El Partido Obrero (PO) brindó un amplio espacio en su prensa para que Alejandro Guerrero contestara nuestras críticas.1 En ella intenta defender su libro pero, al contrario, termina refutándose a sí mismo y ofreciendo argumentos que confirman nuestras primeras consideraciones. La apelación al uso de chicanas, la subestimación del trabajo realizado para reseñar el libro, etc., ponen de manifiesto que, tal como suele hacer el PO cuando no tiene argumentos para contestar, la estrategia de Guerrero es escapar de la discusión con adjetivos insultantes.2
De allí que sea necesario esclarecer la importancia del contenido del debate que el PO y Guerrero prefieren evadir, a saber: 1. ¿cuál era el partido que tenía la mayor influencia de masas y era de hecho la dirección de buena parte de las fracciones revolucionarias de la clase obrera?; 2. ¿cuál era la función política de Montoneros, estimular la independencia de clase o constituir un freno a la misma? Eso es lo que estamos discutiendo. A la primer pregunta respondemos: el PRT; a la segunda: la contención de las masas. El que responde lo contrario en relación a la primera, niega la evidencia empírica y demuestra su ignorancia y su sectarismo; el que lo hace en relación a la segunda, implícitamente reivindica a Montoneros como el canal de la revolución y habilita una estrategia entrista. Creemos que Guerrero entra en este último campo, razón por la cual nos extrañaba que un partido como PO, cuya existencia inicial fue casi un combate exclusivo (y completamente acertado) contra el peronismo y el morenismo, publicite como propia una obra como ésta.
En sentido contrario, reivindicar el lugar de dirección del PRT no es reivindicar su estrategia sino reconocer un hecho histórico. Señalar sus contradicciones es hacer un balance del proceso histórico real, no una compulsa puramente ideológica: el PRT tuvo un indudable asiento en la clase obrera, no fue simplemente “foquista”. De modo tal que nuestra crítica no se limita a caracterizar al partido de Santucho a la manera de los fundidos de los ’70 (“locos fuera de la realidad que creían poder vencer al ejército profesional en combate cuerpo a cuerpo”) sino a reconocer la complejidad del problema. Guerrero, por su parte, no tiene más que decir que la vulgata anti-guerrillera estilo Lucha armada en la Argentina. Veamos.
¿Para qué sirve escribir libros?
Frente al intento de desplazar la cuestión hacia el falso problema de una disputa entre teoría y práctica, lo cierto es que Guerrero escribió un libro y que el PO salió a defenderlo, razón por la cual la batalla que estamos desarrollando se da en el plano científico (no en una asamblea sindical o en una célula militar). En tal sentido, Guerrero debería preocuparse por probar científicamente la validez de sus argumentos y no escudarse en cuestiones menores, tales como plantear que el PO “no rechaza la lucha armada” sino el foquismo. No sólo no discutimos el pacifismo del PO (que descartamos al definirlo como insurreccionalista, salvo que Guerrero crea que las insurrecciones son marchas festivas) sino que nos llama la atención que el autor se anime a solicitar algo completamente ausente en su trabajo: la precisión teórica. Ninguno de los conceptos políticos y militares utilizados en el libro son definidos, ni encontraremos nada parecido a un balance o a un mínimo estado de la cuestión que delimite al autor (y al PO) de las posiciones político historiográficas burguesas existentes. Típico libro de periodista superficial.
Al contrario, Guerrero supone que “desmenuza los programas de cada partido que actuó en la etapa [y que] analiza su política práctica”, tomando literalmente la bibliografía existente y usando fuentes secundarias. Así, pretende explicar “el cuerpo de ideas de la futuras guerrillas peronistas” apelando a Silvia Sigal, para quién las ideas existen fuera de la realidad.3 O, a la hora de reflexionar sobre la violencia cita a María Matilde Ollier y dice, junto con ella, que Montoneros, las FAP, las FAR y el ERP utilizaban la “violencia armada en su acción política [para] ‘desnudar la violencia oculta en la sociedad’”, entendida como una respuesta popular a la “’violencia de un sistema opresor’”.4 O, tal como lo hace en la nota de Prensa Obrera, sin tomarse el trabajo sistemático de revisar documentos elementales, para referirse a las posiciones del PRT-ERP, apela a la revista Evita Montonera…
Con esta metodología de segunda o tercera mano, lo que termina presentando, sin pudor alguno, es una contradicción tras otra. Así, el desenvolvimiento de una estrategia político militar similar habría conducido al PRT-ERP a convertirse en un aparato escindido de las masas y a Montoneros a mantener en 1974 “tanto poder de convocatoria como el propio Perón”.5 Afirmación que no le impide sostener, unas páginas más adelante, que, en la misma fecha, Montoneros “había perdido el 50 por ciento de su poder de convocatoria [y que, su] crisis interna amenazaba con hacerse dispersión lisa y llana.”6 O Montoneros no era más que un simple agrupamiento casual (y por lo tanto, no merece un libro) o era una realidad más compleja (y por lo tanto, merece un libro más serio).
Asimismo, según Guerrero, después del 1 de Mayo de 1974 Montoneros “desecha […] la posibilidad de acompañar a las tendencias clasistas [y] sólo podían elegir entre dos formas de suicidio político y exterminio físico: adaptarse aún más a Perón […] o volver al terrorismo individual, al guerrillerismo.”7 Dado que en septiembre de ese año Montoneros pasó a la clandestinidad, es decir, volvió al “terrorismo individual, al guerrillerismo” que, según Guerrero serían lo mismo,8 es incapaz de explicar la presencia dirigente de Montoneros en las Coordinadoras interfabriles de junio/julio de 1975. Presencia comprobada por la minuciosa investigación de Héctor Löbbe (que Guerrero no cita ni refuta), quien da cuenta de que la dirección de dicho proceso estuvo en manos de la JTP, el PRT-ERP y de la OCPO.9
De este modo, y ante la ausencia de argumentos serios, volvemos a plantear el problema. Nosotros no decimos que Guerrero y el PO nieguen el carácter peronista de Montoneros, sino que visualizan en ellos una potencia revolucionaria que no poseen. Potencia que se manifestaría en la “tragedia” de su existencia, en tanto, hiciesen lo que hiciesen no podían “quebrar su aislamiento, su tragedia de verse rechazados explícitamente por el ‘gran conductor’”. (10) En su respuesta, estafado por sus propios prejuicios y lejos de refutarnos, el autor, queriendo negar nuestra crítica acerca del carácter apologético hacia la izquierda peronista de su libro, insiste en que dentro de Montoneros había una tendencia revolucionaria representada por Galimberti, derrotada por la línea Firmenich-Arrostito, quienes habrían impuesto la consigna de “Luche y vuelve”. ¿En qué quedamos?
Estafadores
Insistimos en que, escapándose del problema, Guerrero no contesta nuestra acusación respecto al error que comete al negar la intervención de la izquierda revolucionaria, armada y no armada, en la dirección política de las fracciones obreras que hicieron tambalear el poder del Estado en aquellos años, los ‘70. Maliciosamente, mete en la misma bolsa al PC de la Unión Democrática (1945), al morenismo del entrismo (1959) y al PRT antes de la organización del ERP (1969), y resume allí toda la actuación de la izquierda en los ‘70. Una verdadera estafa al conocimiento.
Guerrero apela al mismo método que los intelectuales burgueses: tomar datos sueltos de aquí y allá y no dar cuenta del proceso histórico general. Por empezar, nunca aludimos al PC como parte de las corrientes revolucionarias. Con respecto al morenismo, más allá de sus contradicciones y limitaciones (dicho sea de paso, mucho menores que las de Galimberti el “revolucionario”, por ejemplo), hay que reconocer que cumplió un papel positivo en la creación de una vanguardia revolucionaria en las fábricas. No creo que sea casualidad que haya perdido muchos militantes a manos de la represión, incluso muchos más que PO. Con ese método deberíamos suponer que Política Obrera era un partido reformista porque en julio de 1975 llamó a la constitución de un gobierno de la CGT.11
Con respecto al PRT, en total sintonía con la teoría de los dos demonios y con el único fin de defenestrarlo, cita una caracterización que este partido habría realizado una semana antes del Cordobazo.12 Si bien es cierto que el PRT no tenía una estrategia insurreccionalista, es falso que no tuviera confianza alguna en la lucha de las masas y en el proletariado fabril. Otra vez, remitimos a Guerrero al trabajo de Löbbe ya citado.
¿Y entonces?
En definitiva, al no rebatir ninguna de nuestras criticas, Guerrero y el PO, insisten en defender su concepción respecto a que el papel de la “guerrilla” en la etapa de la Coordinadoras fue “el peor que pudiera imaginarse”13: justificar la represión al movimiento obrero. Guerrero considera que las coordinadoras estallaron “en los hechos, una huelga general organizada y convocada por los organismos de base del movimiento obrero”.14 Obviamente, no informa cómo, cuándo o quién constituyó estos organismos, porque hacerlo supondría reconocer la intervención de Montoneros (en la etapa en la cual según Guerrero se encontraba completamente aislado), el PRT-ERP y OCPO en ese proceso.
De manera tal que, al reducir a los partidos que recurrieron a la lucha armada a simples aparatos y al afirmar que, por su culpa, desaparecieron miles de militantes, no sólo fomenta la teoría de los dos demonios, sino que menosprecia la militancia de los propios compañeros de Política Obrera y de todos aquellos que llevaron a cabo su lucha en las fábricas. ¿O Guerrero piensa que si no hubieran existido las acciones del PRT o de Montoneros no habría existido el golpe? ¿O que sin ellos, la burguesía habría dejado triunfar la revolución?
Guerrero y el PO, no sólo especulan con la ignorancia de sus lectores sino que la promueven: resulta un misterio averiguar cómo pretenden dilucidar la batalla programática de la etapa partiendo de la negación de la realidad. ¿O acaso suponen que la evolución de la conciencia obrera, manifestada en las Coordinadoras, fue el resultado de la lucha espontánea de los obreros? Por nuestra parte creemos que no, que fue el corolario de la intervención política de los partidos revolucionarios que rompieron con Perón (PRT, OCPO, PO, entre otros). En definitiva, al contrario de Guerrero, que junto a John William Cooke concluye que el peronismo llevó al debate y a la lucha práctica al movimiento obrero, y que “esa lucha conducía por sí al cuestionamiento del capitalismo”,15 creemos que el proceso de concientización de la vanguardia obrera resultó de su vinculación con militantes revolucionarios. Que no hayan sido los propios, no debe llevarnos al sectarismo de negar la realidad, entre otras cosas, porque la realidad no se niega: se comprende y se supera. Lo contrario es estafarnos a nosotros mismos.
Notas
1 Guerrero, Alejandro: “Respuesta a una crítica fraudulenta”, Prensa Obrera, n° 1.110, 26/11/2009; Grenat, Stella: “Extrañas y trotskistas apologías peronistas”, El Aromo, n° 51, octubre/noviembre de 2009.
2 Al menos, en este caso, contestó por sí mismo y no mandó a perejiles a insultarnos por carta de lectores, como es costumbre en el PO, en una actitud indigna de un partido revolucionario.
3 Guerrero, Alejandro: El peronismo armado, Editorial Norma, Bs. As., 2009. p. 137. Ver las referencias de Guerrero a Sigal, Silvia: Intelectuales y poder en la Argentina. Los años sesenta, Siglo XXI, 2002, en los cap. VII. “El origen de los orígenes” y en el IX: “El sincretismo”.
4 Ollier, Matilde: El fenómeno insurreccional y la cultura política (1969-1973), CEAL, Bs. As., 1986. p. 18. citada por Guerrero, op. cit., p. 171. Demás está decir que las interpretaciones de Ollier fueron fundantes de la lectura que ve en los ’70 el producto de delirantes.
5 Guerrero, op. cit., p. 392. Decimos similar porque el PRT-ERP desde sus inicios promovió la construcción de un ejército regular mientras que en determinadas etapas Montoneros utilizó la lucha armada como un método de presión política. En principio, una aproximación superficial a los hechos permite afirmar que ambas organizaciones realizaron el mismo tipo de operaciones: acciones de acumulación financiera (asaltos, secuestros extorsivos, etc.), propaganda armada (asaltos y distribución de comida, ropa o juguetes), toma de fábricas y volanteadas, sustracción de armas a policías, ataque y/o toma comisarías y de cuarteles, toma de ciudades, ajusticiamiento de personal militar, instalación de células en zonas rurales, etc. Una diferencia sustancial es que el PRT-ERP, al contrario de Montoneros, no avaló ni realizó ajusticiamiento de sindicalistas.
6 Guerrero, op. cit., p. 398.
7 Ídem. p. 400.
8 Para un acercamiento a la naturaleza social del fenómeno terrorista ver: Trotsky. León: “La posición marxista acerca del terrorismo individual” y “La bancarrota del terrorismo”, ambos en: Contra el terrorismo, Ediciones Pluma, Bs. AS., 1975, p. 15-28.
9 Lobbe, Héctor: La guerrilla fabril, Ediciones ryr, Bs. As., 2009.
10 Ídem. p. 375.
11 Sobre el debate de la izquierda frente a la salida política de las Coordinadoras ver: Lobbe, op. cit. p. 139-185. Sobre la autocrítica realizada por el PO frente a esta consigna ver: “Balance de la Huelga General, Programa, sindicatos, soviets y partido”, en Política Obrera, enero/febrero de 1976, p. 24-50.
12 Otra vez, se trata de una cita de segunda mano: Guerrero simplemente reproduce el extracto del libro de Coggiola, Osvaldo: Historia del trotskismo en Argentina y América Latina, Ediciones ryr, Bs. As., 2006, p. 221.
13 Guerrero, op. cit., p. 487.
14 Ídem, p. 492.
15 Ídem., p. 675.