PERFIL formuló a siete reconocidos intelectuales -políticos, historiadores e investigadores- tres preguntas para definir el legado del Congreso de Tucumán. 1) ¿Qué significa el Bicentenario de la Declaración de la Independencia argentina? 2) ¿Se mantienen los principios promocionados hace 200 años? 3) ¿Qué quiere decir políticamente hoy ser independiente?
Respuestas de Fabián Harari. Doctor en Historia, miembro de Ceics y docente universitario.
1) Más allá de cada número redondo, se conmemora el inicio de una experiencia histórica llamada “Nación Argentina”. La evocación de la Independencia remite a dos fenómenos. El primero es la revolución, es decir, la transformación social consciente. Estos territorios pertenecían a la nobleza española, con sus leyes y sus relaciones económicas (servidumbre y esclavitud). Fue así como una clase entonces revolucionaria decidió desobedecer las leyes y las autoridades, y constituir una fuerza social para tomar el poder por asalto para transformar la sociedad toda. El segundo es la construcción de una dominación y de un sistema social particular. La dominación de la burguesía y el sistema capitalista. Por lo tanto, este año se cumplen 200 años de la hegemonía de la burguesía nacional. Una clase que nos llevó adonde estamos.
2) Los principios sí. Las promesas no. Nos prometieron muchas cosas, pero sabían muy bien que sus principios eran otros. La revolución y la independencia no se hicieron para beneficiar a toda la población, sino sólo a los principales propietarios, perjudicados ellos por el régimen colonial. Los verdaderos principios fueron “propiedad” y “seguridad”. Propiedad, porque querían asegurar sus tierras, sus vacas, sus depósitos y sus barcos. Seguridad, porque había que mantener el orden suficiente para que ningún desposeído, y mucho menos una asociación de ellos, quisiera hacer realidad las promesas de “igualdad” y “fraternidad”. El legado se mantiene hasta hoy en día. Los principios liberales de ese momento son los que rigen nuestra Constitución. Vivimos en esa sociedad que ellos querían construir: el capitalismo. Un sistema en el cual la ganancia decide qué es lo importante y la propiedad, quién es realmente un ciudadano. Ambas están por encima de la vida. Miles de personas pueden morir de hambre, sin que ninguna responsabilidad caiga sobre dueño alguno de fábricas o supermercados. En cambio, quien intente evitar la muerte, suya o de sus semejantes, por sus propias manos, irá preso, porque la vida no es sagrada, pero la propiedad sí.
3) La independencia en sentido abstracto no existe. Ni de los individuos, ni de las naciones. Desde que salimos del estadio de horda carroñera, todos los seres humanos dependemos de la sociedad para vivir. A su vez, todo lo que hacemos “molesta” o “beneficia” a algún otro y todo el tiempo estamos siendo afectados por pensamientos y acciones de gente cercana o lejana (dirigentes, pensadores, artistas, etc.). Lo mismo sucede con los países. Independencia nacional sólo puede referirse a la capacidad de una burguesía nacional de controlar el territorio, lo que sucede aquí desde casi 200 años. En el sentido económico, no hay ningún espacio “independiente”, casi desde el siglo XVI (por lo menos, en América), ni puede haberlo. Hay una sola economía mundial, que se impone en todos los espacios nacionales. En todo caso, sí hay una dependencia de la que vale la pena liberarnos: la de la ganancia como ordenador de las relaciones y de los recursos. Esa sería nuestra verdadera independencia: la libertad de toda la humanidad de decidir, en forma colectiva y racional, cómo usar sus riquezas.