Acerca de La clase de Laurent Cantet
Marina Kabat
Grupo de Investigación de la Clase Obrera-CEICS
La clase (Entre los muros) es vista como la consagración del director de Recursos humanos. La crítica ha ensalzado su realismo, que lindaría con el género documental. Se trata sólo de fuegos de artificio: gestos fugaces capturados mediante técnicas de reality show, mientras que el fondo, la historia es retratada de un modo absurdo y falto de verosimilitud. Con esta obra, Cantet banaliza los problemas que aborda.
El film discute con los clásicos del género, aquellas películas donde el profesor llegaba a una escuela y merced a su esfuerzo y perseverancia lograba mejorar el rendimiento escolar y la vida de sus alumnos. En efecto, se trata de películas voluntaristas donde un solo docente puede hacer la diferencia. Además, generalmente se encuentran impregnadas de una fe casi ciega en las facultades igualadoras de la educación. Sin duda, resulta positivo el abandono de aquel voluntarismo. Pero no su reemplazo por el escepticismo, abiertamente defendido por Cantet: “Lo que me interesa no es mostrar las soluciones cuando no existen”.1
Socorro 5º año
El escenario es un colegio de los suburbios parisienses donde asisten inmigrantes. Supuestamente se trata de un colegio con serios problemas de disciplina, pero en muchos aspectos parece una escuela modelo. Una estudiante se niega a leer en voz alta y recibe una nota en su cuaderno de comunicaciones. Otro alumno no lleva los útiles, a veces no quiere trabajar y, en medio de una discusión, quiere salir de la clase. Al hacerlo, golpea accidentalmente a una compañera, motivo por el cual es expulsado de la escuela, en una resolución poco creíble. El resto es cierta conversación, gestos y actitudes corporales de adolescentes, el uso de un celular en clase. Cabe destacar que esta gestualidad está muy bien registrada en el film. Cantet explica que para ello filmaron “con tres cámaras simultáneas como en un reality show”.2
En este colegio (¿problemático?) los jóvenes participan, levantan la mano para intervenir, hacen los deberes. No hay peleas ni hostigamiento, no aparece la violencia de género, ningún alumno es agredido por otro. Por añadidura, el colegio cuenta con computadoras e impresoras color para sus estudiantes y no parece sufrir ningún tipo de falta de recursos. La mayoría de los docentes que conozco soñarían con dar clases en un lugar así.
Como esta descripción del “colegio problemático” es completamente irreal, y hasta ridícula, también lo es todo lo que allí sucede. En primer lugar, no se entiende por qué los profesores y directivos están tan preocupados por la disciplina. ¿Por qué dan ánimo a los colegas que llegan a la escuela? Cantet, que se jacta de una mirada compleja, compone un cliché donde profesores autoritarios quieren imponer una disciplina innecesaria, combatida por los padres y los estudiantes. Sin embargo, como en la realidad los problemas de violencia suelen ser graves, los mismos padres y algunos estudiantes reclaman permanentemente a las instituciones más disciplina.
Cantet insiste en que no quiere juzgar a nadie, pero su mirada de los docentes no es demasiado positiva. Por un lado, su pretensión de disciplina se presenta como ridícula. En una escena un profesor, luego de su clase, llega a sala de profesores y se quiebra, pues dice que no aguanta más la situación. En la función que presencié, la mayor parte del público se echó a reír. Es lógico: si tenemos una escuela modelo es ridículo que alguien se vea afectado así. Pero el efecto se logra también por la forma en que Cantet construye la escena: cuando Vincent, el profesor, se descarga sus colegas permanecen callados. El silencio se mantiene incluso una vez que Vincent deja de hablar. Pareciera que sus propios compañeros vieran como desubicada su reacción. Finalmente alguien le sugiere salir a tomar aire.
En una escena se muestra una reunión de profesores. Están discutiendo los problemas de los chicos -y, otra vez, algún sistema disciplinario- cuando alguien señala que no tienen todo el día para ello, pues deben tocar otros temas importantes. Acto seguido, una docente hace un planteo respecto de la maquina expendedora de café. De nuevo, los mismos docentes con su silencio sancionan su desubicación. No resulta casual que el personaje de esta profesora sea empleado una segunda vez para marcar un límite al compromiso docente. Ante la posible deportación de la madre de un alumno, los profesores hacen una colecta para ayudarla y deciden presentarse en los tribunales. El clima es interrumpido por la profesora, quien expresa que tenía algo para decir, pero que se siente tonta: está embarazada y ha traído una botella para brindar.
Enseñanzas
Contradictoriamente el film acusa en forma simultánea a los docentes por subestimar a sus estudiantes y por ser elitistas en sus enseñanzas. Los subestiman, entre otras formas, al buscarles lecturas más fáciles y eludir los clásicos (que al final se verá que, pese al prejuicio del docente sí podían leer) y son elitistas por emplear ciertos tiempos verbales.
Los estudiantes del film acusan al profesor de usar nombres franceses en sus ejemplos y de querer enseñarles formas de hablar supuestamente burguesas, como el subjuntivo. Cantet carga mucho las tintas sobre este punto.3 Salvo por la posible deportación del alumno chino -que de todas formas sólo tiene un lugar secundario en el desarrollo del drama-, no aparece otra referencia a los problemas de estos jóvenes que el de esta discriminación semántica. No sabemos si trabajan, si sus padres están desempleados, cómo son las casas donde viven. De esta manera también el problema de estos obreros de los suburbios se ve banalizado.
Una de las últimas escenas muestra esta minimización del problema real. Una alumna que casi no había hablado en todo el film el último día del año se acerca a su profesor y le dice, preocupada, que no ha aprendido nada. Dice que no quiere ir a la escuela vocacional (que, a diferencia de los bachilleratos, no habilitan para la universidad). El profesor trata de animarla acerca de que todavía tiene chances, pero no es convincente, realmente no tiene respuesta.
Cantet muy lejos del realismo, subestima el problema que plantea. En un colegio de este tipo no es una alumna la que tiene la perspectiva de la educación mediocre y sin horizontes de las escuelas profesionales, si no toda la clase. Cantet lo muestra como un problema individual cuando es colectivo. En los barrios de los suburbios prácticamente no hay bachilleratos, sólo escuelas profesionales.
Cantet ve como negativa “la violencia” de las revueltas del 2005, aquella donde los jóvenes suburbanos incendiaron cientos de autos4 y cree necesaria la integración para evitarla. Así la sociedad: “le teme a la energía y a la inmadurez de los jóvenes, lo que lleva a estigmatizarlos y puede conducir a problemas graves, como la violencia […] mientras estos jóvenes no se sientan queridos por la sociedad debemos esperar de ellos momentos de violencia [en referencia al 2005]”.
En realidad, Cantet parece convencido de que el principal problema que enfrentan los jóvenes es el uso del subjuntivo. No nos muestra nada más (violencia policial, hambre, viviendas destruidas) porque cree que en la lengua radica la principal forma de exclusión y, al mismo tiempo, la clave de la solución: “me pareció interesante pensar en un profesor de francés, porque considero que la lengua es precisamente la mejor herramienta para la integración”.5
Cabe señalar que propuestas de incorporar la lengua de los inmigrantes en la enseñanza han fracasado en España. Allí se crearon escuelas a contraturno en árabe. Pero, como empleaban el árabe oficial y no los dialectos, agudizaron el problema: los jóvenes tenían que manejarse con tres lenguas diferentes, lo que dificultaba su aprendizaje. La Argentina de inicios de siglo XX es un ejemplo de que el lenguaje no es un obstáculo a la integración de los inmigrantes.
El problema de los jóvenes suburbanos de Francia hoy es que, a diferencia de los tanos que venían a hacerse la América, ellos sobran para el capital. Sean ciudadanos o no (muchos son hijos de inmigrantes que ya tienen la nacionalidad francesa), o provengan de familias galas empobrecidas (algo que Esmeralda podría representar en el film si supiéramos de ella algo más de lo que dice en clase), son población sobrante. La acumulación del capital puede prescindir de ellos. Por ello, al igual que los obreros chaqueños expuestos al dengue, son librados a su propia suerte. En la medida que las relaciones de fuerza se lo permitan, el capital intentará eludir toda responsabilidad por su subsistencia, más en medio de la crisis actual. Recortará así planes de vivienda, subsidios sociales, los fondos destinados a salud y educación. Estos jóvenes serán presa del desempleo u obtendrán sólo trabajos precarios y mal pagos. Los inmigrantes ilegales serán deportados para aliviar la crisis social.
Con subjuntivo o sin subjuntivo su lugar en la sociedad capitalista no mejorará. Por ello podemos esperar que las revueltas se reproduzcan. Los jóvenes obreros griegos, parisenses o argentinos no tienen nada que esperar de este sistema. Toda transformación requerirá de la acción directa. Si algo tienen que aprender los profesores de sus alumnos no es su forma de hablar, sino esta lección primordial: la pedagogía del fuego. En Francia, los docentes, siempre tan institucionalistas por su formación, parecen haber abrazado esta senda cuando desconocen sus obligaciones legales y, arriesgando su empleo y exponiéndose a posibles juicios, protegen estudiantes a quienes enseñan sin registrarlos para salvarlos de la deportación.
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1Clarín, 13/4/2009.
2Página 12, 12 y 14/6/09.
3 Es llamativo que Cantet emplee en la ficción los nombres reales de sus actores, salvo el caso de 2 estudiantes de origen africano cuyos nombres debió considerar demasiado occidentales. Así Frank y Rachel, se transformaron en Souleman y Koumba.
4Véase Kabat, Marina: “La pedagogía del fuego”, en El Aromo, nº 26, diciembre de 2006.
5Ver www.ansalatina.com, 13/4/09.