La misma historia. La Unión Industrial Argentina, desde Onganía al Proceso (1966-1976)

en El Aromo nº 62

UIAVerónica Baudino
Grupo de Investigación sobre la Historia de la Burguesía-CEICS

 ¿Cree usted que los industriales representan el desarrollo frente a los patrones agrarios? ¿Piensa que son especuladores al servicio de la industria extranjera? Bueno, lea el artículo, porque en ambos casos está equivocado. A continuación una historia detallada de la UIA en los años centrales de la historia argentina. Un resumen de tres años de investigación: su programa político, sus alianzas y su composición. Una historia que explica un presente

¿Existe la burguesía nacional? ¿Posee potencialidades para desarrollar el capitalismo argentino a escala internacional? Éstas son algunas de las preguntas sobre las que versan los debates sobre la naturaleza y potencialidades de dicha fracción de la clase dominante. El ascenso del kirchnerismo, en 2003, reactualizó la discusión, postulándose como el agente que impulsaría el crecimiento industrial nacional de la mano de la burguesía nacional. Esa burguesía “buena” contrastaría con los monopolios especuladores protagonistas del devenir económico durante el menemismo. Desde una posición desarrollista se le adjudica entonces un potencial positivo, identificándola con los pequeños y medianos capitales industriales nacionales frente a los grandes capitales extranjeros y especulativos.

Como la burguesía nacional llevaría adelante una estrategia mercado internista, las visiones positivas de la burguesía nacional resaltan su costado “pro-obrero”. Según el nacionalismo, la orientación de su producción hacia el mercado interno requeriría de salarios altos que absorban las mercancías por ellos producidas. El estalinismo adjudica a la burguesía nacional tales virtudes, aunque ubicando las potencialidades de su alianza con los trabajadores como una etapa necesaria hacia el socialismo.

En la vereda contraria, la izquierda trotskista supone que la burguesía nacional constituye una fracción impotente de la burguesía dada su histórica alianza estratégica con el capital imperialista en detrimento del desarrollo del capitalismo vernáculo. Su acción estaría vinculada a la obtención de ganancias extraordinarias provenientes del control político del Estado. La fijación de precios y la obtención de subsidios recirculados al mercado financiero serían algunas de sus prácticas usuales, obstruyendo el pleno desarrollo capitalista.

En este artículo tomaremos el caso de la Unión Industrial Argentina para avanzar en las discusiones planteadas. Se suele afirmar que la entidad en cuestión ha sido históricamente expresión de un conjunto de grandes capitales liberales y especuladores, que distan de conformar la burguesía nacional. Analizaremos su accionar y composición en el marco de la crisis hegemónica y de acumulación de 1966 a 1976 para debatir las interpretaciones sobre la UIA. Finalmente, señalaremos las continuidades con la actualidad.

¿Qué es la UIA?1

La UIA es una entidad burguesa cuya dirigencia, en el período 1966-1976, se componía de un pequeño núcleo de grandes capitales en alianza con un vasto conjunto de capitales menores a escala nacional. En efecto, el porcentaje de capitales pertenecientes al conjunto de los mayores vendedores en el mercado nacional, ESSO, Shell, Chrysler, Alpargatas, Ducilo, Pirelli, Duperial, Swift, Standard Electric, Piccardo, Chrysler y Siam Di Tella, constituyó una minoría entre los dirigentes de la entidad (29%).

En cuanto a las ganancias, analizadas a partir de los balances de algunas de las empresas, de un total de 81 firmas dirigentes, sólo 13 superaban el millón de dólares anuales de utilidades (16%), mientras las 68 restantes (84%), se ubicaban por debajo de la mitad de esa cifra. De acuerdo a los montos de los capitales suscriptos y a los datos disponibles para 1974, clasificamos la UIA en tres sectores. El primero, con inversiones entre 6 y 14 millones de dólares, un 13% del total. El subgrupo siguiente, compuesto por capitales de tamaño mediano, con inversiones entre 1 y 6 millones de dólares, representa el 23%. Por último, el 64% restante recayó en el subgrupo de empresas cuyas inversiones no superó el millón de dólares. Observamos así que, dentro de la misma dirigencia, existía una diferenciación clara entre un reducido grupo de capitales “grandes” y un grupo mayoritario de “chicos”. A su vez, quedaba fuera de la dirección una enorme mayoría de capitales aún más chicos.

Extendiendo la mirada al mercado internacional, observamos que dichos capitales, en apariencia “grandes”, son muy inferiores a sus pares en las ramas en las que se insertan a escala mundial. La falta de competitividad internacional del conjunto de los dirigentes de la entidad unifica en tanto pequeños capitales a todos los integrantes de la dirección. Aquellos capitales extranjeros como Esso y Shell se encuentran en la misma situación, dado que no utilizan el espacio argentino como plataforma para la exportación, sino que operan en el mercado interno con las mismas limitaciones del resto. Este conjunto de capitales industriales nacionales constituyen un sector de la burguesía nacional. Si para caracterizarlo como tal es preciso atender a su estrategia política centrada en el desarrollo del capitalismo argentino, pasemos a observar dicha dimensión del problema.

El programa y la estrategia

Como adelantamos en la introducción, la visión común postula que la UIA se componía de grandes capitales nacionales y extranjeros. Sin embargo, las conclusiones sobre la composición heterogénea de la entidad se refuerzan a la hora de atender a su programa y estrategia. Entre 1966 y 1976 la UIA adopta, en apariencia, dos estrategias diferentes: una de tipo reformista y otra “liberal”. Quienes señalan que la entidad sólo expresa los intereses de los grandes capitales suponen que el alineamiento con gobiernos reformistas de distinto “color” se corresponde con una táctica en la que prima la obtención de beneficios a corto plazo. La “pendulación” de la UIA sería reflejo de su carácter especulador y cortoplacista.

A nuestro juicio, dichas ideas son equivocadas. No se trata de un comportamiento anti-industrial de la burguesía concentrada, sino que en cada momento político y económico necesariamente pesó más el influjo de una capa de la burguesía integrada a la UIA sobre la otra. En momentos en que la crisis de acumulación se hacía más patente por la caída de la renta agraria, como durante la dictadura de Onganía en 1966, la burguesía más concentrada buscó eliminar el capital sobrante, importar maquinarias para modernizarse y reducir salarios. Sin embargo, estas demandas convivían con los requerimientos de protección del mercado interno, aún en los sectores más grandes, que los unificaba a los sectores más débiles de la UIA.

Posteriormente, la influencia que fue tomando la Confederación General Económica hacia los ’70, sumado a la necesidad de cercenar las vías de ascenso de los sectores revolucionarios, inclinó la balanza hacia el reformismo. Las demandas de mayor protección del mercado interno de parte de un sector de la UIA resultaron viables, a su vez, por el aumento de la renta. Un sector de pequeños empresarios del interior del país acaudilló un movimiento opositor que “obligó” a la dirección nacional de la UIA a romper su alianza con los capitales más concentrados, como la Sociedad Rural y la Bolsa de Comercio. Una vez asumido Cámpora, las tendencias internas de la UIA la llevaron a pronunciarse a favor de su principal política, el Pacto Social, y unificarse en 1974 a la CGE. Las condiciones económicas excepcionales no constituyeron un motivo menos relevante. Implicaban la posibilidad de transferir riquezas a un mayor número de capitales, propiciando el desarrollo de la estrategia reformista. Su composición interna heterogénea, en la que convivían grandes y chicos, permite entender la adopción de estrategias contrapuestas en distintos momentos del ciclo económico.

Una constante en el programa de la UIA fue el reclamo de la función de tutelar del Estado del desarrollo industrial, protegiendo el mercado nacional, implementando políticas de promoción industrial y obras públicas en infraestructura, entre otras. Así, no se sostiene que la UIA haya defendido un programa liberal clásico, en el sentido vulgar del término, ya que sus debilidades le impedían la defensa de la apertura indiscriminada de la economía a la competencia internacional. Ni siquiera en los momentos del ciclo económico en que primaba la dirección de los capitales más grandes a escala local. Sus capitales requerían de transferencias estatales para poder reproducirse y de la protección del mercado interno. No obstante, dicho programa no careció de contradicciones. A la vez que requerían de protección del mercado interno, necesitaban de la apertura a la importación de maquinarias e insumos de ramas no desarrolladas por la industria local, o desarrolladas a un nivel rudimentario que implicaba mayores costos que los producidos en el exterior.

Ligada al punto anterior se encuentra la visión de la UIA como un grupo de capitales especuladores despreocupados por la obtención de ganancias en la esfera de la producción y, en consecuencia, del desarrollo industrial nacional. La defensa del mercado interno por la vía de protección arancelaria o subvaluación de la moneda tenía por fin asegurar una barrera para el desarrollo industrial ante la debilidad sus capitales. La apertura indiscriminada los hubiese colocado en inferioridad de condiciones frente a sus pares extranjeros, mucho más competitivos. El pedido de subsidios estatales se orientó a compensar la brecha de productividad con sus competidores. Se solicitaba en todo momento que el Estado incentive el desarrollo industrial mediante exenciones impositivas, tarifas de servicios subsidiadas y el incremento de los regímenes de Promoción Industrial. Inclusive se solicitaban permisos especiales para importar maquinarias con el objeto de modernizar los procesos de producción e incrementar la productividad de trabajo. Estas medidas implicaban la necesidad de que el Estado compense las inferiores condiciones de competitividad de los capitales radicados en Argentina producto de las debilidades históricas de este espacio de acumulación. No se trata de un programa tendiente a valorizar en el mercado financiero las ganancias en abstracción de la producción industrial. Antes bien, respondía a la necesidad de generar condiciones propicias para reproducir su capital real.

El reclamo más recurrente observado en el período, relacionado con el punto anterior, es la reducción de los salarios reales. Dada la baja productividad general del capitalismo argentino, la UIA solicitaba bajar los costos salariales como forma de incrementar su competitividad frente a la competencia extranjera. El programa defendido por la entidad a lo largo de la etapa postulaba una disminución del peso de los salarios en los costos de producción, atando los sueldos a la productividad, eliminando conquistas sociales y reduciendo el poder de negociación de los sindicatos. La caída de la renta diferencial desde 1963, cercenaba la capacidad de transferencia del sector agropecuario a la industria agudizando los enfrentamientos interburgueses y capital-trabajo. En este sentido se dirigieron los apoyos al congelamiento salarial de los programas de Jorge Salimei y Adalbert Krieger Vasena durante la Revolución Argentina de 1966. A juicio de la entidad, debían eliminarse las “pseudos-conquistas sociales” resultado de la presión de los trabajadores. Ambos planes contemplaban la devaluación de la moneda que reducía los salarios, también aplaudida por la corporación empresaria.

En su participación en el Consejo del Salario Vital, Mínimo y Móvil de 1966, la UIA señaló que se distorsionaba el régimen de los jornales en razón de la permanente vinculación de las asignaciones familiares con el salario mínimo, que desalentaba el esfuerzo personal. Además objetó la vinculación de los sueldos con las indemnizaciones por despido, ya que de esa forma se elevaban constantemente. Más adelante, la entidad señaló la necesidad de no “redistribuir riquezas artificialmente”, ante el programa económico post Cordobazo que debía satisfacer ciertas demandas sociales so pena de agitar las aguas ya muy revueltas. El tercer peronismo encontró a la UIA en sus filas, adhiriendo al Pacto Social, que aunque colocaba a la entidad en el frente reformista, no implicaba grandes concesiones a la clase obrera sino por el contrario, un congelamiento de los salarios. Por último, la muerte de Perón y el fin de la breve bonanza económica reavivó la acción revolucionaria y con ello el pasaje de un creciente número de dirigentes de la UIA al programa de ajuste denominado Rodrigazo primero y al campo golpista después.

Volviendo al debate inicial, aunque el progresismo quiera ocultarlo la Unión Industrial Argentina agrupó a una fracción de la burguesía nacional. Se trataba de una alianza de grandes y pequeños capitales industriales nacionales unidos por su debilidad frente a la competencia extranjera. La misma contó con un programa para el desarrollo del capitalismo argentino consistente en la tutela estatal del crecimiento industrial mediante la transferencia de riquezas. Es que ante las debilidades del capitalismo argentino, la distribución de la renta aparece como el mecanismo compensador por excelencia para la acumulación de los capitales industriales. Asimismo, pugnó por la reducción salarial como forma de incrementar la competitividad de la industria local. Para dicho fin, trazó alianzas con los diferentes regímenes militares y democráticos. Y en los momentos en que la crisis de acumulación se sintió con mayor fuerza, por la disminución de las magnitudes de renta a repartir, pugnó por el ajuste de las cuentas fiscales y el recorte de las transferencias indiscriminadas, a fin de soltar lastre y relanzar la acumulación. Es decir, la UIA expresaba el programa de desarrollo nacional de los capitales locales. Vale decir, es la representante corporativa de un sector de la burguesía nacional. La burguesía nacional existente, débil y reaccionaria.

Notas
1 La reconstrucción presentada en este artículo es una síntesis de nuestra Tesis de Doctorado en Historia: “La estrategia de la Unión Industrial Argentina 1966-1976”. Se basa en una gran cantidad de fuentes (Memorias y otras publicaciones de la entidad, presa periódica y entrevistas), que resultaría engorroso citar. Para mayor detalle, remitimos al lector a la tesis.

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