Dossier: Un balance de las XI° Jornadas de Investigación Histórico Social y I° Encuentro de la Izquierda Revolucionaria. Septiembre de 2016.
En septiembre de este año, organizamos nuestras XI° Jornadas de Investigación, que dio lugar al I° Encuentro de la Izquierda Revolucionaria. El objetivo fue reunir al conjunto de la izquierda argentina para debatir toda una serie de problemas que hacen a los puntos esenciales para la construcción de un programa revolucionario en Argentina: la lucha de clases a nivel mundial, la cultura proletaria, la opresión de género, los problemas de la educación, la intervención sindical, el FIT y la construcción partidaria. A continuación, presentamos un resumen de las principales mesas.
La crisis que nos rodea. Panel sobre Política Internacional, con Pablo Pozzi, Jorge Castro y Fabián Harari
“La aparición del fenómeno Donald Trump está vinculada a estos cambios estructurales, que ha experimentado la fuerza de trabajo industrial norteamericana, y que ha llevado a que exista hoy una virtual rebelión”. Jorge Castro
El viernes 2 de septiembre, se desarrolló la mesa sobre Política Internacional. Se discutieron allí cuestiones referentes a la estrategia norteamericana, a las perspectivas de su sistema político, a la centralidad de la clase obrera y la situación particular de América Latina.
Fabián Harari: Voy a exponer algunos puntos, que tienen que ver con una serie de problemas generales de la política mundial. En general, observamos una desinstitucionalización importante de la clase obrera. Es decir, los grandes sindicatos, los grandes partidos de masas burgueses, empiezan a dejar de tener centralidad, empiezan a dejar de tener importancia, y aparece así, efectivamente, una crisis en la relación política entre la burguesía y la clase obrera. Asistimos, también, luego de la década del ‘90, a una serie de rebeliones. Estallidos que, ante la ausencia de una estructuración orgánica, aparecen más bien como una especie de levantamiento dispersos y bajo múltiples personificaciones.
Yo quería marcar la crisis de los Estados nacionales, en varios lugares. La nación no es más que una estructura de ciertas relaciones. Esas relaciones se empiezan a romper. Todo el panorama que tenemos ahora en África, aparece desarrollándose muy fuertemente en los ’90 y ahora ataca Medio Oriente. La pregunta es qué viene después. Es decir, lo que tenemos es un movimiento progresivo de descomposición de las experiencias nacionales. Esa descomposición empieza a afectar (en algunos lugares más avanzada en otros más incipientemente) la política en los países centrales.
Esa escasa institucionalización sumada a una serie de insurrecciones, en América Latina, da lugar a la aparición de líderes que son llamados “populistas”, pero que uno llamaría más estrictamente bonapartistas, que intentan la organización de esos que han quedado desorganizados. En América Latina, lo que tenemos es el cierre de los regímenes que han emergido de un ciclo de rebeliones. A comienzos de este siglo, la crisis política muy avanzada, por lo menos en Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia, la avanzada crisis política derivó en la formación de fuerzas sociales revolucionarias.
Estamos ante un ciclo que se está cerrando. Primero, por la propia debilidad de las fuerzas revolucionarias que permitieron la emergencia y consolidación de regímenes que tenían como función estabilizar la situación. Y, cumplido parcialmente su cometido, dan origen a un cierre. Ese cierre es problemático, porque tienen que cerrar ese período con fuerzas que en algunos casos no se han diluido y en el medio de una economía que no tiene la bonanza que tuvieron esos regímenes cuando subieron. La continuidad de la crisis se puede ver en las movilizaciones que eso provoca. En Venezuela, en Bolivia, ahora en Brasil, lo que tenemos son movilizaciones muy importantes, en contra de los intentos de cierre, ya sea por mano del propio bonapartismo, o por otro personal político. La clase obrera debe intervenir allí sin dejarse atrapar por Maduro o Dilma. Debe intervenir en forma independiente y realizar una agitación socialista.
Pablo Pozzi: A mí me interesaba acá tratar de ver algunas cosas en términos de sistema político y tendencias en Estados Unidos, porque hace ocho o nueve años, una periodista, Naomi Wolf, sacó un artículo en el diario The Guardian de Londres, donde decía que había un plan de diez pasos que estaba implantando el presidente George W. Bush para llevar a Estados Unidos al fascismo. Su argumento central es que el ideario de los conservadores norteamericanos es justamente este: un ideario antidemocrático y neofascista.
Mi hipótesis es que Estados Unidos viene cambiando en una forma relativamente acelerada en los últimos 30 años. Creo que los fenómenos Sanders y Trump son producto de esos cambios y modificaciones. Uno de esos cambios es que, por primera vez, desde la academia norteamericana se empieza a revisar el sistema político norteamericano. Dos investigadores, Martin Gilens y Benjamin Paige, hicieron una larga investigación analizando iniciativas políticas, entre el 1981 y 2002, y los vínculos con las elites económicas. Lo que encontraron ellos los llevó a concluir que la democracia norteamericana no existe. Gillens y Page estudiaron 1.800 casos de legislación y comprobaron que las elites comparten su influencia con los grupos organizados de interés, incluyendo corporaciones que son controladas y pertenecen a elites adineradas. Lo que ellos encuentran es que, de los candidatos que ganaron las elecciones, el 94,2% son los que gastaron más plata en la campaña electoral. Un resultado muy concreto de esta intervención, digamos, de grandes cantidades de dinero en el sistema electrónico norteamericano, que además ha incrementado este nivel de gasto significativamente, sobre todo en los últimos 30 años, es que se han aprobado en las últimas dos décadas una serie de leyes que reducen la seguridad social, cercenan derechos civiles y protegen la tasa de ganancia de la corporación. Por ejemplo, 24 estados han aprobado una legislación que limita el derecho a la sindicalización y a la huelga. Una docena han limitado los derechos de emergencia y protección al medio ambiente para controlar la contaminación ambiental. Casi tres docenas de estados han aprobado una reducción a los impuestos a las corporaciones y a los grandes contribuyentes.
Los grupos que abiertamente se reivindican del KKK son 186, 196 son neonazis, 111 son grupos nacionalistas blancos, 98 son skinheads y 93 neoconfederados. Hay un total de 784 grupos de odio, lo cual representa un crecimiento del 30%, desde el año 2000. Por otra parte, los grupos de milicianos de ultraderecha, los tipos que pusieron la bomba en Oklahoma, han aumentado de 149, en 2008, a 1.360 en 2012, en cuatro años. Lo interesante cuando uno revisa el listado de quién financia todo esto, vamos a encontrar a los Kotch una vez más. Esto nos lleva a una cuestión concreta donde, en medio de la crisis, la concentración económica genera problemas serios en términos de concentración de poder y restricciones democráticas.
Lo importante no es si Estados Unidos es o no es fascista. Mi impresión es que el término no es importante en sí mismo, sino en su simbolismo político e ideológico. Lo que debería quedar claro es que muchas de las definiciones aceptadas de fascismo se acercan bastante a la realidad norteamericana actual. Particularmente, aquellas que enfatizan el control del Estado por parte de una plutocracia u oligarquía financiera. La definición, en sí misma, apunta a la existencia de un sistema democrático, donde la voluntad de la mayoría debería guiar el accionar del Estado. Por otra parte, también debería quedar en claro que, si bien el caso norteamericano reproduce, en apariencia, características cercanas al fascismo (por ejemplo del racismo como política de Estado), la militarización de la sociedad a través de la fuerza policial, la existencia de campos de concentración para opositores políticos y la suspensión del estado de derecho, sin apelación, ya existen. Muchas de éstas también pueden ser propias de regímenes fascistas, dictaduras o regímenes autoritarios. En realidad, lo que sucede es que se ha modificado el sistema político norteamericano. Esto género disonancias y crisis de legitimidad a nivel de población y de votantes. Sería inexplicable, y otra vez, nos faltaría analizar más por qué el discurso de Donald Trump tiene eco en tal cantidad de población. Yo creo que Trump va a perder la elección. Pero hay que explicar eso. Más todavía: todos los testimonios que disponemos, nos indican que una cantidad importante de obreros apoya a Trump.
Jorge Castro: En el referendo en el que estaba en juego la opción de salir o permanecer en la UE, en Gran Bretaña, el voto decisivo en la opción a favor de salir de la UE, fue el voto de los trabajadores industriales ingleses. El grupo de los 20, el FMI, el BM, el Gobierno de los EE.UU., la UE, el Gobierno de Alemania, la totalidad de los poderes mundiales respaldaron la opción por permanecer y el resultado fue el contrario. Lo que ha provocado una situación de crisis en la UE que es, probablemente, la más importante, la más aguda que ha tenido este proceso de integración desde su creación en la década del ‘60. Lo que esto parece indicar es que ha aparecido un factor nuevo: el papel que tiene, en la política internacional, los trabajadores industriales de los países capitalistas avanzados. En el caso de EE.UU., lo que hay es una virtual rebelión de los trabajadores industriales norteamericanos, que son la base y el sustento del respaldo a las dos candidaturas, por un lado, la de Donald Trump y, por el otro, la de Bernie Sanders. Lo que sucede con respecto a los trabajadores industriales, en los EE. UU., puede resumirse en estos términos: el nivel de ingreso de los trabajadores industriales norteamericanos está estancado y en retroceso en los últimos 20 años. Esto está acompañado por el hecho de que la combinación del cambio tecnológico, por un lado, y por el otro, la aceleración del proceso de globalización y, por lo tanto, de acentuación de la competencia en términos comerciales, sobre todo los nuevos países emergentes. En primer lugar, los asiáticos, en especial China, lo que ha provocado una reducción de la fuerza de trabajo industrial, en los últimos 15 años, de más de 8 millones de trabajadores. Esto está acompañado por un incremento de la productividad, de la producción industrial norteamericana, que en este mismo período se ha triplicado.
EE.UU., en este momento, tiene prácticamente pleno empleo, la tasa de desocupación norteamericana es 4.7%. Todavía es una tasa de desocupación superior a la de que tenía en la etapa previa a la crisis 2007. Sin embargo, el dato fundamental con lo que sucede con la fuerza de trabajo norteamericana, no los da las cifras sobre niveles de ocupación. Esta está constituida por 161 millones de trabajadores. Alcanzó su pico histórico en el año 2000, cuando llegó a 67.3%. Pero ha caído a 62.6% en 2015. El menor nivel de personal de fuerza de trabajo ocupada que tiene los EE.UU. en los últimos cinco años. Lo que esto significa es que hoy, EE.UU., con un virtual pleno empleo, 4.7% de la población económicamente activa, uno de cada 3 adultos norteamericanos entre 18 y 54 años de edad, con estudios secundarios, ha abandonado la búsqueda de puestos de trabajo.
Las dos candidaturas, tanto la de Trump, como la de Sanders, tienen un punto en común de especial importancia. Ambos se han opuestos, a los acuerdos de libre comercio de tipo multilateral. En definitiva, este cambio que ha experimentado EE.UU., incluso la aparición del fenómeno Donald Trump, por un lado, y Bernie Sanders, por el otro, está vinculado de forma directa a estos cambios estructurales que ha experimentado la fuerza de trabajo industrial norteamericana y que ha llevado a que exista hoy una virtual rebelión de los trabajadores industriales en los países capitalistas avanzados.
Dos puntos con respecto a la situación venezolana. La capacidad de compra de Venezuela, este año, proveniente de las exportaciones de petróleo de Venezuela son inferiores a 17 mil millones de dólares. El año pasado eran 33 mil millones de dólares. Hay una sola fuente de ingresos de divisas, que es la proveniente de las exportaciones petroleras. Al estar en manos del Estado, el conjunto de las instituciones del país y de las estructuras productivas que no son petroleras tienen un grado de fragilidad que las torna sujetas a un proceso de desintegración ante cualquier situación de crisis. Eso es lo que está ocurriendo. En Venezuela en el momento actual el problema principal que enfrenta el presidente Nicolás Maduro, no es el conflicto con la oposición de los partidos que controlan el Congreso Nacional, sino de los saqueos, que superaron los 300 en distintas partes den Venezuela, ante todo en Caracas y Gran Caracas.
Venezuela además ha sido protagonistas de cuatro caracazos sucesivos, de 1959 hasta 1989. Lo que está en juego es que, ante este proceso de desintegración de las estructuras sociales, políticas, y económicas, ante la pérdida de ingresos provocada por la caída del precio del petróleo, la situación se desborde por la carencia de alimentos básicos y desemboque en un nuevo Caracazo.