Por Fabián Harari – Hace ocho noches que Grecia no duerme. Hace algunas menos, tampoco Europa. Once ciudades del Mar Egeo asisten al levantamiento más importante de sus últimos 35 años. Se trata de un fenómeno que describe menos de lo que realmente es. Su importancia no puede calcularse en la cantidad de autos quemados, de manifestantes detenidos, ni siquiera por la violencia de los enfrentamientos, sino por aquello que parece asomar.
El conjunto de la prensa ha bautizado este movimiento como un estallido espontáneo protagonizado por jóvenes “marginales”. El móvil, una respuesta al “gatillo fácil” y un resentimiento contra “la sociedad”. Se trataría, entonces, de un hecho más bien episódico y minoritario, al que se lo asocia con los motines que sacudieron los suburbios parisinos. Son acciones que ostentan cierta espectacularidad, pero no parecen, por sí mismas, cambiar el transcurso de la historia. Pero en estos análisis hay varios elementos sumamente superficiales que, en realidad, impiden comprender de qué se trata.
En primer lugar, los medios burgueses (y muchos compañeros) han querido ver a la “juventud” como protagonista. De más está decir que semejante categorización (“joven”, “adultos”, “ancianos”) es menos explicativa aún que la ya bastante deteriorada “pobres” y “ricos”. Un joven puede ser burgués u obrero, lo mismo que un anciano. El problema es encontrar cuáles son las clases que se movilizan. En este caso, se trata de trabajadores o de hijos de trabajadores en una situación de pauperización. Grecia tiene el índice de desocupación más alto de Europa en la franja que va de los 19 a los 35 años: un 22,3%. Son las mismas cifras de la Argentina de finales de los ’90. Los jóvenes obreros en Grecia oscilan entre el desempleo y el trabajo precario e inestable. No importa su nivel educativo. De hecho, muchos graduados universitarios deben tomar empleos con escasas calificaciones por un salario que no supera los 700 euros. Por ello, son llamados “la generación de los 700 euros”. En ella están, también los estudiantes, cuya situación económica les impide completar unos estudios que otorgan inciertas ventajas. Es, entonces, una masa de obreros desocupados o subocupados.
Estos trabajadores tienen un segundo atributo: tienen poco contacto, o ninguno, con las instituciones burguesas, ya sea los sindicatos reformistas o los partidos políticos. Ello les quita experiencia y disciplina organizativa, pero les ahorra una batalla contra el reformismo y contra aparatos de respetable porte. Lo que pierden en pericia lo ganan en horizonte. El desocupado o el subocupado tiene tiempo libre, si puede así llamarse. Si es joven, más aún: no tiene hijos que cuidar, ni casa que sostener. Uno puede drogarse, pero también estudiar, discutir, pensar y organizarse. Luego, no es extraño que se desarrollen ideas y organizaciones que se pretenden revolucionarias y cuadros intelectuales. Lógicamente, en un principio anarquistas, pero también socialistas. En Atenas, Exarchia, el barrio de “700 euros” por excelencia, es llamado “el gueto anarquista”. Elementos de la clase obrera mayoritariamente desocupados, con poco contacto con las instituciones burguesas, que crean sus propias organizaciones y sus cuadros: nada muy diferente de nuestros piqueteros.
Hay una segunda interpretación del asunto, que es la que considera al movimiento como una suma de rencores que actúan espontáneamente. Como vimos, estos trabajadores tienen sus organizaciones. Pero además, han tomado acciones concretas como la ocupación de la Universidad Politécnica y la convocatoria a marchas. De hecho, el día que se votó el presupuesto se organizó una masiva marcha al parlamento. Las protestas excedieron a Exarchia: las dos centrales sindicales (GSEE y ADEDY) fueron forzadas a marchar y a declarar un paro general. El levantamiento despertó las simpatías de la población. Basta ver cualquier video para comprobar que no se trata de “jóvenes”. La crónica del Washington Post resulta sumamente esclarecedora:
“El hecho de que muchas de las demostraciones en el centro de Atenas no pertenecen a los anarquistas ni a los elementos estudiantiles se puso en evidencia en los últimos días. Un hombre vestido de traje huía de los gases lacrimógenos en los alrededores del parlamento mientras gritaba: “Se tienen que ir”.”1
El fenómeno puede asociarse con los motines en Francia. Este movimiento se ha extendido a todo el país y ha penetrado el resto de Europa: Dinamarca, Francia, España, Inglaterra, Alemania, Italia…La razón es sencilla: los 700 están en todo el continente. En España se llaman mileuristas. En Alemania, prakticum (interinos). En Francia, generación precaria. Las manifestaciones en diferentes países dieron origen a una reunión de los mandatarios con Kostas Karamanlis, el Primer Ministro griego, instándolo a que restablezca el orden.
Los enfrentamientos pueden tener como origen inmediato la muerte de Alexis Grigoropoulos, pero las causas están en otro lado. El gobierno de Nueva Democracia ha lanzado ataques contra la salud y la educación pública y ha comenzado una serie de despidos en el sector público. Grecia ha tenido un sistema educativo y de salud gratuito y un gran empleo estatal. El 10 de diciembre iba a votarse el nuevo presupuesto con los recortes, por lo que se preparaba una gran marcha. A todo esto debe sumarse los escándalos de corrupción que involucran a los ministros por un monto que superan los 100 millones de euros.
El sistema político griego está basado, desde la IIIº República de 1974, en dos partidos burgueses: el Pasok (Movimiento Socialista Panhelénico) y el partido conservador, ahora Nueva Democracia. En 2004 el mandatario del Pasok tuvo que renunciar y llamar a elecciones anticipadas. Kostas Karamanlis, conservador, ganó prometiendo conservar el sector público. Sin embargo, las protestas no tardaron en aparecer. Ahora Karamanlis parece seguir los pasos de su antecesor. Estamos, entonces, ante un régimen político débil.
En Grecia asistimos a un levantamiento con características insurreccionales. La variable a tener en cuenta no son los bancos quemados, sino los combates en el parlamento y la huelga general. Las manifestaciones obligan a los negocios a cerrar e impiden circular al transporte, es decir, actúan de la única manera que pueden hacer “paro” los desocupados: interrumpir la circulación y la actividad por la fuerza. Las peticiones son: la evacuación de la policía de las calles, la suba del salario mínimo a 1.200 euros, garantizar la educación pública y detener el proyecto de “racionalización” en el Estado. Es decir, hay un pliego. En la población, sin embargo, se expresa la voluntad de echar al gobierno. La insurrección tiene sus límites: una alta dispersión organizativa, agravada por formas anarquistas, y una fracción de la clase obrera todavía ligada al reformismo (centrales sindicales y Partido Comunista). Esas debilidades son las que animan al Pasok a pedir la renuncia y las elecciones anticipadas en vez de exigir el estado de sitio. No saben lo que hacen. Al punto que ha llegado el conflicto, la renuncia de Karamanlis abrirá una crisis hegemónica en Europa.
Por eso, no importa ya contar los detenidos ni las acciones heroicas. Algo se está haciendo presente y recorre el aire. Tenía que llegar. Ha pasado un largo invierno, pero un día volvió. Son sus primeros balbuceos todavía, en lugares periféricos, pero es ella. La crisis la trajo. Lejos del centro y aún desprolija, la revolución ha puesto su primer pie en Europa, su cuna.
Notas
1The Washington Post, 9 de diciembre de 2008.