La vida por el fracaso – Stella Grenat

en El Aromo n° 22

La vida por el fracaso. En torno a La vida por Perón, de Sergio Belloti

Por Stella Grenat

Grupo de Investigación de la
Izquierda en la Argentina – CEICS
Sergio Bellotti, quien dirigiera Tesoro mío en el 2000 y Sudeste en el 2002, acaba de estrenar en julio de este año La vida por Perón. Una adaptación libre de una novela de Daniel Guebel quien, junto a Luis Ziembrowski (Rafael en la ficción), fueron los guionistas del filme. Con actuaciones poco creíbles de los actores más jóvenes y más logradas por parte de los más viejos, nos proponen una trama sencilla: narrar un operativo realizado por una célula de Montoneros el 1° de julio de 1974, día de la muerte del General Perón. Toda la película transcurre en una casa, la de Alfredo (Esteban Lamothe), un joven conscripto, que ha ingresado a la organización recientemente. Ese mismo día ha muerto, inesperadamente, su padre, un burócrata sindical. Sus compañeros “toman” la casa con el pretexto de colaborar en las tareas del velorio, pero con la intención real de robar el cadáver de Perón y reemplazarlo con el del padre de Alfredo. Beba, la madre, (la excelente Cristina Banegas), ignorante y desconcertada, deja hacer a Norma (Belén Blanco) y al resto de los “amigos” de su hijo, quienes deambulan por la casa como si efectivamente fueran sus dueños. Irma y Cata (Raquel Albéniz y Beatriz Thibaudin), dos tías viejas, lloran las muertes tiradas en un sillón, profundizando con su imagen trágica, la atmósfera oscura y amarga que envuelve al resto de las escenas. Aldo y Cosme (Oscar Alegre y Jean Pierre Reguerraz), dos viejos amigos del burócrata que habían pasado a buscarlo para ir al velorio de Perón, se transforman en los únicos deudos de la familia, luego de traspasar a duras penas la guardia que los montoneros montaron, sospechosamente, en la puerta de la casa. Poco a poco nos iremos enterando, junto con Alfredo, del verdadero objetivo de la acción, cuando a la extraña guardia se sumen la propuesta de embalsamamiento del cuerpo del sindicalista y el “detalle” de agasajarlo con las ropas del General.
Hasta aquí la historia. Bellotti, elegirá la peor de las formas para contarla, el género de la
comedia grotesca. Demuestra con ello lo que entiende por militancia política en una organización armada. Caricaturiza la centralización política de los militantes respecto de sus direcciones y la muestra como obsecuencia, por parte de las bases, y como despotismo, por la dirección (Rafael, el jefe de la operación, es un autoritario que exige “subordinación”
absoluta del resto de sus compañeros). Su intención, según sus propias palabras, es
rescatar las ambigüedades de los hechos que envolvieron a toda una generación (a la que
denomina “perejiles” y entre los cuales se incluye él mismo, que supo ser militante de la
izquierda no peronista, ver nota en www.pagina/12.com) y señalar lo que entiende por verticalismo y fanatismo. Sin embargo, el resultado es una crítica a todo tipo de militancia política revolucionaria, porque es una crítica a la organización misma. Elige mostrar a un Alfredo atormentado por la contradicción entre el acatamiento total que le exigen sus direcciones y los sentimientos que lo atraviesan por la muerte dudosa de su padre. De éste modo decide mostrar a la militancia, es decir, la elección conciente de desarrollar un programa político, como algo extraño a la vida, una exigencia absurda de obediencia que subvierte nocivamente el desarrollo “normal” de la existencia humana. A ello se suma el ángulo desde el que lee el período histórico, consecuente con la teoría de los dos demonios: Beba, las tías y los amigos del burócrata, terminan saliéndose con la suya y logran escapar de la violencia de los dos extremos que, por una extraña casualidad, fueron a encontrarse en su domicilio. En suma, Bellotti no usa su arte para ayudarnos a entender mejor aquellos años, sino para reírnos de actitudes que, fuera de su marco lógico y necesario, resultan absurdas, disparatadas, delirantes. Por esa vía se insulta a los militantes y se desprestigia la idea misma de la organización. Una buena forma de colaborar con la burguesía. Desde El Aromo sostenemos que existen muchas maneras de desligarnos de la visión idílica de la militancia en los años setenta, pero ésta no resultó ser la más apropiada.

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