¿Usted cree que Montoneros era una organización netamente guerrillera? Pues se equivoca. ¿Todavía piensa que era una organización revolucionaria? Se equivoca también. Para entender mejor el problema, le presentamos el accionar de la Juventud Trabajadora Peronista en el ’73. Ahí tendrá un catálogo de lo que no es izquierda y de lo que sí lleva al fracaso.
Grupo de Lucha de clases en los `70
Argentina, 23 de octubre de 2011. Caravanas embanderadas en celeste y blanco se dirigen a la Plaza de Mayo a festejar un triunfo arrasador. Junto a los colores nacionales, danzan las imágenes del Che Guevara y el Eternauta (con nueva cara), que aprovecha La Cámpora para darle un tono aún más setentista a su esperanza por brindarle al pueblo una nueva primavera. “¡Cristina! ¡Cristina! ¡Cristina Corazón! ¡Acá tenés los pibes para la liberación!”.
Podríamos dejarnos llevar por estas ilusiones si no supiéramos que los cantos de sirena que hoy salen de la Casa Rosada son los mismos que, cuarenta años atrás, nos llevaron a la derrota más cruenta. Nos sumaríamos a la fiesta si no tuviéramos presente que los mismos que nos dan algo, lo hacen para que no nos quedemos con todo. En esta nota veremos como la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) de Montoneros, apelando a las banderas de algo llamado “socialismo nacional” llevaron a los trabajadores hacia la derrota.
¿Socialismo nacional y popular?
A pesar de que suele recordársela como una organización “guerrillera”, Montoneros alcanzó un gran desarrollo en el movimiento obrero. A principios de 1973, avanzando con su estrategia de construcción de frentes de masas, lanzó su JTP, un brazo sindical con el cual se proponía disputar la dirección de los trabajadores dentro del peronismo. La JTP creció muy rápido consolidando un trabajo previo impulsado por la Juventud Peronista y, a sólo cuatro meses de su creación, en un acto celebrado en la ciudad cordobesa de Río Ceballos, lanzó su estructura nacional integrada por siete regionales. Con una amplia inserción fabril y con una política de construcción desde las propias bases, tomó como principal objetivo la lucha contra las direcciones sindicales existentes. Este desarrollo explica el rol directriz que ocupó en la jornadas de junio y julio de 1975, fenómeno que expresó uno de los momentos de mayor activación de la clase obrera en el proceso revolucionario abierto en 1969. De este modo, la JTP se constituyó en un agrupamiento que no sólo acompañó sino que impulsó las luchas obreras del periodo ¿Significa esto que Montoneros y la JTP fueron, al fin y al cabo, revolucionarios?
Un programa prestado…
Cómo ya hemos señalado en otras oportunidades, Montoneros se caracterizó por un diseño programático de carácter reformista. En estricta consonancia, la JTP asumió una completa subordinación al programa de “liberación nacional y social”. Así lo indica su documento Lineamientos Políticos, suerte de acta fundacional, redactado hacia septiembre de 1973, en el que se explícitamente se afirma:
“La JTP define al Movimiento Peronista como un Movimiento de Liberación Nacional y Social que se va perfeccionando en la lucha y alrededor del cual gira el proceso revolucionario argentino. El motor de este movimiento somos los trabajadores que en todo este largo proceso, con la conducción del General Perón, vamos construyendo la organización que nos permitirá hegemonizar al movimiento y tomar el poder […] La JTP como corriente política gremial reivindica nuestros tres principios doctrinarios básicos: la independencia económica, la soberanía política y la justicia social.”1
De este modo, la JTP se delimitaba del socialismo, de la lucha contra el sistema capitalista y defendía un proceso que, desde su perspectiva, se iniciaba con la vuelta de Perón, líder necesario de la etapa de “reconstrucción nacional” que culminaría en la construcción de un “Socialismo Nacional”. En el apartado Objetivos programáticos del mismo documento que citamos, se detalla lo que se entiende por esa forma de “socialismo” adaptado al contexto nacional argentino:
“a) […] ocupar el millón y medio de desocupados que hoy existen en nuestra Patria; b) que se impida todo cierre de fuentes de trabajo y se garantice la estabilidad del trabajador; c) explicitación y puesta en marcha de un plan que resuelva el grave problema de vivienda, salud y educación que soportamos; d) aumento real de salarios […] d) nacionalización de los resortes básicos de la economía, de las empresas consideradas de interés nacional, de los sistemas financieros, banco y comercio exterior, control de todas las empresas monopólicas; f) participación obrera en las decisiones de producción.”2
Tal como se observa en la cita precedente la idea de “socialismo nacional” remite exclusivamente a la concentración de los medios de producción en manos de la “nación”, mejoras en las condiciones laborales, pleno empleo y control obrero de la producción. No se trata entonces de un verdadero socialismo, ya que no está planteada siquiera la eliminación de la explotación y el control de la producción por parte de los obreros. Aunque en apariencia pueda parecer revolucionario, oculta que, en el socialismo, lo verdaderamente importante es el carácter obrero del Estado y la expropiación del capital.
… y una estrategia peligrosa
Como dijimos, la JTP se proponía como una herramienta para la disputa de la dirección de los trabajadores dentro del movimiento peronista. El Movimiento era visualizado como una alianza de clases entre el empresariado nacional y los trabajadores, alianza que quedaba cimentada por la dirección en manos del “líder antiimperialista”: Perón. Para efectivizar esta alianza, cada parte tenía su propia representación: los empresarios en la Confederación General Económica (CGE) y los trabajadores en la Confederación General del Trabajo (CGT).
A diferencia de lo que sostiene el sentido común, Montoneros no tenía, en su programa, el objetivo de disputarle la dirección a Perón. Él era el líder indiscutido y necesario. De lo que se trataba era de ganar la dirección de los organismos que representaban a los trabajadores dentro del Movimiento. Y ahí es donde cobraba importancia la lucha “antiburocrática” de la JTP. Tanto la CGT como las 62 Organizaciones (organismo sindical del propio peronismo) estaban en manos de la burocracia. Según Montoneros, al no representar los intereses de los trabajadores, estas organizaciones acabarían regalando la hegemonía del movimiento a la burguesía y realizando los intereses del imperialismo, del cual esta sería un agente local. La siguiente cita lo ilustra con claridad:
“[La JTP] considera que la Confederación General del Trabajo, institución madre de los sindicatos argentinos, es el organismo sindical que nos aglutina, lo cual la define como una organización de masas, objetivamente al servicio de nuestros intereses reivindicativos y un conjunto de intereses políticos. Hoy la realidad nos muestra que los sectores encaramados en las conducciones sindicales no representan a los trabajadores, sirven a los planes del imperialismo y la reacción interna y lo que es más grave traicionan a nuestro líder. […] Las 62 Organizaciones son el nucleamiento político del peronismo sindical, son la expresión organizativa de la Rama Sindical del Movimiento Peronista y, en cuanto tal, la JTP es parte integrante de él. De todos modos carecemos de una representación fiel a nuestros intereses, consecuencia que deriva de nuestra incapacidad para lograr que las conducciones sindicales sean realmente representativas de los trabajadores”3
Dos luchas, dos fracasos
La cuestión programática y estratégica que acabamos de exponer, nos permite echar luz sobre las dos luchas principales que va a encarar la JTP durante la etapa, a saber: el Pacto Social y la Ley de Asociaciones Profesionales. Veamos la primera, que siempre ha aparecido como el tema más espinoso en la historia de Montoneros.
El Pacto Social fue un artilugio del peronismo que buscaba sentar a negociar a los representantes del empresariado y de los trabajadores para alcanzar una “paz social”. En tanto tal, era expresión de una política de conciliación de clase que ponía en evidencia la propia dinámica bonapartista del peronismo. Como ya habrá advertido el lector, la coincidencia con el planteo estratégico de la JTP es completa. Si el peronismo es una alianza de clase, nada más bienvenido que un dispositivo legal que venga a reforzarla y realizarla. Por ese mismo motivo la JTP no lo rechazaba por su propia naturaleza conciliadora y reformista, sino que advertía, en un principio, la necesidad de reformarlo mediante una legítima representación de los trabajadores en él. Es decir, sacando a la burocracia del medio. Firmenich, en su famoso discurso del 22 de agosto de 1973 en Atlanta, lo expresaba sin tapujos:
“El pacto social, podemos decir que es un acuerdo, o debería ser, un acuerdo que formaliza la alianza de clases, pero regido y gobernado por la clase trabajadora… debería ser. Pero en la actualidad el pacto social no refleja eso, y no refleja eso porque en la constitución de esa alianza los trabajadores no tienen representantes… Porque tienen allí, en la CGT, una burocracia con cuatro patas que no representa ni a su abuela… […] Es decir, no es que nosotros estemos en contra de la existencia de un pacto social sino que creemos que éste no refleja los intereses de los trabajadores y por lo tanto deberá ser modificado”4
No obstante, fue la propia debilidad general de Montoneros dentro del Movimiento, su incapacidad para realizar la estrategia que se planteaba, la que lo imposibilitó de introducir las anheladas reformas y lo llevó finalmente a llamar a la ruptura del pacto:
“se planteó la necesidad de modificar las bases del Pacto. No se hizo y la realidad social siguió mostrando que así no caminaba. Entonces ya no hay muchas alternativas: hay que enfrentar este Pacto hay que romperlo para poder después construir otro en el cual los trabajadores puedan jugar el papel que realmente les corresponde. No ser convidados de piedra, simples espectadores”5
En cuanto a la Ley de Asociaciones Profesionales, se dio una dinámica similar. Esta Ley, que se encarga de la regulación de la actividad gremial, fue modificada hacia 1973. Al igual que el Pacto Social, la JTP no la rechazó de plano, sino que cuestionó alguno de sus puntos. Fundamentalmente defendió de ella el hecho de que garantizara una estructura gremial centralizada y verticalista. En efecto, la Ley fortalecía la estructura de la CGT y la existencia de federaciones, lo cual entraba en perfecta armonía con la necesidad estratégica de la JTP de garantizar organismos corporativos para negociar la alianza de clases:
“[…] dicho anteproyecto de ley de Asociaciones Profesionales contiene pautas positivas, en especial en lo que concierne a: a) Garantizar la unidad del Movimiento Obrero en torno a estructuras sindicales sólidas y monolíticas, como la Confederación General del Trabajo. b) Ratificar expresamente el derecho de los Sindicatos en la expresión política, reafirmando así la condición de peronista de la inmensa mayoría de la clase trabajadora, columna vertebral del Movimiento Nacional Peronista. c) Respaldamos que se ponga en vigencia el fuero sindical y que se garantice la estabilidad en su puesto de trabajo de los compañeros delegados, subdelegados o candidatos a tales.”6
La crítica de la JTP se centraba, fundamentalmente, en el hecho de que la reforma de la Ley no garantizaba, bajo explícita formulación, un régimen electoral claro y que fortalecía los mecanismos coercitivos con los que contaba la burocracia: intervención de gremios, cesanteo a delegados, asambleas cada dos años, etc. Nuevamente, fue la propia debilidad de Montoneros, la que le impidió cumplir con su objetivo de evitar alguna de las reformas de la Ley, que rápidamente comenzó a ser utilizada en su contra, persiguiendo a sus militantes e impidiendo la reconquista de diversos gremios por las agrupaciones adheridas a la JTP.
Atado al enemigo
Con este programa bajo el brazo, Montoneros y la JTP intervinieron en la lucha de los trabajadores en aquellos años. Lucha que en los casos presentados quedó entrampada en la red del reformismo y no logró resultados positivos. Ante el Pacto Social, intentó sumarse y no advirtió a la clase obrera sobre una alianza que, por su propia naturaleza y en el marco de una profunda crisis social, estaba condenada al fracaso. Con el inicial apoyo a la reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales, avaló la perpetuación de una estructura y una dirigencia sindical que terminó liquidando sus propias fuerzas.
Con estas referencias se vislumbra la contradicción que atravesó diversos momentos de la historia de Montoneros. Por un lado, su política sindical (el enfrentamiento con las direcciones burocratizadas y en las jornadas de junio y julio del ’75 contra el Estado), lo colocaba en el marco de la fuerza social revolucionaria. Por el otro, la defensa de un programa reformista terminó atando a la clase obrera a la suerte de la burguesía.
De esta manera, lejos de construir el camino hacia la revolución, Montoneros fue la expresión de la crisis que asoló al reformismo en ese periodo. Crisis que impidió que el peronismo pudiera dar una salida al proceso revolucionario abierto con el Cordobazo. Es evidente que los términos “izquierda” y “peronismo” son incompatibles. La izquierda es revolucionaria y, el peronismo, en su más avanzada expresión, es un reformismo crítico. Todos los trabajadores debemos tomar nota de esta experiencia para no volver a caer en las redes de un proyecto nacional y popular que, una vez, más nos conduzca al fracaso.
3 Ídem, pág. 2.
4 Discurso de Firmenich el 22 de agosto en Cancha de Atlanta, citado en El Descamisado, nº15, 28 de agosto de 1973.
5 “Por qué hay que romper el Pacto Social”, en El Descamisado, nº 44, 19 de marzo de 1974.
6 “A los compañeros trabajadores y al pueblo peronista”, solicitada firmada por la JTP, en Noticias, 20 de noviembre de 1973.