Por Eduardo Sartelli
Hace un tiempo, una extraña “polémica” tuvo lugar en Facebook luego de que posteara lo siguiente, bajo el título “Macri, Freud y los cazafantasmas”: “Desde que Mauricio Macri tuvo la desgracia previsible de perder su carrera contra la deuda y el consecuente desgaste político que dicha derrota le ha provocado, se ha hecho casi cotidiano leer y escuchar burlas sobre la capacidad intelectual y/o lingüístico-oratoria del presidente. Se trata de una costumbre que ilumina la mente de casi todo militante K, que se prodiga en videos, memes y chistes de todo tipo. Parece tener la función de esconder o acallar cierto horror primario, infantil, que se hace presente cada vez que se bucea, aunque sea superficialmente, en el mar de la historia cercana y se cae en la cuenta de que, en las profundidades, yacen casi todas las fórmulas electorales que el kirchnerismo le opuso inútilmente a Macri. A ese terror que vuelve imprevistamente desde el extrañamiento de lo cotidiano, Freud lo llamaba lo siniestro. Para reprimirlo, hace falta un gasto considerable de energía sicológica que podría utilizarse de modo más positivo, por ejemplo, tratando de entender la razón por la cual un supuesto analfabeto funcional hace morder el polvo de la derrota a sus enemigos de un modo tan sistemático. Una de las últimas manifestaciones de este ejercicio de autoengaño complaciente, es la de Martín Kohan, conocido novelador de la impotencia y el fracaso a la Hannah Arendt con toques de Elisa Carrió: ‘Entre el Presidente de la Nación y el lenguaje hay un cúmulo de dificultades incalculable. Esto es notorio, claramente. Cada oración uno la escucha con la zozobra de vacilar de ver si verdaderamente va a poder, tanto desde lo sintáctico como en lo conceptual, llegar al final de la oración.’ Dejemos de lado la redacción poco feliz que resulta de un vínculo no demasiado elegante con el lenguaje hablado que parece caracterizar también a Kohan, y concentrémonos en la relación entre la «incapacidad» presidencial para la expresión oral y la capacidad para modificar la realidad. Macri, como Néstor, como Menem, no sabe hablar en público, a diferencia de Alfonsín o Cristina. El «turco» no podía pronunciar «estratósfera» ni «procuraduría», pero fue capaz de producir transformaciones económicas y sociales que ni Videla se animó a encarar. Dominó a las fuerzas armadas y las redujo a poco y nada. Privatizó, destrozó salarios e inmovilizó toda la estructura sindical por una década. Sometió al lecho de Procusto de la Convertibilidad a toda la economía. Reformó la constitución y se hizo reelegir. Se dio el lujo, en medio de la furiosa crisis que sus políticas provocaron, de ir a elecciones y ser el candidato más votado. Un listado similar podría hacerse de ese presidente salido de la nada duhaldista, que acentuaba mal las palabras, usaba un lenguaje vulgar y no prodigaba grandes ideas. Todo ello con una dicción lamentable y un tono de voz que recordaba al Gallo Claudio. Macri no es un hombre de virtudes retóricas. Pero ha sabido ganar casi todas las elecciones a las que se presentó. Construyó un bastión inexpugnable en el segundo distrito del país, arrebató al peronismo la provincia que le da vida eterna y, con la misma kriptonita dejó a su oponente a merced de su conveniencia electoral: Cristina no está presa porque a Macri no le conviene. Recibió una bomba y la enfrió con más de 100 mil millones de dólares que el país vio pasar sin decir esta boca es mía. Minoría en ambas cámaras, jefe de una coalición inestable, se hizo votar todo lo que quiso. Lleva meses arrastrando a la Nación a un ajuste machazo y a nadie se le ocurre otra cosa que «esperar hasta octubre». Podríamos seguir, pero es obvio que la relación de Macri con el poder, su capacidad para construirlo, manejarlo y someter con él a todos los que se burlan de sus debilidades sofísticas (incluyendo a malos novelistas y aburridos profesores de Puán) está ampliamente probada. En vez de torpes ejercicios gramaticales destinados a la represión sicológica de aquello a lo que se teme porque no se comprende, Kohan debería gastar su energía en tratar de entender la positividad del poder que encarna Macri. O lo que es lo mismo, entender la naturaleza del poder social, que no se aprende en libros de Foucault. Claro que, en eso, Macri, que no cree en fantasmas, le lleva mucha ventaja.”
Obviamente, la parte sustantiva del asunto era la acusación de superficialidad política a todos los que se fijan en cuestiones más bien banales a la hora de interrogar al macrismo. Cuestiones que no le han impedido, más bien le han facilitado, un triunfo electoral tras otro e, incluso, la supervivencia aún en medio de un ajuste machazo. Me valía del ejemplo de Martín Kohan en una entrevista dada a Canal Abierto. El colocar a Kohan en ese lugar tenía la función de mostrar que esa superficialidad política caracteriza no solo al kirchnerismo, sino a gran parte de la izquierda y al FIT. El autor de Ciencias morales pretende que mi intervención simplifica su análisis del macrismo y que, por lo tanto, mis argumentos no superan la mera chicana. Esa fue, básicamente, su respuesta. Sin embargo, en la misma entrevista, Kohan señala, además, lo siguiente: “Ahí donde el formato, bajo la inspiración de los asesores o de (Jaime) Durán Barba es de slogans, es decir, frases hechas de dos, tres o cuatro palabras, más bien resonantes pero huecas, ese tipo de fraseología, vaciada, tántrica, del new age digamos, eso que efectivamente lleva al lenguaje a un estado de precariedad, lleva también al pensamiento a un estado de precariedad.”
Podríamos seguir con citas de una idea que Kohan desparramó en más de un medio kirchnerista (y que fue desparramado por más de un medio kirchnerista), pero valga esta de La Izquierda Diario: “Y después tenemos algo que a mí me intriga muchísimo y que es en sí mismo, quizás, hasta un oxímoron, y que es esto de decir ‘el pensamiento de Macri’. Porque yo no creo en ese caso, y esto tiene sus irradiaciones porque es el presidente. Hay un pensamiento orgánico, como puede haber un pensamiento orgánico en algunos figurones en los que efectivamente ‘la subversión’, el ‘aniquilar la subversión’, el salvar a la patria del ‘trapo rojo’ y de la dictadura marxista-leninista; pero yo creo que Macri ni siquiera tiene el perfil del cuadro orgánico ideológico del conservador. Creo que es una cosa que va desde la mente en blanco, que creo que debe ser su estado más natural, y lo que va incorporando vía Duran Barba, que para mí es un genio de la política. No exagero, es como si a mí me agarrara un tipo ahora y me dijera ‘En diez años te hago arquero de Boca’. A mí, que soy petiso, que soy miope, y logra, que en diez años, cuando se retira Agustín Rossi, atajo yo. Para mí, tomar a Mauricio Macri y hacer un ‘presidente de la nación’, que lo logra y es mérito de Duran Barba y hay que reconocerle eso. Y es mérito de Macri también, que tiene un repertorio de 20, 22 vocablos y tiene que hablar.” Macri, entonces, habría llegado hasta aquí con una capacidad oratoria más que endeble que en realidad refleja un pensamiento acorde. Cómo alguien con tal debilidad mental, que vive con la mente en blanco, logra lo que en el posteo señalábamos, es una pregunta que Kohan debiera hacerse, antes de quejarse de que lo tergiverso o simplifico. Podríamos ir más allá y sostener que Kohan supone que todo votante de Macri de alguna manera comparte esa sicología primitiva, en tanto que reconoce que ese discurso simplificado que refiere a un pensamiento precario es efectivo a la hora de “comunicar”. No es el momento ni el lugar para seguir por aquí, pero que quede asentado que no hubo “recorte” mal intencionado alguno en mi posteo: Kohan efectivamente cree que Macri es un invento de Durán Barba, que es capaz de operar milagros, tanto políticos como futbolísticos. Esa es la forma de pensar del kirchnerismo y es la peor manera de entender el macrismo y su éxito. Lo más importante de ese “debate” no fue, sin embargo, ese limitado intercambio fallido, sino la forma en la que se produjo. En efecto, el aludido respondió varios días después del posteo y por un medio indirecto, a través del facebook de otra persona. Cuando recibí el primer mensaje, lo ignoré, suponiendo que era una broma, señalando que no “debatía con fantasmas”. Como el “fantasma” insistía, lo bloqueé, porque estoy cansado de idiotas que hacen ese tipo de tonterías en las redes sociales. Hasta ese momento, yo no suponía estar hablando con Kohan. Es entonces que recibo otro mensaje acompañado de su foto, aparentemente en un bar frente a una pantalla que transmitía un partido de fútbol. Como no se veía del todo bien, no dejé de pensar que era una imagen trucada, pero lancé un posteo provocador, a ver qué pasaba. Otro mensaje y otra foto, ahora con un celular en la mano en la que se veía la placa roja de mi publicación. Recién ahí acepté que estaba hablando con él realmente. Como Facebook no me parece un medio adecuado para los debates que implican un intercambio relativamente amplio de ideas, lo invité a discutir en el marco de mi cátedra en Filosofía y Letras o, por escrito, en las páginas de esta publicación, obteniendo su negativa. Al día siguiente, un lunes, muy cargado de trabajo para mí, me encuentro etiquetado en una nueva publicación, supuestamente, otra vez, de mi “contendiente” por medio de una página prestada, que me citaba para un día y hora específico en la Facultad. Me enojé, porque me parecía una falta de respeto, y ni se me ocurrió que fuera una trampa. Fue así que contesté airadamente en la página de la compañera de Kohan, en el último intercambio que habíamos tenido la noche anterior. Respondió Alexandra Kohan que ese era un “fake” que le habían hecho a Martín y me pasó su correo para que habláramos con tranquilidad porque él había decidido no continuar con la exposición pública, cosa que hice y que terminó en la convocatoria que en estas páginas se detalla. Esta comedia de enredos, en la que lo que me temía al principio sucedió al final, no sería más que una anécdota graciosa si no fuera porque en el medio comencé a recibir una andanada de ataques (me refiero a cientos de comentarios) de gente que ni siquiera había leído alguna vez a Kohan y ni sabía de qué se trataba. Obviamente, brotaron defensores genuinos, pero el grueso de los atacantes era gente de avería, verdaderos delincuentes de las redes. Un conjunto de personajes extraños, cuya forma de “hacer política” consiste en el insulto personal, en la desacreditación y en la mentira. Hasta el golpe bajo más miserable. No era gente interesada por defender a Kohan, es gente que hubiera hecho lo mismo si se trataba de Javier Milei. Es una forma de intervención que adopta con mucha frecuencia el militante K promedio, un conjunto de fundidos del Partido Obrero, muchachitos sin mucho seso del PTS, una piara de descompuestos guevaristas y seudo “ácratas” que dicen ser “anarquistas”. Es decir, todos aquellos que se sienten incapaces de responder “intelectualmente” a las críticas que no suelo ahorrarles. Esta fauna se cansó de hacer “memes” festejando mi “derrota” y hasta mi “humillación” a manos de Kohan, en una “batalla” que no existió. No se trata de quién gana o quién pierde. Esta gente simplemente quiere verme morder el polvo. Como los racistas blancos norteamericanos de la década del ’60, que eran capaces de apostar por Floyd Patterson, que era negro, con tal de que le ganase a Alí, esta gente quiere, necesita, que alguien me propine una feroz golpiza intelectual. Sea quien sea. Cree, de esa manera, que sus ideas resultarán validadas, aunque sea de ese modo tan indirecto. Es un deseo bastante estúpido y que refleja una evidente impotencia política. Es estúpido, porque no hace falta algo así, ya lo tienen. Mi vida intelectual está llena de tales episodios (no conozco intelectual infalible), aunque por lo general no son los que ellos creen. Pero donde la estupidez se junta con la impotencia es en esa ridícula pretensión de que un episodio de ese tipo va a transformar en buenas ideas ridículas, va a hacer que el kirchnerismo deje de ser una estafa política, el anarquismo un inútil sueño liberal, el trotskismo una forma de claudicación ante el peronismo y el guevarismo una estrategia delirante. Y no, por más que demuestren con plenitud de pruebas que soy un idiota incurable, ideas como esas no tienen cura, por más que se mienta y se mienta con la esperanza de que algo quede.