Por Stella Grenat – Este año, la figura del Che Guevara llegó a las carteleras de la mano de los grandes del cine norteamericano. Con la actuación y producción de una estrella de Hollywood, el ganador del Oscar Benicio Del Toro, y bajo la dirección del reconocido Steven Soderbergh,1 se estrenaron Che, el argentino y Guerrilla. Se trata de dos películas que recorren los diez últimos años de la vida del revolucionario, basadas en la biografía más completa, y realizadas con la colaboración del Centro de Estudios Che Guevara, de Cuba.2
Ambas fueron bien recibidas por la crítica internacional. A Del Toro le otorgaron el premio Cannes, por su lograda interpretación, y Cuba les dio el visto bueno en el Festival de Cine de La Habana. Sólo en Miami se vieron manifestaciones y repudios de los gusanos de siempre.
Si bien en la Argentina tendremos que esperar hasta enero para ver la segunda parte, la primera ha sido saludada por los críticos que, en general, acuerdan en resaltar que su mayor virtud radica en el cuidadoso realismo con el que se presentan los hechos y en las excelentes actuaciones de los protagonistas. Sin embargo, nadie destacó la verdadera grandeza de esta película, cuyo mérito es mostrar el rostro más valioso y útil del Che: el de un militante haciendo la revolución. Tampoco se han detenido a reflexionar por qué “el imperialismo norteamericano” produjo una película de estas características.
El quehacer revolucionario…
El relato se inicia en 1955, cuando Ernesto Guevara se suma al proyecto revolucionario de Fidel Castro. A modo de documental, con imágenes en blanco y negro, se intercalan escenas del Che en EE.UU, participando en las Naciones Unidas, en 1964.
Desde el comienzo, la película rompe con la trillada imagen romántica que, de manera recurrente, se usa para referir a la experiencia cubana. Fidel es presentado como un dirigente con un profundo conocimiento de la realidad que pretende transformar y con una claridad política que lo destacaba de sus compañeros. Mientras éstos planteaban un golpe de Estado, emulando la estrategia de Batista, Fidel sostiene la imposibilidad de mantener el poder sin contar con el apoyo de las diferentes fracciones sociales opositoras a la dictadura, a las que hay que apuntalar, organizar y dirigir en pos del objetivo común: liberar a Cuba.
A partir de aquí y hasta el final, Fidel emerge en la trama portando el rasgo común de los grandes líderes revolucionarios: la profunda convicción en la victoria de su causa y la férrea determinación de alcanzarla mediante el cumplimiento estricto de un plan. Sus sucesivas apariciones repiten siempre la misma estructura: Fidel es el estratega, el portador de la idea completa del plan de operaciones, el que mueve sus fuerzas como si fueran piezas de ajedrez, el que logra armar poco a poco la estructura de poder político-militar que le garantizará la victoria. El Che que, acertadamente, elige mostrar Steven Soderbergh, es el Che militante: el más disciplinado, el más dispuesto a aprender en cada actividad que Fidel le ordena, el que más se somete a su plan general sin perder jamás la iniciativa. En todas las escenas en la que aparecen juntos se repite también otra formula: el Che aprendiendo y cuestionando, Fidel explicando. En la primera, Fidel le recrimina no haber cumplido la orden que le había dado de colocarse al frente de las tropas de refuerzo, lo increpa a que abandone el complejo de “extranjero” que lo llevó a dejarla en manos de un cubano con menos experiencia y le informa cómo sigue su estrategia. En la segunda, Castro contradice al Che, que le plantea lo fácil que resultaría atacar a los camiones enemigos que circulan en la Sierra y le explica que es mejor realizar una acción victoriosa de mayor envergadura, la toma de un cuartel, que le resulte imposible de ocultar a Batista y que provoque “un impacto psicológico tremendo”. En la escena siguiente, el Che aparece dando una entrevista en 1964 rememorando el episodio y remarcando: “luego de esta operación Batista cerró todos los cuarteles que tenía diseminados en la Sierra Maestra […] Fidel tenía razón, exactamente como había dicho José Martí ‘el que se apodere de la Sierra Maestra se apodera de Cuba’”. Al contrario de la experiencia posterior de Guevara y de la de muchos de sus seguidores latinoamericanos, la película destaca el profundo valor estratégico de la región selvática en Cuba. Un valor específico de la estructura social de la isla que no se verifica, por ejemplo, en la Argentina.
En su tercer encuentro, Fidel, previendo los ataques que se avecinan, le quita el mando de tropas al Che y lo destina al traslado de los heridos. Soderbergh vuelve a utilizar el recurso anterior y reproduce las incisivas preguntas de la reportera: ¿se sintió degradado? Y otra vez la respuesta certera: “aunque lo hubiera sentido, sabía que Fidel tendría sus motivos para hacerlo […] un revolucionario debe estar donde se lo necesita, algunas veces hay que asumir tareas como estas de buscar alimentos, curar heridas, cargar compañeros durante kilómetros, en fin, hasta que puedan valerse por sí mismos. De eso se trata […] le podría decir que fue durante esa marcha con los heridos, en junio de 1957, donde me convertí en el combatiente que soy ahora.”
Paralelamente, la película muestra el paulatino crecimiento político y militar del Che. Así, reproduciendo momentos cotidianos de la vida guerrillera, logra reflejar con fidelidad el arduo proceso de construcción moral y material de una fuerza política organizada. Sin apelar a la sensiblería habitual utilizada a la hora de describir el profundo compromiso del guerrillero, nunca pierde de vista su base material y concreta. Las palabras del Che, afirmando que la característica principal de un revolucionario es el amor “a la humanidad, a la justicia y a la verdad”, se articulan con escenas que, a contrapelo del mito del héroe idealista, presentan al militante y al organizador.
El Che selecciona y recluta a sus hombres en función de las condiciones reales que enfrenta en ese momento y más allá de los deseos o pareceres de los aspirantes: ya no pueden ingresar analfabetos ni hombres y mujeres sin armas. El Che impone disciplina, fusila a los traidores, ordena, manda, construye. Sin grandilocuencia, el director plasma la manera en la que instituye como la autoridad máxima entre sus hombres: siendo el primero y el mejor en cumplir con las tareas, el jefe que pide a los demás lo que él mismo hace. Que es un líder porque demuestra estar al tanto de todo y de todos sus compañeros, porque es disciplinado y porque garantiza las tareas que tiene encomendadas. El Che no sueña, hace: educa, cura, camina, pelea, resuelve, soluciona.
Finalmente, la película logra reproducir, con acierto, el proceso que llevó a la victoria de la revolución. Por un lado, lo que dijimos, la formación de los cuadros político militares de lo que será la dirección del movimiento. Por otro, la consolidación de una potente fuerza de masas armadas y no armadas, organizadas y unificadas bajo el mando único de Fidel. Allí, hay dos momentos claves: el primero, en 1957, cuando Fidel firma un acuerdo entre el Movimiento 26 de Julio (M-26) y los grupos políticos opositores urbanos que, contrarios a la lucha guerrillera, defendían la táctica de la huelga general. Una vez más veremos discutir a ambos líderes. El Che cuestiona la firma de este acuerdo sosteniendo que “ellos no pelean, negocian”. Fidel la defiende explicando que estos grupos tenían muchos seguidores y que en esa etapa debían privilegiarse las alianzas con los opositores a Batista, sin renunciar, claro está, al programa del M-26. El Che comprende y se subordina.
El segundo momento refiere al proceso de unificación de las fuerzas militares, a fines de 1958. En esta etapa se manifiesta la madurez política del Che. Fidel lo envía a garantizar la unión entre las fuerzas armadas díscolas de la zona de las Villas, explicándole lo vital de la tarea: sin ella no podrán dar el golpe final. La tarea es difícil, no sólo la competencia entre los jefes ha llevado a la división de los grupos del M-26, sino que se suma la desconfianza política de estos jefes al acercamiento entre Fidel y el PC cubano. Asimismo, aparecen diferencias políticas en temas importantes como la cuestión de la reforma agraria, en la cual Guevara debe enfrentar críticas a su consigna “la tierra es de quien la trabaja”. El Che, sin poner en juego la línea política emanada de la dirección, logra el objetivo: se constituye en el único Jefe al mando en la región y garantiza que las células del llano actúen en función de las necesidades de la guerrilla ubicada en la Sierra. De este modo, el 3 de mayo de 1958, Fidel se convertía en el Comandante en Jefe de de todas las fuerzas armadas. El film culmina con la famosa toma de Santa Clara en la cual se pone de manifiesto la madurez militar del Che.
Síntomas
Luego de este sucinto recorrido por la trama de una película que recomendamos ver, hay que señalar que estamos frente a la mitad de una historia que, por cuestiones del mercado, deberemos conocer en dos tramos. De modo tal que, sin saber qué nos deparará la segunda parte, dedicada a la campaña del Che en Bolivia, es imposible desentrañar cuál es el balance de la revolución planteado por el film. Hasta aquí lo que se remarca es la entrega coherente y consecuente de un militante abocado a la construcción de la revolución.
El peligro latente es que, en la secuela, se tire al niño con el agua, y se equipare el fracaso del guevarismo con el fracaso de la revolución. Sin embargo, es fundamental destacar que la aparición de esta película es otro síntoma de la crisis del capitalismo. Sólo desde esta perspectiva se explica la disposición de actores y directores, sobre todo, de cuantiosos fondos, para la concreción de este proyecto. La crisis mundial, y el “profundo malestar colectivo” que ella genera, constituyen la base de esta posibilidad.3 Una crisis cuya consecuencia ha afectado a las masas que, de un tiempo a esta parte, se encuentran en movimiento mostrando sus “deseos de cambio”. Deseos que, por ahora, se corporizan, mal, pero lo hacen, en Obama.4 En este contexto y casi como una broma macabra para el Comandante, del corazón de la industria norteamericana ha brotado la mejor de sus versiones.
Notas
1Entre otras películas, Soderbergh dirigió Traffic y la zaga de La gran estafa.
2Anderson, Jon Lee: Che, Emecé Editores, Bs. As., 1997. El centro de estudios es dirigido por la última esposa de Guevara, Aleida March, y conserva gran cantidad de documentación inédita.
3Esta película se insertan entonces en la misma línea que V de Venganza, dirigida por James McTeigue. Ver: López Rodríguez, Rosana: “V de Violencia”, El Aromo N° 28, mayo de 2006, donde vinculamos su estreno a la aparición de “un malestar colectivo que empieza a mostrar signos de necesidad de acción directa”, en un contexto en el cual se verificaba “un cambio de perspectivas” respecto a las décadas de los ‘80 y los ’90, signadas por el “dominio liberal, del consenso de la pasividad parlamentaria, del triunfo de la democracia burguesa como desarme de la política obrera.”
4Sobre este punto ver Harari, Fabían: “Un negro porvenir. Elecciones y crisis política en Estados Unidos”, El Aromo Nº 45, noviembre/diciembre de 2008.