Antes de 1917, antes del Octubre Rojo, la Revolución Rusa tuvo su “ensayo general”. Recordemos un poco las características de Rusia. Diez millones de familias campesinas vivían en la miseria. Por otro lado, una industria concentrada, basada en capitales extranjeros, contrataba alrededor de un millón de obreros. La sobreexplotación estaba a la orden del día: jornadas de diez a catorce horas, salarios magros, ausencia de sindicatos y de legislación obrera. Mientras tanto, la pequeña burguesía (sector enriquecido del campesinado, comerciantes, artesanos, intelectuales) protestaba contra la arbitrariedad burocrática y la superestructura feudal que ponía límites a la acumulación capitalista. Para colmo, la guerra ruso-japonesa estalló en 1904 y supuso grandes presiones económicas y financieras sobre los explotados, que, como se sabe, además son siempre la carne de cañón de toda guerra.
Como se ve, este escenario era un caldo de cultivo para cualquier estallido. Efectivamente, en 1905, las clases explotadas comenzaron a intervenir por fuera de los canales propuestos por las clases dominantes. Se abrió así un proceso revolucionario caracterizado por la crisis del Estado y la acción independiente de la clase obrera. Sin embargo, no estaba en discusión aún la toma del poder político.
Pero vayamos a los hechos. En enero de 1905 se produjo el Domingo Sangriento, una jornada de represión que azotó a los obreros rusos que solicitaban –con un petitorio– jornada de ocho horas, una Constitución y demás reivindicaciones económicas y democráticas. Inmediatamente, una huelga se extendió por 122 ciudades y diez líneas de ferrocarriles. En febrero crecieron los desórdenes agrarios. El gran duque Sergio fue ejecutado en Moscú. En junio, se amotinó el acorazado Potemkim (¿vio la película? No se la pierda…), evidenciando la crisis del poder de fuego del Estado ruso. Los sindicatos y los concejos obreros (soviets) comenzaron a aflorar y se multiplicaban los combates callejeros. Luego de otras sublevaciones militares e insurrecciones, ya podían contarse 15 mil muertos, más de 18 mil heridos y 79 mil encarcelados.
El Zar vio entonces la necesidad de encauzar los conflictos. Creó la “Duma”, una asamblea legislativa, con derechos extendidos de sufragio, pero con restricciones a la participación obrera. Se trataba de abrir un poco el sistema político, sin entregar la autocracia. Por otro lado, la prensa revolucionaria debió ser tolerada por las autoridades y los partidos legalizados. Así, aunque continuaron los negocios capitalistas, los derechos de la nobleza, la propiedad rural, la Iglesia y la Corona, la autocracia rusa ya había perdido terreno. Junto a ella, se había replegado la gran burguesía, temerosa de las potencialidades de la clase obrera.
¿En qué situación estaba la izquierda? El partido socialdemócrata aún tenía poca influencia en la clase obrera y tuvo una intervención limitada. Incluso a la salida de su II Congreso de 1903, el partido se había dividido: la dirección terminó correspondiendo a la fracción “menchevique” contra la fracción bolchevique. Sin embargo, lo importante son las conclusiones a las que llegan dos importantes militantes tras los hechos de 1905: Trotsky y Lenin.
El primero advirtió que en un país económicamente atrasado como Rusia era posible que la clase obrera tomara el poder y avanzara en la construcción del socialismo, sin necesidad de una etapa previa de dominio de la burguesía. Asimismo, afirmó que era fundamental una alianza entre el proletariado y el campesinado, aunque la dirección política debía quedar en mano de los trabajadores. De esta forma, leyendo los acontecimientos de 1905 logró anticiparse a la forma que luego tomó el proceso revolucionario en 1917. Por su parte, Lenin acertó en señalar el instrumento necesario para llevar adelante las tareas revolucionarias: el partido. Sus conclusiones ponían de relieve la importancia de la clase obrera como sujeto histórico y la necesidad reforzar el partido y fusionarlo con las masas. Reflexiones que mostraron su justeza unos años después.