Por Leonardo Grande, en el Grupo de Investigación del Arte en Argentina-CEICS
Ante los aplausos de ministros, diputados, intendentes y 700 militantes, el Diputado Nacional Miguel Bonasso gritaba: “Hay que defender que ¡el pensamiento fundamental para la comprensión de la relación de clases y para la comprensión económica sigue siendo el pensamiento de Carlos Marx y Federico Engels!”. Agregaba también que “¡forma parte Vladimiro Ílich [Lenin], también, del pensamiento nacional!”.
Esta es la Argentina del 2004, la que vaticinó Mirtha Legrand con su “se viene el zurdaje”. Efectivamente, todo un sector de la dirigencia política en el gobierno se ha lanzado a relanzar la ideología del peronismo de izquierda. El Aromo ha sido de los pocos medios en señalarlo tempranamente, al punto de dedicar un número entero a su análisis (EA 14, setiembre 2004). Dos cosas hacen necesario un nuevo artículo sobre el tema. Primero, que el gobierno actual sigue reforzando esta táctica como sostén de su creciente accionar represivo. Segundo, que algunos lectores han reaccionado con fuertes críticas a la identificación Evita-Isabelita, Montoneros-CdO, en la tapa y editorial de nuestro número ya citado.
¿Un presidente que se avergüenza de sus bases?
Los gritos de Bonasso tuvieron lugar en el acto homenaje a Juan José Hernández Arregui con motivo de la re-edición de dos de sus obras más importantes: La formación de la conciencia nacional y Nacionalismo y Liberación, el pasado 23 de setiembre en el Teatro Nueva Dirección en la Cultura /Ateneo. En el panel se encontraban Norberto Galasso (historiador oficial de la corriente de la Izquierda Nacional donde militó Arregui, que ahora se reposiciona en torno al Centro Cultural Enrique S. Discépolo y el MP-20 de Manuel Gaggero), el embajador de Venezuela en Argentina, el hijo de Arregui que dirige el Centro Cultural del mismo nombre, el “Barba” Gutiérrez (capitoste de la UOM y diputado nacional kirchnerista), y el Secretario de Derechos Humanos más querido por Madres de Plaza de Mayo y todo el progresismo setentista, Eduardo Luis Duhalde. En el público estaban el intendente de La Matanza, Ballestrini, el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, la diputada nacional Alicia Castro, la responsable de Abuelas, Estela de Carlotto, familiares de Carpani, representantes de Ediciones Continente y Arturo Peña Lillo (co-editores de la obra de Arregui) y dirigentes y militantes de Patria Libre, la juventud de la CTA, Barrios de Pie, La Venceremos, etc. Las adhesiones cubrieron todo el arco del viejo FRENAPO, desde el Presidente Kirchner hasta Hebe de Bonafini. En suma, lo más granado de la fuerza militante de la izquierda peronista, sus dirigentes nacionales e internacionales, provinciales y municipales, con sus bases más decididas.
El evento resumió tres actos en uno. El primero consistió en reivindicar los elementos “teóricos” de la corriente que fundó Abelardo Ramos en los ‘40, que triunfó electoralmente con Cámpora en el ‘73 y que hoy dirige los destinos de la reconstrucción argentina pos-Argentinazo. El segundo fue la defensa del proyecto internacional de esta tendencia: la supuesta Revolución Latinoamericana. Y el tercero, el lanzamiento de un Frente Nacional de Izquierda para apoyar al Presidente Kirchner en sus intenciones más progresistas contra la derecha del gobierno y la sociedad.
Sin embargo, cuando este cronista interrogó acerca de las causas de este acto oficial de relanzamiento de Arregui, Bonasso negó a Jesús el día de la crucifixión declarando: “Bueno, perdón, este no es un esfuerzo del gobierno. Digo, el hecho de que haya algunos diputados que apoyamos a Néstor Kirchner no significa que sea un esfuerzo del gobierno. Digamos… acá hay un esfuerzo de Hernández Arregui (h) por rescatar la memoria de su padre, y de todos nosotros, que nos formamos con los grandes teóricos del pensamiento nacional como Hernández Arregui, como Jauretche, como Cooke, como Puiggrós. O sea, un cariño y un reconocimiento inmenso. Efectivamente, hay unas cuantas figuras del gobierno que evidentemente coinciden con esto. Lo cual no le da a esto el carácter de un acto oficial.” ¿Por qué Bonasso siente la obligación de no involucrar al presidente en una aventura pensada para apoyar al presidente? ¿Temerá que lo expulsen de la plaza de nuevo? Efectivamente, la farsa parece volver a repetirse, cada vez más devaluada.
Hernández Arregui, de Trotsky a Perón
El peronismo de izquierda no fue un mero “sentimiento”. Siempre fue un partido político con una dirección fragmentada en diversas instituciones: organizaciones político-militares (Montoneros, FAP, FAR), revistas político-culturales (Cristianismo y Revolución, El Descamisado, etc.), editoriales e intelectuales de todos los campos de la cultura. Además, la izquierda peronista tuvo sus teóricos y puso su programa por escrito. Juan José Hernández Arregui fue quizás el más osado de sus teorizadores, proveniente de la corriente trotskista que lideró Jorge Abelardo Ramos (en los ‘90 funcionario menemista). Su origen más lejano, sin embargo, es el debate lanzado por el Congreso de la III Internacional Comunista en Latinoamérica, en 1928. Allí, el Partido Comunista Argentino lideró la posición que describía a los países del subcontinente como feudales, donde las tareas de la Revolución Socialista eran las correspondientes a la etapa democrático-burguesa, de enfrentamiento nacional contra el imperialismo norteamericano. El debate se trasladó en los años ‘30 al interior de las filas del trotskismo. Unos desestimaron rápidamente los “problemas nacionales” de la revolución, defendiendo in extremis las tareas de la revolución socialista internacional. Otros, encabezados por el fallecido Liborio Justo, hicieron énfasis en las tareas de la “liberación nacional”. Entre los últimos, el grupo de Abelardo Ramos llegó a incorporarse al Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN), que apoyó el segundo gobierno de Perón con la esperanza de desarrollar una corriente socialista en el interior de las masas peronistas. Del mismo modo que la corriente dirigida por Nahuel Moreno (el GOM, luego Palabra Obrera, PRT, PST, MAS, MST, etc.), el grupo de Ramos cayó en la trampa peronista desde fines del ‘50, una estrategia que se conoció como “entrismo”. A diferencia de Moreno, Ramos y compañía se acercaron a sectores yrigoyenistas (como FORJA) y anteriormente comunistas (como el grupo de Puiggrós), defendiendo la idea de que el 17 de octubre de 1945 había triunfado una Revolución Nacional en Argentina.
Revolución Nacional vs. Importada
¿En qué consistió el aporte de Arregui a la construcción de la Izquierda Nacional? ¿Qué reivindicaron sus apologistas en este acto? Los libros de Arregui fueron desde el vamos un intento erudito de disputar en el campo ideológico con las tendencias liberales y el comunismo argentino. Arregui representa (con Puiggrós y Ramos) el intento teórico más serio de la izquierda nacional. Sus primeros trabajos (La formación de la conciencia nacional e Imperialismo y cultura) de fines de los ‘50, causaron un enorme impacto en las fracciones de la pequeña burguesía intelectual -universitaria y artística- que comenzaba a desprenderse de su antiperonismo furioso y a acercarse a las masas peronistas.
El gran argumento de Arregui fue siempre identificar las ideologías liberales de la “aristocracia” argentina -la oligarquía nacional- con el pensamiento liberal y el comunismo argentino. Al PC se le pasaba la factura del fracaso de la izquierda luego de su oposición electoral a Perón. Allí nació el viejo discurso peronista de los marxistas cipayos. El imperialismo yanqui era tan dañino a los intereses nacionales como el “imperialismo” ruso-soviético. Por eso se vapuleaba cualquier expresión socialista como “extranjerizante”. Y todo sostenido en una impecable fraseología marxista-leninista. A tal punto que hasta hoy los “socialistas nacionales”, como Patria Libre o el MP-20/Cimarrones, atacan a los partidos trotskistas acusándolos del sacrosanto crimen de querer “importar” la revolución rusa, extranjera y anti-nacional. Un discurso, nada curiosamente, “procesista”, con el que se justificó la masacre de millares de dirigentes obreros, que entronca en línea recta con la “Ley de Residencia” y el senador McCarthy, sin necesidad de mencionar a Mussolini y Hitler. Una línea que es, precisamente, oligarca y extranjera.
Lo que no habría entendido la “ortodoxia” comunista era la vía nacional al socialismo, que estaba, obviamente, en el peronismo. En realidad, el programa del PC no era diferente del peronista y la pelea enfrentaba a diferentes personales político-intelectuales que se disputaban la dirección del Frente Popular Nacional reformista. El mismo programa que sostuvo, además, buena parte de la “nueva izquierda” de los sesenta: liberación nacional, antiimperialismo, tareas democrático-burguesas, etc. En tanto que la lógica del “socialismo nacional” no es más que la táctica diseñada por Stalin en los años ’40 con el nombre de “socialismo en un sólo país”, Bonasso, Galasso y el “Barba” están más cerca del comunismo moscovita cipayo de lo que ellos puedan llegar a reconocer.
Imperialismo Latinoamericanista
En la línea de defender la vía peronista al socialismo nacional, Arregui desarrolló in extenso la idea -también comunista en origen- de la lucha latinoamericana contra el imperialismo yanqui. Arregui soñaba con la Patria Grande de Artigas, Bolívar y San Martín. En esos años ’70, los revolucionarios peronistas identificaron esa trilogía con Perón, Castro y Allende. Hoy, en ese acto, sumaron al Panteón de Próceres de la América Libre, a Chávez, Lula, Kirchner y Tabaré Vázquez. Nadie, ni siquiera los peronistas de izquierda, discuten que se trata de políticos burgueses. Lo que es discutible es que esa burguesía tenga alguna potencia “nacional”. Bolívar y los héroes de la independencia fueron los líderes de las burguesías latinoamericanas nacientes que buscaban construir Estados-Nación que garantizaran el desarrollo de la acumulación de capitales en sus territorios. Su modelo fue George Washington y la independencia norteamericana. Hacia 1900, cuando los socialistas de principios de siglo XX, como José Ingenieros, explicaban que el socialismo iba a significar la construcción de los países latinoamericanos como verdaderas potencias mundiales, tenían el mismo sueño que Bolívar, con alguna base material bastante más seria. Precisamente, sobre esa base, Ingenieros llegó a pensar que Argentina podría ser para los países de la región, lo que EE. UU. era para Centroamérica. Así razonó siempre el comunismo latinoamericano también. En defensa de Arregui y la izquierda peronista sesentista, valga decir que los Bonasso de hoy han llegado a eliminar del proyecto la idea de que ese era un paso necesario para llegar al socialismo. Contenido dentro del régimen capitalista, este sueño internacional de Bolívar no deja de ser un sueño imperialista como el yanqui. Así, la lucha contra el imperialismo, en boca de los adoradores de Kirchner, no significa otra cosa que la competencia por el dominio capitalista del mundo. Bonasso, Gutiérrez y el embajador venezolano no hablan ni de socialismo ni de piqueteros. Hablan de reconstruir la burguesía nacional latinoamericana. El embajador chavista piensa el Mercosur como la re-edición sudamericana de la Comunidad Económica Europea, una alianza de las burguesías del continente como única forma de competencia eficaz al capitalismo yanqui. Como dijimos en El Aromo de setiembre, el pensamiento de la izquierda peronista latinoamericana siempre fue burgués. La única diferencia es que hoy se nota demasiado y, para peor, sin una base material que lo respalde. Esa es la razón por la cual todo el asunto no pasa de un mal chiste. Dañino, pero malo.
Compartiendo el capital
Un militante del autonomismo piquetero (MTDs, Lanús, etc.) me escupió recientemente que “los 28.000 compañeros montoneros caídos se revolvían en la tumba por las opiniones de El Aromo”. ¿La causa?: que nosotros sosteníamos que Evita era lo mismo que Isabelita y que la izquierda peronista era lo mismo que la derecha del movimiento. Bonasso, que se llenó la boca con Marx, Engels y Lenin y defendió la sangre de “los compañeros desaparecidos” no dijo ni a por los presos de Caleta Olivia, Salta y la Legislatura. La defensa de la “sangre derramada” tampoco alcanzó para que el “compañero” Secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, explicara la razón de esas detenciones. No fue muy diferente en los ’70: por ignorancia o por convicción, la izquierda peronista arrastró a la clase obrera a la zaga del reformismo burgués que terminó por masacrarla. Esa es la verdad objetiva. El mejor homenaje a Rodolfo Walsh o Paco Urondo no es cometer los mismos errores que los condujeron a la muerte, sino superarlos. Cooke, Walsh y tantos otros consecuentes revolucionarios, reconocieron en su momento que seguir dentro del peronismo fue un error al que llegaron por no creer en la madurez de la clase obrera argentina para superar a Perón. Pues de eso trata el programa de unidad entre obreros y patrones “progresistas”: de la desconfianza en la capacidad independiente de la clase obrera para reorganizar los destinos de la Argentina según sus intereses. El Frente Popular Nacional y Democrático que se viene ensayando desde los años ‘30 (primero por el PS, luego por el PC, Perón, la UCRI, la “nueva” izquierda setentista, el PCR, el Frente Grande, la Alianza, la CTA y compañía) es ni más ni menos que una gigantesca concesión a nuestros enemigos de clase. Si los compañeros que luchan en las fábricas, los barrios, las facultades y las rutas creyeran en la madurez de la clase obrera para arrancarle el poder a la burguesía nacional y extranjera, romperían ya mismo con la izquierda peronista presente, pasada y futura. Con toda la bronca y la angustia que significa reconocer que hay que dejar atrás sentimientos y símbolos afectivamente muy poderosos. Pero con toda la alegría de estar haciendo el único acto de homenaje verdadero a los compañeros caídos, el de luchar por la liberación de la clase obrera argentina y de todos los explotados y oprimidos por el capital. Aquí y en cualquier parte, porque la única patria de los obreros es el mundo.