Dedicado a los empleados y empresarios PYME que supimos conseguir” es la leyenda que corona la película PYME. Sitiados, dirigida entre el 2002 y el 2003, pero estrenada recién este mes por Alejandro Malowicki, retrata los padecimientos del pequeño capital en la Argentina.
La obra da cuenta del desarrollo de una empresa de artículos de plástico en situación crítica desde los planes económicos iniciados con Martínez de Hoz en 1977 pero hace especial énfasis en la época menemista, cuando transcurre la historia. Asediada por los bancos (que le reclaman el pago de la hipoteca), por los acreedores (que presionan con desabastecerla de materias primas si los pagos no se concretan), por la DGI, y, para colmo, por los obreros (que se resisten a cooperar para sacar adelante la fábrica e inician medidas de fuerza), la PyME está “sitiada” y Pablo, su dueño, solo frente al mundo.
¿Por qué la empresa entra en esta crisis? La película pone el dedo acusador en el mundo de las finanzas: los bancos acosan en forma permanente a nuestro personaje, le reclaman el pago de deudas, no le otorgan nuevos créditos, no le permiten girar en descubierto, etc. Esta actitud aparece como una cuestión de falta de ética de los banqueros (el capital malo, usurero, culpable de todos nuestros males) y en esa falta de moral radica la explicación. Imagen que impide ver lo específico de esta y cualquier PyME: tener una productividad del trabajo que no le permite competir en el mercado internacional y a duras penas en el mercado interno (porque producen con costos muy altos en comparación con los grandes capitales). Esto determina que los bancos no le adelanten dinero a Pablo, el dueño, porque saben que no tiene capacidad para devolverlo. Malowicki olvida que la PyME está en un sistema, el capitalista, basado en la obtención de ganancias. Lo ilógico sería que los banqueros tuvieran contemplaciones.
Contemplaciones que tampoco tiene nuestro pequeño capitalista con los obreros. En la película se demuestra cómo son relegados al último lugar a la hora de cobrar, hecho que impulsa a éstos a tomar la fábrica y a amenazar con llamar a la huelga. Pero este hecho es dado vuelta por el director de la película. Puesta la cámara en el punto de vista del dueño, éste se presenta a la Asamblea e intenta una alianza con ellos. Les pide su cooperación y reivindica el haber resuelto presentarse en convocatoria, como una suerte de resistencia, en lugar de haber optado por la quiebra, fugarse y dejarlos en la calle sin más. Cabe destacar la apelación del director de la película al enfatizar las pujas entre los obreros más combativos y quienes no quieren extremar las medidas de lucha, por su afecto a la empresa, en la que pasaron más de la mitad de sus vidas. Disputa que delimitaría entre quienes buscan una salida “pluralista” y quienes sólo buscan intereses mezquinos. Malowicki carga la culpa, ahora, en las víctimas. Así se ocultan los verdaderos objetivos de este tipo de colaboración. Como explicábamos antes, las PyMEs tienen una productividad del trabajo menor que los capitales normales, por su menor grado de acumulación que no les permite innovar en tecnología, invertir a gran escala, etc. Entonces sólo tienen como recurso aumentar la explotación de la fuerza de trabajo y este intento está en el contenido de dicha alianza. “Resignen parte de sus salarios en pos de que la fábrica salga adelante”, pide nuestro capitalista “sitiado”. De todos modos la jugada no parece haber resultado exitosa, ya que pasados dos años de la experiencia, una escena deja en evidencia la ruina de la empresa, incluyendo la muerte del dueño, quizá harto de pelear contra la corriente.
Pero la película busca un final feliz. Pasado el menemismo, el hijo del difunto, Gustavo, un ingeniero industrial, no pierde las esperanzas y reúne a los antiguos obreros para emprender una experiencia cooperativa. Ahora así, de la mano, obreros y patrones podrán enfrentar a los malos capitales financieros. Se recrea la idea de una recuperación del capital, ilusión que sólo puede ser sostenida si se abstrae su desarrollo de la dinámica general de acumulación. Gustavo sólo pudo rescatar de la fábrica un torno, quién sabe de qué año. Con esa maquinaria obsoleta (que la película revindica como base material “productiva” para el desarrollo de la industria “buena” contrapuesta a la maldad de los bancos) sólo puede esperarse un resurgimiento muy acotado. La ilusión de recuperación está marcada por el “estilo K” que nutre a la película. Y, por lo tanto, se transforma en la reivindicación de una ilusión reaccionaria: que apelando a fuerzas productivas inferiores conseguiremos mejores niveles de vida y un futuro brillante. Es reaccionaria, además, porque es imposible: la devaluación permitió que algunas pymes se vieran protegidas de las importaciones por el dólar alto y consiguiesen salarios bajos. Es, por lo tanto, una reactivación ilusoria. Para que Argentina se desarrolle como país capitalista es preciso insertarse en el mercado internacional y los únicos capitales que pueden lograrlo son los que alcanzaron un alto grado de acumulación. Pero eso significa, en el hipotético caso de que resulte, el fin de las pymes y no su prosperidad. El final feliz no es tal: Gustavo repetirá la historia de su padre, mal que le pese al director y a sus ilusiones kirchneristas. Pero esta vez su historia durará menos.
Verónica Baudino