Ramiro de Altube
“Una ‘lucha’ contra la política de los trusts y de los bancos
que no afecte la base económica de los trusts y de los bancos,
es simplemente reformismo y pacifismo burgués,
es una benévola e inocente expresión de buenos deseos.”
V. Lenin
El Imperialismo es un concepto pasado de moda para la mayor parte de los historiadores profesionales. Se lo puede o no reconocer vigente cuando se discute “política” actual, pero son muy pocas las veces que oímos hablar “de él” en las discusiones académicas. Claro que su aceptación o rechazo, su vigencia o su reemplazo, dependen del significado que se le otorgue, y dependen, en especial de la perspectiva política (reconocida o no) del que escribe, pero en general parece ser considerada una categoría “política” o anacrónica, sin demasiada importancia para los que estudiamos historia. Sin embargo desde nuestra perspectiva, la historia que aquí esbozamos no puede ser aprehendida en sus rasgos más importantes si no retomamos la conceptualización que hiciera Lenin a principios del Siglo XX, y que no muchos otros desarrollaran y especificaran para épocas diferentes y países del tercer mundo. Además queremos dejar en claro, en una polémica que se cierne sobre nuestras cabezas mediáticas, que el contenido que el propio Lenin dio al concepto (más bien deberíamos decir el entramado conceptual) es originaria y esencialmente distinto de los significados predominantes hoy sobre el Imperialismo, muy cercanos, quizás a las desventuras de nuestro sentido común, guiado por la simplicidad y la ideología reproductora del orden. De otra manera, recuperamos las coordenadas básicas de la conceptualización leninista para ponerla en el terreno de la lucha por la construcción (que es permanente) de nuestro sentido común, sobretodo en lo que hace a la dilucidación de lo que constituyen los rasgos más significativos del capitalismo hoy, “pues sin si estudio será imposible valorar y comprender la política actual”[1]
Haremos desde aquí un sintético viaje al Africa Central. Y ustedes dirán, ¿en busca del Imperialismo? No, no, no. Iremos buscando el coltán, o si se prefiere, el colombiotántalo. Lenin, por supuesto, no sabía de la existencia de este mineral de tan grandes propiedades…mercantiles. El coltán es la conjunción de dos minerales considerados materias primas estratégicas para el desarrollo de las nuevas tecnologías. De acuerdo a lo que parecen ser propiedades fisico-químicas “mágicas”, este mineral es fundamental para las industrias de aparatos electrónicos, centrales atómicas y espaciales, misiles balísticos, video juegos, aparatos de diagnóstico médico no invasivos, trenes sin ruedas (magnéticos), fibra óptica, etc.. Sin embargo el 60 % de su producción se destina a la elaboración de los condensadores y otras partes de los teléfonos celulares. El coltán permite que uno de los sueños occidentales se haga realidad, con él las baterías de los minicelulares de bolsillo mantienen por más tiempo su carga, ya que los microchips de nueva generación que con él se elaboran optimizan el consumo de corriente eléctrica. Después de ser usado en un principio para los filamentos de las “lamparitas”, luego fue reemplazado en esta función por el más barato y accesible tugsteno, y parecía condenado al olvido. Sin embargo en las últimas décadas el valor volvió a preñar al coltán, volvió a darle vivacidad, a convertirlo en mercancía. Mucho más cuando se produjo el boom comercial de los teléfonos móviles que en número de 500.000 inundaron el mercado en el 2000. Desde unos años antes, sin embargo, el colombio-tantalio que era extraído en Brasil, Australia y Tailandia había empezado a escasear. La japonesa Sony, por ejemplo, tuvo que aplazar el lanzamiento de la segunda versión del juguete preferido de los niños occidentales, el Play Station, debido a este incordio. El gran aumento de la demanda ha hecho establecer un mercado ilegal paralelo en el Africa central. Nótese el resultado de esta nueva “fuerza del mercado”: 3 millones de muertos en cuatro años. Veamos.
Para muchos países africanos, a finales del siglo XX, la devaluación de los productos agrícolas, y la desertificación, provocaron una fuerte revalorización de sus recursos mineros, nueva fase del errante camino para relacionarse con el mercado internacional. En las provincias del este de la República Democrática del Congo (RDC, Zaire), consideradas por la UNESCO reservas ecológicas de gran importancia, se encuentra el 80 % de las reservas mundiales de coltán. Allí han puesto sus ojos, sobretodo en los últimos diez años, las grandes multinacionales: Nokia, Ericsonn, Siemens, Sony, Bayer, Intel, Hitachi, IBM y muchas otras. Se han formado en la zona toda una serie de empresas (muchas de ellas “fantasmas”) asociadas entre los grandes capitales transnacionales, los gobiernos locales y las fuerzas militares (estatales o “guerrilleras”) para la extracción del coltán y de otros minerales como el cobre, el oro y los diamantes industriales. Las grandes marcas comenzaron la disputa por el control de la región a través de sus aliados autóctonos, en un fenómeno que la misma Madeleine Albright llamó “la primera guerra mundial africana”.
En 1997 fue derrocado el presidente congoleño Sese Seko Mobutu, de estrecha relación con los capitales imperialistas de origen francés. Kagame (sic), actual presidente de Ruanda, quién estudió en centros militares de EE.UU. e Inglaterra, y Museveni, presidente de Uganda, país considerado por Washington, un ejemplo para las naciones africanas, lideraron la conquista de la capital de la RDC, Kinshasa, y pusieron a cargo de este país a un amigo, Laurent Kabila. En un nuevo reparto se dispusieron concesiones mineras para empresas varias entre las cuales figuran la Barrick Gold Corporation, de Canadá, la American Mineral Fields (en la que Bush padre tenía intereses) y la surafricana Anglo-American Corporation, todo ello en desmedro de las antiguas “concesionarias” francesas. En los años transcurridos hasta hoy han disputado la guerra dos bandos no demasiado estrictos. Ruanda, Uganda y Burundi, apoyados por los EE.UU., solventados por créditos del FMI y el Banco Mundial, y ligados a varias milicias “rebeldes” con nombres exóticos (Movimiento de Liberación del Congo, Coalición Congoleña para la democracia), por un lado, y la RDC (liderada por uno de los hijos de Kabila, luego de que su padre fuese asesinado por ruandeses), Angola, Namibia, Zimbabue y Chad y las milicias (hutus y maji-maji) correspondientes, por otro. En 1999 se establecieron las líneas divisorias entre las fuerzas opuestas, en el Acuerdo de Lusaka, una suerte (siempre provisional) de reparto del territorio, a la usanza de la Conferencia de Berlín de 1885, donde las potencias europeas se distribuyeron el continente para facilitar el saqueo y explotación.[2] Una de las posibilidades futuras es, entonces, la partición de la RDC.
Si todas estas naciones se disputan el control del territorio, desde otra perspectiva son las propias corporaciones las que están repartiéndose la zona. Se han creado distintas empresas mixtas con este fin, la más importante de las cuáles es la SOMIGL (Sociedad Minera de los Grandes Lagos) que está integrada por tres sociedades: la Africom (belga), la Promeco (ruandesa) y la Cogecom (surafricana). Todas las licencias para la compra-venta del coltán fueron suprimidas a fines del 2000. Las fuerzas militares ruandesas ligadas a la SOMIGL han logrado de esta manera evitar el “gasto” de intermediarios, controlan monopólicamente la comercialización del coltán. Sus camiones y helicópteros hacen el traslado interno. Poseen, por supuesto, sus propias compañías de transporte que son propiedad de parientes cercanos a los presidentes de Ruanda y Uganda. Utilizan los aeropuertos de Kigali y Entebe (de Ruanda) entre otros. En estas verdaderas zonas militares las compañías aéreas privadas (una de las cuales – Sabena – de origen belga, está asociada a American Airlines) ingresan armas y se llevan minerales. La mayor parte del coltán extraído (luego de ser acumulado hasta subir los precios) tiene como destino los EE.UU., Alemania, Bélgica y Kazajstán. La filial de Bayer, Starck, es la productora del 50% del tantalio en polvo a nivel mundial. Con el tráfico y la elaboración están vinculadas decenas de empresas, con participación en grandes corporaciones monopólicas de diversos países. Naturalmente “una entidad financiera, creada en 1996 con sede en la capital de Ruanda – Kigali – , el Banco de Comercio, Desarrollo e Industria (sic, BCDI) y que ejerce de corresponsal del CITIBANK en la zona,[3] mueve fuertes sumas de dinero procedente de las operaciones relacionadas con coltán, oro y diamantes”.[4] Es de nuestro interés destacar cómo, para este negocio, se relacionan estrechamente los grandes capitales monopólicos de las grandes potencias con los poderes y capitales locales, a través de las formas típicas del capital imperialista:[5] las asociaciones monopolistas de comercio, industria y bancos (organizadas a través del mecanismo de la participación, que ya destacara el propio Lenin) y la vinculación entre empresas privadas, estados y familiares del gobierno.[6] No se trata de malas personas y gobernantes corruptos, estamos ante los mecanismos arquetípicos del imperialismo. Véase un ejemplo: “ Eagle Wings Resources (EWR) es una joint-venture (empresa de riego compartido) entre la americana Trinitech y la holandesa Chemi Pharmacie Holland. El representante local de EWR en la capital de Ruanda es Alfred Rwigema, el cuñado del presidente Paul Kagame. La ONU acusa al presidente ruandés de jugar un papel motor en la explotación de los recursos naturales de la RDC”.[7]
Las grandes empresas financian, por supuesto, a las distintas fuerzas militares, que montadas en los preexistentes conflictos interétnicos, sostienen una guerra por el control de las minas, en la que en los últimos cuatro años han muerto entre 2,5 y 3 millones de personas. Ruanda y Uganda han diseminado unos 40.000 soldados, que cuentan con los mejores equipos, en los Parques Nacionales de la RDC, donde se hallan las reservas. Según el mismo Kofi Annan ha declarado: “la guerra del Congo se libra por el control de sus riquezas naturales”. En un informe del IPIS (investigación del Servicio de información para la Paz internacional independiente) se demuestra que las sociedades europeas y norteamericanas que comercian con el coltán contribuyen a la financiación de la guerra. Tienen un gran interés en que continúe la “inseguridad” para permanecer en el Congo a través de las tropas guerrilleras.
En las minas aluvionales trabajan diariamente más de 20.000 mineros, bajo un sistema represivo organizado por las fuerzas militares y los poderes locales – de los dos bandos en disputa. Estas pagan a los trabajadores unos diez dólares por kilo de coltán (que en el mercado de Londres cotiza alrededor de 250-300 dólares) y exigen además a estos para “permitirles” trabajar que se pongan con una cucharada diaria del mágico mineral, especie de tributo en especie, con el que recaudan alrededor de una tonelada mensual de coltán valuada en un millón de dólares.
La fuerza de trabajo aquí utilizada está compuesta fundamentalmente por ex campesinos y ganaderos (luego de que se devaluara la producción agrícola congoleña para la exportación – algodón y otros productos), que se alejan por largos períodos de sus comunidades y familias, refugiados, prisioneros de guerra (sobretodo hutus) a los que se les promete una reducción de la condena, además de miles de niños de la región, cuyos cuerpos pequeños pueden fácilmente adentrarse en las minas a ras de tierra. El reclutamiento de esta mano de obra opera en una doble dimensión, mercantil y coercitiva, en un doble mercado de trabajo. Las zonas mineras y las zonas de operación militar terminan por confundirse. Las migraciones frecuentes desde otras regiones hambreadas (entre 5 000 y 10 000 personas por año) son, muchas veces, definitivas, si observamos el número de muertos. Las poblaciones vecinas reclutadas a trabajar y trasladadas por la fuerza, sirven de cantera de mano de obra para esta empresa capitalista; hostigadas por grupos armados han abandonado sus residencias o se han convertido en mineros. Estos trabajadores rescatan coltán de sol a sol, y duermen y se alimentan en la selva montañosa de la zona. Se reproducen en las comunidades y en la selva por sus propios medios, alimentándose de elefantes y gorilas autóctonos, mientras las guerrillas comercializan cueros y marfil. En otros términos: el capital, por lo tanto, no se encarga de la totalidad de la reproducción de esta fuerza de trabajo, que además de aportar en la producción de plusvalía (del coltán), aporta una especie de renta en trabajo metamorfoseada. Superexplotación: los mineros dan valor al coltán con su trabajo, pagan un tributo al estado local y además trabajan para conseguir los medios de supervivencia, alimento y refugio. Superbeneficio para el capital invertido que obtiene tasas de ganancia exorbitantes, realizadas con el sustento indispensable de la represión y el trabajo forzado. Como es tradicional en África, el racismo, la xenofobia y la ideología discriminatoria en general, son esenciales para el funcionamiento de este doble mercado de trabajo (asalariado y forzado – no libre). Aquí se monta específicamente en los conflictos interétnicos: son reclutados en especial los pigmeos y los hutus.
El capital imperialista que desde siempre (sobretodo desde la colonización de África a fines del siglo XIX) contó con el poder local, sostenido “consuetudinariamente”, para la provisión y reproducción de mano de obra barata, encuentra a través de los mecanismos descriptos, una forma de su “actualización” (neocolonización dicen algunos). El trabajo forzado fue abolido por ley luego de la independencia, en la mayoría de los países africanos, pero como está sostenido en las particulares relaciones de poder consuetudinario de obediencia al jefe local, continua existiendo. Salongo lo llaman en el Congo actual. Los funcionarios de los estados locales asumieron históricamente, por supuesto, funciones de policía. Cuando los campesinos o los niños no acuden a las minas por el simple atractivo de los dólares, allí está la compulsión estatal-policial como forma alternativa de reclutamiento. Mercado y fuerza no son aquí contradictorios.
La patronal de las grandes empresas, los gobiernos de la región y los organismos internacionales “explotando la contradicción de la superexplotación”[8] pretenden jugar el rol de mediadores entre los semiesclavizados trabajadores y las bandas militares xenófobas. La ONU propone un embargo provisorio de la mercadería. Mientras tanto las ONGs y los ecologistas denuncian ¡la extinción de los monos! En lo que constituye un sentimiento humanista maravilloso, titulan: “Los teléfonos celulares agravan la situación de los gorilas del Congo”. Y quieren que las mismas empresas que acumulan su capital aquí a sangre y fuego ¡inviertan en proyectos de ayuda para el tercer mundo!. En Angola y en Sierra Leona el tráfico de diamantes financia y necesita de una guerra muy similar desde hace años. Hace unos meses, el 30/7 de este año se celebró una fantarrochada de acuerdo de Paz entre Kagame y Kabila. ¿Quién fue el intermediario? El vicepresidente de Sudáfrica, país capitalista de primer orden, de donde provienen muchos de los capitales que explotan las minas congoleñas. Se regularán quizás, es decir, se legalizarán, las relaciones de explotación. Pero la masacre continua.
Guerra múltiple (económica, civil, interétnica, regional pero también solapadamente interimperialista o intraimperio como dirían algunos) y saqueo sistemático, nos hablan de un proceso de expoliación y proletarización (muchos no han conservado ni siquiera la vida), de acumulación primitiva de capital, continuamente renovada, que asume formas específicas en los países del tercer mundo: trabajo forzado, reclutamiento, endeudamiento, doble mercado de trabajo, propiedad de la tierra de hecho garantizada por las fuerzas armadas. Las multinacionales no han necesitado aquí muchos planes de modernización, se benefician de la fuerza de trabajo casi gratuita, un ejército industrial de reserva que vive en una pauperización absoluta en muchos casos. Esto, como es evidente, limita las posibilidades de desarrollo de un mercado interno y de una burguesía industrial local. Sólo quedan para ésta el control del comercio ilegal de armas y materias primas. La llamada transferencia de valor de la periferia hacia el centro significa que de la totalidad de la plusvalía producida en estos países, a costa de millones de muertos, las grandes multinacionales, acaparan la mayor parte, justificadamente de acuerdo a la concentración de sus capitales.
“Las crecientes necesidades de la industria tecnológica del mundo han creado graves conflictos en los países menos desarrollados” nos dice el rotativo canadiense The Industry Standart, en un comentario que es aplicable a cualquier época por lo menos desde el siglo XIX. Los países capitalistas periféricos reciben en el reparto mundial funciones específicas en beneficio de los grandes capitales monopólicos.[9] La tasa de ganancia media se regula a nivel del Mercado Mundial, y para cada época, depende en especial de las ramas industriales de punta, que funcionan como motor de la acumulación del resto. Hoy el coltán es fundamental para que muchas de estas industrias “de punta” rindan sus frutos. En este sentido la explotación de las minas africanas, que el mismo Pentágono considera estratégicas, son fundamentales para la reproducción del capital imperialista globalmente considerado. Esta forma monopólica del capital, que en una lectura atenta del libro de Lenin, constituye el rasgo más importante en la definición del Imperialismo, organiza en la República Democrática del Congo y en muchos otros países, militar, política y económicamente, la vida de las masas proletarias de ayer y de hoy. Aquí reside, a nuestro entender, la clave de la actualidad y la pertinencia del concepto. El imperialismo es fundamentalmente una forma específica de organización de la producción y reproducción del capital y del trabajo, y no tanto la hegemonía de una nación sobre otras. Necesita en este sentido del Estado (de los estados) más allá de si estos asumen o no rasgos nacionales.
Sobre la tumba de los 2000 niños y campesinos africanos que mueren por día en el Congo, podemos, distraídos, seguir usando nuestros celulares.
Epílogo: ¡Historiadores del mundo!: hay realidades que permanecen. Lo demás es del orden de la ciencia neutral.
Notas
[1] Lenin: Imperialismo, fase superior del capitalismo (1917); Editorial Anteo, octava edición, 1974.
[2] Edith Papp (Centro de Colaboraciones Solidarias); El retorno silencioso del colonialismo; Rebelión (www.rebelión.org), Mayo de 2001.
[3] Los bancos cumplen en la etapa del imperialismo una función especial que es la constituir centros contables de todas las actividades productivas (de capital) por lo menos tendencialmente. Dejan de ser meros intermediarios de pagos y distintas actividades comerciales, para adquirir una importancia extraordinaria en la organización de la producción capitalista. Esta función es posible por su propia concentración (a través de fusiones, asociaciones y sobre todo de la participación en los capitales, y por lo tanto en las actividades, de bancos mas pequeños) que a gran escala se da ya a principios del siglo XX. A su vez la concentración banca-ria acelera aún más la concentración industrial y comercial, modificando la relación entre estas distintas actividades.
[4] Diario El País, de Madrid, del 2/9/2001.
[5] Es necesaria una aclaración. Para Lenin el rasgo más importante de la época imperialista es la conformación hegemónica de capitales monopólicos. Aunque en un sentido literal estricto estos sean muchas veces oligopólicos y no monopólicos, la conceptualización leninista nos parece pertinente pues pone énfasis en la diferencia cualitativa entre este período y el anterior donde predominaba la competencia entre capitales de mucha menor cuantía. Además el concepto pone especial atención a la fusión entre capitales industriales, bancarios, comerciales y estatales, rasgo cada vez más marcado si seguimos la evolución del siglo XX. Desde esta perspectiva la competencia entre capitales no sólo continua sino que se da en niveles aún mayores, pues se trata ahora de las disputas entre capitales compuestos (“financieros: industriales y bancarios”), de enorme concentración y gran organización.
[6] Estas relaciones pueden adquirir distintas formas, pacíficas o bélicas. Pero, ¿a partir de que criterios e intereses se redefinen estas relaciones?. Indudablemente el primer objetivo del capital (en cualquiera de sus formas) es reproducirse en forma ampliada, es decir, seguir siendo lo que es, una forma de relaciones sociales de producción orientada a la ganancia y reproducir sus distintas formas políticas-estatales e ideológicas de dominación.
[7] Mundo Negro, nº 463, mayo de 2002.
[8] Véase Meillasoux, Claude: Mujeres, granaderos y capitales, Siglo XXI, 1977.
[9] Un capital con un alto grado de concentración, produce y debe producir un excedente, tan alto como lo es su grado de concentración. La conformación de una tasa media de ganancia entre los distintos capitales así se lo garantiza, al beneficiarlo en forma proporcional a su cantidad. Pero un capital cada vez más concen-trado, aumenta cada vez su composición orgánica (capital constante/capital variable: salarios), por lo que disminuye (también proporcionalmente) la fracción de plusvalor que produce como capital particular, motivo por el cual su tasa de ganancia particular también cae. La inestabilidad que nota Lenin en los grandes capitales monopólicos, ahora se nos aclara, proviene de esta situación contradictoria: los grandes capitales son cada vez más poderosos y cada vez más débiles: imponen su fuerza en regiones alejadas de su origen y dependen cada vez más de estas regiones menos desarrolladas para su reproducción. La competencia en niveles jamás vistos queda evidenciada de esta manera en la lucha por el control de estas zonas “periféricas” – aunque se ubiquen en los propios países desarrollados- a las que se intenta exportar incluso la conflictividad social. De esta manera la misma estabilidad política de las naciones desarrolladas depende de la competencia de las grandes corporaciones.