiendo su lógica, la lógica político-estratégica de la lucha por la hegemonía.

La respuesta de Lenin al movimiento campesino de 1905 no puede ser extensiva-mente considerada aquí aunque puede servirnos para completar nuestro entendimiento de su respuesta al movimiento obrero espontáneo. El Congreso Inaugural de los Sindicatos Campesinos de Toda Rusia realizado en Agosto de 1905 propuso enviar reconocimientos a “nuestros hermanos los trabajadores, quienes por mucho tiempo han vertido su sangre en la lucha por la libertad del pueblo”. Pero cuando un delegado Socialdemócrata inter-vino en la discusión diciendo que “sin los obreros fabriles los campesinos no lograrán nada¨, fue respondido con gritos en el salón que decían ¨por el contrario, sin los campesi-nos los obreros no pueden lograr nada” (ver Perrie,1976,110-111). Aparentemente, aquí no se haría valer la hegemonía proletaria, aún cuando hubiera un extendido reconoci-miento de los intereses comunes. La sofisticación del cálculo político y el análisis socio-económico marxista parecería un hilo delgado, en términos materialistas históricos, sobre el cual colgar la exigencia del liderazgo proletario en la revolución democrático-burgue-sa; y aún si la organización del POSDR había respondido con realismo en estos cálculos, no parecía que estar en posición de llevar su luz a las aldeas. La hegemonía del proletariado tendría que esparcirse a través de una red más profundamente enraizada que el partido. Ello requeriría, por tanto, un nueva valoración del movimiento espontáneo de los trabajadores, una nueva valoración ocasionada por la emergencia de los soviets.

El movimiento espontáneo y el soviet.

El ejemplar más prominente de esta institución, el soviet de Diputados Obreros de San Petersburgo, emergió en la cumbre de la huelga general de Octubre. Los trabaja-dores de la capital estaban familiarizados con la idea de representantes elegidos en la fábrica. Bajo una ley de 1903 podían ser elegidos por los patrones ancianos venerables (starosti) nominados por los obreros para negociar sus reclamos; en un número de fábri-cas habían sido organizados comités de diputados desde la huelga de enero; y como co-rolario del Domingo Sangriento, los obreros tomaron parte en dos elecciones de planta para representantes a la abortada Comisión Shidlovsky, establecida por el gobierno para investigar las causas de los levantamientos entre obreros de fábrica (Harcave, 1965, 181-86; Anweiler,1974,24-27,32-37). Sumado a esta experiencia práctica, los trabajadores ha-bían sido expuestos durante el verano a los esfuerzos mencheviques para popularizar consignas a favor de un “congreso de trabajadores” y un “autogobierno revolucionario” (Anwailer,1974,45-46).

Con la ola de huelgas fueron elegidos espontáneamente en San Petersburgo diputados en numerosas fábricas. Cuando los mencheviques iniciaron un comité de trabajadores para conducir la huelga y, buscando ampliar su representación, agitaron por la elección de un diputado por cada quinientos trabajadores, fue bajo la rúbrica del “auto-gobierno revolucionario”. El soviet de Diputados Obreros resultó ser un comité de huelga pero animado ya por una amplia visión política (ver Schwarz,1967,168-78). En respuesta a las exigencias prácticas de la huelga general, los soviets comenzaron a actuar como un “gobierno paralelo”, legislando sobre asuntos de la vida cotidiana y enviando instrucciones a la oficina postal, ferrocarriles, aún la policía (ver Anweiler,1974,55-58). El ímpetu de la movimiento huelguístico fue tal que el Zar se vio obligado, con el objetivo de traer a la oposición moderada al campo del orden y para pacificar la situa-ción, a conceder libertades civiles, una asamblea representativa con poderes legislativos, responsabilidad ministerial y sufragio universal. No fueron quebrados los ímpetus revolucionarios de la clase obrera. Los soviets continuaron extendiéndose a través de las urbes rusas. Al tomar en cuenta las preocupaciones cotidianas de las masas, lograron ganar la fidelidad de amplios estratos de trabajadores y atraer la simpatía y el apoyo entre las poblaciones no proletarias de las ciudades. Renovaron la actividad huelguística contra la represión estatal y la ley marcial, por la jornada de ocho horas y “un gobierno del pueblo” y avanzaron más y más sobre las prerrogativas del estado.

En el marco de la lógica de la confrontación ilegal con el estado zarista, los soviets comenzaron a asumir una nueva dimensión como un agente de la insurrección y un órgano de poder estatal revolucionario. Antes de que la autocracia pudiera restaurar su orden y desplegar sus fuerzas contra los levantamientos campesinos en el campo, tendría que controlar las insurrecciones obreras en Moscú y otras ciudades (ver Harcave,233-244; Trotsky,1973,249-264).

En el momento en que Lenin retornaba del exilio a principios de noviembre, ya habían sido definidos los términos en que los Mencheviques y los bolcheviques más intransigentes debatían el significado del soviet. Las consignas mencheviques que convocaban al “auto-gobierno revolucionario” y al “congreso de trabajadores” eran parcialmente constitutivas de la nueva institución. A través de su primera influencia en la organización del soviet, los mencheviques eran parte de su misma concepción. Convocaron a las organizaciones obreras a un plan de auto-gobierno revolucionario, para tomar la iniciativa en organizar, paralelo a las elecciones oficiales de la Duma, un proceso electoral abierto a las masas. Esto haría que la presión de la opinión pública lleve a que los electores oficiales y los representantes del pueblo puedan, en un momento favorable, declararse en asamblea constituyente. Sea logrado o no su “objetivo ideal”, tal campaña podría “organizar un auto-gobierno revolucionario, el cual removerá los grilletes de la legalidad zaristsa, y preparará el futuro triunfo de la revolución” (citado en Lenin,1905c,224; ver Schwarz,1967,168-71). La idea de un congreso obrero, como fue presentada por el teórico Menchevique, P.B. Axelrod, daría cuerpo a la auto-actividad proletaria. El congreso estaría constituido por delegados de asambleas obreras para “adoptar decisiones específicas concernientes a las demandas inmediatas y al plan de acción de la clase obrera”. Debatiría la posición a ser adoptada hacia “la caricatura del gobierno de una asamblea representativa”, los términos apropiados de un acuerdo con los cuerpos liberal-democrático, la convocatoria de una Asamblea Constituyente y los tipos de medidas económicas y reformas políticas a ser recomendadas en elecciones de ese cuerpo, y otros temas públicos de actualidad. La agitación de esta idea, escribió Axelrod, podría “cautivar cientos de miles de trabajadores”, una masa lo suficientemente grande en un período de revolución para “dotar al congreso, sus decisiones y su organización de una autoridad tremenda, tanto entre las masas menos concientes del proletariado como a los ojos de los demócratas liberales”. Aun si el congreso no fructiferara, al contribuir al “esclarecimiento político de las masas trabajadoras, fortaleciendo su espíritu combativo y desarrollando su habilidad predisposición a la confrontación en defensa de sus justas demandas, tal agitación podría ocasionar una revuelta” (Axelrod,1905,65-7).

Los mencheviques esperaban que tales propuestas, proveyendo un forum para la autoactividad de la clase obrera, podrían culminar en la formación de un partido de ma-sas del trabajo. Lo que estaba en juego fundamentalmente en la institución del soviet era entonces la relación entre la clase obrera y su partido político más que la agenda, más in-clusiva, de la revolución democrática. Incapaz de incorporar la nueva forma institucional en diferentes términos que los propuestos por los mencheviques, los bolcheviques de Petersburgo reaccionaron defensivamente. Recibieron a la formación del soviet con sos-pecha, temerosos de que la influencia de organización no socialista, amorfa, podría minar la evolución política de los trabajadores hacia la Socialdemocracia. Su dirigente, Bogdanov, impuso un ultimátum al soviet: o aceptaba la conducción del POSDR o los bolcheviques se retirarían. Finalmente, ellos permanecieron en el soviet para corregir las tendencias espontáneas anti-Socialdemócratas y exponer las ideas del Partido. Quizás alentados por las advertencias de los primeros escritos de Lenin acerca del peligro de las organizaciones políticas no partidistas sirviendo como correa de transmisión de la in-fluencia burguesa sobre el proletariado, ellos exigieron distinguir la necesidad del soviet como un “órgano ejecutivo para la acción específica proletaria” de los presuntuosos “intentos de su parte de convertirse en la dirección política de la clase obrera” (citado en Schwarz,1967,186,187; ver Lenin,1905a,507-08). Pero en el momento en que Lenin arri-baba, el soviet había terminado con la “acción específica proletaria” para la cual había sido formado y no mostraba signos de retirarse del campo de la acción política.

La intervención de Lenin

Leída en los términos del debate entre mencheviques y bolcheviques de Petersburgo sobre el soviet, la intervención de Lenin debe parecer inestable, ambivalente e incoherente. Esto es lo que, creo, ha ocasionado la invención de la supuesta “revuelta contra el leninismo” de Lenin. Por el contrario, argumentaré que, poniendo el soviet en el contexto de la lógica estratégica de la lucha por la hegemonía, Lenin fue capaz de concebirlo como un aparato para el ejercicio de la hegemonía proletaria y cambiar por eso los términos del debate. Una vez reconocido este cambio, la “revuelta contra el Leninismo” simplemente colapsa. El movimiento real de su pensamiento puede establecerse cuando reexaminamos sobre este punto de vista la relación entre el movimiento espontáneo de la clase obrera y el partido Marxista.

Lenin adelantó cautelosamente su lectura de la situación en una larga carta, “Nuestras tareas y el soviet de Diputados Obreros”, remitida al equipo editorial del bolchevique Novaya Zhizn, mas no publicada. Comenzando como un comité de huelga, el soviet ha asumido espontáneamente los rasgos de un centro de política revolucionaria, capaz de unificar a “todas las fuerzas genuinamente revolucionarias” y servir como el instrumento para una revuelta contra el estado. Debería ser considerado, en consecuencia, como “el embrión de un gobierno provisional revolucionario”. Desde este punto de vista, la composición amplia no partidista del soviet no era una desventaja. Por el contrario, “nosotros hemos estado hablando todo el tiempo de la necesidad de una alianza militante de los Socialdemócratas y los demócratas burgueses revolucionarios. Hemos estado hablando de ello y los trabajadores [llevando adelante al soviet] lo han hecho”. La pregunta de si el soviet o el Partido deberían conducir la lucha política estaba mal concebida: tanto el Partido como un soviet reorganizado eran igualmente necesarios. De hecho, el soviet, considerado “como centro revolucionario de liderazgo político, no es una organización tan amplia sino, por el contrario, una organización demasiado estrecha”. Debe constituir un gobierno provisional revolucionario y debe “agrupar para este fin la participación de nuevos diputados no solamente entre los trabajadores, sino (…) de los soldados y marineros (…)de los campesinos revolucionarios,…y de la intelligentsia burguesa revolucionaria” (1905e,21-23).

Esta estimación del soviet fue acompañada con un llamado para la reorganiza-ción del Partido a tono con las nuevas condiciones de libertad política, a pesar de su pre-cariedad. Mientras que el aparato secreto tendría que ser preservado, el Partido debe ser abierto a los obreros socialdemócratas. Su iniciativa y creatividad debiera estar im-plicada en la tarea de divisar nuevas formas, legales e ilegales de organización, amplias y menos rígidas que los viejos círculos y más accesibles a los “típicos representantes de las masas”. De acuerdo con esto, el Partido debe adoptar prácticas democráticas, incluyendo la elección de delegados de los afiliados para el próximo Congreso. Los trabajadores que participen del Partido deberían ser formalmente socialistas o estar dispuestos a la influencia socialista. “La clase obrera es instintivamente, espontáneamente Social-demócrata, y más de diez años de trabajo realizado por la Socialdemocracia han hecho un gran avance en transformar esta espontaneidad en conciencia.” Los trabajadores, mejor que los intelectuales poniendo los principios en práctica, deben tomar el tema de la unidad del partido en sus manos. (1905f,34,35).

El soviet figuró en los análisis de Lenin no solo como un organizador de la huelga sino también como una organización política no partidista. A pocos días de este juicio, sin embargo, el apoyaría la crítica bolchevique de las “organizaciones de clase no partidistas” al declarar “Abajo con el no partidismo! No partidismo ha sido siempre y en todo lugar un arma y un lema de la burguesía” (1905g,61); y brevemente después procla-maría al soviet “no un parlamento del trabajo y no un autogobierno proletario, no un órgano de autogobierno, sino una organización combativa por el logro de sus objetivos definidos” (1905h,72). Declaró al soviet como necesario sólo en función de proveer al movimiento de un liderazgo político, tanto como el partido estaba necesitado de un reno-vación mediante el influjo de los “típicos representantes de las masas”. Aún pudo, en el mismo momento, lanzar una advertencia de que “la necesidad de organización que los trabajadores sienten tan agudamente”, sin la intervención de los Socialdemócratas, “en-cuentra su expresión en formas peligrosas y deformadas”. Podría reconocer que, estando el partido inclinado a la demagogia o en ausencia de un sólido programa, preceptos tác-ticos y experiencia organizacional, un influjo repentino de nuevos miembros no probados e inexpertos podrían amenazar con la disolución de la vanguardia consciente de la clase entre las masas políticamente amorfas (1905f,29,32). A pesar de que los trabajadores fue-ran “instintivamente, espontáneamente socialdemócratas”, era aún necesario contar con la “hostilidad a la socialdemocracia dentro de las bases del proletariado”, hostilidad que frecuentemente asumió la forma del apartidismo. La transformación del proletariado en clase dependía “del desarrollo no sólo de su unidad sino también de su conciencia políti-ca” y la transformación de “esta espontaneidad en conciencia” aún estaba vinculada con la intervención de la vanguardia marxista en la lucha espontánea de clase (1905g,60).

La respuesta de Lenin al soviet y al movimiento espontáneo, considerada en abstracción de la lógica de la lucha por la hegemonía, parecería entrar en colapso en una mezcolanza de formulaciones conflictivas. Su discurso puede ser dividido entre los elementos reflexivos de la realidad de la lucha de clase espontánea y aquellos marcados por la resistencia del aparato bolchevique. Este procedimiento, que reduce al discurso de Lenin a un campo de batalla entre fuerzas políticas contendientes, está desplegado más sistemáticamente por el historiador menchevique, Solomon Schwarz, pero está implícito en el aparato interpretativo de la “rebelión doctrinal” leninista de Liebman. Sin embargo, deviene superfluo una vez que examinamos la posición hacia al soviet de Lenin en el contexto de la lucha por la hegemonía.

El soviet y la lucha por la hegemonía

La disposición “instintivamente, espontáneamente Socialdemócrata” que Lenin imputó a la clase obrera en el triunfo inmediato seguido de la huelga general no consistió en su búsqueda de objetivos socialistas específicos. En un ensayo escrito para explicar la existencia de la ideología no partidista y las instituciones en el movimiento revoluciona-rio, él caracterizó “la orientación de los trabajadores hacia el socialismo y su alianza con el Partido Socialista…[aún] en los más tempranos estadios del movimiento” como una consecuencia de “la posición especial que el proletariado ocupa en la sociedad capitalis-ta”. Al mismo tiempo él postula, no obstante, que un examen de las peticiones, demandas e instrucciones emanadas desde las fábricas, oficinas, regimientos, parroquias y demás a través de Rusia mostrarían la preponderancia de “demandas por derechos elementales” más que “demandas específicas de clase”: “las demandas puramente socialistas son aún un tema del futuro(…)El proletariado está aún haciendo la revolución, como fuera, dentro de los límites del programa mínimo y no del programa máximo” (1905i,76,77). Si el movimiento obrero era espontáneamente socialdemócrata, fue no tanto en virtud de su conciencia sino de su práctica, no en virtud de lo que pensaba sino de lo que hacía y cómo lo hacía. Para entender cómo podía ser esto posible entonces, la práctica del movimiento espontáneo debe situarse en relación a la lógica político estratégica de la lucha por la hegemonía, específicamente en relación a la lucha entre los dos caminos posibles de la revolución democrático burguesa, el camino burgués-terrateniente y el camino proletario-campesino.

En primer lugar, la huelga general echó por tierra a la propuesta de la Duma, desbaratando el compromiso que representaba entre el Zar y la burguesía. La lucha revolucionaria de los trabajadores escapó entonces de la hegemonía estratégica de la burguesía liberal espontáneamente – por su espíritu, su tenacidad y sus métodos “plebeyos” –aunque no concientemente y, por tanto, no durablemente. Al término de la “primera gran victoria de la revolución urbana”, incumbía al proletariado: “ampliar y profundizar las bases de la revolución extendiéndola al campo (…) la guerra revolucionaria difiere de las otras guerras en que saca sus reservas principales desde el campo de aliados de sus anteriores enemigos, de quienes antes apoyaban u obedecían ciegamente al zarismo. Los éxitos de la huelga política de toda Rusia tendrán más influencia sobre los corazones y las mentes de los campesinos que las palabras confusas de posibles manifiestos o leyes” (Lenin,1905d,433).

El movimiento espontáneo de la huelga general no abrió solamente la posibilidad de una transformación revolucionaria decisiva, como tal ejemplificó materialmente el ejercicio de la hegemonía a través de la producción/imposición de hechos consumados, no sólo ideológicamente a través de la generación y transmisión de conciencia, de creen-cia y convicción. Anunció la hegemonía del proletariado como una reorganización del sistema de alianzas de las fuerzas sociales y políticas, desmovilizando las fuerzas del ad-versario y movilizando una coalición revolucionaria incipiente. La clase obrera era “es-pontáneamente socialdemócrata” al entender que su lucha espontánea era congruente con la orientación estratégica de la Socialdemocracia hacia la hegemonía del proletariado en la revolución democrático burguesa. En segundo lugar, el soviet surgido en el curso de la huelga general proveyó una forma institucional a través de la cual la alianza de los demó-cratas revolucionarios podría ser completada sobre una escala de masas. Puesto que la in-dependencia política del proletariado de la influencia de la burguesía liberal le era reque-rido para aliarse con otros demócratas revolucionarios, para efectuar la destrucción de las bases del zarismo, el soviet constituía la forma en que la “impronta de la independencia proletaria” podría encauzar el camino de la revolución. A pesar de que emergió del movi-miento obrero, Lenin no trató al soviet como una institución específicamente obrera, una forma exclusiva de los trabajadores. De hecho, lo que era decisivo en su análisis era que, como forma de organización, el soviet constituía una apertura a las masas de trabaja-dores y campesinos, intelectuales y pequeña burguesía, marineros y soldados, un terreno político sobre el cual tomaba forma una coalición de demócratas revolucionarios. Sólo como tal ello representaba el embrión del poder estatal democrático-revolucionario.

La estimación de los soviets fue agudamente formulada en una resolución bolchevique preparada para el Congreso de Unidad del POSDR, de abril de 1906 y elaborada más completamente en un prolongado panfleto, “La victoria de los Cadetes y las tareas del Partido Obrero”, distribuido entre los delegados. De acuerdo con la resolución, los soviets, surgiendo “espontáneamente en el curso de las huelgas políticas de masas como organizaciones no partidistas de las amplias masas de trabajadores”, necesariamente son transformadas, “absorbiendo los elementos más revolucionarios de la pequeña burguesía, (…)en órganos de la lucha general revolucionaria”; el significado de tales formas rudimentarias de autoridad revolucionaria dependía de la eficacia del movimiento hacia la insurrección (Lenin,1906a,156). En el contexto de este movimiento, sin embargo, los “soviets de diputados obreros, soldados, ferroviarios y campesinos” realmente eran formas de autoridad revolucionaria: “Estos cuerpos estaban agrupados exclusivamente por secciones revolucionarias del pueblo; éstos se formaron fuera de toda ley o regulación, de una manera revolucionaria, como producto de la inteligencia natural del pueblo, como manifestación de la actividad independiente del pueblo que (…)se estaba liberando de las cadenas policiales. Por último, ellos eran de hecho órganos de autoridad, con todo su carácter rudimentario, espontáneo, amorfo y difuso, en composición y en actividad (…) En su carácter social y político, eran los rudimentos de la dictadura de los elementos revolucionarios del pueblo” (Lenin,1906b,243).

Establecida en la lucha contra el ancien régime, la autoridad de los soviets y de instituciones semejantes no derivaban ni de la fuerza de las armas ni desde el poder del dinero ni de los hábitos de obediencia a las instituciones fortalecidas, sino de “la confianza de vastas masas” y la participación de “todas las masas” en la práctica de gobierno. La nueva autoridad no ocultaba sus operaciones en rituales, secretos o profe-siones de expertos: “No ocultaba nada, no tenía secretos, regulaciones, ni formali-dades (…)era una autoridad abierta a todos, (…)emanada directamente de las masas, y fue una instrumento directo e inmediato de las masas populares, de sus intenciones”. Puesto que las masas incluían también a quienes habían sido intimidados por la represión, degra-dados por la ideología, hábito o prejuicio, o simplemente inclinados a la indiferencia ignorante, la autoridad revolucionaria de los soviets no fue ejercida por el pueblo entero sino por “el pueblo revolucionario”. Este último, sin embargo, explica pacientemente las razones para sus acciones y “alista entusiastamente al pueblo entero no solo en la ¨administración¨ del estado, sino en el gobierno, y de hecho en la organización del estado” (1906b,244-45,247). La nueva autoridad entonces constituyó no solamente y no tanto un estado embrionario como un embrionario anti-estado. Esto implicaba cierta disolución de la oposición entre la sociedad y el aparato político, entre el pueblo y la organización de pueblo. El soviet proporcionó una forma institucional en la que las luchas sociales, económicas y culturales de las masas, trabajadores y campesinos, podrían combinarse con la lucha revolucionaria por el poder político, amplificando y reforzándose unas a otras.

¿Autogobierno o hegemonía revolucionaria?

Entendida propiamente, la crítica de Lenin del “autogobierno revolucionario”, del “congreso obrero” y los principios de no partidismo no contradice su análisis del soviet de 1905-1906 sino que se sigue lógicamente de ello. Invocar el tema del “auto-gobierno revolucionario” en función de caracterizar a los soviets era invocar la orientación política de quienes, los mencheviques, le dieron actualidad. Como Lenin observó, ellos yuxtaponían simplemente el ejercicio del “autogobierno revolucionario” a la colaboración en las ceremonias del gobierno zarista sin una previsión estratégica de la inevitabilidad de la represión contrarrevolucionaria. Así concebida en abstracción de la lógica de la lucha por la hegemonía, sin embargo, el “autogobierno” representaba una negación de la necesidad de organizar la insurrección revolucionaria o, mejor, negarse a tomar la iniciativa en organizarla. En este contexto, ello no indicaba un llamado para la dictadura del pueblo revolucionario sino su subordinación en un experimento en pedagogía política. Este fue el objetivo de la crítica de Lenin.

Lo mismo sostuvo a fortiori para las formulaciones como “parlamento del trabajo” y “congreso obrero”, que tenían la desventaja adicional de identificar a los soviets como organizaciones no partidistas de la clase obrera. Tomado de esta manera, los soviets excluirían a las masas no proletarias y desvalorizarían el liderazgo del Partido socialdemócrata. La estructura no partidista del soviet era esencial, en el análisis de Lenin, precisamente debido a que suministraba una arena política en la que podría tomar forma la coalición entre el proletariado, la pequeña burguesía y las masas campesinas. El no partidismo era ciertamente un principio burgués pero dado que el proceso revolu-cionario se basaba en una alianza de los trabajadores con la burguesía democrática, esto no era un inconveniente sino una ventaja. En función de preservar la independencia polí-tica de la clase obrera seguía siendo esencial el liderazgo del Partido Socialdemócrata. Por paradójico que parezca, este liderazgo estaría ejercitado precisamente en orquesta-ción con una alianza de clases alrededor de la organización de una insurrección revolu-cionaria y en el desenmarañamiento de la confusión estratégica representada por la noción de un “congreso obrero” y demás.

Como lo demostró la emergencia de los soviets, la tendencia socialdemócrata espontánea de la lucha obrera fue más que receptiva a las lecciones políticas del análisis marxistas de clase. Los trabajadores no pusieron en práctica solo los consejos dados por la teoría marxista; se habían mostrado ellos mismos capaces de innovación política y, al hacerlo, generaron una solución en la práctica a un problema clave en la agenda de la teoría Marxista. Pero lo que hicieron de manera Socialdemócrata fue realizado espontá-neamente, no conscientemente. Fue Lenin quien al situar su innovación en el contexto de la lógica político estratégica de la lucha por la hegemonía, ubicaría la teoría de su prácti-ca. ¿Qué había hecho la clase obrera? No sólo había roto momentáneamente la hegemo-nía de la burguesía liberal y ganado cierta experiencia política, había erigido una nueva forma institucional a través de la cual las diversas fuerzas revolucionario-democráticas podrían encontrarse en una coalición de masas, la alianza obrero-campesina, y asumir el poder del estado. Con ello habían demostrado su propia aptitud para la hegemonía en la revolución democrático-burguesa.

Este potencial hegemónico de la forma organizativa del soviet solo podría realizarse durablemente a través de una acción en conformidad con la lógica político estratégica de la lucha por la hegemonía. Requeriría, por tanto, desplegar una fuerza armada para enfrentar y derrotar la violencia de la contrarrevolución, y desarrollar el análisis marxista para medir las cambiantes coyunturas de la lucha política y sujetar las confusiones ideológicas. La intervención de la vanguardia marxista en el soviet no podía permanecer superflua, el soviet y las formas similares de organización debían dar cuerpo a un aspecto no menos importante de la lucha por la hegemonía proletaria. Desplazando las convenciones que daban a la política su figura y textura, ellos reorganizaron el es-pacio de la vida política: abriendo el proceso de la formulación de políticas al escrutinio de las masas populares, estimularon a las masas a hacer política; fusionando las deman-das sociales, económicas y culturales y reclamos del pueblo en el asalto contra el régi-men autocrático, expandieron palpablemente el rango de la lucha política; eliminando las formalidades que embarraban el camino de la participación en la lucha, facilitaron la confluencia de las fuerzas populares en toda su diversidad contradictoria. En todas estas formas, reestructuraron el terreno de la lucha política a lo largo de líneas que permitieron a la vanguardia del partido Marxista perseguir más efectivamente el proyecto político de la hegemonía proletaria. Transformando entonces el terreno de lucha, la institución del soviet representó la vinculación entre la idea de hegemonía proletaria como el proyecto de un partido y la inscripción material de la hegemonía proletaria en el camino de la re-volución democrático-burguesa. Teorizar el soviet en este contexto permitió a Lenin construir una concepción materialista histórica coherente de la hegemonía del prole-tariado.

Algunos años después, él usaría el recurso, sin la referencia específica al soviet, de una metáfora espacial para definir la idea de la hegemonía proletaria: “Quien confina a la clase al espacio, límites, formas y figuras de lo que está determinado o permitido por los liberales, no entiende las tareas de la clase. Solamente alguien entiende las tareas de la clase en relación directa (y la conciencia, y la actividad práctica, etc) a la necesidad de reconstruir este mismo espacio, su forma entera, su misma figura, así como extenderla más allá de los límites permitidos por los liberales(…) La diferencia entre las dos formu-laciones (…)[es] que la primera excluye la idea de ¨hegemonía¨ de la clase obrera, mientras que la segunda deliberadamente define esta misma idea” (1911-1912,422,423). La lucha político-estratégica de la disputa por la hegemonía estaba basada en la lucha de las clases sociales. Aquella dictaba la preparación para el conflicto armado, la disposición al desarrollo de las artes de la insurrección. Implicó una batalla de ideas, librada con la ciencia del análisis marxista y las artes de la persuasión. Pero ello no debía ser desvinculado de la lucha por definir los mismos contornos, figuras y dimensiones del campo de batalla. Esta lucha podría librarse conscientemente de acuerdo a las artes de la organización pero con frecuencia lo haría espontáneamente, al compás de los desafíos a las convenciones establecidas producto de la intervención inesperada y abrupta de las masas populares. Las expectativas mutuas entre los actores políticos convencionales, desplegadas en el medio material de la política, configura un espacio para la acción política que, a pesar de que está sujeto a los cambios de manos de los implicados, tanto ofrece posibilidades para la acción como extiende un tipo de coerción estructural sobre los planes de los actores; este espacio está compuesto de actores individuales, así como los jugadores de béisbol tienen que ajustarse a un estadio idiosincrático, no exactamente como una persuasión ni como una coerción, sino como una adaptación a las circunstancias. Entonces, el ejercicio de la hegemonía podría verse no sólo como coerción o consentimiento sino también como adaptación a las circunstancias. El movimiento obrero espontáneo, levantando los soviets, habían transformado las circunstancias de la acción política de modo que creó algunas constricciones más fuertes y otras más débiles; reconstruyendo la arena política, habilitó/exigió a los actores, no solo a los trabajadores mismos sino también a los cam-pesinos, soldados, marineros, empleados, intelectuales (y por supuesto a terratenientes y burgueses) a reorientarse en relación a la lucha política de la clase obrera por la hege-monía en la revolución democrático-burguesa.

Práctica y teoría de la hegemonía

Aplicando la lógica político-estratégica de la lucha por la hegemonía al análisis del movimiento revolucionario espontáneo de los campesinos y obreros, Lenin fue capaz de dotar de un contenido más concreto al proyecto de la hegemonía proletaria. Antes de la revolución, él había caracterizado el ejercicio de la hegemonía en analogía con una tribuna del pueblo, cuya función fuese articular todo reclamo popular contra el régimen; este papel universal que estaba preservado al surgimiento de un movimiento campesino revolucionario requería que la hegemonía tomase la forma específica de una alianza entre la clase obrera y el campesinado. La hegemonía figuraba primero como un tipo de influencia proletaria generalizada, pasible de ser confundida en la práctica con la mera diseminación de la propaganda del partido; pero con el surgimiento de una forma institu-cional, el soviet, capaz de establecer la alianza obrero-campesina y ejercer el poder estatal revolucionario, la hegemonía podía abrazarse ya a la acción de masas de la clase obrera.

La lógica político-estratégica tal como funcionaba en el análisis político de Lenin buscaba percibir las variaciones coyunturales en la lucha de clases. Esto dotaba a su posición teórica de cierta reflexividad, permitiéndole traer la experiencia práctica del movimiento espontáneo de masas, para llenar una laguna en la teoría marxista. La idea de auto-actividad proletaria que formaba la sustancia de la noción menchevique de hegemonía se podía tomar en otro sentido. Adaptable a los límites de cualquier situación, aquella se manifestaría en forma diferente de acuerdo a las circunstancias de la lucha de clase. Cualquiera sea la forma que asumiese, sin embargo, puesto que la auto-actividad de la clase obrera no estaba nunca situada en relación a la lógica estratégica de la lucha por la hegemonía, se indicaba la prefiguración del objetivo socialista, conteniéndolo como intención. En este sentido, no había distancia entre teoría y realidad, ni laguna teórica, ni posibilidad tampoco de desarrollo teórico. La forma de la auto-actividad apropiada a la situación dada debiera desarrollarse espontáneamente, de modo ad hoc. La convocatoria a la auto-actividad proletaria debería ajustarse a un espacio político impuesto por la derrota de la revolución y, en vez de enfrentar los límites de tal espacio, los mencheviques permitirían que el aparato ilegal del partido cayera en desuso. Los mencheviques figuraban hace tiempo, en el mapa estratégico de Lenin, como un conducto de la hegemonía de la burguesía liberal pero esto, sostuvo, implicaba un abandono del proyecto mismo de la hegemonía proletaria en la revolución democrático burguesa. Los mencheviques abandonarían paulatinamente el lenguaje de la hegemonía. Pero ellos nunca habían tomado, y por tanto nunca abandonado, el concepto de hegemonía tal como Lenin lo había empleado.

El discurso menchevique de la hegemonía podría caracterizarse más precisamente desde el punto de vista de Lenin como otra forma de inserción subalterna en el desarrollo de la hegemonía burguesa. Desde esta visión, el análisis menchevique de los soviets como órganos del auto-gobierno obrero presenta una incomparable homología con la discusión “post-marxista” contemporánea de la hegemonía y la contra-hegemonía (Laclau y Mouffe,1985). Así como el auto-gobierno menchevique significa, no una lucha para destronar al poder autocrático del estado, sino un foro donde los obreros podrían educarse políticamente, un cálido refugio frente al poder estatal, la contra-hegemonía post-marxista significa, no un proyecto para la reconstrucción del orden social burgués sobre nuevas líneas y un nuevo liderazgo, sino la crítica de cualquier proyecto hege-mónico que amenace a la diversidad innovadora del proceso de auto-definición individual; por eso constituye una “sutura” al orden social. Incluso, la sustitución misma del término leninista /y gramsciano) “hegemonía proletaria” por el de “contra-hegemonía” sugiere que la alternativa a la dominación burguesa no es la transformación del orden social como tal, sino la propuesta de un universo de individuos autónomamente autodefinidos. El sarcástico pasaje de Marx en la “Crítica al Programa de Gotha” donde afirma que la burguesía tenía gran razón al atribuir un “poder creativo sobrenatural” al trabajo (Marx,1875,341) sugiere sin embargo que, así como uno no puede simplemente producirse a uno mismo, uno no puede tampoco definirse simplemente a uno mismo. Uno siempre se encuentra ya en contexto y entonces uno siempre está definido, aún si los términos en que ello ocurre son criticados. En la sociedad de clase, el material disponible para el trabajo arduo de transformar el contexto y redefinir los proyectos políticos, aspiraciones e identidades se satisfacen mediante el movimiento histórico de la lucha de clases y en este contexto las relaciones sociales, políticas e ideológicas del capital no representan un mero telón de fondo estático contra el cual obreros e intelectuales desplie-gan un proyecto socialista: así como los trabajadores innovan espontáneamente en el curso de sus luchas, la clase dominante innova, a través de sus representantes políticos e ideológicos, en respuesta a las luchas obreras. En el proceso de elaboración de un proyecto socialista, de elaboración de la autodefinición política del movimiento obrero, el adversario está inevitablemente y activamente presente. No reconocer esta presencia es tomar los contornos de este espacio político como dados, y asumir con ello, en los términos de la lucha contra-hegemónica, la posición subalterna. Estrictamente hablando, ello es inconcebible en la formación del liderazgo político.

Por contraste, el rechazo de Lenin de igualar la política con la pedagogía establece un campo conceptual que incorpora al análisis los matices de las relación del liderazgo. Parte del liderazgo es la educación política de los dirigidos –pero solamente en parte: la vanguardia y las masas actúan de manera contradictoria, según el momento, en la lucha de clases. El peso mismo de números organizados en movimiento, de las masas, puede conducir a la emergencia de fuerzas políticas, posibilidades y posiciones inesperadas. Pero una posición alcanzada hoy siempre puede ser revertida y transformada mañana de acuerdo con los cálculos estratégicos del adversario. Así, la lucha por la hegemonía presupone la habilidad para adaptarse a los cambios coyunturales de la lucha política, para combinar la visión de las fuerzas subyacentes que configuran la lógica de lucha con la apertura a las formas en que pueden innovar en la lucha los diferentes actores, vanguardia y masas, adversarios y aliados. El liderazgo en la lucha de clases requiere entonces de una vanguardia consciente, sensible a las luchas de las masas y dispuesto cuando sea necesario a contraponer su análisis político al movimiento espontáneo. Puede objetarse que esta oposición entre dirigentes y dirigidos simplemente aporta una racionalidad sofisticada para la dictadura de una minoría. Esto sería una crítica aceptable sólo si demostrara que los conceptos y distinciones de Lenin no alcanzan un análisis superior de la lucha de clases. En este sentido, la pregunta por la verdad del análisis es inevitable. Si el análisis de Lenin ilumina la lógica y la dinámica del movimiento de masas, entonces el problema real ha sido planteado por Gramsci: “En la formación de los dirigentes, una premisa es fundamental: ¿Su intención es que siempre deberían existir los dominadores y los dominados, o es el objetivo crear las condiciones en que tal división no sea más necesaria?” (Gramsci,1971,144).

Trabajos citados:

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