¿De qué está hecha la vida humana? Es una pregunta que aparece muy temprano en la experiencia de todo individuo. Porque, en última instancia, significa otra cosa, formula otra pregunta: ¿de qué estoy hecho yo? La respuesta es sencilla: la vida humana está “hecha” de relaciones. ¿Sólo de relaciones? No. Toda relación lo es de algo, de alguna materia concreta. Precisamente, esa materialidad concreta que es la vida humana, ese cúmulo de energía que cambia y se transforma permanentemente, es el que soporta esas relaciones. ¿Sólo “soporta”? No. También, llegado cierto grado de desarrollo, las pone en cuestión. ¿Qué soy yo? Eso: un cúmulo de energía, soporte de determinadas relaciones a través de las cuales me reproduzco hasta que, en algún punto, cuando esas relaciones cesan de reproducirme, me obligo a poner en cuestión. ¿Pero eso no es así para el conjunto de la vida? Sí, exactamente. ¿Y no es, acaso, lo mismo para la realidad en general? Claro, así es: dialéctica pura.
Materia que cambia, eso es la vida. Materia estructurada por relaciones. El estudio de esas relaciones es el contenido del conocimiento en general. El estudio de las relaciones sociales, ese es el contenido del conocimiento social. La vida no cambia, sin embargo, azarosamente. Lo hace siguiendo un patrón autodeterminado que se supera de tanto en tanto, en saltos de cantidad a calidad. Eso que llamamos “leyes” de desarrollo, no son más que fórmulas que captan la lógica de ese patrón de cambio. Su validez dura lo que tarda la realidad en superarlas. El descubrimiento de esas leyes, ese es el objeto del conocimiento social. Conocer la vida humana es conocer las leyes que la gobiernan. Conocer esas leyes es conocer el límite de nuestra libertad. Pero, al mismo tiempo, es conocer el contenido real de nuestra libertad, es decir, la conciencia de la necesidad. La política es el arte de lo posible. Es decir, la conciencia de la necesidad actuante. Lo que es lo mismo que la acción con conocimiento de causa. Sólo se puede actuar sobre lo que se conoce. El político debe ser, entonces, un científico.
Que un militante de izquierda se pregunte por la necesidad de la ciencia, del conocimiento social, de la producción cultural, no sólo insulta a una tradición que se jacta (con justicia) de haberse apropiado de lo mejor de la experiencia humana, sino que, peor aún, pone en cuestión el carácter revolucionario del partido que lo ha forjado a él mismo como tal militante. La pobreza del militante de izquierda que hace gala de barbarie demuestra la barbarie del partido que lo lanza al mundo a realizar consignas cuyo contenido concreto desconoce. Resulta imposible que cada militante sea plenamente consciente de todo el contenido de toda la política de su partido. Porque la vida es cambio y el cambio sólo puede enfrentarse con acción, que no es más que el cambio que se propone como dirección conciente. No es imposible, pero es difícil conocer mientras se actúa. Sin embargo, hay un tiempo para pescar y un tiempo para secar las redes. Resulta criminal que el partido de izquierda que ha protagonizado experiencias cruciales no sea capaz de reflexionar sobre esas experiencias. Y en esa reflexión, es decir, la producción de conocimiento sobre la propia acción, no sea capaz de incrementar la calidad de sus militantes.
El Argentinazo despertó a la vida política a millones de personas. Decenas, centenares de miles de ellas lo hicieron en el marco de los partidos de izquierda. Sea a través del movimiento piquetero, sea a partir de las asambleas populares. El reflujo, cuyo inicio datamos poco después de las jornadas de Puente Pueyrredón, parece no hacer otra cosa que profundizarse. Aunque ya hay indicios de que la acción volverá más temprano que tarde, la pausa de la tormenta revolucionaria nos dio, hasta ahora, un año completo de tiempo para realizar la tarea urgente de la hora: hacer que la vida nueva reflexione sobre sí misma. Que esos miles de nuevos militantes superen la anécdota y se conviertan en elementos permanentes de esa vida nueva. Es el momento de grabar con fuego la conciencia surgida con esa experiencia. Razón y Revolución entiende esa como una tarea central, hoy por hoy. Su pequeño aporte se sintetiza en las Jornadas de debate a las que invitamos a nuestros lectores. Una actividad con la que, creemos, llevamos a la realidad, aunque sea minúscula, algo del mandato de la IVª y Vª Asamblea Nacional de Trabajadores: que el movimiento piquetero tome en sus manos el problema de la cultura. Que quiere decir, el conocimiento de la materia de la que está hecha la vida, el saber de las relaciones que la estructuran, la comprensión de las leyes que la mueven. Es decir, el crecimiento en profundidad, en calidad de sus militantes, de los nuevos integrantes de la vida nueva, muchos de los cuales se preguntan hoy por su propia identidad, por el simple hecho que las relaciones que los reproducían no pueden hacerlo ya. En eso consiste la creación del partido: en la rebelión consciente de la materia de la vida.