Hollywood no fue inmune a la crisis económica. Por el contrario, en el último tiempo hemos asistido a la producción de varias películas que intentan abordar el problema. Una de ellas, logró la aceptación y reivindicación del movimiento de indignados: El precio de la codicia. Estrenada en Argentina, muestra una particular explicación de la crisis: la conducta inescrupulosa de los hombres de las finanzas. A continuación, un detallado análisis de una obra que propone una salida moral a la miseria general.
Aplaudida por todos los movimientos de indignados a nivel mundial, Margin Call es presentada como la película que no sólo hizo fácil entender la crisis financiera, sino que, por sobre todo, denunciaría a los culpables del crack económico. El film atrapa, en particular, con el relato de las contradicciones que viven dos grandes jefes de las finanzas la noche de la quiebra de un importante banco de inversión. Por un lado, aparece el capitalista (representado por el actor Jeremy Irons) al que sólo le importa la plata, aun cuando por sus decisiones se desate una depresión catastrófica. Por el otro, se retrata al Jefe de Ventas (encarnado en Kevin Spacey) quien, luego de ejecutar todos los planes de ajuste en la empresa, entra en un quiebre de valores al saber que estaría dando inicio a un colapso mundial. Como salida, plantea que todo eso se podría evitar con un mejor control a aquellos que toman las decisiones. Ante estas dos posturas, la película se inclina por la segunda y presenta al primero como el culpable de todos los males. Una mala salida que se basa en una mala lectura de la crisis económica.
Una opción equivocada…
El precio de la codicia, estrenada en marzo en nuestro país, muestra cómo se viven las 24 horas antes de que un banco de inversión (inspirado en el caso Lehman Brothers) decidiera liquidar sus activos. En el marco de la crisis que se viene desatando desde el 2008, en esta empresa financiera hay un recorte de personal, entre los que se incluye al Jefe de la sección de Riesgos. Antes de retirarse, le deja a un empleado un informe importante en el que venía trabajando. Éste, al leerlo, se da cuenta de que la empresa había adquirido una serie de activos en forma de hipotecas que no podría volver a vender. Todo el negocio y su empleo están en riesgo. Sin embargo, informa a sus superiores. Luego de unas dudas sobre su veracidad, la noticia empieza a ser aceptada. En la madrugada, el informe del inminente colapso pasa de jefe en jefe hasta llegar a la autoridad máxima. El consejero delegado, interpretado por un genial Jeremy Irons, convoca al Consejo Directivo a las 2 a.m. para tomar una decisión lo antes posible. En medio de la madrugada, antes de que abran las bolsas, se resuelve rematar todos esos activos tóxicos de la empresa, infectando al mercado. Esta medida implica la imposibilidad de la empresa de seguir operando a futuro y el desprestigio de la gerencia. Dado el peso de la empresa, es seguro también un colapso generalizado del mercado. En esta parte de la película cobra protagonismo Kevin Spacey, interpretando al Jefe de Ventas, encargado de llevar a cabo de manera concreta la venta de esas acciones, quien se debate sobre si realizar esas ventas es una conducta aceptable o no.
Como vemos, en el film se van a plantear dos salidas. La primera está protagonizada por la máxima autoridad en el Consejo Directivo (Irons). Él expresa la conciencia del capitalista sosteniendo que hay que vender los activos tóxicos al precio que sean, aún desatando una gran derrumbe. “Sólo es dinero”, afirma el personaje. Conoce que la crisis es algo más general, que excede a su voluntad, e incluso a su empresa. No le tiembla el pulso si tiene que liquidarla. Tampoco la larga tradición y el prestigio de la financiera es un problema para él. En ese sentido, afirma que llegó a esa posición “por adivinar cómo será la música en una semana, un mes o un año”, en alusión a cómo se mueven los negocios. “Y esta noche temo que no oigo nada”, sentencia.
Esta conciencia clara y cínica aparece contrapuesta a la angustia y la crisis que vive el Jefe de Ventas (Spacey). Ante la tarea que debe asumir, pasa de un gerente implacable que despide a cuanto empleado sea necesario y sólo preocupa por la muerte de su perro a un buen ciudadano preocupado por el futuro del mundo. Su angustia surge no sólo porque perdería su prestigio como vendedor, sino porque considera que, si la decisión fuera no vender esas acciones, pondría en riesgo al conjunto de la sociedad.
Ese quiebre moral es el gran tema de la película. A partir del mismo, el ritmo se acelera en forma de thriller que juega con la posibilidad de que se arrepienta y decida no venderlos. Tal es así que cuando termina toda la operación piensa en abandonar la empresa. “No sé cómo arruinamos tanto las cosas”, afirma antes de volver tras sus pasos y no renunciar, movido por el cuantioso sueldo que recibe. Ese es el “debate moral” que introduce el director, que es acompañado por largos silencios llamando así a la reflexión del espectador. Por un lado, la angustia y la impotencia producto del quiebre de valores del Jefe de Ventas. Por el otro, la conciencia clara de quien sabe que lo único que tiene que hacer es ganar más plata. Y que si se terminó ese negocio, se terminó. Aunque logra generar empatía hacia la posición presentada como moralmente correcta, el problema es que el “debate” está mal planteado.
…producto de una mala lectura
El falso dilema surge de una mala comprensión de la crisis, que la supone sólo como un problema del mundo de las finanzas. En ningún momento aparece una mención al mundo de la producción. Es decir, la relación entre capital y trabajo está borrada. Sólo hay monitores y personas hablando de finanzas. Un elemento que refuerza este punto es que más del 80% del rodaje se hizo en una sola planta de un edificio de gran altura en Wall Street1. Todo el tiempo se muestra un universo egocéntrico, aislado del mundo, frío y cerrado. La banda sonora refuerza este cuadro. Al ser metálica e industrial termina de pintar el cuadro de frialdad y amenidad2. Centrándose exclusivamente en este mundo de las finanzas, la riqueza aparece en un plano virtual y no en la producción real de esa riqueza. No se muestra en ningún momento a la clase obrera produciendo. Al no plantearlo, se tira por la borda la relación de explotación, piedra angular de la producción de plusvalía. La crisis que retrata la película no es una crisis financiera, es una crisis del capital en su conjunto. Aparece vinculada al ámbito de las finanzas, pero en realidad surge por la incapacidad del conjunto del capital de producir la plusvalía necesaria para valorizarse. Esto tiene su correlato en la caída de la tasa de ganancia a partir de la década del ´70. Lo específico de esa caída es que no se sale por medio de la eliminación del capital sobrante y la concentración y centralización del capital. O al menos no lo hace con toda la intensidad necesaria. Sino que para compensar la falta de plusvalía aparece el capital ficticio que permite congelar la caída y patearla para adelante3. Hablar de una crisis financiera es plantear la autonomía de esta esfera escindida de la producción real de plusvalor.
De esa autonomía se desprende una mirada donde el problema es la moral de quienes dirigen las finanzas. Como no hay más objetividad que la decisión de qué activos comprar y cuáles vender, se cae en una postura voluntarista y conspirativa. En la película, es esa voluntad lo que genera el quiebre emocional del Jefe de Ventas cuando toma conciencia de que su decisión afectará a otras personas. El personaje de Spacey cree que está en condiciones de cambiar la historia si la gerencia y los empresarios resignan un poco de sus ganancias. Por eso se vuelve tan simpático a quienes piensan que existe un grupo exclusivo (el 1%) que tiene el poder de decidir por la “gente” (el restante 99%) en qué momento y de qué manera desatar la colapso por fuera de las relaciones de clase. En este sentido, la película llega al mismo diagnóstico que los movimientos de indignados. Ante las ilusiones del personaje de Spacey, Irons en un momento recuerda todas las crisis económicas en la historia del capitalismo desde 1600 hasta el presente y su carácter inevitable. Por supuesto no propone ninguna salida positiva, pero al menos no genera falsas ilusiones. Para enfrentar a la crisis y dejar de ser impotentes, los indignados deben animarse a cuestionar al capital y no alimentar sus ilusiones. Algo que en esta película, por supuesto, no está planteado.
Notas:
1 blogs.wickedlocal.com
2 cinemelodic.blogspot.com.ar
3 Kornblihtt, Juan: “No es una crisis financiera”, en El Aromo, n° 45, en www.razonyrevolucion.org.