Este 20 de diciembre se cumplen los 15 años de lo que habitualmente se ha dado de conocer como el Argentinazo, la movilización que culminó en esa fecha con la renuncia del, aquel entonces, presidente Fernando de la Rua, perteneciente a La Alianza. En aquellas jornadas no se movilizó el pueblo en abstracto sino ciertas fracciones de clase. Para empezar, la clase obrera que durante los ’90 había perdido el empleo como consecuencia de las privatizaciones y la concentración de la producción industrial en una menor cantidad de fábricas. Esto se reflejó en ciertos indicadores como la tasa de desempleo. Las cifras oficiales señalaban un desempleo abierto de 17% (cifras bastantes conservadores) contra, por ejemplo, el 3% de 1980 y un nivel de pobreza de casi un 50%. Este sector, la clase obrera desocupada fue la que engrosó las filas del movimiento piquetero. La otra pata del Argentinazo fue la, comúnmente llamada, “clase media” afectada no sólo por el empobrecimiento general del país sino también en forma particular por el corralito.
La coalición de fuerzas entre clase obrera desocupada y pequeña burguesía es la que agitó la consigna del “¡Que se vayan todos!”. Los gobiernos posteriores hicieron lo posible para desarmar esa ecuación que ponía en peligro la dominación burguesa. Ahí apareció el kirchnerismo. Su interés por los Derechos Humanos y la cultura no fue más que un intento de desactivar políticamente a la clase media. Y los planes sociales no fueron más que el reparto de miseria para controlar y desarmar al movimiento piquetero. Porque más allá de la recuperación económica el capitalismo argentino sigue siendo incapaz de dar empleo real y condiciones de vida dignas al conjunto de su población. El kirchnerismo (como todos los anteriores) fue un gobierno capitalista de un Estado burgués.
Hoy la pobreza supera el 32% y el desempleo es de casi un tercio de la población activa. El macrismo responde como un buen gobierno burgués: reparte más planes sociales y promueve una ley de emergencia social con el fin de que el ajuste no le estalle en la cara y convierta en otro 2001. Paralelamente hace lo imposible para garantizar la ganancia empresaria.
El capitalismo y su Estado están caducos. Son inútiles. No sirven. Al punto que convivimos cotidianamente con crímenes sociales espantosos. Estamos cada vez peor. Esta espiral descendente hacía peores condiciones de vida solo se puede revertir con la movilización y toma del poder por parte de la clase obrera y una salida socialista.