Encadenados al fracaso. Los límites de liberales y desarrollistas para la industria argentina – Damián Bil

en El Aromo nº 72

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OME – CEICS

Las alternativas opositoras al kirchnerismo en términos de cómo estimular el desarrollo industrial se dividen entre liberales y desarrollistas. Vea como ninguna de las dos tiene una alternativa viable y además terminan ambas proponiendo el aumento de la tasa de explotación, como ya lo viene haciendo el gobierno.

El fracaso del desarrollo industrial durante el kirchnerismo es evidente. Ningún sector no agrario ganó en estos más de 10 años peso en las exportaciones, la brecha de la productividad en relación a los competidores internacionales crece y para sostenerse la burguesía industrial necesita en forma creciente subsidios y bajar los salarios. Frente a este panorama, los economistas de la oposición plantean recetas para cambiar el rumbo. Aunque aparezcan enfrentadas, veremos cómo liberales y desarrollistas parten de perspectivas similares y terminan, de una forma u otra, proponiendo el aumento de la tasa de explotación como única salida.

De grilletes y cadenas

Uno de los principales think tank del liberalismo vernáculo, la Fundación Mediterránea [FM], emprendió entre 2009 y 2011 un ambicioso proyecto de investigación con el fin de encontrar las debilidades de las tramas regionales y sugerir soluciones para mejorar la competitividad. Abordaron la trayectoria de doce sectores en diferentes regiones del país, mayoritariamente agroindustrias y alimentación [1]. FM caracteriza ciertos problemas generales que afectarían a la industria argentina. A pesar de sus ventajas comparativas, la esta tendría un déficit fundamental: la falta de competitividad. Ella le impide lograr una inserción exportadora duradera en ramas primarias clave, que permitirían sustentar un crecimiento de largo plazo, basado en subsectores con mayor valor agregado. En efecto, la Argentina no logró aumentar durante estos últimos diez años su participación a nivel mundial en casi ninguna de las cadenas. Al contrario, su tamaño como economía en el concierto mundial se achicó en relación a los ’90. El mentado superávit comercial se debió no a una mejora en la productividad o a más mercancías exportadas, sino al aumento del precio de los commodities, fenómeno que benefició a varios países del subcontinente. Para FM, en la raíz de los problemas de competitividad se encontrarían elementos como los costos crecientes durante los últimos años, a raíz de la inflación y, en gran parte, por el salario y la presión fiscal. Luego de analizar las doce cadenas estratégicas, los autores concluyen que el déficit se encontraría en la “ausencia de un modelo claro de crecimiento a largo plazo”, como habrían sido con sus limitaciones el agroexportador y el de sustitución de importaciones [2].
Lo que se necesita, según este diagnóstico, es generar un “entorno competitivo y apoyar a las locomotoras del crecimiento regionales”, buscando acoplarse al crecimiento de los BRIC’s. Los ejemplos a seguir serían los países del sudeste asiático. Los autores se guardan de señalar que el auge de la producción asiática se sustentó en salarios bajísimos producto de condiciones históricas de dichos países [3].

Un mundo feliz

Para los desarrollistas, la clave de una trama eficiente estaría dada por la circulación de conocimientos y capacidades por vínculos de cooperación entre los integrantes. Mientras más desarrolle la cooperación (con otras firmas, entre los trabajadores y la empresa, etc.) más virtuosa será la trama. Las firmas, a partir de estas conductas, podrían transformar la estructura del mercado en el que operan. La trama se convierte en una instancia de coordinación que amortigua la incertidumbre del mercado, desarrolla competencias faltantes, e incentiva los procesos de generación de conocimiento y de aprendizaje de las empresas.
Una trama virtuosa consistiría en relaciones de largo plazo, con desarrollo conjunto. Los mecanismos reguladores serían resultado de la participación de todos los agentes. La capacidad innovativa (aunque nunca se explicite qué significa este concepto) sería elevada, con el aseguramiento de la calidad, interdependencia entre agentes, y desarrollo de la confianza, mientras que las competencias laborales y técnicas relativamente homogéneas a lo largo de la trama. El proceso productivo estaría regido por acuerdos entre capital y trabajo y entre los mismos trabajadores. Por su parte, una trama débil (las que predominarían en el país) tendría las condiciones opuestas: bajo nivel de vinculación, relaciones jerárquicas, escasa difusión de la cooperación, heterogeneidad en innovación, como las centrales.
Como se observa, mientras que para los liberales el problema estriba en una cuestión de políticas, para los desarrollistas el núcleo estaría en la cooperación de los agentes para alcanzar la panacea “innovativa”. Ninguna de las corrientes se interroga por los problemas concretos de la acumulación de capital en cada sector. Por eso, sus apelaciones giran en el vacío.

Nada bueno que ofrecer

Al analizar la industria argentina, ambas escuelas cometen errores desde el punto de partida. Los liberales reposan en una perspectiva ricardiana, armónica, del mercado mundial. Es decir, consideran que la Argentina debe especializarse en los sectores en los que cuenta con las llamadas ventajas comparativas (como el agro), y que esta simple elección generará un derrame que permitirá en el largo plazo un crecimiento sólido. Esta elección “lógica” habría sido bloqueada, o distorsionada, por inadecuadas políticas, además de los elevados costos con los que cuenta la producción local. Por eso, piden exenciones impositivas y mayor flexibilidad laboral. No es casualidad que el ejemplo a seguir sean los países del sudeste asiático, donde los salarios son bajos y la mano de obra se encuentra muy regimentada.
Los liberales identifican el problema solo a medias: baja escala, poca competitividad, altos costos. Pero su solución es inviable. Obnubilados por lo fenomenológico, no comprenden que no existen diferentes modelos de acumulación, sino que durante toda su historia la Argentina vivió del agro. La renta diferencial de la tierra, junto a la deuda externa y el aumento de la tasa explotación (estos últimos en particular a partir de 1976) sirvieron durante todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI para sostener al resto de los capitales industriales, en su casi totalidad ineficientes (pequeños) en términos internacionales. Aun con esos enormes volúmenes transferidos, el peso de la Argentina se hace cada vez más marginal. La brecha de competitividad y la distancia con los capitales rectores se incrementa, por lo que cada vez son necesarios más recursos. Además, no ven que la creciente división del trabajo internacional provoca que, progresivamente y en términos generales, cada rama individual tenga menor peso en la generación del valor total de la economía mundial. Por eso, la capacidad del agro y sus cadenas vinculadas para lograr este desarrollo es limitada. FM no propone entonces nada novedoso… salvo un esquema laboral flexible y de salarios miserables como en el sudeste asiático.
Por su parte, los desarrollistas, al partir de la empresa individual como unidad de análisis, pierden de vista el funcionamiento del sistema como tal. Por ello, invierten la causalidad del proceso histórico: lo que son las consecuencias de la forma que asume la acumulación de capital en el país (tramas “débiles”, baja productividad y capacidad innovativa, entre otras), serían para estos las causas de tal situación, modificables por la voluntad de las firmas. Abstrayéndose de cualquier realidad concreta y de las presiones de la competencia mundial, construyen un modelo donde suponen que la armonía y cooperación entre los miembros de una cadena generará las condiciones para el desarrollo. La apelación vacua al “cooperacionismo” pierde de vista la relación de competencia entre capitales pequeños y medios que conforman una trama. En la cadena, lo que se observa es la forma en que los capitales medios recargan costos y apropian plusvalor de pequeños capitales, como en la automotriz japonesa, donde la forma de subcontratación tiene tremendas exigencias, muy alejadas de una idílica cooperación [4]. Por otro lado la “polivalencia” y “la creatividad” de la mano de obra no son más que formas en las cuales intensificar el trabajo. Junto a los bajos salarios, otra forma de aumentar la tasa de explotación.
Ambos tienen una visión idealizada de la Argentina. Liberales y desarrollistas creen que, con un cambio de políticas o de actitud (y con el “sacrificio” de los trabajadores, claro está) podrá insertarse de forma competitiva en el mercado mundial. Como vimos, bajo estas relaciones sociales esas recetas son una condena al fracaso.

NOTAS
1 IERAL: Una Argentina competitiva, productiva y federal, en http://goo.gl/jdGZ2.
2 Criticamos esta periodización en Bil, Damián: “Fantasías del pasado. Qué fue y qué no fue la industrialización por sustitución de importaciones”, en El Aromo n° 55, 2010.
3 Los bajos salarios como base de acumulación los analizaron, entre otros, Baudino, Verónica: “El mito de Corea del Sur”, en El Aromo n° 41, 2008; y Mussi, Emiliano: “Lecciones de la crisis siderúrgica de los ‘70”, en El Aromo n° 68, 2012.
4 Véase la crítica en Sartelli, Eduardo: “Subordinación y valor. Reseña de Made in France, de Coriat y Taddei (1995)”, en Razón y Revolución n° 2, 1996; y Starosta, Guido: “Global commodity chains and the Marxian law of value”, en Antipode, Vol 42 n° 2, 2010.

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