Por Eduardo Sartelli
Historiador, Director Gral. de Razón y Revolución-Organización Cultural
Una muy conocida imagen de Marx asocia la dispar suerte de Napoleón Bonaparte y su sobrino, Luis Napoleón. El primero, el grande, emergente de una de las revoluciones más importantes de la historia humana, había desempeñado allí un papel a la altura de las circunstancias. El segundo, el pequeño, era la caricatura que correspondía al agotamiento de ese mismo ciclo. Todo lo que en el conquistador de Europa olía a grandeza, apestaba a farsa en el aventurero que terminó como emperador una vida de farabute. En los 30 años que separaron caída y ascenso de uno y otro, la burguesía agotaba su impulso creador y pasaba a la reacción mientras, demasiado joven, el proletariado se mostraba incapaz de tomar la posta. En ese estancamiento de las pasiones, en ese ayer que se fue cuando su mañana aún no había llegado, en ese pantano, nació esa nulidad que se transformó en todo simplemente por representar mejor que nadie la propia nulidad de su presente. Luis Bonaparte se constituyó en el defensor del statu quo y, al mismo tiempo, en el vengador de los ofendidos, dando nombre a un tipo de régimen de equilibrio político entre clases que dio en llamarse, justamente, bonapartismo. Asustada por la revolución del ’48, la burguesía lo aclamó como jefe del partido del orden; ofendidas por el descaro vengativo de esa misma burguesía, las clases populares lo proclamaron el Superhombre que encarnaba aunque más no sea la sombra del partido del caos. Quiere la historia repetirse, otra vez, en otro tiempo y en otro lugar, probando que, como diría un Borges bolchevique, un político burgués es todos los políticos burgueses.
El Tío, llamaron a Cámpora, en obvio reconocimiento a Papá Perón. El presidente que no fue, como dijo alguien, resultó un accidente de la historia, un mero preludio a la batuta del verdadero detentador del poder. Cámpora le puso su nombre a la ilusión del “socialismo nacional” de la izquierda peronista. Farsa del socialismo, el camporismo no podía ser más que un juguete en las astutas manos del Caudillo, que lo usó, al mismo tiempo, como cuco y portero. Cuco de una burguesía asustada. Portero de un asalto regio al poder. Después de 18 años de exilio, Perón retornó como el salvador de todos y resultó ser la farsa de sí mismo. El peronismo intentó ser una empresa nacional, flotar entre las potencias con el sueño de elevarse a tal altura. Terminó en un baño de sangre uniendo a los dominadores contra los dominados. De ese tiempo de farsantes extrajo Kirchner material para su propia estatua. Hay que decir, en honor a aquella gente, que los actores de aquel drama creían a pie juntillas la veracidad de su papel.
El Huracán del Sur, como ya lo anuncian algunos medios, amenaza con limpiar los cielos de escoria menemista y cumplir los deseos imaginarios de los más incautos protagonistas del 19/20. Ha tenido cierto éxito hasta ahora, si se observa el amplio arco de solidaridades más o menos efusivas que aplaude sus “medidas”, desde Madres de Plaza de Mayo a Aníbal Ibarra, pasando por Elisa Carrió y Raúl Castells. Amenaza, también, con una política “nacional”, poniendo límites a las pretensiones del FMI. No deja de amenazar, otra vez, con una política “social”, postergando el aumento de tarifas. De sus palabras salen, como no, expresiones amenazantes (¿podrían ser de otro tipo?) hacia los grupos económicos, a los que niega audiencias mientras alarga la doble indemnización por despido. El Hombre que Amenaza se ha transformado en el Superhombre de los desilusionados del 19/20. Salido de la nada gracias a calzar a la perfección en el traje de la época, Kirchner trastocó el “que se vayan todos” en “que se vaya Nazareno”, el radicalismo piquetero en automóviles para el MIDJ, el no pago de la deuda en pagaremos el año que viene, el repudio a las privatizadas en un aumento del 10% antes de diciembre. Hasta ahora, la única diferencia entre el verdadero dueño de la pelota, Duhalde, y el que la pidió prestada para hacer unos jueguitos, Kirchner, es que el segundo parece que se mueve allí donde el primero se jactaba del perfecto reposo.
La historia, qué duda cabe, es movimiento puro. Si no soporta el reposo, tampoco acepta por mucho tiempo la apariencia del movimiento. Tarde o temprano la realidad exigirá mucho más que “gestos”. Allí se verá si el sobrino puede lo que no pudo el tío, si aquella farsa izquierdista puede transmutarse en grandeza centro izquierdista. Para los que distinguimos la belleza natural de la cosmética, Kirchner protagoniza una nueva vuelta de tuerca de la metáfora marxista: la farsa de una farsa. Le queda tiempo todavía, e incluso probablemente más del que muchos creen. Pero a la corta o a la larga, la farsa se disuelve en la farsa. Es allí cuando la gente común y corriente descubre que los superhéroes no existen y se lanza a las calles a construir la vida por sí misma. No está de más recordar que la Comuna de París emergió de las ruinas del bonapartismo…