Miles de costureros, que trabajan en condiciones miserables, sostienen el negocio de la feria.
La detención de Jorge Castillo está directamente ligada a sus vinculaciones con el kirchnerismo, el pago de coimas, los arreglos con las fuerzas policiales y el poder judicial, que fue condición necesaria para su existencia.
Pero hay algo que no escandaliza a nadie: los miles de costureros que sostienen a La Salada (y puestos de venta ambulante en general) a costa de una vida miserable y condiciones de explotación laboral extremas. Cosiendo catorce horas por día, malnutridos, sin descansar, viviendo hacinados en los talleres con sus hijos. Estos trabajadores producen la ropa que luego es vendida a otros trabajadores, que no se encuentran en condiciones de pagar por una prenda el precio que exige un comercio (pero que es producida en las mismas condiciones).
El problema no es nuevo ni reciente, sino que obedece a una progresiva orientalización de la economía argentina. En el caso de la producción de ropa, los menores costos de producción internacionales, fundamentalmente asiáticos, ponen en jaque hace varias décadas a los capitales locales. En las décadas del 80 y 90, el crecimiento del trabajo en negro y la tercerización dio un impulso a la actividad.
Sin embargo, tras la crisis de 2001, fue necesario dar una vuelta de tuerca para relanzarla. Esto se hizo recreando las condiciones chinas: una mayor intensidad del trabajo, con largas jornadas laborales complementadas por el salario a destajo, e ingresos que no alcanzan siquiera el miserable salario mínimo. Por esta razón, muchas veces debe recurrirse a diferentes formas de coacción extraeconómica, que van desde el maltrato psicológico hasta el encierro. Esto es posible gracias a la presencia de una gran masa de trabajadores argentinos y migrantes que alternan su vida entre el desempleo y la superexplotación y que están disponibles para trabajar en esas condiciones como única alternativa para sobrevivir. Mientras todos comen de la mesa de los costureros, ellos siguen siendo los convidados de piedra del festín.
Miles de costureros, que trabajan en condiciones miserables, sostienen el negocio de la feria.
La detención de Jorge Castillo está directamente ligada a sus vinculaciones con el kirchnerismo, el pago de coimas, los arreglos con las fuerzas policiales y el poder judicial, que fue condición necesaria para su existencia.
Pero hay algo que no escandaliza a nadie: los miles de costureros que sostienen a La Salada (y puestos de venta ambulante en general) a costa de una vida miserable y condiciones de explotación laboral extremas. Cosiendo catorce horas por día, malnutridos, sin descansar, viviendo hacinados en los talleres con sus hijos. Estos trabajadores producen la ropa que luego es vendida a otros trabajadores, que no se encuentran en condiciones de pagar por una prenda el precio que exige un comercio (pero que es producida en las mismas condiciones).
El problema no es nuevo ni reciente, sino que obedece a una progresiva orientalización de la economía argentina. En el caso de la producción de ropa, los menores costos de producción internacionales, fundamentalmente asiáticos, ponen en jaque hace varias décadas a los capitales locales. En las décadas del 80 y 90, el crecimiento del trabajo en negro y la tercerización dio un impulso a la actividad.
Sin embargo, tras la crisis de 2001, fue necesario dar una vuelta de tuerca para relanzarla. Esto se hizo recreando las condiciones chinas: una mayor intensidad del trabajo, con largas jornadas laborales complementadas por el salario a destajo, e ingresos que no alcanzan siquiera el miserable salario mínimo. Por esta razón, muchas veces debe recurrirse a diferentes formas de coacción extraeconómica, que van desde el maltrato psicológico hasta el encierro. Esto es posible gracias a la presencia de una gran masa de trabajadores argentinos y migrantes que alternan su vida entre el desempleo y la superexplotación y que están disponibles para trabajar en esas condiciones como única alternativa para sobrevivir. Mientras todos comen de la mesa de los costureros, ellos siguen siendo los convidados de piedra del festín.