Explotación ad honorem. Acerca de las concurrencias de los psicólogos en la Ciudad de Buenos Aires
Agustina Desalvo
Grupo de Investigación de la
Pequeña Burguesía-CEICS
Aunque el gobierno K se jacta de haber bajado los índices de empleo en negro, esa disminución es, en realidad, irrisoria. En efecto, el porcentaje ha descendido sólo un 7%, manteniéndose aún en un 42%.1 Ese porcentaje no se remite al sector privado, sino que se extiende hacia dentro del propio Estado, que legalmente debería combatirlo. Una de las áreas más afectadas por dicha modalidad es la salud, donde un elevado porcentaje de médicos y psicólogos realizan las mismas tareas que el personal de planta, pero perciben salarios miserables y están atados a formas de contratación precarias, cuando no se trata directamente de trabajo gratuito. Estamos hablando de las pasantías, los contratos de locación de servicios, las residencias y las concurrencias. Estas formas permiten al Estado sostener el servicio de salud a costa de empleos bajo modalidades que no contemplan vacaciones pautadas, obra social, aportes, antigüedad ni indemnización por despido. En este artículo nos detendremos en el problema de las concurrencias psicológicas, es decir, el trabajo de deben realizar los psicólogos recién recibidos en hospitales públicos con el objetivo de adquirir práctica terapéutica y aumentar su currículum, pero sin recibir ninguna retribución monetaria. Si bien nunca fueron remuneradas, las concurrencias se han convertido en un problema para los profesionales en los últimos años. En efecto, en otras épocas, los psicólogos podían proveerse de su sustento material a partir de la atención terapéutica en sus consultorios privados. La concurrencia significaba, para ellos, una práctica necesaria y una cuestión de “honor profesional”. El trabajo “ad honorem” no era considerado como un problema. Sin embargo, en la actualidad y como consecuencia de la pauperización general que afecta a las fracciones sociales en las cuales se reclutan los sicólogos (la pequeña burguesía), es- tos profesionales se ven obligados a exigir que las concurrencias sean remuneradas, como cualquier trabajo.2 Su lucha se inserta, entonces, en la corriente general que, a lo largo de los ’80 y los ’90, desembocó en el Argentinazo.
Nuevas necesidades, nuevos reclamos
La primera carrera de psicología de la Argentina fue creada en la ciudad de Rosario, en 1957. Sin embargo, en un comienzo, fue subestimada como base de una actividad “´profesional” al estilo de la medicina o la abogacía. Recién en el año 1985 se promulgó la Ley de Ejercicio Profesional 23.277, que otorgaba a los psicólogos la habilitación legal para “ejercer el arte de curar”. En la Capital, desde 1967 y hasta 1985, rigió la Ley 17.132, que impedía al psicólogo ejercer la psicoterapia, relegándolo a un mero auxiliar del quehacer del psiquiatra. De todas formas, durante los años previos a la sanción de la mencionada Ley, los psicólogos ejercían su profesión en establecimientos públicos, realizando las “concurrencias”. Las hacían, como dijimos, “por honor profesional”. Así, entre los años ‘60 y ‘70 el trabajo en el hospital otorgaba al recién graduado capacitación y prestigio, mientras que el consultorio privado les brindaba el sustento material. Las concurrencias fueron legalizadas en 1986, a partir de la Resolución 45/986 de la Secretaría de Salud Pública y Medio Ambiente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. De este modo, se formalizó una situación que, de hecho, venía ocurriendo en los Servicios de Psicopatología desde hacía ya varios años. Así, el sistema de concurrencias comienza lentamente, a sostener la atención en salud mental de la Ciudad de Buenos Aires.3 En la actualidad, los concurrentes son licenciados con pocos años de experiencia que, tras rendir un examen, consiguen acceder a algún puesto para trabajar gratis durante cinco años en uno de los 33 hospitales y 35 centros de salud de la Ciudad.4 Los concurrentes deben aceptar ese trato porque es la única forma de adquirir un currículum y una experiencia profesional que no obtienen durante su formación académica. Hacia el año 2003, en la Ciudad de Buenos Aires, existían 2.368 psicólogos trabajando en organismos públicos, de los cuales el 58% (1.364) eran concurrentes.5 Es decir, que el sistema de salud mental se sostienen gracias a que más de la mitad de sus empleados trabajan gratis.
A falta de un salario que sustente dicha práctica, los profesionales deben realizar, paralelamente, tareas que en más de un caso nada tienen que ver con su profesión: “… la perspectiva es a la mañana dar la Concurrencia y a la tarde Mc Donals, telemarketer, lo que sea…”.6
Nuevos reclamos, nuevas organizaciones
Debido al escaso reconocimiento oficial que, desde sus inicios, sufrió la profesión de los psicólogos, se gestaron diferentes organizaciones que lucharon para que se contemplara su carácter científico. La Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA) creada en 1962 es una entidad gremial profesional que nuclea a los graduados en Psicología de universidades nacionales o privadas del país, reconocidas por el estado, que ejercen su actividad en la Ciudad de Buenos Aires.7 Asimismo, APBA ha propiciado desde siempre la creación de un Consejo Profesional de psicólogos de Capital Federal, es decir, la colegiación con carácter obligatorio. Para matricularse, los psicólogos de Capital deben realizar un trámite en la Secretaría de Salud Pública de la Nación. Lo que ABPBA pretende es obtener la delegación de la profesión y su ejercicio -en manos del Estado-, es decir, un Colegio de psicólogos tal como los que agrupan a arquitectos, contadores, escribanos, etc. Estas profesiones ejercen el control de sus propias matrículas, organizan su facultad disciplinaria y gobiernan el ejercicio legal del accionar profesional. Otra de las organizaciones históricas de psicólogos es la Federación de Psicólogos de la República Argentina (FEPRA). Fue fundada en 1977, está integrada por 18 entidades y reúne a las organizaciones de primer grado de cada una de las jurisdicciones del país a efectos de representar a los psicólogos dentro y fuera del mismo. Sus objetivos son similares a la anterior. En términos estrictos, estas organizaciones han luchado para que la pequeña burguesía profesional que se desempeña en la actividad pueda valorizar su título universitario como pequeño capital. En definitiva, estas organizaciones defienden a los psicólogos en tanto burgueses y pretenden garantizar su reproducción en las condiciones más favorables bajo la forma de “profesionales independientes”. Sin embargo, en el año 2003, surgió otro tipo de nucleamiento: el Movimiento Interhospitalario de Concurrentes y Becarios, impulsado por organizaciones de izquierda. Esta agrupación lucha contra de la explotación por parte del Estado.8 Se dirige a los profesionales en su carácter de obreros de la salud. El gobierno respondió con un argumento miserable, propio del peor capanga: la concurrencia sería un momento de capacitación que, como tal, no tendría que ser rentado pues, más que un “trabajo” es un beneficio… El avance de la pauperización y la proletarización sobre el gremio ha impulsado la formación de este tipo de asociaciones, que lucha por conseguir mejores condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo, más parecidas a un sindicato obrero y no muy diferente de los que observamos en ferroviarios o subtes.
La cara oculta de la explotación
De concebirse burgueses que valorizan su “capital” mediante una “práctica honoraria”, una fracción de los sicólogos ha pasado a considerar la concurrencia como un trabajo que debe ser remunerado. Como dijimos, el cambio en la percepción responde a la transformación de las condiciones de vida de las fracciones sociales de entre las cuales se reclutan los sicólogos. La concurrencia pierde su carácter honorífico y revela su verdadera faceta. Esto no quiere decir que todos los psicólogos hayan visto empeorar sus condiciones de vida ni que, en su conjunto, se conciban como trabajadores. Los reclamos por un trabajo remunerado son la expresión de una tendencia que afecta de forma desigual a todos los profesionales, no sólo de la salud. Se trata de un proceso que se ha venido acelerando y funciona como un caudal que arrastra nuevos elementos a la ya nutrida clase obrera argentina. No resulta extraño, entonces, observarlos apelar a los métodos propios de su nueva condición.
Notas
1Véase Irisaren, Juan Manuel: “Más empleo, menos protección”, en El Aromo nº 39, suplemento Algo para leer, 2007.
2Un movimiento similar se produjo entre los médicos allá por los años ’30. Véase Arriola, Maité: “Del consultorio a la calle”, en El Aromo, n° 8, diciembre de 2003
3Antman, Julián: “El trabajo ad-honorem en los psicó- logos. Un acercamiento a la inserción profesional”, en IX Jornadas de Investigación de la Facultad de Psicología de la UBA, 29 y 30 de agosto de 2002, Buenos Aires, Argentina. Disponible en http://www.julianantman.com.ar
4Clarín, 12 de diciembre de 2007.
5Clarín, op. cit.
6Idem.
7http://www.psicologos.org.ar/index.php
8Prensa Obrera, 27 de noviembre de 2007.