Intelectuales, militantes y sectarios

en Revista RyR n˚ 5

Este número de Razón y Revolución debió salir a la calle, como mínimo, un mes y medio antes. Afortunadamente se retrasó. No porque la irregularidad sea una virtud: hace un par de años que venimos bregando por estabilizar la aparición de dos números anuales sin poder, todavía, bajar de un promedio de ocho meses entre uno y otro. Pero la razón es, esta vez, motivo de orgullo. En efecto, la lucha de clases golpeó a las puertas de nuestra propia casa, la Universidad y, consecuentes, le abrimos la puerta, la invitamos a pasar, la alentamos a permanecer y a sentirse como en su casa. La mayoría, si no todos, los miembros de la revista participaron activamente en las jornadas de lucha del “mayo del ‘99” argentino, que puso un límite al ajuste y, sin dudas, puede convertirse en uno de los  puntos de inflexión de la vida política nacional.

            Por supuesto, este mayo no es aquél mayo francés y este ‘99 no es el ’69 del Cordobazo.  Se han producido, incluso, protestas más significativas en los últimos años, vistas en sí mismas. Sin embargo, ninguna dejó, como ésta, una sensación tan profunda y extendida del agudo contraste que separa al discurso neoliberal de las necesidades sociales. No alcanzó a mostrar que ese contraste es propio del capitalismo como tal, pero son hechos alentadores el que se cuestionara tanto al gobierno como a la oposición y que ninguna de las conducciones estudiantiles y docentes tradicionales saliera indemne de la prueba (algo confirmado por la incapacidad de la Alianza para capitalizar y controlar la situación que ella misma había ayudado a desencadenar).

            Este gran paso adelante en las luchas sociales de los últimos años nos encontró plenamente incorporados a las corrientes más combativas y dinámicas, abandonando nuestras tareas habituales, entre ellas, la edición de la revista. Participamos de la Intergremial y de las Interfacultades y lo hicimos cada uno en su lugar de pertenencia, en su agrupación estudiantil, política o gremial. E incluso, como ya había sucedido en otros momentos, algunos llegamos a enfrentarnos mutuamente desde tribunas distintas, lo que no impidió la labor colectiva en RyR porque lo que nos convoca es una tarea común y superior: la defensa del marxismo, el socialismo y la revolución.

            Prueba directa, inmediata, definitiva, de que la militancia en diferentes partidos y agrupaciones no limita la acción común. Pero parte del reconocimiento del campo que se comparte y de las diferencias que separan. El tema de la unidad de la “izquierda” no puede discutirse ignorando esta realidad. Las diferencias son reales y profundas y no se solucionan sólo con “debatir”.  Inútil es insistir con la cantinela de la “unidad” si no se entiende que ningún debate zanjará diferencias hasta que la realidad misma no sancione algunas estrategias como correctas y otras no. Algo de eso se vió en estas jornadas claves: una parte de la izquierda se unió en la acción real, otra vaciló y se integró a posteriori y otra, confirmando todos los pronósticos notoria y significativamente, se unió al partido del orden, es decir a Franja Morada.

            Las jornadas estuvieron también plagadas de situaciones contradictorias: desde quienes sostenían que usar un micrófono era el primer paso hacia el estalinismo o algo peor (revelando que no podrían organizar ninguna sociedad que superara el estadio cazador-recolector) hasta una no muy saludable reivindicación del independentismo en sí mismo (expresando, en el peor de los casos, un macartismo lamentable). Hubo, sobre todo, un debate ausente que nuestra revista insiste en plantear número tras número: la organización del poder de los que luchan, es decir, el problema del partido.

No es una forma honesta de militar ni es una forma franca de discutir el reivindicar el esencialismo estudiantilista como forma se silenciar el debate sobre la necesidad de la organización. Una cosa es criticar a las organizaciones burguesas y otra es negar la utilidad de toda organización. Una cosa es criticar la burocratización y otra, muy distinta, macartear a los militantes. Como si ser independiente (¿de qué?) fuera una cualidad especial, algo así como una esencia de los primeros que estaría ausente en los segundos, transformados por medio de esta manipulación perversa en individuos aviesos persiguiendo oscuras intenciones. Que hubiera compañeros que pertenecen a agrupaciones históricas que se ocultaran detrás del “independentismo” convertía todo en una parodia un tanto miserable.

            Estos compañeros son, pese a todo, parte de la fibra viva de la revolución. No son la revolución misma, como algunos de ellos gustan imaginarse excluyendo autoritariamente a quienes no comparten sus concepciones y métodos. Seguramente el tiempo corregirá muchas cosas en todos nosotros y nos encontrará juntos en los momentos cruciales. Hay otros que también se autoconstituyen en la única división libre de pecados de las fuerzas de la izquierda pero que, a diferencia de los anteriores, hacen gala no sólo de “independentismo” sino también de una  “súper lucidez” completamente pasiva. Nos referimos a la secta de los “antisectarios”. Esta secta, que no reúne a más de diez personas, gusta definir a toda agrupación partidaria, incluso a aquellas que suman cientos y aún miles de militantes y que han tenido o tienen gravitación política de alcance nacional, con el mote que a ella le cabe mejor que a ningún otro. Sectarios hasta el cansancio, abandonan toda actividad práctica, tratan de idiotas útiles a todo aquel que milita en algún partido y dedican su vida a acumular papelitos (¿“papers” anti qué?) donde disparatean y deliran místicamente esperando un benjamianiano (¡pobre Benjamin!) arribo del mesías. Rogando al mismo tiempo que no llegue nunca (no sea que haya que arriesgar el cuero…), están ausentes de toda lucha real, prefieren juntarse con, publicar a y discutir los intelectuales de la burguesía, a los que llenan de arrumacos en público pero no se animan a nombrar cuando “manifiestan” su crítica a la “academia” de la que forman parte privilegiada. Es una verdadera tragedia que a estos individuos se los considere intelectuales “de izquierda” cuando no son más que conservadores y reaccionarios. Ningún marxista que se considere tal puede jactarse de no ser un militante, ni puede llamar militancia a pretenderse una especie de Riazanov sin revolución rusa, amontando papelitos en antiguas casonas llenas de musgo y olor a humedad.

            La realidad, más poderosa, nos llama siempre a la acción. Menos con estos últimos, que permanecerán siempre a escondidas mientras se libran las batallas (pero que saldrán luego a catequizar, con extraña felicidad, sobre las causas de la derrota), con todos los demás tenemos mucho que discutir y compartir. Sobre todo teniendo en cuenta que se vienen nuevas batallas de clase que golpearán otra vez a las puertas de la Universidad. En efecto, el artículo publicado por Osvaldo Guariglia en La Nación es prueba más que suficiente. Aunque causó un escándalo notable y fue calificado con todo tipo de adjetivos, nadie parece haber notado que allí se esconde una verdad irrefutable que su autor parece haber querido, a su manera, expresar públicamente pero que es compartida, en secreto, por casi todos los intelectuales y políticos de la Alianza: se acercan las tormentas y es necesario buscar refugio. Algunas de las críticas intentaron desmarcarse de los fantasmas que el filósofo alfonsinista agitaba, concediendo implícitamente que las Brigadas Rojas son culpables de todos los males del universo, que un presidente que llega al gobierno gracias a la proscripción de las masas fue un gran demócrata y que el estado liberal-democrático es lo que dice ser. Trampa ideológica con la que los radicales suelen cerrarle la boca a todos para ocultar que son miembros plenos del partido del orden (capitalista). Nosotros, sin afiliarnos a ninguna brigada, pertenecemos al partido del caos (revolucionario) y nos enorgullecemos de ello.

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