Héctor Eduardo Löbbe
En El Aromo nº 15, trajimos a la memoria la actuación del dirigente histórico del SMATA, José Rodríguez, en la coyuntura previa al golpe del ’76, en relación a la lucha en la fábrica Ford. En esta edición completamos la tarea, examinando el caso Mercedes Benz.
En la planta automotriz de la Mercedes Benz, en González Catán, los trabajadores venían bregando, desde fines de los ’60, por una Comisión Interna representativa. Un primer episodio fue la elección, en 1969, de un Cuerpo de Delegados y una Comisión Interna, que encabezaron un importante conflicto. Terminó con el despido de todos sus miembros, abandonados por la dirección del gremio, que prefería así eliminar una competencia molesta. Sin embargo, al calor de las expectativas que despertó el gobierno peronista del ‘73 y el proceso de movilización que se aceleró a partir de 1974, a mediados de ese año se constituyó un nuevo Cuerpo de Delegados y una Comisión Interna de Reclamos, con un conjunto de trabajadores con posiciones “clasistas” y anti-burocráticas.
La empresa y el sindicato maniobraron para conjurar el peligro: en diciembre de 1974, la alianza burocracia-patronal consiguió desmantelar ambos organismos, quedando al frente de los mismos una “intervención” del Consejo Directivo Nacional del SMATA. Los interventores, a pesar de los reiterados reclamos de los trabajadores, dilataron la solución de los problemas, hasta que la paciencia de los obreros estalló en forma de Asamblea (8/11/75). Los operarios decidieron la inmediata paralización de las tareas, desconocieron a los interventores y en su reemplazo eligieron una Comisión de Reclamos (la “Comisión de los 9”), que se puso a la cabeza del conflicto por reivindicaciones económicas y reclamando la convocatoria a elecciones libres de delegados obreros. La burocracia se niega a reconocer a los representantes democráticamente elegidos y obtiene del gobierno (vía Ministerio de Trabajo) la declaración de ilegalidad del paro y al mismo tiempo, que se rodee la planta con la policía. La Mercedes Benz, por su parte, procede a despedir a 117 operarios, provocando la profundización de la medida de fuerza. La empresa, entonces, como último recurso cierra la planta, para presionar al gobierno.
En esta pulseada, los trabajadores, lejos de claudicar, recurren a la solidaridad proletaria de las distintas fábricas de la zona de la Matanza y de la población de Cañuelas. El conflicto toma dimensión zonal cuando el Centro Comercial se adhiere con un paro. Los obreros organizan un Comité de Lucha ampliado, constituyen un fondo de huelga, incorporan de manera masiva a sus familiares a las acciones de protesta y cortan la ruta 3 frente a la fábrica, cobrando peaje. Esta movilización se mantiene con periódicas asambleas y dos multitudinarias marchas al Ministerio de Trabajo y a la sede central de la Empresa. Promediando el conflicto, Montoneros secuestra al gerente de Producción, Franz Metz, como forma de aumentar la presión sobre la empresa. Finalmente, y luego de 22 días de movilización ininterrupida, la empresa cede, aceptando todas las demandas económicas, reincorporando a todos los despedidos (entre ellos, a los integrantes de la “Comisión de los 9”), comprometiéndose a no tomar represalias y a reconocer a la Comisión de Reclamos combativa como única representante de los trabajadores de la planta.
La burocracia del SMATA (que había guardado un significativo silencio durante el conflicto) sale, como en el caso de la Ford, a condenar abiertamente al mismo en una solicitada en los diarios, un resumen ejemplar del pensamiento y las acciones de Rodríguez y la cúpula burocrática. Comienza con un dramático cuadro de la situación que vive el país, resalta el sacrificio llevado a cabo por todos los sectores sociales ante el ataque que sufren por parte de los grupos “subversivos”, para denunciar que el conflicto en Mercedes Benz es un episodio de ese proceso, involucrando a los dirigentes de base con la guerrilla de extrema izquierda. Reconstruye el origen del conflicto tergiversando los hechos, adjudicándose conquistas económicas que habían sido ya gestionadas por la Comisión Interna descabezada con su complicidad, sosteniendo falsamente que las mismas estaban vigentes y criticando la demanda obrera de conocer el convenio firmado en su momento entre el sindicato y la empresa. Vuelve a calificar a la medida como “una huelga sin objetivos [….] acción provocativa arteramente amañada por agitadores profesionales […] destinada a descalificar a los órganos de conducción sindical, a destruir la estructura gremial y a promover el caos y la anarquía, mediante un acto típico de la guerrilla industrial…”. Como si esto fuera poco, acusa también al activismo “clasista” de intentar “la creación de un sindicato paralelo con el fin de repetir en Mercedes Benz la experiencia fallida del SITRAC-SITRAM”[1].
En otro apartado de la solicitada, la cúpula del SMATA la emprende contra la propia empresa, responsabilizándola por su actitud “antinacional” al pactar con los elementos subversivos, desconociendo la ley, las instituciones y el gobierno. La inclusión de este punto no es caprichosa, en tanto se busca desplazar y desvalorizar el esfuerzo y la lucha obrera (de la cual no se dice ni una palabra), asignándose todo el “mérito” en la resolución del conflicto. Por otra parte, al hacer esta reflexión, el SMATA intenta recrear la imagen de la “comunidad organizada”, tan cara al peronismo ortodoxo: nada puede quedar al margen del orden instituido en el que las corporaciones (como el propio SMATA) velan por los destinos de la comunidad. La lucha de clases, que se manifiesta en este conflicto, es síntoma de la enfermedad que hay que extirpar y el activismo resulta el “virus” a erradicar. No casualmente Rodríguez equipara la acción patriótica y desinteresada de la cúpula del SMATA con el Ejército Argentino, el otro garante de la “argentinidad”, quienes no dudan en enfrentar a “los sicarios del marxismo esclavizante”. La defensa cerrada que se hace del gobierno es también una señal dirigida a aquellos que, como Victorio Calabró (dirigente de la UOM, gobernador de Buenos Aires y firme aliado de los golpistas militares), dentro de las conducciones sindicales burocratizadas intentaban, a fines de 1975, reposicionarse ante el derrumbe del peronismo y la inminente intervención de las Fuerzas Armadas. Este ejercicio discursivo del SMATA no hace más que repetir una estrategia de la dirigencia sindical burocrática, desde mediados de 1950: presentarse como el último baluarte del sistema, que impide la radicalización de la lucha de los trabajadores y al mismo tiempo la formación de una conducción gremial alternativa con perspectivas socialistas y revolucionarias.
La evolución posterior de los hechos se pierde en la tormenta de conflictos obreros que recorren el país a pesar de la salvaje represión estatal y paraestatal. Sin embargo, no podemos dejar de mencionar que los operarios de Mercedes Benz vuelven a protagonizar medidas de fuerza contra el Plan Mondelli, una vez más superando a la conducción del SMATA. La última gran movilización que pudimos registrar en la prensa comercial, es el intento de reeditar las marchas hacia el centro de la Capital (como en Junio-Julio del año anterior), en una caravana de 50 camiones y colectivos, que se extendió a lo largo de 3 kilómetros, formada por trabajadores de distintos establecimientos y donde tuvo una presencia destacada el contingente de Mercedes Benz. Esta marcha (12/3/76), detenida en los accesos a Capital por la policía de Calabró, fue quizás una de las últimas grandes demostraciones obreras antes del golpe.
La depuración de elementos subversivos, sobre la cual vacila la memoria de José Rodríguez, merece ser recuperada a riesgo de seguir dejando impunes los crímenes de la burguesía en la Argentina. En el Juicio por la Verdad seguido en La Plata para investigar el secuestro y desaparición de 14 obreros de la Mercedes, la periodista germana Gabriela Weber presentó una serie de documentos que prueban la corresponsabilidad de la empresa y de la cúpula del SMATA en la eliminación de los activistas obreros. La periodista destaca un informe de la filial argentina de mayo de 1976, en donde se señala: “Los despidos mencionados [se refiere a los 117 obreros cesanteados como resultado del conflicto de Octubre de 1975] eran pedido urgente del entonces ministro de Trabajo (Carlos Ruckauf) y de la dirección de SMATA, que ha pedido más despidos todavía. La actuación de la dirección de la empresa Mercedes Benz Argentina aclara que quería apoyar el esfuerzo del Ministro de Trabajo y SMATA de eliminar subversivos de las fábricas”.[2] Una vez más, el gobierno peronista a cargo del Estado, la burocracia y la empresa, se coaligan para atacar a los sectores de la vanguardia obrera.
En esta perspectiva, la acusación del SMATA a la empresa por su supuesta blandura con la subversión al pactar la reincorporación de los despedidos, debe ser leída como una contradicción secundaria y transitoria. En efecto, para algunas figuras prominentes del peronismo, como el ya mencionado Ruckauf (y obviamente también para Rodríguez), “la guerrilla de fábrica se debe a los sectores empresarios que tomaron militantes de ultraizquierda para romper las conducciones sindicales peronistas. El problema vital es acabar con la subversión. Los empresarios decían que iban a chupar (sic) a la izquierda, que luego terminó manejándolos”.[3] Más allá de este pase de factura, significativo de la mezquindad a toda prueba de la que hace gala esta gente, la concordia renacerá y la dirección del SMATA seguirá gozando de la consideración de la empresa por su cruzada anti-obrera. En su presentación, Weber coincide en afirmar que “[Rodríguez] quería mostrarse como único representante y tenemos documentos bien interesantes que demuestran que semanas antes del golpe de ’76 usó su carácter de vicepresidente de la FITIM (Federación de Trabajadores de las Industrias Metalúrgicas) para pedir a la casa matriz de Mercedes Benz que ordenara a sus gerentes que dejaran de negociar con la comisión interna”. Agrega que “para demostrar las relaciones entre SMATA y Mercedes Benz Argentina, hay que decir que el interventor sindical trabajaba hasta el cambio de gobierno, en marzo de 1976, en una oficina que fue puesta a su disposición en la casa central”. Asimismo, la periodista alemana destacó que en un informe de FITIM, esa entidad realizó gestiones con los militares, ya durante la dictadura, obteniendo de ellos la autorización para que Rodríguez pudiera seguir con su trabajo internacional en esa federación. Recordó también que a fines de julio declaró en esta causa David Filk, ex director comercial de Mercedes Benz, quien afirmó que “Rodríguez recibía dinero de la empresa”.[4]
Conclusiones
La historia del movimiento obrero argentino está lleno de hechos heroicos y de bajezas repudiables. Entre los primeros podemos mencionar el del delegado Juan José Martín “quien fue el primero de los secuestrados de la Comisión Interna, llevado por fuerzas militares desde el interior de la planta misma de la fábrica. Ante su secuestro, la totalidad de los obreros de Mercedes Benz fueron a la huelga. Una movilización de miles de trabajadores salió en marcha hacia el cuartel adonde se había informado que lo llevarían. Los obreros rodearon el cuartel y acamparon en el lugar informando que no se retirarían del lugar hasta que Martín no fuese puesto en libertad. Luego de diecinueve días de lucha y reclamos Martín apareció con vida, volviendo a trabajar a la planta; el día de su reintegro los dos turnos de la empresa (cuatro mil obreros) lo esperaron en la puerta para celebrar la victoria de su liberación”.[5] Frente a este hecho, la cobardía y la infamia de los directivos del SMATA resultan imperdonables.
El balance de los casos de Ford y Mercedes Benz, sin embargo es doblemente negativo. En la primera planta, los testimonios de los obreros secuestrados supervivientes coinciden en afirmar que fueron varios (aunque todavía no se puede determinar cuantos) los operarios que “desaparecieron” para siempre. Asimismo, en la Ford, por unos cuantos años, el terror impidió que se reconstruyera en lo inmediato un nuevo Cuerpo de Delegados, aunque no el que los obreros resistieran a la explotación recurriendo a originales formas de lucha semi-clandestina. En Mercedes Benz, de acuerdo a la reconstrucción de la periodista alemana Gabriela Weber, se pudieron contabilizar 14 obreros desaparecidos, de los cuales 9 o 10 estaban en la lista de 117 despedidos en el marco de la lucha que hemos historiado. Sólo dos sobrevivieron, uno de ellos, Juan José Martín, gracias a la solidaridad proletaria de sus compañeros. También en la Mercedes Benz, la organización de base quedó fuertemente golpeada, forzando a los trabajadores a batirse a la defensiva, en un marco de terror generalizado.
El recuerdo de los mártires obreros debe arder en nuestra memoria, para no olvidar quienes fueron sus asesinos materiales, las empresas cómplices que se beneficiaron con sus muertes y aquellos, que defendiendo los intereses de la burguesía desde las organizaciones gremiales, los entregaron. El cinismo de los Rodríguez no debe perderse en el laberinto de la “desmemoria”.
[1]Aludiría a la “Unión de Obreros y Empleados de Mercedes Benz”, movimiento de activistas del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que buscaba establecer un espacio de lucha común entre operarios y administrativos, como ya se había hecho en la Ford. Esta agrupación se mantendrá después del conflicto y será la responsable de organizar acciones de protesta hasta por lo menos septiembre de 1976. De Santis, Daniel: A vencer o morir…, Eudeba, Bs. As., 2000.
[2]Página 12, Jueves 19 de Septiembre de 2002. Páginas 2 y 3. Los destacados son nuestros
[3]Citado por López Echagüe, Hernán: El hombre que ríe, Sudamericana, Bs. As., 2000, pág. 31
[4]Página 12, 19/9/02, pág. 2 y 3
[5]Comité de Acción Jurídica: Informe 2000/2001, Bs. As., 2001, pág. 90 a 93