Cualquier historia que hable sobre la “deuda” comienza con el préstamo de la casa inglesa Baring Brothers contraído por Rivadavia y el unitarismo en 1824. Se dice que fue una estafa a la Argentina que continuaría hasta el día de hoy, facilitada por una oligarquía terrateniente “entreguista” al imperialismo financiero inglés. Así, por ejemplo, aparecía en los documentales que Felipe Pigna nos mostraba en Canal 13 hace más de diez años.
Sin embargo, todas las razones para hablar de “estafa” son insuficientes. Veamos algunas: Se dice que llegó una parte menor a la contraída. Pero ocurrió porque un consorcio de capitalistas encargados de contraer el préstamo en representación del Estado de Buenos Aires, cobró una comisión, sumado a intereses y amortizaciones. Algo que ocurre acá y en cualquier lado con cualquier préstamo. Más en el siglo XIX, cuando alguien se encargaba de gestionarlo en representación. También se habla de “estafa” porque los dividendos ingresaron en letras de cambio y no en onzas de oro. Sin embargo, todos los préstamos de la época se realizaban en letras de cambio porque transportar toda la plata en oro era casi imposible. Así todo, una parte significativa (más del 70%) del préstamo llegó efectivamente en onzas y estuvo a disposición del Estado porteño. También se habla de “estafa” porque se pagó 8 veces más que lo adquirido, apuntando contra los altos intereses. Pero en realidad, pensemos que Argentina no era un país formado, sino un Estado en formación. Si los británicos querían prestar lo iban a hacer teniendo seguridad de que algo iba a retornar y que algo iban a ganar… como cualquier préstamo. ¿O los capitalistas prestan por bondad?
Otra razón muchas veces apuntada: la plata no financió la obra del puerto de Buenos Aires –como se esperaba-, sino la guerra con el Brasil, un Imperio en expansión que disputaba la Banda Oriental (actual Uruguay). Pero claro, no era una guerra menor: si las Provincias ganaban, la burguesía hubiera tenido una base mayor para acumular (por ganar más tierras y población). No ganó, pero eso es otra cuestión.
En realidad, el préstamo fue solo eso: un préstamo. Como tal, no fue difícil pagarlo ni le costó la “soberanía” al Estado. Al contrario: si en 1825, el Estado tenía 2 millones y medio de pesos, en 1862 controlaba ya 138 millones. O sea: pagó 8 veces más de lo recibido, pero su presupuesto ya había crecido, por lo menos, 69 veces. Es más, después de los primeros pagos realizados en medio de la guerra, el gobierno detuvo el envío de plata a Inglaterra. Desde entonces, renegoció y comenzó a pagar sumas ridículamente menores. Y lo terminó de pagar en 1904, ochenta años después. Consideremos además que la cantidad de plata ingresada equivalía al 54% de los ingresos y el 51% de los gastos del Estado en 1825-1826. Es decir, el dinero era fundamental y permitió reforzar la caja en formación, en un contexto de crisis.
En conclusión, la Argentina salió ganando con el empréstito. El Estado se hizo de ese dinero en un contexto de fuerte crisis fiscal y terminó consolidándose a lo largo de los años. La casa Baring, en cambio, debió esperar a que ese Estado se fortaleciera financieramente para poder recibir un dinero que, medio siglo después, ya no valía lo mismo. La verdadera “gran estafa” fue realmente en beneficio de la burguesía argentina, que dio comienzo a la contratación de deuda para compensar los límites en su acumulación. En ese momento esa deuda tuvo razón de ser. Hoy ya no alcanza ni para tapar un agujero.